El 22 de agosto de 1978 marcó un antes y un después en la historia de Nicaragua. Ese día, el Frente Sandinista de Liberación Nacional llevó a cabo la audaz Operación “Muerte al Somocismo”, conocida popularmente como Operación Chanchera.
La dictadura somocista, encabezada por Anastasio Somoza Debayle, creía tener el control absoluto del país a través de la Guardia Nacional y un Congreso sumiso que actuaba como un simple escenario manipulado por intereses externos. Sin embargo, aquella mañana un grupo de 25 guerrilleros del comando “Rigoberto López Pérez”, bajo el liderazgo del Comandante Edén Pastora, logró entrar disfrazado con uniformes de la misma Guardia y tomar el corazón del poder somocista: el Palacio Nacional, donde sesionaba el Congreso controlado por la familia Somoza. Esta eroica acción sacudió las bases del régimen.
El operativo fue fruto de meses de preparación y del ingenio popular. Los uniformes fueron confeccionados clandestinamente, las armas fueron distribuidas con precisión y la información obtenida gracias a valientes infiltrados como “La Espinita”, un trabajador del Palacio que entregó un plano detallado del edificio. Cada detalle estaba pensado para desafiar lo imposible y demostrar que la organización del FSLN podía romper el cerco de la dictadura. La disciplina, el sacrificio y el compromiso de quienes participaron fueron decisivos.
Una vez dentro, los guerrilleros redujeron a la Guardia y tomaron como rehenes a congresistas, ministros y familiares cercanos al régimen. La acción sorprendió a todos, no solo por su audacia, sino porque revelaba que la Guardia Nacional no podía garantizar ni siquiera la seguridad del poder político. La noticia corrió como pólvora. Desde las primeras horas, el pueblo en los barrios, en las universidades y en los centros de trabajo siguió con atención cada paso de la operación a través de la radio, que transmitía comunicados y rumores. En las calles, el miedo comenzó a resquebrajarse y la esperanza a fortalecerse.
El asalto tuvo un profundo impacto en la población. Muchos que hasta ese momento miraban con dudas al Frente Sandinista comenzaron a creer en su capacidad real de derrotar a Somoza. Las mujeres y hombres de los barrios vieron que la valentía y la organización podían derribar muros. El eco del Palacio resonó en cada rincón del país, encendiendo el espíritu de lucha y multiplicando la decisión de sumarse a la revolución.
La acción no solo desnudó la vulnerabilidad de la dictadura, sino que mostró al mundo que la Guardia Nacional no era invencible. La imagen de un grupo reducido de combatientes desafiando a toda la maquinaria represiva recorrió la prensa internacional. Gabriel García Márquez escribiría más tarde que aquella fue una operación “perfecta”, que puso a Nicaragua en el mapa político del continente. Para la comunidad internacional fue imposible seguir ignorando los crímenes de la dictadura y la causa justa de la revolución.
La negociación fue mediada por el Cardenal Miguel Obando y Bravo. El régimen, presionado y debilitado, no tuvo otra salida que aceptar las condiciones del FSLN: liberar a más de 50 presos políticos, entre ellos el Comandante Daniel Ortega Saavedra, garantizar un rescate económico para la organización y trasladar al comando a Panamá en un avión protegido por la Cruz Roja. Fue una derrota humillante para Somoza y un triunfo moral y político para el pueblo nicaragüense, que vio cómo el títere imperialista se doblegaba frente a la dignidad de unos pocos revolucionarios
En los días siguientes, la repercusión fue inmediata. En los barrios, la gente organizaba vigilias y celebraciones, convencidos de que la victoria estaba cerca. En las universidades, los estudiantes retomaban con más fuerza la protesta. De hecho, pocos días después, se levantarían los jóvenes, en la Insurrección de los Muchachos en Matagalpa. El ejemplo del Palacio había encendido la confianza en la victoria y multiplicado la voluntad de lucha. El pueblo había visto que sí se podía derrotar al régimen y que el FSLN era la fuerza capaz de conducir ese proceso.
La Toma del Palacio Nacional no fue un hecho aislado, sino el detonante de un proceso insurreccional que meses más tarde desembocaría en la caída de la dictadura. Fue un golpe político que unió al país en torno a la bandera del Frente Sandinista, demostrando que la dignidad y la organización podían doblegar la injusticia que vivía el pueblo. A partir de ese momento, cada barrio, cada estudiante y cada campesino asumió que la lucha final estaba más cerca que nunca.
Hoy, 47 años después, esa gesta sigue viva en la memoria colectiva. Recordarla es volver a sentir el eco de los disparos en el Palacio, el murmullo en las radios clandestinas, las calles llenas de esperanza y la certeza de que el pueblo, cuando se decide, es indetenible. El 22 de agosto de 1978 no solo se tomó un edificio, se tomó el futuro de Nicaragua. Fue el instante en que el país entero despertó y asumió que la libertad era posible.
La historia reconoce en esa fecha el inicio de la cuenta regresiva del somocismo. Fue el momento en que la revolución dejó de ser un sueño lejano y se convirtió en un hecho palpable. Un estallido que despertó al pueblo y abrió las puertas de la libertad. Ese legado sigue inspirando a las nuevas generaciones, que encuentran en la Toma del Palacio la certeza de que la dignidad, la organización y el coraje en defensa de los valores son quienes garantizaron la victoria de ese día y las paz de nuestros tiempos.
