Barricada

Moisés Absalón Pastora: Pandemia en calles y carreteras

La familia nicaragüense es víctima directa de un nuevo tipo de pandemia que a nosotros en lo particular como país se nos está volviendo cada vez más difícil de controlar, es más ni el propio coronavirus nos resultó tan letal como lo que ahora enfrentamos a pesar del inmenso esfuerzo que en muchas direcciones se hace para acabar con el nuevo asesino.

Ya se volvió moneda de uso corriente o dejó de ser noticia, porque casi todos los días sucede, que escuchemos por los distintos medios de comunicación el trágico reporte de gentes muertas, lisiadas y de daños irreparables y cuantiosos en bienes privados y públicos donde de por medio hace presencia la irresponsabilidad, el alcohol, el irrespeto a las leyes de tránsito, la permisividad extrema de los padres de familia para con sus chateles y la ligereza de los dueños de transporte público o selectivo en cuanto al estado de sus unidades.

Es tan recurrente la pandemia rodante en las calles y las carreteras que cuando oímos que en cualquier parte del territorio nacional ocurrió una tragedia solo nos limitamos a decir “otro más”, pero no tomamos conciencia del gran problema que representa ese “otro más” porque mañana, pasado mañana o cualquier otro día ese “otro más” puede ser usted, puedo ser yo, o puede ser toda una familia o todo un conglomerado que viaje en un transporte, que independientemente del tamaño, se vaya a un abismo o se estrelle contra otro porque, se le fueron los frenos, porque alguien se le cruzó, porque el otro lo propició, porque andaba bajo sustancias sicotrópicas o simplemente bolo y en estado de inconciencia plana.

De lo que hablo es de la alta accidentalidad vial que padece el país que para graficarlo mejor diré que es un problema de seguridad nacional y hay que verlo así subrayado, en mayúscula, en negrita y en cursiva porque las estadísticas son impresionantes, dan escalofrío y aterra que por la irresponsabilidad de asesinos tras el volante buenas se nos estén muriendo.

Los informes de Seguridad de Tránsito Nacional de los últimos meses de este año reflejan un promedio de 800 accidentes o colisiones por semana, dejando un rastro mortal de víctimas que promedian de 2 a 3 personas fallecidas por día, además de la secuela de otra gran cantidad de gentes lesionadas.

Cuando esto sucede nos quedamos en la nata del asunto o en la periferia del verdadero centro que representa el tema porque contamos los muertos, pero no lo que dejan los muertos y esos son familiares que perdieron al padre o a la madre, al esposo o la esposa, al hijo o la hija y por supuesto en la orfandad a cualquier cantidad de criaturas.

Cuando solo engrosamos las estadísticas con los muertos que producen los que causan los accidentes o los crímenes se nos va que el fallecido o la fallecida era la cabeza de familia que proveía el sustento familiar, lo que hace de la pérdida algo más doloroso aún por el desamparo económico que viene después que no son limitaciones alimenticias solamente sino de la pérdida total de techos y hogares.

Contamos los muertos, sí, pero el daño colateral expansivamente es tan devastador como enterrar a un ser querido porque cuando quedan lesionados esto igualmente le cambia la vida a la familia porque requerirán de tiempo para cuidar al quebrado, al mutilado, al que hay que alimentar y mantenerlo junto al resto de la familia que dependía de aquel que por su condición de accidentado de paso perdió el trabajo y eso implica gastos no previstos, como traslados a centros hospitalarios con determinada especialidad o compra de medicamentos, empeorándose así la situación económica más allá del núcleo familiar del lisiado pues afecta a los padres, madres, hermanos o tíos del que está hospitalizado o convaleciente en casa y eso sin mencionar lo que nos cuesta también a los contribuyentes pagar por ese lesionado porque inmediatamente pasa a ser un costo de atención médica de los centros hospitalarios públicos al que hay que destinar recursos que bien podrían emplearse para mejorar la calidad de vida de otros pues se nos pierde de vista, aunque la salud nos sea gratuita, que la medicina y el mantenimiento de los hospitales es de millones de dólares.

Esta pandemia es mortal y económicamente depredadora de nuestros recursos y aunque indiscutiblemente se hacen esfuerzos por controlarla, creo yo, que hay que ir más allá de incrementar el costo de las multas por infracciones a las normas de tránsito, porque no parece que esto, particularmente a los bolos les haga mella; hay que ir más allá de las charlas de educación vial a conductores de todos los tipos de vehículos, porque percibo que estos creen que es una escuelita de mentira; hay que ir más allá de las publicaciones de las cartillas o manuales dirigidos a conductores y peatones, porque las miran como simples instructivos que solo saben de ellos cuando se los leen porque por ellos mismos no lo hacen pues hasta leer les produce cansancio: hay que ir más allá del aumento en la cantidad de agentes de tránsito en la vía pública, porque muchas veces en las narices de estos, buses que van en competencia para ver quien llega primero se tiran la roja en las narices de los agentes de tránsito: hay que ir más allá de la ejecución de los diferentes Planes Operativos que persiguen la disminución de los Accidentes de Tránsito.

Por supuesto cada medida que enfrente esta pandemia de los asesinos tras el volante siempre es importante y es válido cada esfuerzo estratégico que conduzca a reducirla y aunque veamos la disposición de las autoridades la letalidad o se mantiene o va en aumento y ante esta realidad hay que reaccionar y entender cómo lógica humana la insatisfacción de seguir escuchando todos los días en los medios de comunicación la puesta en libertad de esos individuos que por una u otra razón se han visto involucrados en Accidentes de Tránsito en los que por andar borrachos asesinaron a personas, lesionaron personas o bien, una combinación de ambos, dejando en los familiares una sensación de impotencia ante la impunidad, al no ser castigados estos homicidas con el rigor que se esperaba de las Autoridades Judiciales que pienso yo, deberían cerrar toda posibilidad de excarcelación a aquel que haya propiciado una tragedia por andar bolo, borracho, tomado, picado o con solo unos traguitos, porque algunos creen salvar el clavo diciendo si solo me tomé dos cervecitas porque ese debería merecer en tal caso cárcel porque es asesino y no homicida.

Ya muchos de esos asesinos salieron libres porque lograron convencer a los familiares de las víctimas, de la conveniencia de un “arreglo pecuniario”, porque se impusieron las argucias legales de los Abogados para dejar en libertad a los infractores o porque lograron una sentencia ridículamente reducida a favor del irresponsable. Un referente reciente de esto fue el caso ocurrido en Managua, en el sector de Las Piedrecitas, cuando el conductor de un camión, arrolló frontalmente a una pareja que viajaba en Motocicleta al realizar una maniobra para aventajar a otro vehículo, dejando como resultado el fallecimiento de las dos personas que viajaban en la moto. Los medios de comunicación entonces hablaban de hasta de tres fallecidos, dado que al parecer la Mujer que iba en la motocicleta estaba en estado de embarazo y el Judicial dictó solo seis años de prisión para el Homicida.

Dada la cantidad de casos que a diario se conocen, pienso, se debería hacer estudio técnico con mayor profundidad para dar rigidez a las penas y sanciones y a la vez realizar una revisión de los preceptos jurídicos que tratan esta materia, porque es evidente que no hay una separación e interpretación adecuada entre lo que pudiera constituirse como un verdadero “Accidente de Tránsito” y el “Homicidio o Lesiones” como producto de actos personales dolosos y temerarios.

Respecto a esto hay que ser claro; los accidentes existen, son situaciones fortuitas que solo suceden y nadie quiere ni provocarlos ni sufrirlos. Un Accidente es algo inesperado, que no se podía prever y que sí provoca daños, lesiones o consecuencias negativas: rotura de objetos como cristales, tuberías, partes de un coche o daños físicos como quemaduras, esguinces, etc y aunque tenga muchos orígenes, por ejemplo, como la imprudencia peatonal, desperfectos mecánicos del vehículo, deterioro en el estado de salud del conductor, mal estado de la vía pública, mal estado del tiempo como lluvias con escasa visibilidad y otros casos similares comprobables, en lo fundamental, nunca es doloso porque nunca existió la intención de provocar el accidente y esos son factores que deben considerarse como eximentes de responsabilidad en beneficio del conductor que mató o lesionó a alguien.

Otra cosa sin embargo es lo que corresponde al conductor que bajo los efectos de alguna droga, por andar borracho, por manejar temerariamente a exceso de velocidad, por ir contra la vía, por invadir carril o cualquier otra particularidad, porque en tal caso ahí lo que aplican son otros factores que están lejos del homicidio, pero muy cerca del asesinato y es en este aspecto que creo no se puede condescender de ninguna manera porque entonces la letalidad en las calles y carreteras será como hasta ahora cosa de todos los días.

Así como Don Ciro Castro de Matagalpa, que me dio luces para escribir sobre este tema, que ya es un asunto de seguridad nacional, una gran parte de la ciudadanía está preocupada por lo que pasa en nuestras calles y carreteras y aunque reconoce el gran esfuerzo del gobierno y de la Policía Nacional para enfrentar el problema, sí nos queda un sabor frustrante que reclama más solides contra la temeridad de algunos conductores que son tan auténticos asesinos que para ellos una pistola o un timón es un arma para matar a gente inocente.

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