En la red sigue circulando una bella foto de un jovencísimo Daniel Ortega, con el puño en alto, debajo de un cuadro de Sandino. Imagen que luego usaron los sempiternos críticos-críticos al estilo occidental para denunciar lo lejos que estaba ya esa imagen del Ortega de hoy, lo lejos que estaban ya las esperanzas de la revolución.
Una revolución popular que, en 1979, inspirada por el héroe nacional Augusto Sandino, con su amplia participación, la unidad de las diversas clases sociales, la caída de las barreras ideológicas entre cristianos y marxistas, la abolición de la pena de muerte, la reeducación de verdugos, los sacerdotes en el gobierno revolucionario, el ministerio del interior autodenominándose «centinela de la alegría del pueblo», poetas y pintores convertidos en ministros y generales, una gigantesca campaña para alfabetizar al 60% de la población, habían levantado esperanzas similares a las de la revolución cubana.
Esperanzas lejanas, decían muchas figuras conocidas de aquella revolución, desde sus lofts en Miami. Que esas mismas figuras habían apoyado mayoritariamente los programas de la derecha, luego de la derrota en las elecciones de 1990, pronto se olvidó. Así como rápidamente se olvidó la lucha titánica que entonces libró el imperialismo para evitar que una señal de victoria del proletariado se filtrara en el campo occidental, en vísperas de las grandes reestructuraciones internacionales que cortarían el camino a la lucha de clases.
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Para recordar algunos elementos de la fuerte entrada de las fuerzas reaccionarias en el campo, basta mencionar la invasión de Panamá a fines de diciembre 1989, y el consiguiente bloqueo del depósito de dólares del gobierno de Nicaragua por parte de Washington. Luego vino el colapso de los países socialistas del Este. En el juicio por el escándalo Irán-Contras, el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, admitió haber financiado a los contrarrevolucionarios nicaragüenses entre 1984 y 1986.
Con el fin del gobierno sandinista, se implementaron las recetas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Pero algunos sectores obreros resistieron. Fue Daniel Ortega quien viajó a lo largo y ancho del país para mantener viva esa resistencia. Y siempre fue Daniel quien organizó el rescate de un país que cayó al abismo, y quien llevó al FSLN a la victoria electoral, luego de 16 años, en 2006, al sumarse a la integración latinoamericana de Cuba y Venezuela. Y sigue siendo Daniel, junto al partido fundado en 1961 en el nombre de Sandino – asesinado el 21 de febrero de 1934 -, quien hoy asume el peso de la elección y decisión, en esta fase de cerco a la revolución.
«Pagamos demasiado». En abril de 1922, Lenin tituló así un breve artículo publicado en la Pravda en el que criticaba las concesiones hechas por dos miembros importantes del partido a los representantes de las tres Internacionales, en relación con los juicios que se estaban llevando a cabo contra los ex revolucionarios.
Pero ¿qué concesión nos ha hecho la burguesía internacional?, se pregunta Lenin. ¿Estarían de acuerdo sus gobiernos en prometer no aplicar la pena de muerte a sus opositores políticos? No lo harían, mientras asistimos – dice – “a la lucha de la burguesía reaccionaria contra el proletariado revolucionario”. ¿Y tal vez esta situación ha cambiado ahora que las masas populares, con algunas excepciones en los países del sur, ya no parecen capaces de oponerse al poderoso ataque de las fuerzas imperialistas?
Por supuesto, Lenin, el revolucionario capaz de grandes avances, el hombre del frente único y de la NEP, no elude las puertas estrechas que se le presentan al proletariado, pero sabe cuándo es necesario poner los pies para atravesar las puertas sin perder la cabeza.
Una experiencia que la revolución sandinista ya ha conocido a fondo. Y hoy, en el día del asesinato de Augusto Sandino, parece decirle a todos los grillos parlantes, a todos los perritos falderos: «Ya pagamos demasiado».