Por Manuel Lucero
La Revolución de Octubre, liderada por Lenin, triunfó el 25 de octubre de 1917, cuando los combatientes insurreccionales, tras cruentas luchas en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades principales, tomaron el Palacio de Invierno y arrestaron a los miembros del gobierno provisional, instaurando el gobierno revolucionario.
Los bolcheviques o mayoritarios, triunfaron sobre el zarismo y los mencheviques minoritarios, estableciendo el Consejo de Comisarios del Pueblo (presidido por Lenin), y promulgaron el Decreto sobre la Paz llamando a los países beligerantes de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra a acordar la paz de manera inmediata, sin condiciones.
Triunfante la insurrección, se empezó a concretar la idea de la dictadura del proletariado con la consigna de ¡Todo el poder a los soviets! Los bolcheviques que contaban con un amplio apoyo del movimiento obrero urbano y soldados, tuvieron que trabajar duro para ganar el respaldo campesino, atendiendo las dificultades relacionadas con el acceso y tenencia de la tierra en medio del caos de los primeros tiempos de la revolución. Una ingente tarea que no podía ser postergada.
El 30 de diciembre de 1922, se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la que perduró hasta el 25 de diciembre de 1991, quedando oficialmente Rusia como el Estado sucesor por su importancia geopolítica e histórica, legado que ha sabido preservar y fortalecer. Inmediatamente al triunfo bolchevique, las potencias de Europa occidental desencadenaron la contrarrevolución conocida históricamente como el Movimiento Blanco, que enfrentó con las armas al emergente gobierno bolchevique. La contrarrevolución fue organizada por una alianza de monárquicos, liberales y nacionalistas, siendo derrotada por el Ejército Rojo en 1923.
Un cambio profundo para la humanidad
Estos días insurreccionales que como escribió el escritor John Reed, en su libro “Diez días que conmovieron al mundo”(escrito yo publicado entre 1918 y 1919), abrieron las puertas a profundos cambios históricos. Era el momento justo para aplicar las ideas de Carlos Marx y Federico Engels, enriquecidas por el mismo Lenin, desarrolladas en su memorable libro “El Estado yo la Revolución”.
Junto a Lenin, luchó una generación de revolucionarios jóvenes, como: Iosif Stalin, Nikolai Bujarin y Yevgeni Preobrazhenski Bukanin, entre los de mayor prominencia. El contexto era propicio, el marxismo se había extendido por Europa y Estados Unidos, yo de manera particular en Alemania, Austria, Rusia, debido a los avances en el desarrollo industrial y el surgimiento de la clase proletaria y una cultura socialista.
Como escribió Reed, “los mencheviques y los socialrevolucionarios consideraban que Rusia no estaba madura para la revolución social y que sólo era posible una revolución política. Según ellos, las masas rusas carecían de la educación, necesaria para tomar el poder”. Opuesta era la estrategia bolchevique de terminar con la autocracia zarista sin necesariamente tener que pasar por la etapa burguesa que era la propuesta de los mencheviques, marxistas legales y teóricos economicistas, que esperaban que fuera la burguesía liberal la que encabezara la revolución. Al respecto la postura de Lenin, era que las condiciones estaban maduras para establecer una dictadura del proletariado y del campesinado.
Este principio fue retomado por los movimientos revolucionarios latinoamericanos que basaban sus programas en la alianza obrero-campesina, para la toma del poder y la transformación de los estados nacionales. La enseñanza histórica de la Revolución bolchevique fue que no era necesario seguir el camino de las revoluciones democráticas burguesas, como fue en el caso de la primavera democrática en Guatemala (1944 – 1954) donde la revolución no logró sostener el poder político ante la embestida de la ultraderecha local y el imperialismo norteamericano.
La revolución bolchevique abrió las puertas del socialismo a la humanidad. No se trató de una revolución política nada más, ni el cambio de personas, sino un proceso profundo que abarcó lo social y lo humano, porque la construcción del socialismo solo es posible con la participación consciente de sujetos revolucionarios, de los distintos sectores sociales, etnias, campesinados, clases medias, para que sea un verdadero proyecto mayoritarios. Pero, el proyecto socialista no terminó con la URSS, ni con la caída del muro de Berlín, como proclamaban victoriosos los liberales capitalistas y su teórico del fin de las ideologías Francis Fukuyama. El capitalismo y su voracidad sin limites se ha mostrado incapaz de resolver las necesidades de los sectores sociales más vulnerables, más bien los ha profundizado hasta el punto de poner en peligro la supervivencia humana.
El socialismo se ha revitalizado asumiendo diversas formas, pero manteniendo la esencia de paz, justicia social, igualdad, equidad económica, solidaridad, seguro social universal, educación y salud gratuita y de calidad. En el caso de Nicaragua el Modelo de Socialismo Cristiano, Socialista y Solidario. Un modelo que es fiel a los anhelos del pueblo nicaragüense y que responde a los diferentes contextos socioculturales.
Fuente utilizada:
John Reed. “Diez días que estremecieron al mundo”. Edición emitida por el Instituto Cubano del Libro en homenaje al 50 aniversario de la Revolución de Octubre. Septiembre.2008
