I
Los creyentes son tan “perseguidos” en Nicaragua que construyen con toda la libertad del mundo dos mega templos.
El primero de ellos se inició en noviembre pasado, en la periferia de Managua. Es la obra de ingeniería más importante que desarrolla la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En la palada inicial participaron, junto a otras personalidades, el élder Taylor G. Godoy, Primer Consejero de la Presidencia de Área de Centroamérica, y la alcaldesa sandinista, Reina Rueda.
El élder Godoy, en dos o tres ocasiones, se refirió al país como “la maravillosa Nicaragua”. No es un cumplido.
Es un testimonio de la realidad nacional que detestan los autores del Golpe de Estado de 2018, que en venganza por su fracaso, salieron con todo tipo de maquinaciones mefistofélicas para asesinar la reputación de Nicaragua.
Los altos representantes de la denominación fundada por el estadounidense Joseph Smith, agradecieron al Gobierno las facilidades prestadas para la edificación de la sede.
En tanto, el pastor Roberto Rojas, desde el terreno, informó al periodista Antenor Peña, que están por erigir el colosal Tabernáculo de las Asambleas de Dios que evoca al primer templo levantado en Jerusalén.
¿Y el tal acoso policial?
Para hacer creíbles las tendaladas de infamias sobre la inexistente “dictadura” de Nicaragua, nada mejor que proveerle a ese cuerpo fofo de falacias infumables, la calumnia vertebral que puede poner en pie la injustificable agresión a un país soberano: la “persecución religiosa”.
Por si no bastaran las vilezas de los golpistas, ciertos infiernos “narcodemocráticos” ponen a la disposición su afilado servilismo para asestar estocadas venenosas a naciones independientes como Nicaragua. A cambio, estas Coca Republics se garantizan la gloria sintética de pasar por Estados paradisíacos, y con un toque elegante de realismo (nada) mágico incluido: su vitalicia carnicería.
Para eso sirven las democracias corruptas.
Allí las masacres, los asesinatos de líderes sociales, las fosas comunes, la impunidad oficial, los paramilitares, la fabulosa industria de las drogas —cuyos ingresos multimillonarios se lavan hasta manufacturando candidaturas presidenciales— y los cada vez más poderosos cárteles, están a la orden del día.
Así que para acicalar su impresentable situación nacional, pontifican sobre cómo debe o no proceder Nicaragua, y acusarla de lo que se les asigne.
Precisamente fue así cuando, en los años 80, los presidentes Luis Alberto Monge y Oscar Arias lograron el plácet de Ronald Reagan para que Costa Rica perteneciera, a expensas de la agredida Patria de Augusto César Sandino, al Club de Países Premiums. Esta suerte de OTAN tercermundista privilegia a sus miembros —hagan lo que hagan sus élites— a no ser rozados ni con el pétalo mediático de las plantas carnívoras de naciones y liderazgos “descarriados”.
En ese contexto, un galardón digno de mejores causas le fue arrebatado a su legítimo dueño: Vinicio Cerezo. Artífice, impulsor y apóstol de los Acuerdos de Esquipulas, el noble Presidente de Guatemala cometió el “pecado imperdonable” de hacerlo sin el tutelaje de George Shultz. Arias se coló así en la historia por el patio trasero, con un blindaje de ipegüe que le quedó demasiado grande: el Premio Nobel para no dejar en Paz a Nicaragua mientras viva.
De ahí que lo que expelen tales Estados en Descomposición tienen la misma “fragancia ética” de los Legionarios de Marcial Maciel, a la hora de predicar a los padres de cómo deben criar y educar a sus hijos.
Los nicaragüenses estamos a años luz de ser un Estado en bancarrota moral.
Lo de “dictadura” se ha gestado en la matriz de la derecha fascistoide que, por su naturaleza insalubre, aborta las verdades para engendrar inmundicias contra Nicaragua.
Pero quedemos claros.
La mayoría de los nicaragüenses cree en Dios, y celebra la vida.
Solamente los que odian vitorean la muerte y la destrucción de Nicaragua.
Damos gracias al Creador que nuestro país no padece de una religión oficial.
Y así como no hay un partido único, ni dictadura, tampoco hay una iglesia por encima del Altísimo, y ni arriba ni por debajo de las leyes de los hombres.
El Estado no administra creencias, no dirige confesiones, no se funda sobre una doctrina para imponer su “verdad revelada”, como lo hizo la oligarquía gazmoña con puño de hierro y papel periódico (hasta sus últimos días), pasando por “prestigiosos” centros de balanceo ideológico y alineación social —pero sin rotación del establishment—, durante casi 200 años.
La fe no es estatal. Es individual.
Porque no es de la incumbencia del Estado utilizar los impuestos de los contribuyentes evangélicos, católicos, adventistas, testigos de Jehová, mormones, islámicos, bahá’í, ateos, agnósticos, masones…, en favor de un solo fervor.
Para eso la República se conduce con una Constitución sin preferencia por alguna feligresía, porque es el Pacto Social y Político de Convivencia por excelencia para todas las familias de Nicaragua, sin distinción de piel, pisto, devociones, colores, tamaños partidarios, ideologías…
Eso es Democracia.
Por eso mismo, el Estado tampoco persigue creyentes ni “infieles” de ningún signo, a la usanza de la Iglesia Católica, cuando a la cabeza de la Edad Media ordenó al Viejo Mundo lanzar sus “cruzadas” contra los musulmanes en defensa de “la fe”.
Del mismo vientre de las potencias occidentales “cristianas” nació el Tribunal del Santo Oficio, la Santa Macabra que con el nombre de Inquisición aserró, descoyuntó, empaló, desmembró y quemó vivos a los que consideró “brujos”, “infieles”, judíos, musulmanes…
Eran declarados perseguibles de oficio los que rehusaban dejar la Torah, las sinagogas y la sabiduría hebrea.
Un atroz “modelo” que se extendió al Nuevo Mundo, donde los pueblos originarios eran los “judíos y musulmanes”, y había que “defender la fe”.
Los “descubridores” y conquistadores tumbaron dioses; acusaron de “hechicería” el saber de los médicos ancestrales y lanzaron a la hoguera los códices y patrimonios culturales con todo y “herejes”.
En la Historia Universal, Nicaragua no aparece como el escenario sangriento de la muerte de los judíos en las cámaras de gas y en los hornos, cuando el papa Pío XII volteaba la espalda al pueblo israelí.
El Holocausto de olor grato al fascismo no emanó de Nicaragua.
No pertenecen al Gobierno Sandinista las voluminosas páginas de la barbarie “civilizada” en “defensa de la fe”.
Los expertos, másteres y doctores en la ciencia de la aniquilación de cultos no son del Frente Sandinista.
El oficio de los sandinistas, vale decir, de los nicaragüenses, no es la expedición contra ritos y cosmogonías “diferentes” como hicieron los conquistadores con los pueblos aplastados a su paso. Su Digno Laurel es la Paz de la Reconciliación, el Desarrollo socioeconómico inclusivo y asegurar el Bien Común (Arto.4 Cn.)
De ahí que resulte uno de los mayores engaños levantados en el hemisferio occidental contra un Estado Soberano, imputarle una despiadada “persecución” a las iglesias.
En nuestro país rige el artículo 14 de la Constitución: “El Estado no tiene religión oficial”.
Lo paradójico es que desde la función pública, como ciertas alcaldías y funcionarios, muy lejos de usar las herramientas del poder para desatar una cacería contra todo lo que huela a cristianismo, más bien apapachan a la misma Iglesia Católica.
II
Todas esas invectivas de los enemigos de Nicaragua proceden de una deleznable fuente: el odio.
Su sola definición explica el horror desatado en 2018 por una minoría pastoreada por lobos endemoniados: “…sinónimo de hostilidad, resentimiento, rencor (…) que conduce al mal hacia una persona o el deseo de enfrentamiento con la misma”.
“El odio acarrea consecuencias destructivas y peligrosas, específicamente agresiones físicas, psicológicas, o verbales, que en ocasiones llevan a la muerte de una persona producto del odio que alguien siente por la misma…” (Significados.com).
Los sandinistas nunca han tratado de desaparecer a la Iglesia Católica.
Es al revés, y sin punto de comparación con lo que tramaron y ejecutaron los capellanes de la derecha ultraconservadora para desguazar la Democracia.
En 2018 trataron de demoler la Carta Magna, derrocar el Gobierno Constitucional y disolver los poderes del Estado, para llegar al tablero de mando sobre la alfombra de sangre que tendieron desde sus “geniales” tranques de exterminio.
Hasta un obispo dijo a los acólitos del desafuero que “todos le queremos pegar un tiro al Presidente”. Otro, que con mitra y báculo apremió la descalabrada “unidad liberal” para las elecciones de 2016, amenazó también de muerte al mandatario.
Ciertamente, algunos jerarcas no merecen el honor del tiempo, diría Carlos Fuentes.
III
Estos son los hechos firmes:
No hay registro de que a un solo ciudadano se le haya prohibido ir a misa.
No hay una sola persona detenida porque se le vio con un rosario.
No existe todavía el creyente que haya sido procesado y condenado porque se le encontró una Biblia.
Ni un solo promesante del Señor de Esquipulas en La Conquista, ni un danzante del Toro Huaco en honor a San Sebastián en Diriamba, ni un diablito de las fiestas de Santiago en Jinotepe o Nandaime; ni un chinegro, vaquita, cargador tradicional o cacique de Santo Domingo, es prisionero de nadie más que de la propia veneración atávica.
¿En qué noche la Policía hizo una redada en las calles donde cristianos llevaban la Palabra de Dios a los barrios con cánticos de adoración y testimonios?
¿A quién se le ha cateado su casa y requisado la imagen del Divino Niño?
¿Qué miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha denunciado que le decomisaron el Libro de Mormón y La Perla del Gran Precio?
Ni una hoja de los tomos de Elena White, ni del resto de la literatura de la Iglesia del Séptimo Día fue incinerada.
Tampoco las publicaciones Atalaya y ¡Despertad!, de la Sociedad Watchtower de Brooklyn, NY, fueron calcinadas por el “fuego purificador” que atizaba en su época de Torquemada en Jefe de Educación (?), Humberto Belli, con todos los libros y materiales didácticos “sacrílegos”.
Si existiera persecución religiosa en Nicaragua, desde 2007 hasta la fecha:
Estuviera fuera del aire la radio pionera de la Iglesia Evangélica, Ondas de Luz.
No hubo nupcias eclesiásticas.
Las parejas solo se casarían colectivamente cada 14 de febrero con los auspicios civiles de la Nueva Radio Ya, la emisora que los golpistas ungidos incendiaron frente a la UCA.
(Ese 30 de mayo de 2018, ni al rector ni al resto de jesuitas les importó la vida de 21 periodistas, aparte de artistas, técnicos y personal administrativo dentro de las instalaciones. Simplemente dejaron que las llamas infernales consumaran el acto criminal de los “autoconvocados” del diablo).
Desde hace muchos años ni un bebé de padres católicos hubiera sido llevado a la pila bautismal.
Habrían pasado más de dos lustros sin que los sacerdotes dieran los sacramentos de la Primera Comunión y la Confirmación.
Sería ilícito suministrar la Sagrada Comunión.
Hace más de 10 años las monjas y los encargados de la elaboración de las hostias habrían cerrado los hornos.
Y a menos que incurrieran en el contrabando, metiendo por puntos ciegos el pan ácimo indispensable, ningún párroco celebraría la Eucaristía.
No se importaría el vino de consagración.
No habría misa de cuerpo presente, ni de año.
Se acabarían los santos óleos.
Se clausurarían los seminarios.
Ningún joven se estiraría en el suelo del altar para su ordenación, como sucede con frecuencia en la catedral de Managua.
La iglesia ya no contaría con nuevos presbíteros.
Sin embargo, nada de eso ha ocurrido.
Pero las mortíferas escopetas de repetición, calibre 20-18, se declaran las víctimas.
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