Desde el principio de la humanidad la muerte siempre fue un tema que de muchas formas genera debates, aun así, haya mucha gente que, por miedo a lo inevitable, a lo único seguro que tenemos en la vida, prefiere esquivar.
El miedo a la muerte se define como tanatofobia y es algo natural en los seres humanos ya que nos llegará a todos más tarde o más temprano porque siempre, aunque sabemos qué es la muerte, recurrentemente abrimos grandes interrogantes para preguntarnos qué hay detrás de ella y a lo mejor en el fondo no es miedo a irnos, porque hay conciencia que no hay manera de esquivar la partida, sino que prevalece el temor a lo desconocido, a no saber dónde vamos, aunque los cristianos estamos seguros de ir ante el máximo juez quien examinará y determinará sobre lo bueno o malo que hayamos escrito en el libro de la vida.
Nos preguntamos qué sucede después de morir, unos que dejamos de existir, otros que van al cielo o al infierno, incluso hay quienes piensan que se quedan en el medio de la nada en un purgatorio y desde ese planteamiento de ascender a las alturas, descender al averno o quedarte como alma en pena nos quedamos patinando o filosofando sabiendo que para darnos cuenta de lo que está en el más allá primero tenemos que morir y el único que ha resucitado a la Gloria es Jesús de Nazaret.
De todas formas, el tema de la muerte se ha convertido en una gran obsesión para quienes se aterran por ella y cuando estos pensamientos sobre la muerte son muy frecuentes, las preocupaciones pueden llegar a convertirse en temores más problemáticos para aquellos que lo sufren y entonces como no aceptan que nadie es inmortal se enferman, se deprimen y razones de alta tensión síquica adelantan su partida perdiendo así el privilegio de disfrutar en vida las bendiciones que Dios nos confirió en un mundo del que únicamente somos transeúntes, viajeros de paso, en el que estamos hoy y mañana no.
Abro con el tema de la muerte otro muy relacionado a ella y se refiere a que, en la época feudal del Japón medieval, aunque se sigue dando con menor frecuencia en estos tiempos tan contemporáneos, el suicidio, que es también muerte, era un recurso o código de la casta guerrera de los Samurái y se utilizaba para proveer al sujeto de una muerte honrosa ante la alternativa de una vida caída en desgracia.
Ese código es conocido aún como Harakiri y debía realizarse con una daga específica llamada “Tantō” y en su ejecución el practicante requería una vestimenta de color blanco, que simbolizaba la purificación y se realizaba frecuente en jardines. Para comenzar la ceremonia, el Samurái suicida se introducía la daga en el abdomen y la retorcía de izquierda a derecha y para evitar que esta práctica fuera agónica debido a su lentitud, junto al suicida se situaba un asistente llamado “kaishakunin”, que posteriormente le cortaba la cabeza. Tras el ritual, la cabeza era presentada a la autoridad competente, y posteriormente su familia la recibía para poder darle sepultura.
En el siglo XIX la casta samurái fue suprimida, lo que supuso una eliminación de parte de estas tradiciones que, para el nuevo tiempo en el que entraba, se consideraban anticuadas. Esta práctica fue abolida oficialmente en 1873, lo que redujo drásticamente su utilización.
En política la figura del Harakiri más que un recurso metafórico es una definición para ubicar en la escena pública a todo aquel que en cuerpo y alma, por la acción de sus propios actos, se mató y no necesariamente como los Samurái que lo hacían por honor ante la derrota o el descrédito por una situación particular o ajena, sino por brutalidad, por dar coces contra el aguijón, por nadar en el sentido contrario de una brava corriente, por mentir ante la monumental evidencia de la verdad, por dañar colectivamente el interés mayor de un sector que pudiendo ser una sociedad, un pueblo o una nación fue víctima directa de un falso salvador, libertador o mecías que finalmente se descubrió como jinete del apocalipsis que por expresas ambiciones fue incluso capaz de llevar la desgracia a su propia familia.
En Nicaragua, ahora más fuera de ella que dentro, hay quienes se hicieron el “Harakiri político” es decir hay curas, sacerdotes, monseñores y obispos; hay empresarios de maletín que fueron asalariados de extranjeros; hay traidores que de revolucionarios y nacionalistas nunca tuvieron nada; hay negociantes de los derechos humanos que actúan como verdugos; hay ambientalistas que jamás regaron un palito; hay estudiantes que no comen zacate porque no les da el pescuezo; hay microfoneros que diciéndose periodistas son mercenarios; hay negociantes de los medios de comunicación que hicieron de la pregonada democracia, -la del imperio- una industria multimillonaria y todos ellos, junto a otros que por tiempo y espacio no sumo al listado, quisieron alguna vez ser políticos para retomar el poder pues en la generalidad en los tiempos de Violeta Barrios, de Arnoldo Alemán y del tristemente célebre Enrique Bolaños, fueron ministros, diputados, alcaldes, contralores y magistrados a los que se les conoció únicamente en escándalos de corrupción que denunciaba aquel periódico de la carretera norte que ahora además de virtual es quien los defiende.
Pues para esos que ejecutaron el fallido golpe de estado de 2018 todo les resultó una fracasada aventura, porque nunca se imaginaron a lo que se metían, es más creyeron que era un juego y fue tan deslumbrante aquello que les pintó el financiero, Estados Unidos, que nunca se detuvieron a analizar a qué se metían, con qué contaban, se les ocurrió que lo tenían todo a partir de sus propias conclusiones dónde por supuesto no incluyeron a los que estábamos del otro lado, perdieron de vista un ejercicio fundamental que se llama cálculo dónde la principal arma a tener es el pueblo, es el ejército, es la policía y sobre todo la razón.
Abril de 2018 fue para los puchitos, ya ni a puchos llegan, algo mágico porque, aunque venían siendo entrenados desde años atrás por la embajada americana, cuando desataron los infiernos se sintieron estimulados por el poder mediático de las redes terroristas y cibernéticas que lanzaban al estrellato nuevamente a alacranes que se habían escondido bajo las piedras y estrenaron algunos rostros nuevos que se idiotizaron con el flash de las cámaras, el decir de los periódicos, las entrevistas de las radios y el acuerpamiento de las corporaciones mediáticas del imperio que elevaban a la condición de héroes a un grupo de delincuentes a los que se sumaban los peleles y satélites del imperio que juraba que Daniel Ortega, el Frente Sandinista y la Revolución caían.
Aquello era una locura impresionantemente delirante. Se imaginan un grupo de resentidos, de fascistas y desclasados promiscuamente revolcándose con sotanudos, anti naturas, ladrones y asesinos que únicamente repetían como loras que el fin era acabar con el sandinismo, con las tres cuartas parte de la población de Nicaragua.
Al margen de todo tipo de cálculo y de posibilidades toda esta escoria debió partir de algo más que elemental y es preguntarse a quien enfrentaban y es que en su soberbia pretendieron olvidar que quien estaba al mando y continua al mando es José Daniel Ortega Saavedra, entrado en años sí, pero por eso mismo lleno de la gran sabiduría que solo la experiencia política, de más de 50 años de lucha otorgan y certifican a un estadista de ese calibre.
Siempre sostengo, en reconocimiento a la disciplina y estructura político militar del FSLN, que aquella locura a una orden del Presidente Daniel Ortega, no hubiera dejado piedra sobre piedra en aquel fallido golpe de estado, y aunque muchos decíamos y hasta cuándo vamos a seguir poniendo una y otra vez la mejilla, lo más sabio fue no combatir el fuego con fuego, ni la violencia con la violencia, por lo que el sandinista a orientación de su líder se replegó en defensa de su vida y mientras eso pasaba las redes sociales nos mostraban lo que el odio estaba haciendo contra el país al que desangraron y estrangularon.
Los bárbaros solo querían el poder para seguir robando y para entregar a Nicaragua como trofeo agradecido a quien les financiaba, Estados Unidos. Nunca hubo algo que justificara sus crímenes, nunca quisieron dialogar y cuando la paciencia llegó al límite entonces la policía salió a liberarnos y el Presidente a darles una amnistía, una segunda oportunidad, pero no la quisieron porque continuaron con sus cargas letales de odio y sin entender lo de la no repetición, que se había establecido un marco jurídico contra el ciberdelito, contra el terrorismo y la traición, siguieron tocándole los huevos al tigre porque decían que la ley no los alcanzaría porque de ser así el amo de los bárbaros, el imperio se molestaría.
Lo demás lo conocemos, ya sabemos cómo terminó ese cuento de camino, ellos, los traidores fuera y sin patria y nosotros aquí con Nicaragua en nuestro corazón llenándonos con el éxito de nuestras victorias de más razón y convicción para sentirnos correctos en el lado de la historia que ocupamos porque hoy con mucho orgullo podemos decir que aquí hay patria.
Los que allá son archipiélagos, por cierto, muy distantes entre sí y extremadamente pequeños, ya casi invisibilizados, lo que siguen haciendo es suicidarse, es hacerse el “Harakiri político” todos los días y en cualquier momento creyendo que con sus locuras van a llamar la atención de quien ya no les financia como antes, de quien está cerrando el grifo que les chorreaba plata y a montón.
Cada uno de estos, desde su muerte política, ahora prefieren esconderse de las cámaras que antes buscaban desesperadamente porque como Adán y Eva, que se supieron desnudos por el pecado consumado, por el mismo que fueron desterrados del Edén, del paraíso, ahora se avergüenzan cuando los tontos que un día creyeron en ellos les llaman payasos, oportunistas, mentirosos, fracasados, vividores y ellos saben perfectamente que son la estafa personificada y que su mejor conveniencia es aprender a trabajar porque la mayoría de ellos vivieron siempre mamándole la teta al erario público sin aportar absolutamente nada a un pueblo que por años les mantuvo sus francachelas.