Las elecciones de mitad de mandato en EE.UU. escenificaron el habitual espectáculo mediático de escaso contenido político. De la votación se desprende un panorama de estancamiento electoral, con cada vez menos escaños o cargos contestables. A pesar de las enormes sumas gastadas (17.000 millones de dólares), el dinero sólo marcó la diferencia en unas pocas circunscripciones. La gente votó azul o rojo porque ya había votado azul o rojo anteriormente.
El resultado de la votación confirmó y contradijo en parte las predicciones de la víspera. La confirmación se refiere a la reducción de la fuerza parlamentaria del Partido Demócrata, que ha perdido, aunque sea por unos pocos votos, el control del Congreso y se prepara para una serie de mediaciones y compromisos con los republicanos que darán forma al proceso legislativo durante los próximos dos años. Pero hay que decir que el gobierno del presidente Joe Biden no está siendo interrumpido. El desmentido se refiere a la hipotética ola trumpiana, que en cambio no se ha manifestado porque los candidatos más afines al ex polémico presidente no han tenido especial éxito. Quien, por otro lado, ha surgido en el campo republicano es Ron DeSantis, gobernador de Florida, uno de los estados clave para ganar la Casa Blanca.
Los enfrentamientos más probables en el Congreso serán sobre el presupuesto federal, donde los republicanos exigirán aún más recortes en el gasto público, y probablemente sobre las asignaciones de dinero y armas a Ucrania. Otro problema para Biden es la posible puesta en marcha de investigaciones a nivel de las comisiones de la Cámara de Representantes sobre sus actividades y las de su familia, véase su hijo Hunter Biden y sus turbios negocios, pero también la caótica retirada de Afganistán que los republicanos siempre han utilizado como arma política contra la administración demócrata. De ser así, la legislatura podría empantanarse aún más y los índices de aprobación de Biden caerían en picado.
DeSantis parece ofuscarse en parte con la figura de Donald Trump y ya sueña con la candidatura de 2024. Está por ver si Trump no se presenta, pero mientras tanto parece que puede catalizar el voto hispano sobre sí mismo. Sin embargo, DeSantis no podrá ignorar el humor interno de su partido -se han elegido al menos 150 miembros del Viejo Partido que niegan la legitimidad de la victoria de Biden- ni de su electorado, ya que una parte creciente de los votantes republicanos está convencida de que las elecciones presidenciales de 2020 fueron amañadas.
Pero la polémica sobre la victoria de Biden no fue el elemento decisivo en la victoria parcial de los republicanos, que ganaron por sus posiciones sobre la economía, la inmigración, el aborto, la delincuencia, las armas, la lucha contra la droga y la inflación. El enfrentamiento es sobre las prescripciones de política económica, pero representan opciones ligeramente diferentes para lograr el mismo objetivo. Ambas están marcadas por la defensa de una gestión de los asuntos públicos y de la relación entre el poder económico y el poder político (con el dominio del primero sobre el segundo) que establece el vigor y la perspectiva de un modelo que ha demostrado ser un fracaso.
El (aparente) enfrentamiento entre demócratas y republicanos se basa menos que nunca en la política internacional: aunque los primeros son los depositarios de la mística imperial. Pero la creencia en el excepcionalismo estadounidense y en Estados Unidos como líder de Occidente y controlador de todo el planeta es compartida por ambos bandos. Ambos creen que el mundo está dirigido por Estados Unidos o no lo está, por lo que la creciente influencia económica, política y militar de países independientes de la voluntad política y los condicionamientos económicos de Estados Unidos debe combatirse hasta el final.
También en este caso, la diferencia importante tiene que ver con la identificación de prioridades: si para los demócratas Rusia representa el peor enemigo, ya que es capaz de competir en el terreno de la fuerza militar, socavando la estructura de mando unipolar, para los republicanos el principal enemigo es China (que los demócratas ven como el siguiente paso). Estas dos lecturas se apoyan en dos visiones tácticas diferentes: los demócratas, víctimas de un odio ideológico al socialismo, siguen viendo a Rusia como el antagonista por definición y en su crecimiento de la influencia planetaria la peor de las amenazas para el dominio estadounidense. Los republicanos, en cambio, fanáticos del monetarismo y convencidos de que la pérdida de liderazgo económico y tecnológico conlleva también el riesgo de un retroceso militar, ven a China como la verdadera amenaza y señalan al socialismo mezclado con una economía social de mercado como un peligroso modelo alternativo, incluso en el marco de una economía capitalista.
Así pues, si para los demócratas la desestabilización permanente en los cuatro rincones del planeta sigue siendo la vía preferida para imponer el papel de gendarme mundial, para los republicanos el dominio de los mercados, que se obtiene a través de sanciones, bloqueos y condicionamientos políticos de los mercados y de los Estados, es el camino a seguir para imponer, incluso por la fuerza, el dominio estadounidense en la economía mundial.
Si en la lucha por seguir siendo hegemónico, Estados Unidos juega en dos frentes, Rusia y China, el tercer frente, el doméstico, es quizás el más insidioso. Cultura de guerra, disfuncionalidad institucional, tensiones económico-sociales: los efectos de la crisis sistémica pesan sobre la proyección geopolítica de Estados Unidos y su desintegración interna.
América Latina, una receta única
El éxito parcial republicano lo determina el voto hispano, que ve un 22% más de posibilidades de votar a los republicanos que en las elecciones de 2020. En resumen, no es sólo una peculiaridad de Florida. Pero no se trata de una tendencia «suicida» de la inmigración latina, sino de su posicionamiento táctico, que ahora favorece la limitación de la entrada para no perder el espacio ganado. Tampoco tienen el sabor de un desprecio por sus destinos de origen: las feroces políticas migratorias implementadas por Donald Trump y su decisión de aumentar el muro en la frontera con México no son exclusivas de los republicanos, pues fueron Bill Clinton y Obama los más diligentes aceleradores de la indigna obra.
Es precisamente en el continente latinoamericano donde se miden las afinidades políticas de los dos bandos. Ambos consideran que América Latina en su conjunto es vital para afrontar el reto con China y los Brics. En primer lugar, porque es una enorme reserva estratégica de recursos del mar, la biosfera, el suelo y el subsuelo, así como un ejército de mano de obra barata. Luego, por su centralidad geoestratégica entre los dos polos y los dos grandes océanos, de ahí las principales vías de comunicación mundial. Por último, por constituir un potencial «amortiguador» territorial y un estrecho aliado político y comercial que le permite desempeñar el papel de superpotencia. Si Europa ha optado por la deslocalización de su sistema industrial hacia el Este, aniquilando la producción nacional, EEUU cree que puede limitar sus líneas de producción de alto impacto ambiental y bajo coeficiente tecnológico al modelo maquilador y su entorno inmediato (Centroamérica y el Caribe), y mantener en casa la dimensión de producción de bienes y servicios de alto coeficiente tecnológico y bajo impacto ambiental. Por último, pero no por ello menos importante, dejar el control de los recursos de tierras raras, decisivos en el enfrentamiento con China, en manos de países individuales, y permitir que Pekín, Moscú y Teherán penetren en el continente, dejaría la puerta abierta a la crisis sistémica definitiva de Estados Unidos.
Por eso la administración Biden ha continuado en el surco trazado por Trump y antes por Obama al perseguir a Venezuela, Nicaragua y Cuba: volver a hacer obedecer los procesos emancipatorios que diseñan el desarrollo económico sobre modelos del socialismo del tercer milenio es vital para lograr el objetivo.
El resultado de las elecciones, en esencia, expone la verdadera diferencia dentro de los Estados Unidos: la priorización de los objetivos. Aquí está el reflejo ideológico de la distancia entre los dos partidos. ¿La nación primero o el imperio primero? Esta es la encrucijada estratégica hasta ahora eliminada, el miedo profundo del estado profundo.
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Como enseñaron la caída del imperio romano y la caída del imperio bizantino, dominarse y la dominar el mundo no siempre coinciden. La nación orienta y anexa el imperio. Pero si no establece la prioridad, la mayor nación imperial de todos los tiempos se arriesga a la larga a perder una y otra. Nación e imperio.