En el diario Barricada del 8 de noviembre de 1991, se publicó un testimonio inédito del Comandante Carlos, un análisis sobre El Chaparral, la experiencia guerrillera vivida por él en 1959 con poco más de veinte años y en la que resultó herido de gravedad: “Quiero referirme a los dolorosos sucesos de El Chaparral, y cualquiera puede comprender que una persona como yo, al igual que todos los que corrieron peligro, no tiene el menor interés de deformar la realidad y más bien todo lo contrario, o sea, encontrar las verdaderas causas del fracaso […] Estoy convencido de que al momento de prepararse el movimiento que culminó en El Chaparral, nuestro pueblo no había producido todavía sus dirigentes naturales”[1].
La fundación del Frente Sandinista no solo fue precedida por la experiencia de El Chaparral, sino por toda una serie de luchas que surgen del periodo de Oscurantismo (como Carlos mismo lo llamó), periodo que va del asesinato de Sandino, traición preparada por Somoza en complicidad con el Departamento de Estado de Estados Unidos, en 1934, hace ya casi un siglo, al sacrificio de Rigoberto López Pérez en 1956, que cierra ese periodo y cambia el ciclo histórico. Rigoberto logra ese salto histórico, porque la casi totalidad de los esfuerzos encausados en la lucha por nuestra liberación antes de su gesta, estaban directa o indirectamente ligados a las paralelas históricas, Rigoberto rompe esa camisa de fuerza. Desde entonces, las posibilidades históricas se abren en muchas direcciones posibles y la Revolución Cubana, que triunfa en 1959, multiplica esas probabilidades de liberación de nuestro pueblo, así como de los pueblos sometidos de Nuestra américa.
La experiencia de El Chaparral, antes de la fundación del Frente Sandinista, es indispensable para Carlos, para llegar a la confluencia de una serie de reflexiones que en él se transformaron en una intuición estratégica, es decir encontrar la contradicción fundamental, que atenaza a la clase trabajadora nicaragüense y decodificarla en el seno del pueblo, de su sabiduría y de la fuerza de liberación que late en su centro.
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Esa fuerza emancipadora, que mueve la historia en cada tiempo, convive en tensión dialéctica con las fuerzas de los imperios, que pujan por colonizarla, controlarla y reprimirla, pero Carlos – parafraseando al Doctor Aldo Díaz Lacayo- descubre que las ideas revolucionarias universales no pueden ser aplicadas mecánicamente a todo espacio y a todo tiempo histórico.
Cada minuto de la historia es diferente al siguiente y debe ser evaluado a partir de sus circunstancias históricas y de su correlación de fuerzas.
Descubre que el pensamiento vivo de Sandino es el vehículo autóctono de liberación. En su lucha: en el Socialismo Libertario, la Teosofía, el antiimperialismo y la búsqueda de la soberanía está la ruta de articulación de todos los elementos político-ideológicos y bélico-organizativos necesarios para echar a andar una Revolución nicaragüense, necesariamente inédita.
Carlos comprendió que, aunque sea indispensable el estudio de las experiencias históricas de las revoluciones hermanas, la nuestra tiene que ser obligadamente inédita, y que el pensamiento de Sandino es el instrumento para construir esa unidad ideológica y espiritual. Unidad que no se decreta, sino que se construye cuesta arriba, creando un movimiento revolucionario que sea capaz de aglutinar a todas las expresiones de rebeldía de la clase trabajadora, uniendo las reivindicaciones gremiales de obreros y campesinos, profesionales y cuentapropistas con sus reivindicaciones universales de la lucha por la soberanía y la autodeterminación, creando las condiciones para generar un amplio abanico de alianzas, porque no hay unidad popular sin consensos y no hay consensos sin alianzas de clase.
Entre El Chaparral en 1959, la tesis invasionista que la condujo y la visión mecánica que la guió, el análisis critico de Carlos con el que abrimos el articulo, y las primeras experiencias guerrilleras de Raití y Bocay en 1963 y luego de Pancasán en 1967, se supera esa visión mecanicista de la lucha guerrillera y se consolida la del frente interno, de la cual la experiencia de Sandino era el mejor ejemplo histórico.
En 1967, logramos desprendernos del carácter invasionista que nos había acompañado desde El Chaparral.
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Fruto de la experiencia guerrillera de Pancasán, surge dos años después el programa histórico del FSLN, escrito por el Comandante Carlos y este programa es parte de esa intuición estratégica, de imaginar el futuro a tal punto, que es nuestra hoja de ruta más de medio siglo después.
Ese largo proceso de búsqueda que aquí lo describimos en algunas líneas de texto, fue el fruto del sacrificio más profundo de los guerrilleros de las primeras generaciones, que aún sabiendo que no podrían tocar con mano el triunfo, renunciaron a todos los días de vida, que atesoraban, dando su cuota de heroísmo para acercarnos un poco más al triunfo de la Revolución, que hoy vivimos y defendemos cada día.
[1] Aldo Díaz Lacayo, artículo El reencuentro con Sandino, Revista Correo, junio-julio 2011.