Barricada

  ¡El Derecho Humano de no volver atrás!

La poesía es memoria.

Salomón de la Selva !

Debo 

un país que le dejé a otros 

creerla, quererla y crearla República.

Debo 

un tiempo que debió 

ser un agradable recuerdo.

Debo 

lamentar

una tarde de lluvia veraz 

que no cayó 

en el suelo feraz 

ni desplegó 

en los tacotales el Arcoíris de la Paz, 

sino que todo se desperdició 

entre los pedregales del alma íngrima, donde jamás

ya, caerá la salubérrima brisa de Dios.

Debo 

una flor que por temor 

adolescente no entregué a lo nuevo

para mí… Un inocente amor, 

en realidad, amor imposible,

mas tenía el valor, el sabor,  aquella flor, 

la forma de un popsicle 

jinotepino de donde el buen señor,

don Benicio Herrera, allá por la Normal de Varones 

Franklin D. Roosevelt, prestigioso centro forjador

de robles docentes. Corazones 

todoterreno que no perdieron su prístino fulgor

de vitales campeones.

II

Debo,

por respeto al idioma náhuatl, 

a la cultura chorotega

y al poeta, pintor y narrador 

Fernando Silva, insistir

que El Güegüence no es el nombre 

comercial y deformado Güegüense, tampoco 

gentilicio de “nicaragüense”.

El Güegüence, Güegüetzin,  

es con “C”, de Tzin, partícula que dignifica 

al Güegüe o viejo, 

que no es uno más, sino El Viejo:

El gran Güegüence. El original.

Lo demás no está a la altura

de Nicaragua. Es copia, ignorancia 

y menosprecio a nuestras culturas 

madres originarias, que enriquecieron, 

y amalgamaron, 

y nunca empobrecieron, 

a nuestra lengua madre bien nacida

allende de los mares y nuestros mapas: 

el castellano florecido y enaltecido por el Panida

Rubén, aquel muchacho de Metapa.

III

Debo 

una milpa 

que nunca me atreví a cultivar, 

pero sí a gozar  sin derecho, de la bendita industria 

nicaragüense del deleite…

Sí.

De la tortilla, del yoltamal, 

de la revuelta, 

del perrerreque, del nacatamal

de la güirila,

de la cosa de horno,

de la hojaldra, de la rosquilla,

del tamal pisque,

del chingue, del pinol, 

del tiste,

del pinolillo, del atol.

del tibio con todo y chingaste, 

del pozol, 

de la chicha, del chilate,

de la cususa… hasta el que, en su Alea iacta

est, cumple su beber de altos quilates

con el deber de Morir Soñando en Camoapa.

Debo 

agradecer todo ese inmenso trabajo 

del agricultor por hacer posible 

nuestra sazonadísima gastronomía,

y al cálido arte de la cocina mayor,

de la cultora y del cultor 

del gusto,

a sabiendas de que, aparte de la mejor miel, 

y fuera de la mies del Señor,

también hay paladares de hiel… 

Es el que se opina superior 

y solamente es una deshabitada piel.

Tal V.I.P. de la ingratitud 

hoy puede disfrutar de su postizo Paraíso, 

aunque en los músculos faciales de la amargura

ya esté

cincelado, al hierro vivo,

el para-eso-les-pago,

esa-es-su-obligación,

son-mis-impuestos,

antes-era-mejor,

es-su-deber,

gran-cosa…

Debo 

reconocer a los artistas de la cocina

y de los alambiques criollos,

como si contara con la autoridad 

de un chef náhuatl, 

de un infalible sumiller chontal,

una maestría ladina en Pinol de iguana

y un doctorado chorotega en Indio Viejo.

IV

Debo 

una canción 

que no pude componer

pero con Víctor M. Leiva, Abelardo Pulido,  

Camilo Zapata, Otto de La Rocha, 

Leo Dan, Roberto Carlos,

Julio Iglesias, Chicago y Juan Pardo,

ya lo demás, 

aunque suene a herejía, 

sobraba. ¿Estás seguro?

V

Debo 

una inexcusable omisión

al no contarle a Leonardo Favio 



que aquel jovencito del Partido Socialista

—que vivía por El Cementerio

de Jinotepe, 

que era alegre,

que por eso mismo se enfrentó a la desdicha

instaurada y a la tristeza armada

llamadas dictadura de Somoza- 

Guardia Nacional;

que cayó en combate el 25 de marzo de 1979—

no entonaba canciones de protesta. 

No. 

El cantaba con tono de barítono,

Fuiste mía en verano.

Debo 

aceptar, Marvin, 

Marvin Alemán, que… 

otra vez ya no será

Pero aquí lo digo ahora, y conste 

cuánto te costó 

esta Nicaragua Grande.

VI

¿Debo

perdonar, sin tomarles en cuenta,

los estragos causados al país 

los que aprovecharon, durante los ochenta,

la  sangre de mártires como Marvin? Su raíz

alimentó la Revolución que pusieron a la venta

los mismos usurpadores con el matiz 

de una culta disidencia

que fue la parte oculta de la peor parte de la infeliz

putrefacción fermentada en los noventa.

Eran los “revolucionarios” 

que maldecían la “democracia burguesa”,

porque nosotros-los-proletarios 

no necesitamos de las chochadas esas.

¡No a las urnas!,

vociferaban los ásperos “viajeros 

de la oportunidad” que con hábitos de alcurnia

gozaron del poder entero.

(La frase es del doctor Rafael Casanova)

¿Perdonarlos?

Sería como adorar a esos

que se movían como un ídolo sin elegancia 

en el tablero de mando. Tiesos, muy tiesos, 

en su vanidad y su arrogancia.

Sería 

perdonar a los que nunca pidieron

perdón al pueblo,

y más bien aplaudir el extremo descaro

de la perfidia en pleno, 

cuando en coro, pájaros

de alto vuelo, 

dijeron: ¡Adiós muchachos!

Debo, 

pues, mis disculpas, 

de nuevo, 

porque no se puede librar de culpas 

a quienes ciegos

de ambiciones, con su oportunismo

y sus devastadores egos,

echaron mano, sin escrúpulo alguno, del ismo 

que se amoldara a su juego de doctos chagüiteros 

para amparar su inmaculado cinismo. 

VII

Debo 

admitir que en el Diccionario de la Historia 

de la Decencia, las palabras que más suman vigores,

Gratitud y Lealtad, abrigaron la gloria 

de ser completadas con la noble

acepción épica de carne, poesía y memoria:

                    Tomás Borge.                  

        Lágrimas, guerrillas y victorias.

  ¡El Derecho Humano de no volver atrás!

VIII

Debo 

un perdón, o dos 

(¿docenas?), ya no sé, que no me atreví 

a pedir por orgullo.

Debo 

la práctica 

de la religión dominical 

que encubre 

mi nihilismo semanal y mi ateísmo

con dormida adentro.

Debo 

tanta sinceridad 

porque me eché mis técnicos eufemismos, 

a veces al strike cantado, 

como-toda-la-gente, 

y brindé una que otra hipocresía en las rocas. 

como-toda-la-gente.

Debo 

todas esas palabras auténticas 

del alma 

que nunca saqué 

a asolear ni a la acera.

IX

Debo 

no haberme regocijado más 

con la gente buena, 

que no se las da, pero se da a los demás.

Debo

mi admiración a esa gente de brío

que viene de muy abajo, 

humilde, pero no por tener unos cuantos sencillos

en la Caja Fuerte del Digno Trabajo.

Humilde porque vos sos, él, ella, todos los antónimos 

en cuerpo y alma que tipifica la Real Academia:

del vano, del engreído, del espíritu mínimo, 

del soberbio en el bárbaro grado de pandemia.

Héroes integérrimos… 

Argamasa 

de los hombres y mujeres de Buena Voluntad.

Vos, ellos, ellas, sello de la verdadera raza 

superior de la Humanidad.

Vos, ellas, ellos, nunca serán

portadas en People, 

Forbes, ni ¡Hola! , mas estarán 

en los titulares de Sol

entre las  celebridades del Cielo. 

Y aquellos que alcanzaron el Nirvana

de su gusano interior, con el detestable anzuelo

de sus vanidades, les está reservada la primera plana

del Olvido Mayor, debajo del mausoleo 

fastuoso que no verán, ni el tañido de campanas

que tampoco oirán, en medio de tanto clamor. Allí, donde, creo,

París bien vale lo que en el desierto la amarga retama…

Ni una misa que sirva de consuelo.

Debo

tratar de entender 

por qué

algunos se tragan dogmas inútiles

que lastran la fe

y se congestionan de odio.

X

Debo 

la mirada 

que no debió apartarse de aquellos 

formidables contornos 

femeninos, lo que es justificable.

Debo 

reprobar a la zafia

canalla que se le va los ojos, 

sin vergüenza, tras la hermosa Patria 

del prójimo,

de los que con plata 

ponen su corona de abrojos

para sangrar el mapa 

soberano, marcado por esos lobos 

como tierra de robo y desalojo, sátrapas 

que con la moral en saldo rojo  

al adueñarse de su fascinante silueta, expanden su Atlas

infame a su gusto y antojo, de puros despojos. 

Apoderarse, los miserables

—vaya meta final—,

de sus encantadoras vetas y otros codiciables

recursos, en los que se afanan, hasta el abuso del mal,

los del Cuarto Círculo insondable,  

que al poseer las tentadoras fronteras, lograrán el brutal 

éxtasis de la abyección total, lo que no es justificable.

XI

Debo 

una mejor plática 

de aquel vino descorchado 

sin razón alguna.  

XII

Debo, 

porque me fui en el bus,

un viaje nocturno en el Ferrocarril del Pacífico,

desmantelado con todo y Nicaragua

por el mismo linaje que descarriló la nación 

en los 90 y lo intentó de nuevo 

en abril-julio de 2018, 

por exceso de desprecio a la gente sencilla

y falta de amor azul-blanco-y-azul. 

XIII

Debo 

un abrazo al Mombacho,

a su activa presencia lejana y azul,

porque en su demorada ladera 

de diciembre, bajaba en una tarde elaborada 

de cafetales. Una tarde de verdes banderas 

rebosantes de júbilo rojo que después 

ondearían su humeante aroma, 

al reencontrarme

con el amor que solo el Niño Dios 

podía regalarme.

XIV

Debo 

una taza de amistad 

a la altura del café de Nicaragua,

Perla de la Paz

que alumbra desde el Centro de las Américas.

XV

Debo 

dar gracias por el Betseller Eterno,

Libros de los Tiempos.

Libros que son la Historia de un Pueblo

y de los hijos de los hombres.

Una Cruz, una Agonía, una sola Redención.

Un Único y Sumo Pontífice: 

Jesucristo Hombre.

Insustituible, Indestructible, 

Inmutable Puente entre Dios y la Humanidad.

Debo, 

porque debo, y necesito,

dejar 

de ser un religioso en tránsito 

por este mundo, un rigioso más, 

donde habito con el hábito 

del infinito engaño del rebaño hético que detrás

va de heréticos ritos, oficios y mitos. 

Debo 

leer la Biblia 

con mis hechos, 

para no deberle tanto a la vida… 

Edwin Sánchez