En la primera década del presente Siglo 21, las fuerzas políticas progresistas y revolucionarias en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua y Venezuela llegaron al gobierno y se mantuvieron en el poder por la vía electoral de la democracia representativa. Las oligarquías gobernantes de Occidente se encontraron con el problema de cómo iban a poder derrocar a gobiernos legítimos antiimperialistas, elegidos bajo las propias reglas democráticas promovidos por Estados Unidos y sus aliados. Históricamente, el poder imperial de Estados Unidos en la región se expresó principalmente por medio de su poder militar y su dominio financiero y comercial. Pero después de los fallidos intentos de golpe en Bolivia en 2008 y Ecuador en 2010 y el exitoso golpe de estado de 2009 contra el presidente Manuel Zelaya en Honduras, Estados Unidos empezó a poner más énfasis en estratagemas más sigilosas basados en elementos de lo que el presidente Obama designó como el “poder suave”.
Las victorias electorales del Comandante Daniel en 2011 en Nicaragua y del compañero Nicolás Maduro en Venezuela en 2013, después del fallecimiento del Comandante Hugo Chávez, dieron un impulso fuerte a este proceso. También fue alentado por el exitoso golpe suave contra el presidente Lugo en Paraguay. Estados Unidos y sus países siervos de la Unión Europea se pusieron a diversificar y mejorar su caja de herramientas de “cambio de régimen”. Aumentaron la guerra diplomática y mediática contra todos los gobiernos que defendieron su soberanía. Intensificaron el genocida bloqueo del pueblo cubano y las sádicas medidas coercitivas unilaterales aplicadas para destruir las condiciones de vida de la población de Venezuela.
Financiaron de manera masiva a ONGs en toda la región como focos alternativos de la oposición política y en Nicaragua las movilizaron para el fallido intento de golpe de estado de 2018, y luego del fracasado intento, empezaron a aplicar las medidas coercitivas contra el país. De 2017 en adelante, en Ecuador cooptaron el traidor Lenin Moreno y sus compinches para revertir la Revolución Ciudadana de los gobiernos de Rafael Correa y entregar el país a la corrupta derecha neoliberal. En Bolivia compraron los altos mandos militares y policiales para efectuar el golpe de estado de 2019. En Argentina, abusaron su dominio del Fondo Monetario Internacional para usurpar el manejo de la política económica nacional y eliminar el margen de maniobra del nuevo gobierno de Alberto Fernández.
Manipularon de manera descarada instituciones como la Organización de Estados Americanos y distintas oficinas de las Naciones Unidas como medios de ataque a los gobiernos que defendieron su soberanía, especialmente en los temas de derechos humanos y de los refugiados. Intensificaron su abuso del llamado “lawfare” contra las y los dirigentes de movimientos políticos progresistas, de manera más notoria en Argentina, Brasil y Ecuador. Promovieron su espuria jurisdicción extra-territorial, por ejemplo ocupando el usurpador Juan Guaidó y sus cómplices para secuestrar varios importantes activos del patrimonio venezolano, y también en casos como lo del avión venezolano confiscado en Argentina.
Hay que recordar que todas estas medidas se desarrollaron en el contexto de la presencia militar de Estados Unidos en la región, por medio de más de setenta bases e instalaciones militares. La mayoría se ubican en el Caribe y América Central pero se mantienen otro tanto en países como Argentina, Chile, Colombia, Paraguay y Perú. El Comando Sur de las fuerzas armadas estadounidenses ha desarrollado nuevos acuerdos de cooperación militar para desarrollar más ejercicios conjuntos con los militares regionales y para establecer nuevas instancias de presencia militar estadounidense por ejemplo en la base aeroespacial brasileño de Alcantará. Las fuerzas militares aliados de la OTAN también mantienen un presencia en la región, lo más notorio siendo la ocupación británica de las Malvinas.
El objetivo de Estados Unidos no ha cambiado en casi dos siglos, lograr y mantener el control estratégico de la región y sus recursos naturales. Sin embargo, se sigue disminuyendo la influencia y poder de las élites estadounidenses en la región. Por ejemplo prácticamente ningún gobierno de América Latina y el Caribe apoya la OTAN en su guerra en Ucrania contra Rusia. Ahora, la visita a Cuba, Nicaragua y Venezuela del hermano presidente Raisi de Irán es parte de un importante impulso de parte de varios países de América Latina para diversificar de manera más activa y urgente sus relaciones internacionales diplomáticas, económicas y comerciales.
Cuba ha confirmado su categórico compromiso político con el desarrollo de sus vínculos económicos, comerciales, financieros y de cooperación con la Unión Económica Eurasiática, liderado por la Federación Rusa. Entre otros acuerdos, acaba de anunciar una importante iniciativa con empresas de Belarus y Rusia para desarrollar nuevas medicinas y vacunas. En la toma de posesión del presidente Erdoğan en Türquiye, Nicaragua y Venezuela aprovecharon la presencia de sus delegaciones de alto nivel para consolidar las relaciones con otros países de la región como Arabia Saudita y los países del Golfo Pérsico.
Vale la pena recordar el papel imprescindible de la República Popular China para facilitar el histórico entendimiento este año entre Irán y Arabia Saudita, lo cuál disminuye de manera radical la influencia de Estados Unidos en esa región. Desde América Central, la presidenta Xiomara Castro ha viajado a la República Popular China para abrir la embajada de Honduras allí. Honduras ha solicitado integrarse como miembro del Nuevo Banco de Desarrollo del grupo de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). La semana pasada también, Irán anunció la apertura de dos bancos iraníes y un centro comercial en Brasil y la visita al país de una importante delegación iraní más tarde este año.
Junto con Argentina, Irán ha solicitado formalmente integrarse al grupo BRICS para ser seguido posiblemente por países como Arabia Saudita, Egipto, Nigeria y Türquiye entre otros. El presidente Lula de Brasil ha llamado explícitamente por la creación de una moneda alternativa al dólar estadounidense. Estos acontecimientos representan un serio desafío al poder e influencia de Estados Unidos en el mundo. En América Latina y el Caribe indica el rechazo regional a la obsoleta Doctrina Monroe. El impacto de este desafío se refleja en casi todos los países de la región cuyos respectivos gobiernos se encuentran frente a dilemas políticas y económicas fundamentales.
Políticamente, los altos oficiales de Estados Unidos presionan de manera incesante que los países de la región tomen su lado contra de la República Popular China y la Federación Rusa de la misma manera abyecta que lo han hecho los países miembros de la OTAN y Japón. Pero las relaciones financieras y comerciales de América Latina y el Caribe con China y, para ciertos productos como fertilizantes, con Rusia han alcanzado niveles de importancia vital, prácticamente existencial, en toda la región. Además, en un sentido económico más fundamental, se trata del indiscutible fracaso del capitalismo occidental neoliberal para lograr el desarrollo necesario para garantizar condiciones de vida adecuadas y la verdadera democracia económica a las mayorías empobrecidas.
El fracaso de la globalización neoliberal ha conducido las élites gobernantes en Estados Unidos a abandonar sus posiciones ideológicos anteriores. Ahora, abogan por una revisión del llamado Consenso de Washington, reorientando sus políticas económicas hacía el proteccionismo y la intervención estatal. Las cifras disponibles indican que desde 2000 el aporte de Estados Unidos al PIB mundial, calculado en base a la paridad de poder de compra (PPP), ha caído desde alrededor de 30% a alrededor de 16% mientras el aporte de China ha aumentado más de cuatro veces a más de 18%. Durante la última década, en Estados Unidos la productividad laboral, componente esencial del crecimiento económico, aumentó en promedio solamente 1.1%, en China durante el mismo período aumentó 6.6%.
Altos oficiales como Secretario de la Tesorería Janet Yellen dicen que van a aumentar la intervención económica del gobierno estadounidense en apoyo al sector privado para dinamizar la economía. Lo que no mencionan Yellen y sus colegas es su implacable guerra de clase contra la mayoría de la población estadounidense para bajar el costo de la mano de obra. Sucesivas administraciones de ambos partidos dominantes han ido eliminando el apoyo a los programas de salud y seguridad social para millones de familias en la pobreza para así forzar a la gente de edad económicamente activa a aceptar peor remuneración y peores condiciones de trabajo. El último ejemplo de esta guerra de clase fue el reciente paquete de medidas acordadas entre el gobierno y la oposición republicano en la legislatura supuestamente para evitar un impago de las obligaciones del gobierno.
La economía estadounidense no puede competir con la de China. En general, las economías occidentales no pueden competir con las economías del mundo mayoritario. Para las naciones de América Latina y el Caribe, esta realidad presenta de manera concreta el dilema de qué modelo económico deben de aplicar. Están sujetos a la constante intimidación y chantaje occidental para mantener un capitalismo neoliberal enfocado en maximizar las ganancias corporativas. Por otro lado, se ha demostrado las indudables beneficios que pueden lograr con el modelo de cooperación ganar-ganar con enfoque sobre las necesidades y aspiraciones de la persona humana por medio de una mayor apertura e intercambio con las economías más dinámicas del mundo mayoritario.
Cuba, Nicaragua y Venezuela ya superaron este dilema porque con sus respectivos modelos revolucionarios a favor de sus pueblos y en defensa de su soberanía nacional, se alinean naturalmente con China y Rusia. Sin embargo, en los demás países de la región se están desarrollando intensos conflictos entre los aliados locales de Estados Unidos y los gobiernos de la región que quieren mantener abiertas todas sus opciones financieras y comerciales, promoviendo políticas para mejorar la desigualdad y pobreza que prevalecen en sus países. El resultado de estos conflictos a corto y mediano plazo quedan a ver en Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Uruguay. Chile y Paraguay siguen dominados por la derecha. La estabilidad en Bolivia sigue amenazada por el golpismo cruceño. Lo que es indiscutible es que el imperio estadounidense en la región y en el mundo ha caducado y ahora lucha contra el corriente para mantener su reducida influencia y poder.
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