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Moisés Absalón Pastora: ¿Hacia dónde van las coronas?

La monarquía es indiscutiblemente un régimen político que tiene como jefe del Estado a un monarca, a un Rey. Este es designado democráticamente para ejercer el cargo por herencia o linaje, por lo que también se conoce como monarquía, a toda la familia real de un Estado. De esta forma, la monarquía se equipara al concepto de realeza como la existente en España, Inglaterra, Bélgica y otros países siendo la más tradicional la británica.

El monarca es la máxima autoridad del Estado y, en el caso de las monarquías autoritarias o absolutas, estos ejercen todos los poderes del Estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Por lo general siempre el primogénito es elegido y en algunas ocasiones la herencia monárquica permite que las mujeres de la familia real accedan también al cargo, pero en la mayoría de los casos no y el territorio sobre el que el monarca ejerce su autoridad es conocido como reino.

El lugar ocupado por el rey o monarca es conocido como «trono«, por ser el espacio físico en el que tradicionalmente se sentaban los monarcas en Europa rodeados de símbolos y tradiciones propias.

Actualmente hay 42 monarquías en el mundo que a su vez tienen países en todos los continentes del planeta bajo el dominio e influencia de sus coronas y aunque tengan autonomía carecen realmente de independencia por la que muchos libran hoy grandes batallas en función de su soberanía plena y absoluta.

Los monarcas dueños absolutos de la vida y hacienda de sus súbditos, se hacen ver como dioses, infalibles, intocables, supremos e inalcanzables y quienes les reverencian, porque sigue siendo una particularidad humillante, al menos para quienes nunca nos consideraremos súbditos de nadie, están sujeto a la autoridad de la corona por tanto tienen la obligación de obedecerlo en cada una de sus exigencias y desde que nacen como súbditos asumen como cierto que son menos que otros lo que presenta una marca que va contra la nobleza humana.

Introduzco así el tema que quiero abordar porque la Reina, Isabel II, con 96 años vividos, ya descansa en su suntuosa y última morada habiendo enterrado antes a 8 presidentes estadounidenses que le reverenciaron, a cinco papas que la bendijeron, vio levantar y caer el muro de Berlín y con ella se van siete décadas de saqueo, colonialismo, herencia monarquía absolutista, pero no sin antes heredar el trono al ya proclamado Carlos III que pasa a convertirse en el hombre más viejo, con 76 años encima, en lograr a esa edad por primera vez un trabajo formal.

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Respecto a Isabel II no murió alguien que le importe a la humanidad, muere alguien que le importa al poder global, a las elites y la herencia pervertida de una historia oscura, pero indudablemente es un deceso que atrae a la opinión mundial porque fue un funeral metódicamente planificado por años y fíjense que sin duda ensayado matemáticamente para que aquel concepto de “Rey muerto Rey puesto” calzara a cabalidad en el formato ideal de las películas del séptimo arte porque la idea fundamental de la procura mediática es que creamos que quien murió es la bondad.

Isabel Alexandra Mary Windsor con apenas 26 años nunca se imaginó llegar a ser Reina y menos sospechara ser la monarca más longeva de todos los tiempos, siete décadas en total, menos aún la enorme influencia que llegó a alcanzar siendo una ortodoxa consumada de la esencia monárquica hasta que los escándalos la sobrepasaron y la farándula se adueñó del Palacio de Buckingham.

Isabel II en sus 96 años de vida estuvo envuelta en acusaciones de racismo, divorcios, excesos, entre otros, en los que no precisamente fue protagonista, pero sí salpicada al tratarse del entorno de la familia real.

Uno de los polémicos desenfrenos fue su fortuna. A partir de 1993, la monarca tomó la decisión de pagar impuestos por la gran fortuna que tenía. No obstante, fue sorpresa cuando aparecieron millonarias inversiones en paraísos fiscales desde dónde nunca dejó de evadir lo que se constituyó en una caja de pandora porque la idea de aparentar, aunque tardíamente, una voluntad de transparencia se convirtió en el primer gran reclamo de la prensa británica.

Sin embargo, la revelación de la fortuna de Isabel II no fue tan atractivo como el primer escándalo familiar, el Lady Di y el príncipe Carlos, pues el matrimonio de ambos fue tormentoso e infiel por el fantasma de Kamila Parker, que ahora es la flamante Reina Consorte, un título honorario decidido por la difunta al margen de la cartilla monárquica.

Princesa Ana, que es la única hija mujer de Isabel II ha estado en el ojo público por sus amoríos con diferentes hombres, incluyendo su escolta. Curiosamente la Princesa Ana es la persona más popular en la familia real británica.

Una de tantas desvergüenzas cometidas por la monarquía que han salido a la luz pública es la del príncipe Andres, hijo de Isabel II. El hombre fue culpado por Virginia Roberts de una presunta violación contra ella cuando tenía 17 años. El hecho ocurrió bajo la asociación que tenía el príncipe Andrés con Jeffrey Epstein, acusado por tráfico de menores. Epstein tenía una red de narcotráfico infantil, que consistía en levar menores ante hombres poderosos económica y políticamente, con el fin de ofrecerles servicios sexuales.

Entre sus clientes estuvo involucrado el príncipe Carlos, quien al principio negó haber forzado a Virginia Roberts Giuffre, víctima de Epstein. Sin embargo, en enero del 2020 el Tribunal de Distrito de Estados Unidos para el Distrito Sur de Nueva York dictaminó que «era procedente la acción civil en contra del duque».

Ante la situación, el Palacio de Buckingham anunció que le fueron retirados los títulos militares y los patrocinios reales. De acuerdo, al citado medio, un año después, el príncipe Andrés llegó a un acuerdo en la demanda civil por agresión sexual presentada en su contra en los Estados Unidos. Tanto él como Virginia Roberts llegaron a un consenso​ judicial: El hijo de Isabel II realizó una donación sustancial a la organización benéfica de la señora Giuffre. ​

Otro escándalo fue el de la llegada de Meghan Markle al palacio y al entorno real. De hecho, se desataron diferentes críticas y polémicas después de que la mujer se convirtiera en duquesa al casarse con el príncipe Enrique, uno de los nietos de Isabel II.

La exactriz estadounidense de la que, sencillamente, el príncipe cayó rendido a sus pies, no soportó el peso de la corona y se retiró, junto con su esposo de los deberes reales. Pero todos los ojos quedaron puestos en la familia cuando, en una entrevista con la presentadora y periodista estadounidense, Oprah, confesó que no quería seguir viviendo en el palacio, puesto que en la familia real estaban más preocupados por la posible piel oscura de Archie, hijo de los duques.

Esos escándalos, seguramente con Carlos III, irán de más a peor porque está probado que el glamur monárquico esconde en realidad una cuartería promiscua únicamente interesante para la farándula, pero en cuanto a piratería se refiere, el despojo hecho por la Colonización inglesa en América junto a la corona española y portuguesa son los geófagos que se repartieron nuestras tierras, incluyendo la de Estados Unidos que tampoco nació del sombrero de un mago y culpable por la sangre de millones de aborígenes a los que acabaron como pueblos robándonos nuestras tierras, nuestro oro, nuestra plata, nuestras riquezas, nuestra identidad y nuestra libertad porque aún hay quienes luchan por ella.

Ahora mismo hay una corriente de pensamientos en aquellos países que tienen monarquías directas, 42 en total, o en aquellos que son parte del llamado Reino Unido conformado por Gran Bretaña, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, además en las colonias súbditas como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón y Tuvalu, que se plantean y cuestionan, en el mundo moderno que vivimos, sobre la conveniencia de ser súbditos o simplemente parte territorial del reino y de la corona de alguien que no fue electo sino designado, del que poco o nada saben de él y que al final es solo un mantenido sin arte ni beneficio que vive como magnate en palacios incomprables que son carga para el contribuyente inglés o de las colonias a las que le sacan únicamente sangre pues muchísimas de ellas impresionantemente pobres, lo que por supuesto contrasta con la vida ostentosa de los Reyes, Reinas, príncipes, princesas, duques, lores, caballeros y todos títulos imaginarios que existen y están por existir.

Estos reinados son un adorno histórico, pero con un gran gasto social que pagan los contribuyentes. Los múltiples palacios de los que hacen gala, el mantenimiento de estos, los viajes en vuelos privados y en super aviones, los yates que parecen cruceros, las estancias veraniegas, los apetitos personales, los excéntricos entretenimientos que prefieren, las fiestas, comilones, recepciones, la seguridad en su entorno, la fastuosidad ceremonial para el manteniendo de sus influencias políticas cuando uno las observa en la inmediatez mediática que vivimos parecen sacadas de un cuento, pero para qué sirven, qué aportan, que beneficio producen a un mundo empobrecido precisamente por toda esa locura que no ensambla con la realidad del presente.

Con la muerte de la reina Isabel II se cierra una época que comenzó en un mundo que ya no existe: sin internet y con dos potencias disputándose la hegemonía global, los Estados Unidos y la Unión Soviética. La mayoría de la población inglesa no conoce a un monarca distinto a Isabel II. Por ese motivo, se abre de nuevo un debate sobre el futuro de las instituciones monárquicas en Europa.

En ese Europa las figuras del rey o la reina prevalecen en Bélgica, Dinamarca, España, Países Bajos, Suecia, Luxemburgo y Reino Unido. No obstante, ninguna otra corona ha tenido el impacto al de la extinta cabeza de la familia Windsor, Isabel II.

En años recientes dos hechos han puesto a tambalear la firmeza de los reyes europeos. Los escándalos de corrupción y excentricidades del rey Juan Carlos I, de España por los cuales abdicó, y los no menos sonoros líos del príncipe Andrés, el hijo preferido de Isabel II de Inglaterra –cuyo nombre llegó a las páginas de los diarios por el caso de Jeffrey Epstein– y que abrieron grietas en un sistema político que ha sorteado siglos de poder, guerras y controversias.

En consecuencia, hay dudas super razonables sobre la capacidad del ahora rey Carlos III de superar la sombra de su madre y darle un nuevo aire a la monarquía. Idénticas sombras cobijan al rey Felipe VI, de España. La razón es simple: tanto Juan Carlos I e Isabel II sortearon crisis globales y locales que de alguna manera forjaron sus temples de estadistas.

El rey emérito español fue crucial en el proceso de transición de la dictadura de Francisco Franco a la democracia, Por su parte, Isabel II sobrevivió a las figuras de Winston Churchill y capoteó el huracán mediático que se desató con el divorcio de Carlos y Lady Diana.

Hoy vivimos un mundo pragmático que, empujado por sus contradicciones e incoherencias, reflexiona sobre el mal camino andado y exige de sus dirigentes golpes de timón que giren al puerto de la realidad.

Aunque parezca increíble han pasado siglos para que culturalmente despertemos y darnos cuenta que eso de las monarquías ha sido una especie de droga que nos alucinó con cuentos de Hadas, como los de Alicia en el país de las maravillas o de los sapos que al darles un beso se volvían un príncipe azul o el de la Cenicienta resucitada por el poder del amor. Todo eso fue producto del séptimo arte Hollywoodense, porque si de realidad se tratase tendríamos que decir que el Príncipe de Gales, ahora Carlos III, saldría aplazado por feo, antipático y además de pésimo gusto por la ahora Reina Consorte.

Veremos qué pasa ahora que Isabel II deja sus Palacios para radicar definitivamente los restos que quedan de ella la Abadía de Westminster, fundada en el año 960 d.C. por monjes benedictinos, es uno de los monumentos más reconocibles de Londres. La histórica iglesia ha sido escenario de todas las coronaciones desde 1066, y fue donde la entonces princesa Isabel se casó con el príncipe Felipe en 1947. Pero no ha habido un funeral de monarca allí desde el de Jorge II en 1760.

Isabel II se va sin los 462 millones de dólares que acumuló sin los 262 millones de dólares de patrimonio neto, sin los bienes personales, incluido el castillo de Balmoral en Escocia y Sandringham Estate en el este de Inglaterra, Ambos los había heredado de su padre. Sin la valiosa colección de sellos, numerosas obras de arte y sin su cartera de acciones. Sin las Joyas de la Corona calculadas en otros centenares de millones de dólares y sin todo lo que la monarquía, como símbolo político británico, le arrebató al mundo.