I
Cuando el Comandante Daniel Ortega, a la cabeza del Gobierno Sandinista, aceptó la derrota del FSLN ante el diáfano Consejo nombrado por la Revolución para arbitrar los comicios de 1990 —lo cual no hicieron los partidos de derecha, coronados por impresentables tribunales del desastre electoral—, la respuesta no fue asimétrica.
Ante la actitud meridianamente democrática del presidente Ortega, la oligarquía libero-conservadora respondió con su rancia obstinación dictatorial: desarmar, simbólica y literalmente, la Nueva Historia.
Y en combo:
1.-Demoler la Revolución Popular Sandinista.
2.-Proscribir al Frente Sandinista.
En caso de no lograrlo, aplicar un Plan B de largo aliento: degradarlo desde adentro en un renovado partido de eunucos para eunucos, esos impronunciables infecundos que firmaron con lo más primitivo del espectro derechista —maldicientes de la Unión Nacional Opositora—, un pérfido Kupia Kumi de renegados (del misquito, Un solo corazón).
Sin dudas, fue la maniobra más fea, sórdida y sin gracia que se haya hecho alguna vez en el terreno político-ideológico del país. Y eso que sus lamentables autores aún se presentan como “los intelectuales”, “los iluminados”, “los más cultos”, cuando solamente eran un hato de apagados que si llegaron a brillar espuriamente fue por el resplandor natural de la Revolución
No corrieron largo.
Porque la traición es insoportable para los nicaragüenses, ya no digamos la Alta Traición.
Las elecciones de 1996 arrojaron que ni siquiera alcanzaron la íngrima mitad de un vergonzoso 1% de la nación votante. Es la fecha y todavía los descarados hablan “en nombre del pueblo de Nicaragua”. Quien no los conozca, que los compre.
Solo el 0.44% apoyó a los mitómanos del Movimiento de Renovación de Iscariotes para aniquilar el designio histórico por el cual el sandinismo es lo que es: la transformación de Nicaragua en la Patria Grande de Rubén.
Por ese rencor sin fecha de vencimiento fueron la jauría sanguinaria del Golpe de Estado de 2018, para quedarse con pedazos del poder a como sea.
3.-Destruir la imagen del presidente saliente, Comandante Daniel Ortega.
De hecho, su figura mundialmente conocida, y la del Comandante Tomás Borge, sirvieron de escudos para: los que no merecieron ser miembros de la Dirección Nacional del FSLN; el Vicepresidente que siendo el máximo responsable de los asuntos cotidianos de la República, nunca asumió el saldo rojo de su vigorosa falta de capacidad en la administración pública, culpando de todo al “imperialismo norteamericano”; del general en jefe del fin-justifica-los-medios; de ciertos ministros, magistrados, embajadores, cuadros intermedios y demás Calígulas que, después de caer de la nube que andaban, procuraron pasar por los “sandinistas” más puros de lo que cínicamente llamaron “la revolución traicionada”.
4.-Abolir el Ejército.
5.-Desmantelar la Policía o convertirla en celadores (CPF) de la alcurnia.
Y para que no desestimemos la coherencia sistemática de lo más retrógrado de la derecha…
Para que no creamos que el fallido Golpe de 2018 no tiene cola (para más señas, es del mismo tamaño y color púrpura del dragón infernal) y que fue algo “espontáneo” y hasta “autoconvocado” …
Para que veamos cómo las fuerzas oscuras trabajan con el propósito de que Nicaragua nunca sea un Estado Soberano, tomemos nota apenas de una parte de lo que perpetraron durante el periodo neoliberal 1990-2006, con el objetivo de moldear, a su imagen y semejanza, las mentes inocentes de niños, adolescentes y jóvenes:
“El poder de la Iglesia Católica se manifestó también en su capacidad para condicionar las políticas de Estado, especialmente en el área de la Educación. La agenda del Ministerio de Educación durante el gobierno Chamorro estuvo articulada en dos ejes: a) UN RECHAZO TOTAL AL SANDINISMO COMO MOVIMIENTO POLÍTICO Y COMO EXPERIENCIA HISTÓRICA; b) la voluntad de introducir en los programas de educación un fuerte componente religioso, fundamentalmente determinado POR LOS INTERESES DE LA IGLESIA CATÓLICA” (Enciclopedia de Nicaragua, Tomo 1, p 277, Editorial Océano, 2002).
Por su lado (oscuro), los intelectuales conservadores emularon a los Camisas Azules, compuesto por poetas emergentes que se conocerían como el Movimiento de Vanguardia. Aquellos admiraban a Mussolini, Hitler y a su epígono local, Anastasio Somoza García. Estos detestaban a los Héroes del Decoro Nacional y comenzaron a enfrentarlos con lo que denominaron “héroes cívicos”.
Faltos de valentía, sin ningún vigor, ni disperso ni patriótico, pusilánimes, estos muertos en vida se ampararon en glorias ajenas.
E hicieron su propia galería ahistórica.
El fondo del asunto era terminar con la gesta y ejemplo del General Augusto C. Sandino.
Y derribar sus símbolos vivientes.
Por eso salieron con el disparate de los “héroes sin fusil”.
El insensato objetivo era la disolución de los cuerpos armados que nacieron con la Revolución.
Los signatarios del pasado importaron las consignas de “poner fin al militarismo” y a los “liderazgos armados”.
No les bastó que ese “liderazgo armado”, representado por el Comandante Daniel Ortega, entregara el gobierno.
Era necesario acabarlo.
II
Entonces, los “héroes pacíficos” serían colocados en un pedestal superior, mientras los que en algún tiempo empuñaron las armas, (como si fue por gusto) debían ser expatriados de la Historia, o al menos, recetarles un olvido de alto presupuesto, administrado por pálidos “letrados”.
Esos 16 años fueron muy terribles para el pueblo de Nicaragua. Porque parte de ese pueblo, como dice el lema del Ejército Nacional, estaba uniformado.
Lo mismo con la Policía.
Ninguna de las instituciones estaba compuesta por extranjeros.
No eran marcianos. Eran y son nicaragüenses.
Uno de los “graves defectos” es que sus fundadores no habían egresado de West Point ni de la Escuela de las Américas.
Procedían de la guerrilla.
Pero el pecado mayor es que sin ser soldados, ni oficiales, ni haber llevado una carrera castrense, derrotaron a uno de los ejércitos más apertrechados y mejor entrenados del continente, cuyos mandos se graduaron en la
Academia Militar: la niña de los ojos del statu quo oligárquico. Ese mismo que quieren restaurar los serviles en modo “They may be sons of bitches, but they are our sons of bitches”.
Y vencieron, incluso, a la artillada incubadora de la tercera generación de los Somoza, la EEBI (Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería), el poderoso cuerpo de élite bajo la jefatura del hijo del dictador, Anastasio Somoza Portocarrero.
Y tan solo unos años atrás estaban en las montañas.
Y sobre ellos y ellas recayó la responsabilidad, entre otras epopeyas, de las insurrecciones de septiembre de 1978, los levantamientos de Estelí y la Ofensiva Final.
Un ejército que provenía de Monimbó, cuyos delegados insignes hicieron posible la Operación Muerte la Somocismo, durante el asalto al Palacio Nacional el 22 de agosto de 1978.
Héroes legítimos. Armados. Aguerridos.
Otros organizaban a los trabajadores y la población, promovían huelgas, tomas de iglesias…. Perseguidos, se asilaban y después engrosaban las filas del Frente Sur.
Unos más pasaron de las barricadas y la defensa de los vecindarios a las escuadras móviles urbanas como los “caza-perros”.
Guerreros que se foguearon en la toma de los barrios orientales de Managua, se capacitaron en El Repliegue y se graduaron en la Liberación de Jinotepe, San Marcos y Granada.
¿Qué más les quedaba hacer?
¿Optar por las flores?
No gobernaba la Madre Teresa de Calcuta ni San Francisco de Asís, mucho menos que Nicaragua viviera un eterno Festival de Woodstock.
Y así como fundaron el Ejército también fueron los cimientos de la Policía.
Por eso, los regímenes que sucedieron al FSLN actuaron más como Fuerza de Tarea Extranjera que como gobiernos nacionales. La misión expresa era avasallar todo lo que significara, tuviera que ver o expandiera el ejemplo del General Augusto C. Sandino.
Cinco puntos para arrasar de una sola vez por todas con el sandinismo.
III
La cauda de infamias contra el FSLN, el Comandante Daniel Ortega, las Fuerzas Armadas y la Policía, tiene su precedente en la cadena de periódicos de William Randolph Hearst. Algunas agencias de prensa fueron tributarias de los caudalosos ríos de tinta para desacreditar al Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSN).
Por supuesto, todo ese aluvión tenía un objetivo: ensuciar el nombre del General Augusto C. Sandino. Y restarle credibilidad, distorsionar su bandera y reducirlo a un vulgar bandido.
Como ahora, cuando se sustituye “bandolero” por “dictadura”.
Mercenarios plumíferos, malos nicaragüenses (valga el prolongado pleonasmo), se prestaron al vil propósito de denigrar la lucha sandinista. Y elaborar desinformes como harían después los mercaderes de derechos humanos.
Los Somoza continuaron la artera campaña de ataques, para justificar el asesinato de Sandino, puesto que los marines no lograron vencerlo en los campos de batalla.
Y el somocismo extendido, rostro sin maquillaje de la oligarquía libero-conservadora, mantuvo esas maquinaciones que son básicamente las que hoy ejecutan contra Nicaragua, su Ejército y Policía.
Una agresión que la impulsan individuos con una sólida formación somocista, por sus orígenes, innata capacidad de abyección, ausencia elemental de nicaraguanidad y una vergonzosa conducta foránea.
El Primer Comisionado Francisco Díaz Madriz, director general de la Policía Nacional, expresó en el 44 aniversario de la institución:
En 2018 “Pretendieron desmoralizar y humillar a la Policía pero no pudieron. Los enemigos de la patria querían borrar de nuestros pechos el sagrado compromiso de defender al pueblo”. 22 fueron asesinados “durante el intento fallido de golpe de Estado”.
No es de extrañar la saña con que las hordas trataron a los policías que cayeron en sus manos.
No hubo ninguna piedad.
Más bien, en el perímetro de los crímenes de lesa humanidad, era notoria la concelebración de los campanarios…
El asesinato del joven policía, Gabriel de Jesús Vado, quemado vivo en el tranque de Mebasa, Masaya, es solo un ejemplo de la carnicería bendecida por los que están dispuesto a proseguir con el mandato colonialista de los cinco pasos para exterminar al sandinismo.
Para eso sí hay dinero, como lo hubo hace 91 años.
El General Sandino relató al escritor José Román lo que a estas alturas del siglo XXI no ha cambiado mucho:
“…el dinero americano compra y trató de difamarnos en el mundo entero llamándonos bandidos y alterando los informes. Siempre era un marino muerto por cada diez bandoleros, como les gustaba llamarnos. Los aviones marinos, decían ellos, no asesinaban ni destruían los ganados y cultivos de las familias campesinas, sino limpiaban de bandoleros el país. Pero parece mentira que los peores enemigos nuestros eran la prensa nacional, la mayoría de los empleados públicos y la Guardia Nacional. La historia dará cuenta de esto”.
Aborrecieron hasta la muerte al pensador, guerrillero, patriota, escritor, firme unionista centroamericano y, por si fuera poco, uno de los más brillantes estrategas militares de América, que contaba además con una clara visión de estadista.
Un odio del mismo calado proviene de lo más tenebroso de las calamidades humanas contra el Gobierno Constitucional, las Fuerzas Armadas y la Policía, porque son la emblemática heredad de Nicaragua que ya latía en el corazón del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.
Odiados porque están en el lado correcto de la Historia, nada menos que en las filas incesantes del Héroe Cívico más Grande de la Patria: Augusto C. Sandino.
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