Por: Moisés Absalón Pastora
Este 10 de enero el partido de gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, celebra 18 años de haber retomado la primera magistratura del país de la mano de un Daniel Ortega Saavedra, que desde la revolución de 1979, hasta nuestros días, es el rostro y los hombros de una identidad política marcada en la historia de su existencia por las cicatrices que dejaron sus muchas batallas perdidas y que desde la perseverancia de sus ideales se tradujeron en victorias que maduraron una voluntad política e ideológica que hoy lo consagra como un partido, que es lo que es, por una inmensa oferta social que el pueblo de Nicaragua hizo reconociendo también en Rosario Murillo Zambrana una co-presidenta que es parte toral y fundamental de una revolución evolutiva, transformadora y refundadora de una nación que como la nuestra dejó de soñar en la esperanza para vivirla y abrazarla todos los días con un proceso constructor que no descansa en su dinámica de cambio.
La década de los ochentas, conceptualizada por el FSLN, como la primera etapa de su revolución, fue toda una mezcla de ideales, procacidades y contradicciones donde el afloro de la conciencia política y social fue una realidad en muchísimos aspectos, pero también de errores que hicieron mermar el misticismo revolucionario que terminó polarizando a la sociedad.
Faltaría a la verdad si expresara que todos los que luchamos contra Somoza desde el mismo Frente Sandinista de Liberación Nacional nos mantuvimos fieles al liderazgo de aquel momento. En tal sentido debo decir que la existencia de nueve cabezas, la llamada “Dirección Nacional” halando cada cuál por su lado, anarquizaron un proyecto que desde el ideal tenía propósitos nobles, pero que desembocó desde la práctica del poder, en desviaciones políticas y morales que fueron tan malas concejeras que generaron una polarización hiperbólica con olor a pólvora y que por supuesto en tierra dividida el más aprovechado, como siempre en estos casos fue aquel que nos lanzó y nos impuso la guerra como medio para destruirnos y recuperar lo que falazmente llegó a creer era suyo, nuestro país.
Por esas mismas razones muchos que nos desencantamos nos fuimos otra vez a la guerra y asumimos un papel denunciante contra aquellos errores que negaban la democracia revolucionaria por la que habíamos luchado y que por desviarse puso en bandeja de plata el argumento perfecto para que Nicaragua se convirtiera en el más disputado centro de la coyuntura geopolítica de aquellos tiempos y donde la guerra fría entre Casa Blanca y el Kremlin hizo de nuestro propio conflicto una negociación que terminó con la guerra que nos habían impuesto y que menos mal terminó abriendo procesos electorales que hoy son los que determinan que ese es el único camino para poner y quitar gobiernos.
Después de aquella década de los ochentas el primer gran logro efectivo de la democracia fue el reconocimiento del FSLN y de quien decidió echárselo encima, Daniel Ortega Saavedra, de la derrota electoral ante la Unión Nacional Opositora. Daniel Ortega Saavedra entonces cargó sobre sus hombros toda la soberbia, la arrogancia, los errores y las desviaciones políticas y morales, de varios de sus camaradas qué, habiendo sido parte de los desaciertos y de las decisiones, mientras estuvieron en el poder, al perderlo optaron, siendo varios de ellos flamantes comandantes de la revolución y comandantes guerrilleros, por abandonar el barco, saltar de él como ratas, conspirar contra un sandinismo al que querían acabar y encarnarse en Poncio Pilatos y así lavarse las manos por el crimen que estaban cometiendo.
Por aquellos tiempos eran muy pocos los que daban un centavo por el Frente Sandinista. Sus traidores, sus Caines, agazapados como carroñeros depredadores, habían, desde el recién conformado MRS, asestado un golpe tan mortal, que dejaron al FSLN, solo con unos cuantos diputados en la Asamblea Nacional.
Muchos que estábamos en ese tiempo en el PLC apostábamos a que el frente sandinista quedaría reducido a una sigla porque en los ochentas se cometieron errores que negaban la esencia de la democracia y fueron errores que habían sido cometidos por individuos que desde el ahora desaparecido MRS, de sandinistas nunca tuvieron nada, que de vender o regalar la patria tienen mucho y que jamás fueron capaces ni de reconocerlos y menos aún de pedir perdón por ellos, lo que sí hizo Daniel Ortega cuando decidió tomar en sus manos los fragmentos dispersos de lo que quedaba de su organización, para junto a ella, comenzar a nadar contra corriente en 1996 y en el 2001, donde corrió en un piérdela gana como candidato en las elecciones de esos años.
En el 2006, las elecciones donde el anti sandinismo ya era historia, como consecuencia de las marcas impuestas por las políticas neoliberales de Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, fueron a tres bandas y la división que enfrentó a José Rizo Castellón, q.e.p.d y Eduardo Montealegre, hizo posible la victoria de Daniel Ortega que había pedido la oportunidad de gobernar en paz, de hacer una verdadera revolución en paz y aunque muchos no lo creímos la mayoría que votó por él sí.
Con esas características me llegó el 2016 y para entonces aquel corazón duro de quien les habla, que ya había sido tocado por Jesucristo, algo que, por supuesto cambió la visión que de la vida tenía y miraba un enorme progreso por todo el país, aplaudía el rumbo económico que se le daba a la nación y me enorgullecía escuchar a los organismos internacionales alabar nuestro crecimiento y desarrollo y empecé a ver el surgimiento de nuestros potenciales turísticos, las carreteras de primer mundo, los pasos a desnivel, los hospitales, los centros educativos, las estructuras deportivas, las ferias, cómo la gente a la que se le caía la casita o se le incendiaba inmediatamente era acuerpada, cómo los bonos sociales le ayudaban a las personas y se atendía a mucha gente que moría por no tener un seguro médico y hasta era enviada afuera para salvarle la vida, mientras constitucionalmente la gratuidad de la salud y la educación era real y palpable y mientras con pocos recursos se hacía mucho, la distribución de nuestras pocas riquezas era algo más que un discurso o una promesa, sino que en la acción se estaba combatiendo al verdadero enemigo; La pobreza.
Hablo de aquella pobreza que abundaba antes del 2007. Es decir, Daniel Ortega hizo lo que el proclamado liberalismo no pudo o no quiso desde el poder. Mientras Daniel Ortega decidió gobernar para todos y así ganarse a la gran mayoría de los nicaragüenses, hoy el liberalismo que pueda quedar o cualquier expresión política que pretenda representar al oposicionismo sigue en lo mismo perdiéndose en las contradicciones de las que no pueden salir y perdiendo lo poco que les queda y que migran hacia la visión roja y negra que de Nicaragua exista.
Una máxima política sostiene que el ejercicio del poder con el tiempo se desgasta y efectivamente pasa, pero no es el caso de Daniel Ortega que ha ganado, incluida la del 2006 cuatro elecciones, aunque tras cada, una sus adversarios o enemigos nunca hayan sido capaces de reconocer sus derrotas sino que prefirieron el camino corto de la descalificación per se ante la imposibilidad de competir con un partido que como el FSLN sí ha hecho desde el poder, sí está organizado y sí es una maquinaria para ganar elecciones.
Como liberal doctrinario soy revolucionario. Me gusta la dinámica del avance y la transformación. Creo que un país empobrecido como el nuestro por la politiquería mereció siempre seguir el curso que traíamos hasta antes de 2018 que los enemigos viscerales de Daniel Ortega se confabularon con el imperio para tumbárselo a través de un golpe contra el estado, porque por la vía electoral, que es el único camino legítimo para la alternabilidad del poder, nunca pudieron, como tampoco pudieron con la hiperbólica locura y bestialidad de que aquella mesa del Seminario de Fátima no era de negociación sino de rendición y que como tal Daniel Ortega se iba y los que se fueron con la cola metida entre las patas fueron otros. Se enredaron porque Daniel Ortega se quedó y no tengo duda qué si esto le hubiese pasado a Violeta Chamorro, a Arnoldo Alemán o Enrique Bolaños, hubieran durado en el poder lo que una cucaracha dura en un gallinero o lo que una mazorca de maíz en las tapas de un chancho.
Daniel Ortega logró sostenerse en el poder por lo que hizo a lo largo de los últimos 18 años, porque hasta antes de abril de 2018, gobernando en paz, había logrado concebir la revolución gestada en 1979 y eso se lo reconoció el ciudadano que después de sentirse utilizado y engañado por los golpistas se dio cuenta del inmenso daño que la politiquería le hizo al país y se lo continuaría reconociendo en cualquier otro proceso electoral a futuro.
Es tan grande la transformación que de la estructura nacional hizo Daniel Ortega y de la profundización social y humana que aplicó en sus decisiones que ni el poder de las mentiras, producidas por sus enemigos internos y externos, lograron hacer pestañar ni al ejército, ni a la policía, ni a ninguno de los órganos del estado y menos a un pueblo sandinista que le fue leal y agradecido y que ahora está alerta para que no le vuelvan a poner tranques, ni lo vuelvan a asesinar, ni torturar, ni ver sus bienes quemados, ni sus hogares e hijos amenazados, ni sus policías muertos, ni sus universidades destruidas, ni los negocios saqueados.
Hoy por hoy la realidad nos dice que 18 años después de haber retornado Daniel Ortega al poder, este enfrenta nuevos retos y circunstancias sobre las cuales hilar muy fino y con mucha delicadeza y como mandatario y líder que es debe llenarse de sabiduría, paciencia y tolerancia para recomponer el estado actual de la nación que es el mejor de su historia y ahora con su compañera de vida, Rosario Murillo, como principal asesora y decirlo claro, como su co-presidenta.
Si el golpismo tuvo éxito en la asonada terrorista pagada por Estados Unidos y ejecutada por sus lacayos nacionales, es por haber logrado unir a un más al sandinismo que por acostumbrarse a gobernar en paz se durmió en sus laureles y nunca imaginó hasta donde podía llegar el odio que hoy paga por cada gota de sangre que derramó porque eso fue lo que cobró en las últimas elecciones generales y municipales hasta el más humilde de los nicaragüenses.
En el antes sin embargo hay que seguir creando todos los espacios posibles que puedan surgir del espíritu de la paz y la reconciliación porque en esa misma medida el Presidente Ortega y su vicepresidente Rosario Murillo, tendrán en sus manos el cómo demostrar que con voluntad y determinación se puede vencer al mal y así continuar más allá de estos años levantando aun país que alza el vuelo como el ave fénix desde la ceniza que dejó el golpe terrorista contra al estado.
Al lado de este modelo estamos los ciudadanos de buena voluntad siendo protagonistas de una historia que pondrá a la patria de Rubén, Zelaya, Zeledón y Sandino como una muestra ejemplar de lo que es capaz de hacer cuando por encima de toda adversidad determina que su fortaleza está en su dignidad y en el espíritu indoblegable marcado por su historia.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA