A 48 años del paso a la inmortalidad del Comandante Pedro Aráuz Palacios, sus hermanos, Don Jorge y Doña Adela, compartieron sus recuerdos más íntimos, revelando al hombre detrás del héroe, aquel hermano amoroso, disciplinado y profundamente comprometido con su familia y con la causa revolucionaria del pueblo nicaragüense.
Doña Adela recuerda con nostalgia la cercanía que tenían con Pedro: “Éramos muy unidos todos. Era una persona bien reservada, no hacía comentarios de las cosas, tan reservado que ni siquiera nos contó que se iba. Practicaba sus ejercicios solo, sin que supiéramos en lo que andaba, pero era un hermano cariñoso, bien tranquilo”. La memoria de ese hermano amoroso permanece viva en ella, especialmente en el último gesto que Pedro tuvo con ella antes de partir: “Lo último que recuerdo es cuando me dijo que no lo iba a volver a ver, tocándome la cabeza… lo tomamos como una broma, pero en realidad era su despedida silenciosa. Luego, solo nos quedaban las cartas que nos enviaba, su manera de seguir presente a pesar de la distancia y el peligro”.
Don Jorge, el hermano menor, se mostró profundamente emotivo al narrar su relación con Pedro: “Yo apenas tenía 8 años cuando él pasó a la clandestinidad. Conmigo siempre fue el hermano mayor, protector, silencioso pero siempre pendiente. Recuerdo que me regaló mi primer trompo Guayacán y me enseñó a usarlo. Él estaba pendiente de todos nosotros, incluso desde la clandestinidad, enviando cartas que eran consejos, guía, protección… siempre nos hablaba de estudiar, de mantenernos alejados de los vicios, porque la juventud debía estar preparada para la revolución y para la vida”.
Sus palabras reflejan la fuerza de un hermano que, aunque ausente físicamente, permanecía vigilante y cercano a su familia. Don Jorge se emocionó al recordar cómo las cartas de Pedro les enseñaban disciplina y responsabilidad: “Nos decía que la revolución iba a necesitar mucho de nosotros. Cada carta era un mensaje de amor y de orientación, y nos marcó para toda la vida. Él nos protegía, nos educaba, nos guiaba en todo”.
La partida del Comandante no fue sencilla de asimilar. La familia recibió la noticia de su ausencia y de sus acciones revolucionarias a través de los medios, especialmente tras el secuestro de un avión en 1969, un hecho que confirmó el compromiso y la valentía de Pedro. Don Jorge rememoró la incertidumbre y el dolor de aquellos días: “No hubo despedida. La noticia llegó de repente. Cuando se confirmó que era él, sentimos orgullo, pero también un dolor profundo. Para nosotros era imposible imaginar la magnitud de su sacrificio, y sin embargo, él había triunfado en su misión”.
Doña Adela compartió cómo, a pesar de la distancia y los años, el amor fraternal de Pedro se mantenía intacto: “En sus cartas siempre nos recordaba cuidarnos, estudiar y prepararnos, porque la revolución iba a necesitar de nosotros. Tenía un cariño silencioso, profundo, que se sentía en cada palabra que nos enviaba. Nunca hablaba de lo que hacía, pero estaba siempre presente en nuestros corazones”.
La mística y la disciplina del Comandante Pedro Aráuz Palacios también dejaron una huella imborrable en la formación de sus hermanos y de quienes lo conocieron. Don Jorge subrayó: “Él era un hombre entregado, muy disciplinado, puntual, organizado. Esa disciplina le permitió cumplir con su compromiso revolucionario y también formar en nosotros un sentido de responsabilidad, de servicio y de amor por el pueblo”.
A lo largo de la conversación, Don Jorge no pudo contener la emoción al hablar del legado que Pedro dejó en Nicaragua: “Cuando pienso en la juventud, en los avances que hemos logrado… educación gratuita, universidades en el campo, hospitales, infraestructura, deporte… todo esto nos recuerda el sacrificio de nuestros caídos. Pedro y sus compañeros abrieron el camino, y nosotros debemos transmitir a las nuevas generaciones la mística, la entrega, la vocación de servir al pueblo. Esa es nuestra obligación y nuestro compromiso”.
Doña Adela y Don Jorge coinciden en que recordar a Pedro no es solo un acto de memoria, sino una inspiración para continuar su lucha. “Nos enseñó a valorar las cosas, a reconocer los logros que se han alcanzado gracias a su sacrificio. Su vida nos inspira a ser mejores y a mantener viva la historia de nuestra patria”, expresó Don Jorge, visiblemente conmovido.
El 17 de octubre, cuando se conmemore el 48 aniversario de su paso a la inmortalidad, la familia de Pedro Arauz Palacios y el pueblo nicaragüense rendirán homenaje a un hombre que fue mucho más que un revolucionario: un hermano, un hijo, un educador, un protector y un ejemplo de entrega absoluta a la causa del pueblo. Su mística, su disciplina y su amor por Nicaragua continúan guiando a las nuevas generaciones hacia la construcción de un país más justo, libre y digno.
