Hay quienes, desde su rentada falacia, se ufanan que el Santo Grial de la Democracia es el periodo neoliberal 1990-2006.
Eran los tiempos cuando la penuria, el prevaricato y el atraso descomunal se miraban como parte del folklore de Nicaragua.
Sí, esos que se alquilan para engañar, enmascarados de “apóstoles” de la democracia, sin haber aprendido a ser nicaragüenses, son también los que han sido un lastre para este sistema directo y participativo.
Prefirieron, en sus días de “gloria”, encubrir su rechazo al espíritu de la Democracia con el rito de la farsa del ayer y el escamoteo de la libre decisión del soberano.
Fueron, pues, incapaces de asumir el laborioso reto de enfocarse en su contenido esencial y constitucional: escoger y validar el derrotero de la sociedad, el desarrollo económico-sostenible-inclusivo, la paz integral y la autodeterminación que requiere un pueblo para contar con un digno Estado Nacional.
Empero, la rúbrica de la grandeza no viene entallada en los rancios escudos heráldicos de la alcurnia ni se expande en la viciada atmósfera de la mediocridad (disculpen el pleonasmo), sino al pie de los actos que cambian el retorcido curso de una Historia Nacional sin rumbo.
Para ello se necesita llevar en la sangre alma de patria, no ansias de plata.
Y optaron por aprovechar sus años en el ejercicio dorado del poder: unos, ocupadísimos en consolidar sus estatus y bienestar familiar exponencialmente, y otros, atareados en su abrupto ascenso social.
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Solo así podría explicarse, y no por anteojeras ideológicas, el descaro de “padecer” una nostalgia postiza por la mal llamada democracia.
¿Qué hombre o mujer, exentos del odio y del masoquismo, añorarían la descomposición imperante hasta el primer sexenio del siglo XXI, conocido en el bajo mundo del cinismo como “Estado de Derecho”?
El mismo expresidente Jimmy Carter, en su informe del Centro homónimo, por su forma diplomática no habló de desastre, pero lo dejó entrever, sin mencionar las maniobras de 1995, ejecutadas en un Congreso que cayó en manos de los saltimbanquis de la política.
“En 1996, observamos las elecciones una vez más, empero la confianza en futuros procesos acabó siendo socavada por irregularidades”.
La Real Academia de la Lengua es clara.
Socavar significa: “Excavar algo por debajo, dejándolo en falso”.
“Debilitar algo o a alguien, especialmente en el aspecto moral”.
Aplicado a Nicaragua, el Consejo Supremo Electoral de 1996 no era ningún cristalino manantial de democracia. Solo era un pernicioso vinagre destilado a dos bandas en el alambique del Parlamento que brindaba también, “a la salud” de Nicaragua, un coctel de miserias humanas más destructivo que el Molotov: confabulación, pasadas de cuenta, traiciones, imposturas, oportunismos e intrigas.
Carter cuestionó: “Las dificultades políticas y administrativas ocasionadas por la composición y funcionamiento partidistas de las autoridades indican la urgente necesidad de restaurar la credibilidad del Poder Electoral a través de una reforma de fondo de la Ley Electoral de enero del 2000 y del Consejo Supremo Electoral como institución”.
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Pero la triste historia no se origina en el año 2000, sino en 1995, un año antes de las elecciones.
El CSE era secuela de la complicidad y alevosía de grupúsculos sin representatividad nacional que, en 1995, desde el Poder Legislativo, desmarimbaron el diáfano tribunal electoral que instaló la Revolución Sandinista en 1990.
Por un lado, los marginados del festín gubernamental trataban de tragarse, por hambrientos rencores, a la Administración de Violeta Chamorro, amén de ponerle tranques leguleyos a la potencial candidatura presidencial del ingeniero Antonio Lacayo (q.e.p.d.).
Y, por el otro, apoderarse del Consejo Supremo Electoral.
En esa deriva autoritaria, disidentes insignificantes de la antigua Unión Nacional Opositora al alimón con sus pares desertores del Frente Sandinista, dirigidos por Sergio Ramírez, se repartieron a diestra y siniestra ese poder del Estado. Su primer “triunfo” fue tomarse el órgano parlamentario, a espaldas del mandato ciudadano del 25 de febrero de 1990.
No solo empañaron su transparencia, sino que empeñaron la Democracia a cambio de cuotas de poder nada despreciables, para efectos individuales y partidistas.
Y urdieron unas reformas electorales y constitucionales a la medida de sus ambiciones para tomar el poder…
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Con los cálculos de “La lechera” del cuento.
Sí, ellos que pontifican sobre la “independencia” de poderes y el “sagrado” respeto a las urnas.
Paralelo a ese proceso de deterioro institucional, la mayor parte de los diputados electos bajo la divisa del Frente Sandinista, quisieron apoderarse del partido sin ninguna consulta al pueblo sandinista. Y si no lograban sus objetivos, declararse “disidentes”, asesinar la reputación de la institución rojinegra, del comandante Daniel Ortega en particular, y de quienes cerraron filas para no perder el legado del General Augusto César Sandino.
En resumen, fue, en toda la línea, un asalto a la voluntad popular.
Los padrastros de la patria habían legislado, literalmente, para el Basurero de la Historia.
1996: Elecciones en la basura
Democracia malversada.
Boletas del soberano sustraídas, tiradas, perdidas…
La revista Envío, UCA, Número 176, Noviembre 1996, testifica:
“Daniel Ortega dijo que había 60 mil votos favorables al FSLN que estaban desaparecidos en el conteo oficial del CSE. Por esta razón, deducía que los telegramas que estaban siendo enviados desde todo el país al CSE llegaban con datos alterados.“Desde ese día y durante varios días más estuvieron apareciendo en cauces, baldíos y basureros de la capital cientos y cientos y cientos de actas de escrutinio y boletas marcadas y sin marcar. Las elecciones en la basura.
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“A pesar de tantos pesares, la Presidenta del CSE, Rosa Marina Zelaya, continuó el día 22 y el 23 dando resultados preliminares elaborados en base a los cuestionados telegramas”.
Este era lo que decía la UCA, actuando como casa del saber. Y lo sabíamos todos.
Sabíamos con claridad lo que significaba aquello de “gobierno democrático” sea Chamorro, Alemán o Bolaños.
Sabíamos que “líder democrático” y partido ídem, eran y son sinónimo de Estado Parroquial, autoritarismo y exclusión social, nada que ver con Democracia.
Sabíamos que las máscaras entonces podían más que los rostros.
Sabíamos que la mojigatería contaba con el poder, y la decencia llevaba siempre las de perder.
Sabíamos que decir conservador, era pronunciar “liberal” y por “liberal” otra forma de amar y conservar el somocismo: es que nada, absolutamente nada tenía que ver con el auténtico Liberalismo Doctrinario del General Nacionalista José Santos Zelaya, del inteligente historiador José Dolores Gámez, del General e Intelectual Rigoberto Cabezas, quien reincorporó la Costa Caribe a Nicaragua, y del Héroe, Doctor y General Benjamín Zeledón.
Sabíamos que mientras el sistema produjera desdichas y más subdesarrollo por un lado, y enriquecimiento a una élite, por el otro, la “democracia estaba en buenas manos”.
Sabíamos que si habían desmantelado la Democracia con todo y Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua, el país iba sobre “rieles”.
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Sabíamos que si el Torquemada de “Educación” mandaba quemar libros, dejaba deteriorar las escuelas e institutos, se ponía precio a la Enseñanza Pública, se eliminaba la merienda escolar, borraba de la Escuela del barrio el nombre del niño mártir Luis Alfonso Velásquez Flores para glorificar a Máximo Jerez, contratista de los filibusteros Byron Cole y William Walker, “disfrutábamos del siglo de las luces”.
Sabíamos que si la gente de los lugares remotos se moría por enfermedades fácilmente curables y el país seguía careciendo de médicos y medicinas, centros de salud y hospitales, contábamos con la Democracia más sana y robusta del continente, por no decir del planeta.
Sabíamos que si la mayor parte del torrente de boletas y actas electorales de 1996 fue a parar al enorme espacio democrático de “La Chureca”, a través de los “cauces cívicos” de la desgracia en que se convirtieron los 145 kilómetros de canales naturales que atraviesan la cuenca de la capital, Nicaragua, en manos de la servidumbre de la oligarquía, “gozaba” de una democracia de muladar.
Y muladar, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia, es “Aquello que ensucia o infecta material o moralmente”.
Por supuesto, algunos “observadores” extranjeros ni se inmutaron ante la gravedad de la errática actuación del CSE. Hasta una delegación de turistas electorales de España alabó su “puridad”.
Y “bendijeron” el atraco a la democracia.
Con todo y lo que contaminó la industria sin chimenea de la “observación electoral”, su guion prefabricado nada tenía que ver con la realidad, como precisó la revista universitaria:
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“En este ambiente de desorden que hubo en todo el país, especialmente notable en Managua, empezaban a asomar su oreja por todos lados las inconsistencias. Lo único consistente fue el deseo de votar de la inmensa mayoría, la voluntad de participar con los votos para cambiar las cosas y salir de una vez del desgobierno y miseria de los años chamorristas”.
La publicación atornilló que en 1996 se produjeron unas “Elecciones tan poco transparentes que impiden ver con claridad cuál fue en verdad la voluntad de los nicaragüenses en varios puntos del país”.
Así despidieron los “demócratas” el siglo XX, con un merecido homenaje a la memoria de Somoza y la era de las elecciones supervigiladas: el fraude monumental.
De todo esto quedan todavía algunas lucrativas lágrimas de cocodrilo.
Nada que merezca el mármol.