Barricada

Moisés Absalón Pastora: Estrellas y estrellados

En esta vida hay dos tipos de personas, las que nacen con estrella y las que nacen estrelladas. Este es un tema muy recurrente, quizá muy sociológico, que vale la pena poner en perspectiva porque encierra en sí mismo la razón del éxito que te sonríe en cualquier parte o en caso contrario te conduzca al fracaso envidiando la estrella de aquel que nació para triunfar.

Conozco gente y hasta muy cercana que viene desde abajo, que la vida le resultó una gran escalada con una pesada mochila llena de sacrificios, que no se detuvo en la escarpada y con esfuerzos titánicos llegó a cima desde dónde comenzó a visualizar un mundo que devoraba con ansias con la fija visión de cambiar lo malo por lo bueno, de hacer el bien sin mirar a quien, de dar la mano sin esperar nada, de acompañar a quien andaba solitario, de fortalecer amistades para que a través de ellas se construyeran puentes de unión.

Esas personas que desde el suelo conquistaron grandes alturas son dignas de ser reconocidas porque son una expresión guerrera de tenacidad y perseverancia y seguramente lo más trascendental es que son estrellas capaces de irradiar a otros con su luz cuando sus valores son inspiradores.

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Lo ideal es que las estrellas sean siempre lumínicas, que su brillo siempre sea intenso, que desde largas distancias se identifiquen y sobre todo que sean tocables porque al final de eso se trata, uno siempre quiere tocar las estrellas o ser una de ellas. El problema sin embargo es que la poderosa luz de una estrella no necesariamente es eterna, al menos no las terrenales, porque si de las que están dando luz a la universal bóveda nocturna de los cielos se trata, estas solo desaparecen cuando se convierten en destellos fugaces que caen en el no se dónde, pero si se trata de las estrellas humanas la cosa cambia cuando la energía vital que las hace luz se disipa por la incapacidad de mantener los pies en la tierra, de perder la perspectiva del ideal para finalmente convertirse en lo que tanto odiaron.

Muchas veces escuché, de no pocas personas, la adolorida crítica contra gentes que alguna vez fueron percibidas como una estrella y que de pronto, como invadidas por el germen de la figuración, del protagonismo desmedido, por la ansiedad de llamar la atención o ser el centro de todo, se comenzaron a opacar, pretendiendo ser exclusivamente los mejores, hablando mal de todos los demás, ofendiendo con palabras soeces a sus más cercanos amigos, llevando y trayendo chismes y lo peor visiblemente encantados por la envidia que genera el fulgor de otras estrellas mucho más intensas y apreciadas.

Hay estrellas que tienen aún brillos externos, pero por dentro están totalmente apagadas. Son esas estrellas que las conocen porque alguna vez tuvieron un nombre, que viajan sin rumbo cierto, que se frisaron en el espacio y que en su presente viven de los liderazgos y apariencias más personales que políticas que algún miembro de su reducido séquito les publicó, pero más allá de eso hay un vacío visible a su alrededor que se hace más distante en la medida que la estrella se estrella.

El asunto amigos es que vivimos entre muchas estrellas que nacieron con las mismas capacidades pero que terminaron estrelladas porque perdieron el dominio de seguir siendo luz. A lo largo de la vida de estos astros lumínicos, unos paridos en cunas de oro y en pesebres otros, al final, el que hace la diferencia es uno mismo cuando somos originales, cuando rechazamos ser copia de aquel que nunca quisimos ser.

Pienso que Nicaragua quiere estrellas y no estrellados y la mayor reafirmación de lo que expreso es el país que tenemos hoy y si queremos seguir así debemos optar por la luz y no la oscuridad y eso simplemente significa que debemos apartarnos de la fatalidad, que nos alejemos del crítico destructivo que solo señala y señala y rehúye ser parte de la solución, que debemos romper las ataduras con aquel que por punto de partida tienen a la envidia como “As” bajo su manga porque lo que pretende es arrastrarnos como el meteoro destructor y apocalíptico que se lanza sobre la superficie fértil de aquel que desea producir para avanzar hacia la sociedad más ideal, más humana y más fraterna.

El éxito de ser personas, no patanes, ser amigos no hipócritas, ser humanos no cosas, depende de nuestro esfuerzo, de nuestras ganas de salir adelante, de ser más que alguien en la vida. El éxito no depende de con cuantas comodidades nacimos o si tuvimos pañales de tela o desechables sino de lo bueno que nos inspira y de lo que inspiremos y nunca de aquellos que asumiendo posiciones mesiánicas nos quieran llevar a su propio fracaso.

A propósito de este tema que hoy me ocupa cierro compartiendo con ustedes una preciosa reflexión sobre las estrellas.

Existían millones de estrellas en el cielo. Estrellas de todos los colores: blancas, plateadas, verdes, doradas, rojas, azules.

Un día, inquietas, ellas se acercaron a Dios y le dijeron:

«Señor Dios, nos gustaría vivir en la tierra entre los hombres».

«Así será», respondió el Señor.
Las conservaré a todas ustedes pequeñitas, como son vistas para que puedan bajar a la tierra.

Cuéntese que, en aquella noche, hubo una linda lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y a correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños y la tierra quedo maravillosamente iluminada.

Pero con el pasar del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando la tierra oscura y triste.

«¿Por qué volvieron?» -Preguntó Dios a medida que ellas iban llegando al cielo. «Señor, no nos fue posible permanecer en la tierra; allí existe mucha miseria y violencia, mucha maldad, mucha injusticia».

Y el Señor les dijo: «¡Claro! El lugar de ustedes es aquí en el cielo.

La tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que pasa, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere, nada es perfecto.

El cielo es el lugar de la perfección, de lo inmutable, de lo eterno, donde nada perece».

Después que llegaron las estrellas y se hubo verificado su número, Dios volvió a hablar: «Nos está faltando una estrella. ¿Será que se perdió en el camino?».

Un ángel que estaba cerca replico: «No, Señor, una estrella resolvió quedarse entre los hombres. Ella descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límite, donde las cosas no van bien, donde hay lucha y dolor».

«¿Que estrella es esa?» -Volvió Dios a preguntar.

«Es la Esperanza, Señor. La estrella verde. La única de ese color».

Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola. La tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y Dios no necesita retener es la Esperanza. Dios ya conoce el futuro y la Esperanza es propia de la persona humana, propia de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo será el futuro.

Recibe en este momento esta estrella en tu corazón: La Esperanza. No dejes que ella huya y no permitas que se aparte. Ten la certeza de que ella iluminará tu camino, sé siempre positivo y agradece a Dios todo lo que tienes. Sé siempre feliz y contagia con tu corazón iluminando a otras personas.