Barricada

Lealtad, firmeza, coraje

En conmemoración del 92 natalicio del Comandante Tomás Borge Martínez, el Equipo de Barrica Historia desea compartir con sus lectores unas páginas emblemáticas contenidas en el número especial que la Revista Correo le dedicó en 2012, a dos meses de su partida.

Lealtad, firmeza, coraje

Estoy lleno de optimismo, con la certidumbre de nuestras futuras victorias. No tengo ni la menor duda de que el Frente Sandinista va a continuar en el poder, ¡pero ni la menor duda! Nosotros hemos adquirido una fuerza descomunal, gracias a los resultados concretos de las políticas gubernamentales.

No hay más alternativa, porque al fin y al cabo, puede ser que hemos cometido algunos errores, eso es inevitable. Pero entre los errores cometidos por nosotros –no de mala fe– y el porvenir negro, feo, desagradable, horrible, que le esperaría a Nicaragua con la derecha en el poder, los nicaragüenses no tienen más alternativa que escoger, entre lo único posible que le puede hacer bien a este país, y lo que le puede ofrecer la ultraderecha.

El hombre más respetable de la revolución latinoamericana, es Fidel Castro; al lado de Fidel no hay nadie más. Fidel es el origen, la causa, la génesis de las revoluciones de América Latina. La revolución de Nicaragua no hubiera sido posible sin el antecedente de la revolución que dirigió Fidel; ni la revolución de Chávez. Ni el Che Guevara hubiera sido posible, con todo el respeto profundo que le tenemos al Che, sin la previa existencia de Fidel Castro.

Carlos Fonseca y yo nos conocimos en Matagalpa, muy jóvenes, él era un poco menor que yo, pero éramos chavalos los dos. Una vez llegó Somoza a Matagalpa y, un grupo de muchachos, me acuerdo de Carlos, Jaime Vargas y otros, no le dimos la mano a Somoza cuando nos quiso dar la mano a los estudiantes. Me quedé viendo a Carlos Fonseca, en aquel momento, con sus ojos miopes, en ese momento no andaba anteojos, o los andaba, no me acuerdo, pero de todas maneras, quedó viendo a Somoza, todo serio, y no le dio la mano; y yo por supuesto tampoco, siguiendo el ejemplo de Carlos Fonseca. Fue el primer ejemplo que me dio Carlos Fonseca.

Carlos, cuando lo vi después de tantos años, pegaba unos brinquitos de alegría cuando me vio, que nunca lo voy a olvidar. Pero además, me tenía un enorme cariño y una gran confianza. Cuando yo caí preso, Carlos ordenó que nadie se moviera de ninguna casa de seguridad, porque él estaba seguro de que yo no iba a hablar. Pero además, me dice Lumberto Campbell, que cuando yo caí preso Carlos y Pedro Aráuz estaban en una casa que quedaba en la carretera a Masaya –que yo conocía, por supuesto, ahí dejé a Carlos.

Y me dice Campbell que un día suena el teléfono, y entonces preguntan: “¿Quién es? ¿No vive ahí fulano de tal?” Una llamada rara. “No, aquí no vive”. Entonces dice Carlos: “Nos vamos a ir de esta casa, no vaya a ser que caiga en manos de la Seguridad, y crean que fue Tomás el que la delató”. No se fueron de la casa, porque en aquel momento era dificilísimo cambiar de casa; no pasó nada. Expongo esa expresión para decir el cariño, la confianza, la delicadeza también de Carlos Fonseca hacia sus compañeros.

No importa que hablen mal de mí, yo ya pasé a la historia, por decirlo de alguna forma, porque cumplir 80 años es algo simbólico. Y me doy cuenta que al cumplir 80 años, ya estoy prácticamente más cerca del más allá, que del más acá.  Me doy cuenta de eso, porque, al fin y al cabo, yo le decía a la Rosario y a Daniel: “Ya estoy a punto de decirles adiós”. Pero no me importa, porque no le tengo miedo a la muerte, y algún día, no lejano, pasarán cuatro, cinco años, en el mejor de los casos, o seis, siete, talvez, ¡no sé cuántos! voy a morir de 85, 87, en el mejor de los casos 10 años más.

Yo no le tengo miedo a la muerte, y me siento orgulloso de seguir siendo sandinista, de seguir siendo fiel a la bandera rojinegra de nuestro partido, de seguir siendo fiel a nuestra organización revolucionaria; y morir orgulloso de tener la frente levantada, y no haber sido desleal con mis principios, ni desleal con mis amigos ni con mis compañeros, ni con mi bandera, ni con mis gritos de combate.

Yo estaba en la cárcel cuando llegó Nicolás Valle Salinas, así se llama el Coronel de la Guardia, el de Novedades, a decirme que Carlos había muerto; entonces yo dije esa frase que se volvió célebre. Una frase, donde yo quise decir que Carlos era inmortal. La verdad es que esa frase ha sido repetida numerosas veces por mucha gente, y es una frase, al parecer, afortunada. Porque Carlos, en efecto, ¿cuándo va a morir? ¡Nunca va a morir! La única esperanza que tengo yo cuando me muera, es que me entierren al lado de él; aunque yo no voy a ser de los muertos que nunca mueren, pero voy a estar acariciando los huesos de Carlos Fonseca.

Fuente:

Extractos de una entrevista realizada el 12 de agosto de 2010 para El 19 Digital

Revista Correo (año 4 – número 21 – mayo-junio 2012)