Barricada

Carlos murió con el fusil en la mano y el corazón desbordante de amor

En el 44 Aniversario del Paso a la Inmortalidad del Comandante Carlos Fonseca, Barricada/Historia propone a sus lectores un extracto del texto Carlos, el amanecer ya no es una tentación. Estas líneas fueron escritas por el Comandante Tomás Borge casi totalmente en la cárcel tienen una importancia fundamental, por su valor ideológico, social e histórico.

Con el ejemplo de nuestro jefe desaparecido, hoy la revolución sandinista marcha hacia el fondo de un vigoroso surgimiento. Nuestros sueños están rigurosamente confrontados con las respuestas de la historia. El optimismo sandinista es objetivo, desnudo como un caballo fresco. La revolución que parió a Fonseca es una madre que lleva en su vientre nuevas y definitivas respuestas: la victoria Sandino, la victoria sangre de Carlos, la victoria siempre, héroes y mártires.

Tal como decíamos recientemente en nuestros alegatos en la corte militar que nos Investiga, hoy, para nosotros y para nuestro pueblo, el amanecer ha dejado de ser una tentación; mañana, algún día, pronto brillará un sol desconocido para iluminar la tierra que nos prometieron nuestros héroes y mártires. Tierra con caudalosos ríos de leche y miel donde florecerán todos los frutos, menos el fruto de la discordia y donde el hombre será hermano del hombre y en la que reinará el amor, la generosidad y el heroísmo y a cuyas puertas nuestro pueblo será un ángel guardián que con una espada de fuego impedirá el retorno del egoísmo, la prepotencia, la soberbia, la corrupción, la violencia y la explotación cruel y agresiva de unos hombres contra otros.

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Por eso luchamos por eso se ha derramado la sangre de Augusto César Sandino, de Carlos Fonseca y de centenares de Patriotas y revolucionarios nicaragüenses.

Nuestro hermano cayó combatiendo en encuentro fortuito. Poco a poco ha llegado hasta nosotros información acerca de las circunstancias de su muerte: caminaban hacia el campamento de Modesto, un grupo de compañeros. Un poco más allá del crepúsculo, bajo la lluvia y en uno de esos caminos donde la tranquilidad es siempre sospechosa, se escuchan  res disparos de revolver. El grupo se retira a la espesura, Claudia, la hermosa compañera de Carlos Agüero, logra observar en blanco y negro los pasos alegres de un campesino. Todos escuchan los gritos: un sujeto embriagado de cususa, bebida alcohólica e Inevitable que fabrican los habitantes de las montañas, seguramente juez de mesta, es el autor de los disparos.

Carlos decidió esperar 24 horas y en el crepúsculo siguiente iniciaron el camino. A la cabeza del grupo marchaba el guía, detrás de Carlos y a la retaguardia de 7 hombres, Claudia. Sonó un primer disparo de Garand y hubo un inmediato alboroto de pájaros; unos segundos antes de que la oscuridad fuera interrumpida por el fuego de un fusil ametralladora, Carlos se detiene y dispara con su carabina M1, ordenando al resto de la escuadra la retirada. Los combatientes se retiran arrastras, a corta distancia. El estallido de numerosas granadas y un súbito silencio traducen la difícil verdad: nuestro jefe y fundador ha muerto […]

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Carlos murió con el fusil en la mano, con el corazón desbordante de amor hacia los hombres, con los ojos azules apuntando hacia el futuro.

Cuando los representantes de este sistema egoísta y brutal sean tristes y casi olvidadas referencias históricas; Cuando nadie recuerde a los charlatanes, a los desertores; cuando los afiches polvosos, pálidos e insepultos de hoy estén reducidos a cenizas, las generaciones libres, alegres, generosas de mañana, recordarán a Carlos Fonseca.

El comandante de la cárcel de Tipitapa llega hasta nuestra pequeña celda, jubiloso con Novedades en la mano, a darnos la noticia: “Murió Carlos Fonseca”, nos dice. Nosotros respondimos después de callar unos segundos: “Se equivoca Coronel, Carlos Fonseca es de los muertos que nunca mueren”. El coronel nos dice: “Definitivamente ustedes son increíbles.”

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Fuente:

Comandante Tomás Borge Martínez, Carlos, el amanecer ya no es una tentación, publicado en el libro El Axioma de la Esperanza, 1984, pp. 46-48