Barricada

Cuento Cadejos

Don Juan pasó todo el día con muchos dolores fuertes. Tenía meses de estar en cama, y ya no había mucho que hacer por su vida según decía su esposa.

En la comarca El Chagüe se miraba el alboroto porque don Juan se estaba muriendo, y era propicio para una vela con café, naipes y guaro para los dolientes y los vecinos.

Pero los familiares decidieron llevarlo a la ciudad, al barrio de Guadalupe, pero se tardaron mucho en conseguir una carreta para llevarlo a León. Entonces hubo que viajar casi de noche.

El viaje sería lento porque el señor estaba muy enfermo y podía golpearse  y morir más rápido con el chusco andar de la carreta.

Salieron a las ocho de la noche y calcularon estar en la ciudad como a las nueve, pero no fue así porque se quebró una de las ruedas de la carreta. Hubo que ir a conseguir prestada una para reponer la quebrada y seguir el viaje. Entonces se hizo muy de noche y habría que pasar cerca, a la orilla, del Panteón de Guadalupe.

Ya casi a las doce de la noche y se acercaban al Panteón, el escalofrío cundió las carnes de los acompañantes del moribundo porque ellos sabían que era muy tarde y podrían encontrar a los Cadejos y estos harían lucha entre ellos por conseguir el cuerpo y el alma de don Juan.

Entonces Tiburcio aceleró el paso e invitó a los demás a que se apuraran para pasar con cuidado el camino lateral del Panteón:

-Apúrensen´om! Caminen rápido o sino nos friegan los Cadejos-

Terencio por su parte apuraba a los bueyes para que caminaran más rápido aun sabiendo que estarían maltratando por demás a don Juan, porque con cada paso ligero que los bueyes daban sobre  las piedras, la carreta se meneaba más y don Juan sufría los embates.

Allá como a la lejanía se miraban dos  siluetas de dos perros enormes que se hacían ademanes de ataque y comenzaba la tolvanera que se producía cuando ellos se peleaban por el alma de alguien que moría.

Pero don Juan no había muerto todavía, y los perro dejaron pasar la carreta y los acompañantes hasta la casa de la familia Lindo donde irían a dormitar esa noche para llevarlo al doctor al siguiente día.

La mañana apareció de nuevo como todos los día y los hombres que andaban acompañando  a don Juan estaban desayunando en casa de los Lindo. Terencio el más joven se limpió la boca y balbuceó algo que no lograban entender los demás

-Qué´s lo que decís jodido? – Que no te he podido entender!!!- le dijo Tiburcio a Terencio.

-Que anoche cuando llegamos al final del camino junto al Panteón miré que se nos coló  uno de los Cadejos…iba cerquita de nosotros…pero me dio culillo que ni hablar pude para que nos apuráramos… Estaba  angustiado que ni hablar  pude sino hasta ahora-

-Qué bárbaro que sos vos Terencio, que tal y nos harta a todos…- Reclamaba Teófilo.

-Ese era el Cadejo Blanco que dicen que es el cuida que los muertos  no se los robe el diablo- Aclaraba Tiburcio.

Regresaron de la cita con el doctor Munguía y se llevaron la sorpresa de que cuando iban llegando  a la casa donde estaban hospedados miraron que en dos las esquinas antes de la casa en cuestión  estaban, cada uno en una esquina, los dos Cadejos.

-Ala Perica!- Exclamó Tiburcio-Ya la pasiamos!Ay´tan los majes esos!!! – Eso quiere decir que están esperando que don Juan se muera!!!

-A´puej se va a morir el hombre puésj? Casi llorando exclamaba Teófilo.

Como a eso de las tres de la tarde se miraba un revuelo en la casa de los Lindo, todo parecía que don Juan había muerto.  En la casa de enfrente había una ventanita media abierta a través de la cual la María tufalera miraba con sorna la escena en la casa de los Lindo.

La María tufalera era una mujer retirada de los asuntos de la calle y la carne que se metía con todo mundo en cosas del mal. Era perversa e envidiosa hasta el punto de alegrarse de las penurias de la gente.  Su alma no consideraba nada bueno, entonces cuando miró la situación en la casa de enfrente su puso a curiosear alegremente. Entre abrió la ventana y decidió gozar malévolamente: –Ajaaaa! Ta´gueno que le pase a esos jodidos de los Lindo porque nunca me han querido, son unos malditos y por eso el diablo se va a llevar a tal don Juan ese…!!! Decía en su mente la mujer malvada.

Así pasó toda la tarde hasta el anochecer.

Llegó la noche y los perros estaban a la expectativa del agonizante. Pero en la casa de la María tufalera había un percance que no estaba en la línea de los sucesos; la mujer después de cenar sintió unos retortijones intensos que la llevó al baño, se quedó como medía hora sin aire en el pecho y sentía como la vida se le iba en un segundo…Balbuceó algo inentendible y cayó en la loseta del escusado en un  charco de sangre que manaba de  entre sus piernas.

Las cosas dieron un giro repentino, y al fin don Juan  se mejoró, pero en la casa de enfrente había muerto súbitamente la María tufalera.  Los Cadejos también encaminaron sus patas hacia la casa de enfrente y esperaron la vela con paciencia de Santo!

Antes, en tiempos atrás, los entierros se hacían casi al anochecer, entonces pues, el entierro de la María sería a las cinco y media de la tarde.

Esa tarde llovió mucho para el colmo de los familiares de la María. La gente le había encajado el apodo de María tufalera  porque ella era una mujer muy sucia de la boca y de las manos. Su casa olía, a la distancia, a cloaca de chancho. Esa tarde tuvieron que hacer un entierro de emergencia ya más allá de la hora indicada y casi anochecía.

Camino del Panteón, en la oscuridad de la noche, de pronto, se vio un alboroto en las puertas del cementerio, los dos Cadejos luchaban por el alma de la María tufalera y el Cadejo Negro ganó la batalla.

Leonel Uriarte

Versión de los Cadejos

León, 3 de Diciembre,  2003

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