La idea de derrocar gobiernos por la fuerza es tan antigua como la política. Tiene su origen en los complots para sustituir a la clase dominante por otra nueva y triunfa o fracasa en virtud del sistema de alianzas nacionales e internacionales que los apoyan. La metodología ha cambiado, pero la fisonomía conceptual sigue siendo la misma: imponer por la fuerza el dominio de las élites sobre la voluntad del pueblo y eliminar las anomalías políticas que prometen insubordinación al imperio.
Sin embargo, la historia contemporánea, a pesar de la diversidad geográfica y contextual de los escenarios donde se han producido los golpes de Estado, señala una constante: todos ellos han sido inspirados, financiados, a menudo incluso organizados, por Estados Unidos. En la historia contemporánea, el golpismo existe porque Estados Unidos lo utiliza y, por consiguiente, asociar ambos elementos no es una exageración.
Sanciones, guerras, golpes de Estado: ningún continente se libra, ya que el imperio unipolar estadounidense considera que el mundo entero es el escenario de su seguridad nacional, para garantizar la cual destruyen a las demás. La crisis de su liderazgo les lleva cada vez más hacia soluciones de fuerza, y así es como el golpe de Estado ha pasado de ser una opción operativa a la única línea de la política exterior estadounidense. Es la versión planetaria de la Doctrina Monroe; no es sólo un modo de aplicación del dominio imperial, sino que se ha convertido en una categoría central de la acción política estadounidense.
Por otra parte, la desestabilización permanente es ahora la herramienta preferida para reforzar los fundamentos sistémicos de Estados Unidos como contrapartida a su declive. Su doctrina de seguridad nacional se basa en impedir por la fuerza el desarrollo de los demás y saquear todo tipo de recursos disponibles en el planeta para garantizar la supremacía de su propio modelo. Se trata de garantizar la vigencia del orden imperial y esto se logra tanto con las alianzas militares occidentales, así como ajustando el papel de los organismos multilaterales y del propio derecho internacional en beneficio exclusivo de los intereses estadounidenses.
Por razones de imagen internacional, Estados Unidos favorece el modo de golpe parlamentario o el uso del poder judicial para sustituir a la fuerza política ausente, pero cuando el poder judicial local no está disponible para el lawfare y los partidos de la oposición no tienen los números suficientes para derrocar gobiernos en el Parlamento, entonces inician el golpe callejero.
¿Por qué Nicaragua?
El caso de Nicaragua es uno de los más llamativos de la historia reciente del golpismo. El golpe de Estado planificado se gestó tras la segunda victoria electoral del Presidente, Comandante Daniel Ortega, cuando quedó claro que la fuerza del sandinismo y las divisiones internas de la derecha no permitirían que el marco político fuera derrocado en las urnas. La violencia con la que se desató y la insistencia con la que todavía hoy se intenta alterar su perfil y distorsionar sus causas y efectos, confirma la decisión con la que Washington intentó desalojar al sandinismo de Nicaragua y parece simbólica de la política estadounidense en todo el mundo.
Hay varios componentes: la relevancia geopolítica de Nicaragua, que ha llevado a Estados Unidos a intervenir directamente desde principios del siglo XX, es sin duda uno de los más importantes. El tamaño del país y su acceso a los dos océanos son elementos de gran importancia para posibles desarrollos en términos comerciales, militares y de control de las vías de comunicación y de los procesos migratorios. La victoria del sandinismo trae consigo un desafío a la capacidad de injerencia de EEUU en la zona, y controlar Nicaragua supondría una indudable ventaja estratégica, más aún en una fase histórica en la que el decadente imperio ve con preocupación el crecimiento de un bloque internacional que aspira a transformar en gobernanza multipolar el dominio unipolar.
Se puede argumentar que Nicaragua no es el único país cuya propia ubicación geoestratégica lo pone en riesgo de políticas agresivas y depredadoras: es cierto, de hecho Nicaragua comparte atenciones imperiales con otros países. Hay, sin embargo, un elemento adicional que atañe a la especificidad nicaragüense y que es de naturaleza exquisitamente política: la afirmación histórica del sandinismo es, en la forma y en el sustancia, una aplicación de la doctrina antiimperialista, irreductiblemente antitética a la política anexionista estadounidense.
Biden puede imaginar el patio trasero o adelantero, pero la realidad es que en Managua existe una doctrina de independencia y soberanía nacional adversos a los intereses extranjeros. Esta es la naturaleza del choque, lo que impide a Washington considerar Managua solo como una anomalía, un relativo fallo en el sistema, una ruptura soportable en el mecanismo de control estadounidense de todo el continente latinoamericano.
Se pensaba que 2018 podía ser un buen año para la conspiración de los perversos. El apoyo político y el respaldo financiero a la oligarquía y la expansión de su sistema mediático, los intentos de corromper e infiltrar las altas esferas del sistema, las campañas mediáticas nacionales e internacionales hostiles al gobierno, la generación de mentiras colosales sobre todos los aspectos de la vida sociopolítica nacional, las denuncias de violaciones flagrantes pero inexistentes de los derechos humanos y el establecimiento de un violento clima de confrontación social. Estos elementos constituyeron algunos de los pasos decisivos para el desencadenamiento de la agresión, que se intentó presentar internacionalmente como una emergencia humanitaria para luego intentar, si se daban las condiciones, una intervención exterior que derribara el marco político.
El 2018 fue revelador del sistema de valores de la derecha en Nicaragua, que en tres meses exhibió todo su catálogo criminal y esparció todo el odio que corre por sus venas. El objetivo era intimidar y exasperar a la población para obligar el gobierno a rendirse, erradicando así el sandinismo de Nicaragua. Un cálculo imbécil antes que equivocado: incapaz de una lectura histórica y contingente del país, sobreestimó la fuerza real de unos cientos de bandidos y subestimó la del sandinismo.
Los golpistas no ganaron porque no tuvieran apoyo popular, porque el Ejército y la Policía Nacional de Nicaragua son leales a la Constitución; porque el Frente Sandinista es uno de los tres partidos de masas y armados del continente, y está dotado de experiencia y cualidades beligerantes; porque la habilidad política y táctica del Comandante Daniel Ortega es absolutamente superior a la de los golpistas, y su liderazgo es reconocido como Padre de la Patria por toda la población, no solo por los sandinistas.
La verdad y las mentiras
Cinco años después, con el país recuperado de las heridas y pérdidas sufridas, con los procesos judiciales y políticos que han cerrado la historia política del golpe, la horda bárbara que intentó sin éxito derrocar al gobierno del Comandante Daniel Ortega y Rosario Murillo sigue causando polémica. Las fabrican los medios imperiales y los «progresistas» que siguen la ola, porque tienen la derecha como adversario y los revolucionarios como enemigos. El vergonzoso informe a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU sobre Nicaragua es una muestra de cómo EEUU y la UE siguen considerando a Nicaragua un desafío abierto a su dominio, porque demuestra cómo incluso en un contexto tan limitado su poder puede convertirse en impotencia.
Managua ha dicho en cada oportunidad posible – y lo seguirá diciendo siempre que tenga ocasión o razón para hacerlo – que en Nicaragua no hubo «levantamiento pacífico» en 2018, porque no fue un levantamiento ni fue pacífico. Fue un intento de golpe de Estado querido por el gobierno de Estados Unidos y ejecutado por militantes de derecha, con el MRS a la cabeza, utilizando la metodología expuesta en el manual de «golpes blandos» del ex agente de la CIA Gene Sharp.
Las mentiras y omisiones son la estructura narrativa de los informes inventados con fines denigratorios y que cuentan cosas que nadie en Nicaragua ha visto ni escuchado. Entre las imágenes verídicas de 2018, no se ve otra cosa que el horror de mujeres violadas y asesinadas, hombres quemados vivos, torturas a prisioneros, que fueron amarrados, humillados, burlados, golpeados y en algunos casos asesinados para dar rienda suelta a los matones.
Sin embargo, a través de la arquitectura de una operación político-mediática, se sigue intentando reescribir la historia, la crónica incluso, de aquel complot urdido desde el día siguiente a la victoria del sandinismo en 2006. Supuestos expertos en derechos humanos mienten sabiendo que mienten, ocultan con la esperanza de enterrar la verdad y la responsabilidades. Señalan a las víctimas como culpables y convierten a los culpables en víctimas. Todo para «satanizar» al sandinismo y revertir otra derrota de EEUU en Nicaragua. Se habla de supuestas «libertades de prensa» violadas, pero no se habló de ello cuando los «estudiantes pacíficos» incendiaron las radios sandinistas con los trabajadores encerrados dentro, indicando claramente cuál es el modelo de libertad de prensa al que se refieren.
Pero el veredicto no lo tienen ellos. Pueden denigrar, mistificar, encubrir, redactar informes falsos y hacer que los organismos internacionales y los gobiernos bajo su control los tomen como creíbles, pero el pueblo nicaragüense lo sabe y lo recuerda todo.
Aquel Abril de hace cinco años reconfirmó la lección histórica de Nicaragua. La derecha empeñada en aterrorizar a la población, el FSLN dispuesto a liberarla. Porque antes de defender a un gobierno, el sandinismo salió a cerrar las cuentas con los golpistas para cumplir con su tarea primordial: defender al pueblo nicaragüense de cualquiera que lo ataque. Se garantizó la paz y el derecho a prosperar, y se hizo con las buenas y con las malas.
El derecho a la paz y al desarrollo, así como la integridad institucional, son defendidos y garantizados por el sandinismo. No hay represión inmotivada ni medidas legislativas injustificadas: el FSLN no teme a la derecha porque no teme a la confrontación política, fuerte en sus argumentos y en el ejemplo que da. El pluralismo político será respetado si no intenta avanzar hacia la violencia y la opresión, hacia la venta del país al enemigo externo. Con la razón e incluso con la fuerza, si necesario, se garantizará todo el ámbito de los derechos sociales y políticos, pero no se permitirá una nueva temporada de golpismo. Esta es la Nicaragua de hoy y de mañana. Que guste o no.