Barricada

Sin El Chaparral no existiría Revolución Popular Sandinista

El 24 de junio de 1959, hace 60 años, se dio la Masacre de El Chaparral. Fue un operativo en conjunto del Ejército de Honduras con la Guardia Nacional, que atacó un grupo guerrillero que estaban en la localidad de El Chaparral, en el borde de la frontera honduro-nicaragüense. Cayeron: nueve nicaragüenses, entre ellos Manuel Baldizón, Francisco Alemán, Antonio Barbosa, Manuel Canelo, Capitán José Manuel Arosteguí, Aníbal Sánchez y Adán Suárez; los cubanos Marcelo Fernández y Onelio Hernández; fue herido de gravedad el Comandante Carlos Fonseca. El Equipo de Barricada/Historia recuerda hoy la guerrilla del Chaparral con una breve reseña histórica y un análisis del Dr. Aldo Díaz Lacayo.

Los hechos del 24 de junio de 1959

Para comprender la guerrilla del Chaparral, debemos contextualizarla dentro de los movimientos armados de los años cincuenta e inicio de los sesenta, que  -sin obtener éxito- intentaron derrocar a la dictadura del  General Anastasio Somoza García.

Dichos movimientos armados fueron diversos y protagonizados por distintos actores. Sin embargo, la guerrilla del Chaparral tiene un significado especial en la historia de la lucha antisomocista y es necesario comprender a fondo los hechos y las consecuencias de aquel 24 de junio de 1959, porque lo que sucedió en territorio hondureño ese día incidió profundamente en la historia del FSLN y en las sucesivas estrategias de lucha.

Para reconstruir los hechos de la masacre de El Chaparral hemos retomado la reseña publicada en una publicación del Ejército Nacional de Nicaragua (1):

“En junio de 1959, surgió la guerrilla de El Chaparral, apoyada directamente por el Comandante Ernesto “Che” Guevara, quien designó como jefe al ex-oficial (GN) nicaragüense Rafael Somarriba por su experiencia militar. Integró además, a un grupo de cubanos encabezados por Onelio Hernández y Carlos Lugo, quienes formaron parte de la columna denominada Rigoberto López Pérez. La columna la integraron 75 hombres y se estableció en El Chaparral, Honduras.

El 24 de junio las fuerzas militares hondureñas, bajo el mando del Capitán Andrés Espinoza, atacaron por sorpresa a los guerrilleros con fuego de morteros, granadas y ametralladoras. Después de una hora de ataque, el jefe militar hondureño conminó al grupo a la rendición. Los militares solicitaron hablar con el jefe guerrillero, quien aceptó y cesó el fuego. El Capitán Espinoza les comunicó que tenía órdenes de la Embajada de los Estados Unidos y de los miembros de la Comisión Militar Mixta que no debía haber prisioneros, por lo que los combates prosiguieron por dos horas más.

El resultado fue de varios muertos, entre ellos el Comandante cubano Onelio Hernández y entre los heridos, Carlos Fonseca Amador.

El Capitán Andrés Espinoza dio la orden de cese el fuego y gritó a los jefes guerrilleros que tenían nuevas instrucciones para negociar la rendición. Ya para ese momento, los rebeldes estaban rodeados también por tropas de la guardia nicaragüense. El comandante Somarriba, después de consultar con los mandos, aceptó la rendición con el compromiso de que se les respetara la vida”.

La Revolución Cubana como antecedente de El Chaparral

El Dr. Aldo Díaz Lacayo (2), nos explica en qué consistió la guerrilla de El Chaparral, tomando como antecedente la Revolución Cubana:

“El inesperado triunfo de los revolucionarios cubanos, el primero de enero de 1959 —tan imprevisto para los nicaragüenses de los movimientos revolucionarios de 1957-58 que decidieron hacer un alto en el camino—, modificó radicalmente las expectativas revolucionarias de los nicaragüenses y en general los luchadores de América Latina y El Caribe. La Habana entonces se convirtió en el centro de la conspiración regional, e incluso de otras áreas geográficas, con la presencia de todos o casi todos los movimientos revolucionarios, siendo quizás el nicaragüense el de mayor número de participantes. Así se traslada a La Habana la saga del principio del fin.

Pero otra vez explotó la división. Esta vez más radical, ciento por ciento de carácter ideológico. La mayoría de los democrático burgueses saltaron al socialismo revolucionario, mientras quienes luchaban por la democracia regresaron al liberalismo puro: nada de cambios estructurales. El resultado fue que estos últimos muy pronto abandonaron La Habana, hacia Costa Rica, espantados, para luchar en dos frentes: contra el movimiento revolucionario socialista que continuó gestándose en Cuba y contra la dinastía somocista, tal como lo declararon sus dirigentes después de fracaso de la invasión de Olama y Los Mollejones.

Pero también el grupo que había saltado hacia el socialismo revolucionario se dividió profundamente. Los más viejos, luchadores socialistas de antaño, que por lo mismo eran los más radicales, fueron dominados por el idealismo, imaginándose un triunfo rápido, fácil, más o menos incruento, dándole en consecuencia prioridad a la aprobación del programa de gobierno, y por supuesto a designar a cada uno de los miembros del gabinete y desde luego al Presidente de la República; alegando obviamente la necesidad de cuidar la pureza de la revolución y del nuevo gobierno. Una actitud excluyente que alcanzó a la mayoría de los jóvenes, en particular a quienes habían tenido algún tipo de relevancia en los movimientos del General Ramón Raudales. Porque, por increíble que parezca, éste tuvo muy mala prensa en La Habana, quizás de ahí viene la falta de reivindicación de su movimiento como parte de la saga del principio del fin.

Aspectos organizativos y logísticos que llevaron al fracaso

El resultado de esta debacle organizativa —agravada por la retórica grandilocuente, el síndrome de la proclama, y el espíritu dogmático, en el caso de los viejos; y por el reclamo, la impaciencia, y hasta la jactancia, en el caso de los jóvenes— fue que el Che decidió abandonar su objetivo de lograr la unidad entre los revolucionarios nicaragüenses, todos intachables a pesar de lo vicios desarrollados a lo largo de la lucha en ambientes puramente capitalistas.

Entonces, evitando en lo posible herir susceptibilidades, el Che tomó todas las decisiones, designando a Rafael Somarriba como enlace con los revolucionarios nicaragüenses en La Habana y con los gobiernos centroamericanos. Una decisión que produjo una reacción muy emocional, acrítica, contra Somarriba y contra el Che.

Con la dirección del Che, Somarriba logró organizar el movimiento revolucionario de mayor envergadura y más altamente compartimentado que hasta entonces se había organizado jamás. Pero tuvo dos fallas, probablemente inevitables. Una de carácter logístico y otra de orden subjetivo. La primera: el reclutamiento de combatientes voluntarios en varios países que se hizo contra el tiempo, con pocas normas de selección ideológica y de seguridad, pero sobre todo en medio del rumor que se había echado a andar acerca la poca confiabilidad en Somarriba, que corría como secreto a voces por la región, denunciando de hecho la operación. Y la segunda la fe ciega de Rafael en la palabra empeñada por el presidente Ramón Villeda Morales, de Honduras, en el sentido de que los combatientes podían moverse con libertad en territorio hondureño, porque el ejército no los atacaría.

Ambos errores se potenciaron entre sí, llevando la operación al fracaso, después de un cruento, larguísimo y desproporcionado ataque del ejército hondureño (no es cierto que la Guardia Nacional participó en el ataque) perpetuado el 24 de junio de 1959, que dejó un saldo de nueve muertos y quince heridos, en el sitio conocido como El Chaparral, en el borde de la frontera honduro-nicaragüense; no solamente pésimo como posición militar sino con casi ninguna vigilancia. Todo debido a la fe ciega en la palabra-autoridad presidencial, ignorando la autonomía constitucional del ejército y sobre todo su dependencia de la Junta Interamericana de Defensa, de Washington, y olvidándose también de su tradicional alianza con la Guardia Nacional de Nicaragua.

Si el fracaso de Raudales lo proscribió como saga del principio del fin, el de Somarriba excluyó igualmente a El Chaparral de esta saga, entonces imprevista, invisibilizada como hasta hoy día. No sólo porque se responsabilizaba a Somarriba de la muerte de Carlos Fonseca, como en ese momento se creyó, y porque éste al principio se sumó a los señalamientos contra Rafael, sino principalmente porque la temprana rectificación de Carlos sobre El Chaparral —en carta-análisis a don Edelberto Torres fechada en San José el 8 de junio de 1960— sólo fue conocida treinta y dos años después, en la edición de BARRICADA del viernes 8 de noviembre de 1991. Incluso, es muy probable que esta temprana rectificación de Carlos Fonseca nunca fuera conocida por la dirigencia sandinista. El siguiente es el texto íntegro:

Rectificación de Carlos Fonseca sobre El Chaparral

“Quiero referirme a los dolorosos sucesos de ‘El Chaparral’, y cualquiera puede comprender que una persona como yo, al igual que todos los que corrieron peligro, no tiene el menor interés en deformar la realidad y más bien todo lo contrario, o sea, encontrar las verdaderas causas del fracaso. En primer lugar me parece que es fundamental para encontrar el origen de nuestros problemas, y especialmente el de ‘El Chaparral’, apartar cualquier interés personal, o sea, cualquier queja personal que uno tenga respecto a los hechos que culminaron tan desastrosamente.

 Y aquí haré una consideración que tiene interés permanente y que consiste en que si estamos seriamente interesados en el progreso de la lucha y en el triunfo para superar la situación presente es fundamental que encontremos las verdaderas causas de todo.

“En dos palabras, es preciso que nos demos cuenta por qué hemos fracasado para que esas causas no se repitan en el futuro. Es cierto que Rafael Somarriba tuvo culpa en el fracaso, pero creo que estaremos lejos de haberlo explicado si nos detenemos allí. Yo he llegado al convencimiento de que Somarriba en vez de ser propiamente una causa, es una consecuencia del atraso que sufría el movimiento revolucionario de Nicaragua.

Las intrigas que cooperaron en el ascenso de Somarriba a una posición tan importante no explican suficientemente el fenómeno. Podemos decir que esto es la causa subjetiva. Hasta ahora casi no se ha dicho nada sobre las causas objetivas y sobre otras causas subjetivas.

 Estoy convencido de que al momento de prepararse el movimiento que culminó en ‘El Chaparral’, nuestro pueblo no había producido todavía sus dirigentes naturales.

Es cierto que había una serie de compañeros como el inolvidable Manuel Baldizón, Onelio [Hernández], [José] Aróstegui, que reunían cualidades que hacían indicar un buen futuro. Pero después de todo no eran más que promesas. Entonces podemos llegar a la conclusión de que los viejos y los jóvenes que participábamos en el movimiento revolucionario somos también responsables del fracaso porque no habíamos sido capaces de producir dirigentes indiscutibles. Siempre que se desarrolla una lucha existen elementos con los graves defectos de Rafael Somarriba, pero no logran convertir en realidad sus propósitos cuando ya existen también los dirigentes con cualidades absolutamente superiores.

Me parece que si Somarriba habla actualmente contra usted y contra los otros elementos que forman parte de la Junta, en una buena proporción asume una posición defensiva ante la absoluta culpabilidad que se ha querido hacer recaer en su persona.

Todo esto que hablo aquí es solamente para decirlo por carta; y la prensa debemos emplearla exclusivamente para combatir a la dictadura. Si nos ponemos a hablar en público sistemáticamente de nuestras diferencias internas, no nos entiende el público y solamente dejamos la impresión de que nos encontramos divididos.

Aunque resulte superfluo señalarlo, usted es una personalidad superior a Somarriba y puede apreciar mejor que éste la perspectiva de la lucha. Quiero advertir que estas opiniones que emito en esta carta a muy pocas personas se las he transmitido porque yo he logrado darme cuenta de la testarudez y torpeza de ciertas personas y sobre todo aquellas que voluntariamente no quieren entender.

Creo que la base para estar claro de nuestra situación es tener interés en el triunfo a favor del pueblo. Pensar y sentir que lo que se habla o se diga favorece o no al pueblo.

Si deseamos superar las causas que produjeron ‘El Chaparral’, es preciso que trabajemos con los cinco sentidos y estar conscientes de que esta lucha tiene que ser larga y dura y que el triunfo no se ha de producir en 24 horas.

Nosotros los jóvenes somos los que tenemos la obligación de llevar adelante la lucha. Ya hay razones para confiar en que sabremos responder. Voy a decirle algo más sobre ‘El Chaparral’. Una serie de condiciones me parece que volvieron inevitable la preparación de esa columna, es decir que el conjunto de hechos incluyendo el del propio lugar de la tragedia es muy remoto que hubiera sido posible evitarlos.

Soy opuesto a creer que todo fue negro en ‘El Chaparral’. Creo que tuvo de positivo haber suministrado experiencia a nuestra lucha. Los chinos afirman que el fracaso es la madre del éxito. Y si esto es cierto no podía triunfarse en ‘El Chaparral’ ya que apenas estaba iniciándose el movimiento y por consiguiente no se había fracasado anteriormente.

Por mi parte estoy dispuesto a ser fiel a la causa por la cual murieron nueve patriotas en ‘El Chaparral’. Siento verdadero orgullo al recordar que sangre mía quedó junto a la vida de esos compañeros. ‘El Chaparral’ me hizo ver que el verdadero revolucionario no tiene derecho a disponer de su vida en interés personal y que la vida de la Patria está formada de la suma de las vidas de los hijos que la aman con todo el corazón. Y la Patria es inmortal porque por cada hijo que pierde gana otro más. Cuando los malvados pretenden darle muerte a la Patria lo que logran es aumentarle la vida y hacerla eterna!”.

La lección que dejó El Chaparral

El Dr. Aldo Díaz Lacayo (2) nos ayuda a comprender cuál es la lección que nos deja la masacre de El Chaparral:

“Sin El Chaparral, en consecuencia, no hubiera habido Revolución Popular Sandinista o hubiese tomado un rumbo diferente, menos ideológico, menos orgánico, menos unitario. Porque sin su experiencia en esos “dolorosos sucesos”, como él los llama, Carlos Fonseca jamás se hubiera dedicado tan anticipadamente a “trabajar con los cinco sentidos” para encontrar “las verdaderas causas de todo”, para superar el “atraso que sufría el movimiento revolucionario de Nicaragua” con el propósito de propiciar el surgimiento de “sus dirigentes naturales”. Y lo logró.

No existe ninguna duda de que su primer escrito, precisamente de 1960, es resultado de sus reflexiones sobre el fracaso de El Chaparral, y tampoco de que este escrito es también su primer esfuerzo de orientación político-ideológica en su La lucha por la transformación de Nicaragua —que es el título con que él lo identificó—, asociándola directamente con el somocismo porque “la lucha contra la dictadura encabezada por la familia Somoza es una lucha por lograr la transformación de Nicaragua”.

Con apenas veinticuatro años de edad, Carlos refleja ya en este escrito primigenio un pensamiento coherente, de orientación marxista, convencido en consecuencia “de que es el pueblo, la masa mayoritaria, la más sufrida, la que posee mayor interés en el país porque se lleve a efecto una transformación, o sea que se realice una revolución que, por decirlo, invierta y vuelva al revés todos los órdenes de la vida en Nicaragua”.

Proclamando además la necesidad de la lucha armada como único vehículo de liberación nacional. Porque “es la guerra de guerrillas del pueblo contra la Guardia Nacional (…) la continuación de la lucha contra ese mismo ejército y contra los invasores yanquis [que] sostuvo el gran patriota Sandino con su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional” —cuando aún no contaba con ningún tipo de organización—.

Pero Carlos no era sólo un pensador. En él convergieron como una sola virtud el ideólogo, el cuadro organizador, y el rígido dirigente. Rarísima virtud que le permitió desarrollar lenta pero sólidamente, un par de años después, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, su primer hallazgo revolucionario: utilizar la cultura-historia propia como vehículo de aplicación de las ideas fundamentales de la revolución universal; no sólo para combatir a la dictadura sino especialmente para formar los cuadros dirigentes de la organización, en el ámbito ideológico y en las artes de la guerra y en la pericia militar. Todo esto actuando solo, perseguido por algunos gobiernos y sin el apoyo de ninguno, aunque sí con la anuencia del cubano.

Y él mismo dirigía la formación ideológica de los cuadros, cuidando en primer lugar el desarrollo del espíritu dialéctico, crítico, analítico, propositivo, a partir de la coyuntura pero en función de la estructura, de la historia. Todos los cuadros aprendieron marxismo-leninismo para luego estudiar en forma comparada los procesos revolucionarios socialistas más importantes de la historia actual: las revoluciones Rusa, China, Coreana, Vietnamita, desde luego la Cubana, así como los procesos de liberación nacional en curso, como el Argelino y el Palestino. Jamás asumió Carlos, ni permitió que sus cuadros lo hicieran, un compromiso ciego con ninguna de ellas, como garantía de que ese conocimiento sólo sirviera de insumo para desarrollar el proyecto propio, el de la revolución Sandinista.

Simultáneamente, la mayoría de los cuadros pasaban por escuelas militares de prestigio y —algo insólito— por prácticas militares en el terreno de combate, principalmente en los campos de batalla de la heroica Palestina. Una política de formación de cuadros que también le permitió desarrollar una importante red de solidaridad revolucionaria a lo largo del mundo socialista o de esta orientación.

Fue una lucha larga, como Carlos la había previsto, que él dirigió a ratos desde Managua, San José, La Habana, sin perder el liderazgo, conservándose siempre como pivote ideológico, orgánico, unitario, del Frente Sandinista. Una lucha con muchos tropiezos, hasta el deslumbramiento de su segundo hallazgo: la necesidad de llevar a cabo la lucha revolucionaria desde adentro del país, que lo pone en práctica en Pancasán, sustituyendo así la tesis invasionista heredada de las guerras civiles del siglo diecinueve, vigente hasta entonces.

Y cuando tuvo que subir a la montaña, para aclarar desinteligencias que arriesgaban la unidad sandinista, logra estirar al máximo su tiempo para escribir reflexiones maduras, con el bagaje de la experiencia acumulada a lo largo de sus aún juveniles cuarenta años. Así nacen sus Notas sobre la montaña y algunos otros temas, fechadas el 8 de octubre de 1976. Treinta y seis notas que pasarían a ser una suerte de resumido ideario sandinista. Un mes después caería en combate”.

Han pasado 60 años de la masacre de El Chaparral y como Equipo de Barricada/Historia estamos convencidos que como militantes debemos interiorizar los hechos más importantes de la historia de lucha que nos llevan hasta aquí.

El pasado, con sus lecciones, nos ayuda a interpretar el presente y a vivirlo como militantes conscientes y comprometidos, ya que el momento actual nos reta y demanda no solo de nuestra acciones, sino también de una constante preparación político-ideológica.

 

Fuentes citadas:

(1)Dossier “Antecedentes históricos del Ejército Nacional de Nicaragua”

(2) Aldo Díaz Lacayo, “La saga de la Revolución Popular Sandinista”, en Revista Correo, n.9, mayo-junio 2009, pp. 18-23