De algo debe quedarse claro:
Los procesos electorales, por ser de humanas hechuras, no son perfectos, y en tiempos del voraz neoliberalismo, candidaturas vemos, triunfadores de verdad no sabemos.
En Nicaragua, 2001, nunca existió un Padrón Electoral que rondara la palabra creíble.
Ese año, el Consejo Supremo Electoral desarmó un Padrón Electoral que retrataba en vivo la incapacidad de la oligarquía más tercermundista de América para administrar un Estado: 2 millones 560 mil votantes no comprobados.
Con financiamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el estadounidense Instituto Republicano Internacional (IRI) indicó: “El CSE estima que la población apta para votar es menor a los 3 millones. La cifra correcta, según algunos expertos (?), se acerca a los 2.4 millones”.
Si así fuere, el Padrón presentaba un agujero de incertidumbre que se trataba de rellenar con el verbo “estimar”, pero que no conjugaba con la realidad de al menos medio millón de votos en la oscuridad.
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En su informe que iba bien de arroz pero terminó con mango, el IRI aceptó que había:
“Numerosos retos y las deficiencias técnicas evidentes durante el período pre-electoral”.
“Reglas del juego” que “por su propia naturaleza son deficientes e imperfectas”
“NUNCA SE SUPO CUÁL ERA REALMENTE EL PADRÓN ELECTORAL”.
“Dadas las tasas de nacimiento, mortalidad y emigración, es imposible determinar con exactitud la población apta para votar…”.
¡Tasas de emigración!
Solo se habla de “tasas” cuando hay MAGNITUDES CONSIDERABLES.
¿Y no es que los nicaragüenses estaban encantados de vivir en el “Paraíso de la Democracia en América”?
Nadie se quería ir “como ahora”, dicen.
¿Entonces?
Si “es imposible determinar con exactitud la población apta para votar”, ¿cómo podrán ser legítimas, moralmente, unas elecciones?
Además, ¿qué es eso de “se estima”, “se acerca”, y esas “deficiencias” elevadas al cuadrado? ¿Cuáles “expertos”? ¿Existen acaso los electorólogos?
Se supone que un tribunal electoral sabe lo que hace, con qué invitados cuenta para su “fiesta cívica”.
Su base son cifras reales, no especulaciones. Nunca parte de la imprecisión, de titubeos numéricos, del puede ser y del quizás, o, peor, de lo que digan los “gurús” de la temporada.
Y con esos dudosas cantidades, redondeadas además, Enrique Bolaños, el conservador del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) “sacó” 1, 216,863 votos (56.28%). Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), alcanzó, 915, 417 (42.34%).
Para un verdadero observador sin compromisos, ante las ostensibles dudas sobre las cifras exactas, lo más lógico era dictaminar que los comicios fueron…
De origen confuso, por decirlo “diplomáticamente”.
De ejecución imprecisa.
Y de resultados improbables.
Al final del día, el IRI alabó el inmenso chacuatol de los comicios por ese mal de las metrópolis: aceptar solamente aquello que cuadre y se encuadre de acuerdo a su política, ideología e intereses: “las elecciones se puede(n) describir como ejemplar(es)”.
¡Por Dios!
Al “Observador Electoral” poco le importó que su “caballo ganador” emergiera de una impresentable caricatura electiva, propia de una ardua conspiración contra la Democracia.
Pero, ¿de dónde sacaron eso de “Ejemplares”?
¿Cómo se llegó a semejante colusión con el árbitro electoral y su ilegítima conclusión?
Elecciones 2001: “Conflicto político”
Las elecciones de 2001 exhibieron que Nicaragua vivía en crisis. Y muy seria.
Por si ya algunos “formatearon” su disco duro para hablar lindezas del desastroso pasado, la OEA calificó de “Conflicto Político” el contexto de las elecciones.
Es decir, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, el organismo observó una Nicaragua en “Apuros”, en “situación desgraciada y de difícil salida”.
Es el diagnóstico del Informe de Observadores 2001, cuando el decoro no había sido totalmente expulsado del seno de la institución americana, en tiempos de César Gaviria:
“Las etapas pre y post electorales fueron las más complejas del proceso electoral observado. Durante el desarrollo de las mismas, se evidenció la magnitud del conflicto político que vive el país y su impacto directo en la organización y gerencia de los procesos electorales”.
Instó que “las actuales autoridades designadas dialoguen para conseguir, mediante su vocación democrática, la resolución conciliada de los actuales y difíciles problemas que han debilitado la credibilidad y confianza de la población en la democracia nicaragüense”.
Ah, pero entonces no se convocó de inmediato al Consejo Permanente de la OEA.
No hubo “urgentes” reuniones de gobiernos de derecha para prefabricar un clima de “preocupación hemisférica por la crisis de Nicaragua”.
Ni por cerca al Secretario General de la Organización se le ocurrió estrenar la recién redactada Carta Democrática Interamericana.
Las escuelas caninas de derecha aún no adiestraban jaurías para ladrar a la izquierda.
Tampoco hubo complacientes “Eurocomadronas” de Golpes de Estado para “restituir” la democracia.
Vaya. No era “el fin del mundo”.
Que vengan ahora a decir que el Gobierno Sandinista es el que ha “debilitado la credibilidad y confianza de la población en la democracia nicaragüense”, es infame.
La violación a la Constitución, y la Ley Electoral en específico, era lo “normal” en aquellos turbios procesos comiciales.
Todo estaba prediseñado para que “triunfara” el postulante ungido por los poderes fácticos y la infaltable mano pachona.
Obvio, el PLC, por mucho que fuera proyectado como el aglutinador de multitudes, era minoritario. Si no, hubiera sido innecesario que cayera en estas aberraciones de su historial:
Si algo creció en los 90, más que las células de la Unión Nacional Opositora, fue el partido sembrado –al margen de la alianza– en el fértil almácigo de la alcaldía de Managua, abonado de odios y rencores, y trasplantado luego junto a los caudales del erario y del poder.
A fin de darle empaque de partido y solventar la falta de muchedumbres autóctonas liberales, algunas embajadas palanquearon a favor del PLC de esos años, igual que lo hacen hoy con siglas de poca monta.
Por si fuera poco, al comprobar que la supuesta colectividad política estaba lejos de ser un “fenómeno de masas”, no faltaron estolas que se tiñeran de “rojo sin mancha”.
No contentos con eso, ciertos medios de comunicación se envilecieron en fuerzas de tarea del pánico.
Las dudas sobre la capacidad de convocatoria del PLC se hicieron más que ostensibles, al recibir el apabullante apoyo financiero, propagandístico y endoso de las cúpulas empresariales que obligaban a sus planillas a votar en la casilla del dueño de la empresa:
“Si gana el Frente, nos vamos de Nicaragua”, intimidaban los abanderados del Estado de Derecho, la Democracia, los Derechos Humanos, la Libertad…
Era notorio que no iban a permitir el triunfo de los sandinistas.
Y también palpable que el PLC no constituía ninguna “maquinaria roja” como lo magnificaban sus socios.
Era un partidito infladito y pintadito de rojito que llevaba una gran mancha en su lomito que el mismo expresidente Jimmy Carter, a través de su entidad homónima, detalló:
“Sin embargo, las acciones de EE.UU. en Nicaragua después del 11 de septiembre (2001) seguían insinuando una preferencia oculta a favor de uno de los contrincantes. A mediados de octubre, el embajador norteamericano Oliver Garza, en compañía del candidato liberal Enrique Bolaños, compareció ante los medios de comunicación en la distribución de alimentos donados por ciudadanos de EE.UU. a víctimas de una sequía en el norte del país”.
El 17 de octubre de 2001, El Nuevo Diario informaba que “A 19 días de las elecciones, fue evidente el apoyo directo que el propio embajador norteamericano Oliver Garza mostró ayer a Enrique Bolaños, candidato del PLC a la presidencia de la República, en la comunidad Winston Castillo, Matagalpa…”
Ruindad, en el Diccionario de los Hechos Abominables de la Inhumanidad, es: 1. “Práctica del ‘populismo’, el ‘clientelismo’ y el inmoral ‘voto de los estómagos agradecidos’. 2. Ídem: Diplomático extranjero en campaña presidencial en país ajeno que aprovecha las secuelas del neoliberalismo para darle a la población hambrienta comida y ‘cátedra’ extraterritorial de “Libertad”, ‘Democracia’ y ‘defensa’ del ‘Estado de Derecho’”.
El Centro Carter confirmó que Garza, “en el apogeo de la campaña”, arengó a los que recibían los donativos de que “Daniel Ortega no había cambiado”, y el injerencista bla-bla contra todo lo que se llame sandinismo.
Para rematar, el 30 de octubre, AFP, AP, DPA y Reuters, implícitamente dieron cuenta desde Managua que Nicaragua ya ni contaba con un Ministro de Relaciones Exteriores. A quien tenía era un hacendoso portavoz del Departamento de Estado, que en vez de reclamar respeto a la soberanía, como se estila en las Repúblicas verdaderas, se solazó en infundir el miedo a la población sobre un eventual “enfrentamiento” de la potencia del norte contra el país:
“Estados Unidos reiteró ‘GRAVES INQUIETUDES’ ante un posible triunfo electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional en los comicios del domingo próximo por ser ‘INCOMPATIBLE CON LOS INTERESES ESTADOUNIDENSES’, señaló hoy el canciller nicaragüense Francisco Aguirre”.
La Misión del Cíclope
Los números mal contados de los sufragios en 2001, como se ve, no relatan la historia real de este descomunal desfalco a la voluntad nacional.
El IRI “observó” los comicios con una confesión de amor a Bolaños: “Por mandato del pueblo nicaragüense a través de un resultado abrumador, fue electo al cargo de Presidente de Nicaragua”.
No obstante, la vocación democrática del Sandinismo en medio de la perfidia, la santulonería y la falsa institucionalidad, no pudo ser ocultada.
El IRI que por “principios” no reconoce las victorias del FSLN, sí aplaude sus “reveses”: “En un gesto muy sorprendente e inesperado, Ortega aceptó su derrota. Algunos analistas anticiparon la posibilidad de que el partido Sandinista se negara a reconocer los resultados electorales”.
Los “analistas” son los mismos politicastros arrendados para su desdichado oficio, tanto ayer como hoy.
Quedan para la historia esas formidables lecciones de “fortalecimiento democrático”, “tolerancia”, “cultura cívica”, y sobre todo, de “respeto” mostrado a la Independencia de Nicaragua: una “contienda tan justa” como la que se puede esperar entre un partido nacional y otro de poderosa manufactura extranjera.
¡Garza, el candidato “liberal” de facto de “la presidencia más catastrófica” de Estados Unidos! Que así se lee el legado de George Walker Bush en el derechista periódico español El País.
Porque hasta Nicaragua llegaron las ondas expansivas de “Bush II”, quien sería –juzgó en 2017 el finado columnista Miguel Ángel Bastenier– el “altísimo responsable de la destrucción de Irak y del disputado equilibrio suní-chií en esa parte del mundo”.
Y también de una democracia muerta en esta otra parte del mundo.
Esa misma que ahora lloran y añoran las plañideras más caras y más descaradas de toda la tierra.