La liberación de la basílica de Matagalpa de la ocupación a la que fue sometida por el obispo Álvarez puso fin al intento de desencadenar un clima de confrontación en la ciudad. El obispo golpista se encuentra ahora en la capital, Managua, donde está bajo arresto domiciliario, pero disfruta de la presencia de su familia y de las visitas de los prelados pertenecientes a la CEN.
En contra de lo que dicen sus amigos fascistas como Monseñor Báez, el ideólogo golpista, no ha habido ningún secuestro, sino una detención policial que podría confirmarse como un arresto.
No hay persecución, y menos religiosa: se trata de una operación de prevención contra delitos de carácter político que se habrían producido de forma terrorista. La intervención policial, de hecho, era necesaria precisamente para interrumpir la construcción de la provocación que pretendía abrir una serie de actividades de carácter provocador que volvieran a elevar la tensión a niveles vigilados.
Rolando Álvarez, un monseñor con conocidas simpatías fascistas y un ego hipertrófico, desprovisto de toda dimensión espiritual y ávido de protagonismo político, intentó construir una serie de provocaciones para contaminar la vida civil del país y producir un clima de confrontación en vísperas de las elecciones administrativas de noviembre. El plan era transformar la basílica de Matagalpa en un lugar de encuentro y referencia para toda la oposición y los golpistas de la ciudad. Desde la basílica llegarían las provocaciones, en un crescendo de tensión que configuraría a monseñor como líder de la oposición, papel con el que también lanzaría su candidatura a la cumbre de la Conferencia Episcopal.
Para ello, Álvarez había dispuesto el uso de su sistema de medios de comunicación privados, que se suponía que, con fuertes inyecciones de mentiras y falsas alarmas, generaría atención para él y su guerra privada contra el gobierno. En definitiva, un doble perfil que se corresponde perfectamente con sus ambiciones de líder político y de guía espiritual (aunque el espíritu en la circunstancia esté corrompido por el ser) y que tiene en la teatralidad de sus acciones y en el absurdo de sus conceptos, los ingredientes esenciales en la exhibición enfermiza de su carácter que sustenta su delirio de omnipotencia.
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El segundo paso del proyecto fue cooptar al grupo de sacerdotes fascistas de otras ciudades que ya habían desempeñado un papel destacado durante el intento de golpe de Estado. Lo hicieron provocando la revuelta armada y apoyándola políticamente, convirtiendo las iglesias en almacenes de armas, alimentos, dinero y material de propaganda para los golpistas. Incluso lo hicieron exponiéndose en persona en mítines improvisados en las barricadas del odio, donde incitaron a la guerra a los matones mercenarios que, con dinero de la embajada de EEUU y otras instalaciones estadounidenses y europeas, mataban, violaban, destruían y ponían a Nicaragua al borde del abismo.
Cuando el Comandante Daniel Ortega decidió que era el momento de restablecer la legalidad y la paz en toda Nicaragua, en pocas horas el sandinismo recuperó el control de todas las plazas y calles de todo el país. Fue entonces cuando, ante el poderío militar de los siempre cachorros de Sandino, los golpistas tan machos y guerreros con los indefensos, emprendieron su osada huida a pie hacia Costa Rica. Nicaragua se liberó de las garras del terrorismo nihilista y de la furia asesina de los profetas millonarios, que rápidamente huyeron. Ya no había ni rastro de los que proponían asaltar la casa presidencial, de los que pedían unos cuantos miles de muertos para volver al gobierno. La amnistía, generosa pero previsora, amplia pero con condiciones precisas, ofreció una prueba más del abismo ideológico, político y ético entre el sandinismo y sus detractores.
Álvarez forma parte de esa curia fascista que nunca ha querido reconocer el fin de la hipótesis golpista. Tiene en el cardenal maníaco sexual Marc Ouellet a su mentor espiritual y en el golpista obispo Báez a su guía político, mientras desprecia la fragilidad de monseñor Brenes y odia a los obispos predicadores de Dios como monseñor Sándigo. Por eso lleva años tramando hacerse con el liderazgo de la CEN y, convencido de que no será descubierto, organiza su pequeño reino que tendrá que abandonar pronto y forma su propio pequeño ejército que no librará ninguna batalla.
Lo ocurrido en Matagalpa reabrió el capítulo de las actividades de la Conferencia Episcopal en Nicaragua. Su derrota política ha tenido consecuencias en tres ámbitos: el primero es el económico, que es el más cercano a su corazón. El gobierno ha reducido a la mitad las ayudas estatales a los lugares de culto y al mantenimiento de las instalaciones de la Conferencia Episcopal. Los fieles, por su parte, se cuidan de no llenar el vacío.
El segundo ámbito se refiere a la pérdida constante de fieles, que se han alejado precisamente por una caracterización política histérica de la iglesia nicaragüense. Esos católicos desde 2018 han buscado entre las iglesias evangélicas y en sus oraciones privadas el consuelo religioso que ya no encontraban en una iglesia que se ha convertido en un búnker del golpe.
El tercer ámbito es a la vez premisa y consecuencia de los otros dos. Se refiere, de hecho, a la pérdida del papel político que la CEN tenía en el país. Un papel permitido no tanto por su influencia en los fieles, sino por una idea de gobierno de unidad nacional que desde 2007 hasta 2018 quiso incluir a la iglesia, a la representación de los empresarios (Cosep) y a la de los trabajadores con los diferentes sindicatos, en la planificación y gestión del programa de gobierno que ha logrado y sigue logrando la mayor obra de transformación social de la historia de Nicaragua.
Ese modelo de gobierno, ideado y deseado por el Comandante Ortega, quería colocar a las clases intermedias en el puente de mando del país, situándolas junto a la representación político-parlamentaria, considerando la unidad nacional a todos los niveles como la aplicación correcta y más significativa de la temporada de reconciliación política entre los nicaragüenses. Una forma de poner en primer lugar la cuestión de la paz, como premisa y fin de todos los demás razonamientos en un país maltratado por las guerras impuestas desde el exterior y el hambre de la oligarquía nacional racista.
Pero fueron precisamente la Iglesia y el COSEP los que echaron por tierra ese modelo, y lo hicieron de forma solapada, mediante el engaño y la traición. Pero si para el COSEP era comprensible el intento de volver a poner al latifundio al frente del país, en cambio era fruto del puro odio ideológico la voluntad golpista de la Iglesia, que no había recibido más que ventajas y honores del sandinismo. La CEN de Báez, Álvarez, Mata y Brenes llegó a dar un ultimátum a Daniel Ortega para que abandonara su función y su país, al tiempo que decía ser mediadora. No eran mediadores, sino la parte política e ideológica del golpe y utilizaron su papel en la sociedad para intentar poner al país en contra del gobierno. No lo consiguieron, salvo el tiempo que se consideró necesario para mostrar a todo el mundo, desde el más despierto hasta el último ingenuo, quiénes eran los golpistas y qué querían, y quiénes eran sus líderes políticos.
La detención de un obispo no es una noticia común, y evidentemente la iniciativa ha producido reacciones de todas las partes, pero no del Papa Francisco, quien, aunque naturalmente tenía el deber de intervenir en defensa de su obispo, se limitó a subrayar «mi convicción y mi esperanza de que, a través de un diálogo abierto y sincero, se puedan encontrar todavía las bases para una convivencia respetuosa y pacífica».
Será mejor que los obispos vuelvan a ocuparse de las almas, si es que alguna vez lo hicieron. Que se resignen a tener menos dinero para gastar y menos consenso para disfrutar. Imaginar que en Nicaragua se juegue con el golpismo es imposible hasta para el más estúpido. Creer que está preparado para nuevas indulgencias es demasiado incluso para los más ingenuos. El poder judicial nicaragüense no lleva sotana y, aunque carece de espiritualidad, la autoridad que tiene le permite actuar. En el más allá, Dios se encargará de la paz eterna, en este lado de la existencia será el sandinismo a garantizarla.