Por: Moisés Absalón Pastora.
El próximo Domingo de Ramos, que nos recuerda el recibimiento de Jesús de Nazaret entrando a la ciudad con palmas y vítores en su calidad de Mesías, nos determina el inicio de la semana más intensa del Año Litúrgico, en la cual se ora, reza y reflexiona sobre la Pasión, Muerte y resurrección de Cristo.
La Semana Santa es el momento más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión y nos olvidamos de lo esencial; dedicarnos a la oración y la reflexión sobre los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae, aunque hoy atravesemos pruebas aterradoras que afligen a la humanidad
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las conmemoraciones propias de este tiempo y así tener presente el martirologio de aquel que murió por nosotros y al que hemos abandonado.
Vivir esta Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados y tomar conciencia sobre lo malo que hemos hecho porque vivimos una tribulación que nos está marcando y ha puesto ha descubierto nuestros egoísmos, nuestros excesos y nuestra conducta contra un planeta que, siendo nuestra casa, la Casa que Dios nos dio, en la que murió y resucitó el hijo del Creador, la hemos maltratado al extremo que hoy reacciona, y con mucha razón, contra nosotros, sus más evidentes enemigos.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es conmemorar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el inmenso poder de su Resurrección. La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios, pero los seres humanos no hemos sabido corresponder a esa invitación, sino que la rechazamos con nuestra conducta y pensamiento.
La Semana Santa debe ser una nueva oportunidad para proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas; de parecernos a esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo y gritar como ellos “que viva mi Cristo, que viva mi rey…” Debería ser un tiempo para decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él; que queremos que sea el Rey de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero; que sea nuestro amigo en todos los momentos de nuestra vida porque Él debería, simple y sencillamente, ser el soporte espiritual y teológico de la fe de nosotros los cristianos que lo deberíamos tener como centro de todo.
Lamentablemente ese centro en nuestras vidas en una gran parte de la humanidad nunca fue Dios, nunca fue Jesús de Nazaret, sino que en su lugar pusimos cosas que destruyeron el centro espiritual que ubicado en el alma nos condujo a un despeñadero profundamente inmenso sobre el cual el mundo rueda y cae a un vacío oscuro y tenebroso que nos fue advertido, pero que fue ignorado por nuestra propia arrogancia.
La Semana Santa para los que fuimos perdonados por la Sangre de Cristo siempre debió ser una ocasión para alentar a las voluntades humanas a ser multiplicadores del bien común, no tratando de pintarnos de santos necesariamente, sino confiriendo el respeto que merece esa muestra de amor que nos dio el Hijo de Dios, no solo sufriendo lo que nosotros jamás podríamos soportar, sino conscientes de que su calvario ya estaba escrito y que pudiendo librarse de aquella tortura, fue obediente al Padre y consumó su destino para lavar los pecados que todavía nos atan y que nos hacen inferiores porque muchos no saben el significado de la muerte de Jesús.
Jesús de Nazaret, como El Hijo de Dios que es, siempre supo cuál sería el desenlace de su misión y con su pasión, vida y muerte nos dejó claramente advertido que sobre su sangre y dolor Él estaba cargando todos nuestros pecados, pero nosotros seguimos pecando, y empezamos a decir que creíamos en Él, pero sin tenerlo en el corazón y hacer cosas que no eran de su agrado y transformar el amor que nos dio en un odio que por su naturaleza arrogante nos cegó.
Nunca debimos olvidar lo que representó para el mundo la sangre, muerte y resurrección de quien hoy nos sigue alentando a reflexionar donde sea que nos encontremos. En ese sentido pensemos que cada lugar que pisamos, seguramente el hogar donde nos resguardamos o cualquiera que éste sea, pertenece al Creador que nos lo dio para que edificáramos y pusiéramos en cada uno de esos espacios cosas buenas, con la seguridad que siempre cosecharemos lo que sembramos y por eso hoy recogemos el fruto de la semilla puesta.
Si de gobernantes y autoridades se trata son los llamados en hacer mejor las cosas para salvaguardar la especie humana. Piensen aquellos que tienen el poder que el poder es para poder servir. Piensen los gobernantes, en el nombre de ese Cristo que se sacrificó por todos, que esos cargos son para hacer amigos a través de la amabilidad, la atención y el servicio. Piensen que Dios es real que todo lo ve y todo lo sabe. Piensen gobernantes del mundo que al final del camino serán sus acciones las que hablen por ustedes y nadie más.
Si de gobernados se trata en esta Semana Santa aprovechemos para reflexionar sobre lo bueno que podemos hacer para edificar las grandes cosas que el Señor de señores tiene preparadas para esta Nicaragua que según las profecías llegará a ser luz de las naciones y creo que ahora estamos más cercamos a entender el porqué de esta visión si nos atenemos al control que hasta ahora prevalece sobre esta pandemia que en el nombre de Jesús de Nazaret debemos reprender y rechazar.
Nosotros ciudadanos de ésta gran patria podemos pedir en las oraciones, que sin duda dedicamos al altísimo ahora que estamos atribulados por amenazas externas apocalípticas, generadas por el gran agresor de la humanidad, que Cristo nos dé una mejor visión de vida para que los pecados no sean tan continuos y podamos así desde el lugar donde nos encontremos en esta Semana Santa, decirle a los que más amamos, que por el amor que Jesús nos da, es que podemos cambiar y ser mejores.
Cambiar es posible cuando nos lo proponemos abriéndole a Dios nuestro corazón. Cambiar es hermoso si nos disponemos para una nueva etapa que nos conceda una victoria real sobre la muerte que nos acecha a través de la soberbia, de la prepotencia, de la arrogancia, de la deslealtad, de la traición y la mentira. Hacer todo lo contrario, para vestirnos de amabilidad y felicidad, es estar con Dios y estar con él, sobre todo en este tiempo en que la humanidad está tomando conciencia de sus grandes errores, es tenerlo todo para honrar con orgullo y sinceridad a los que comparten con nosotros la inmensa sensación de ser benditos con la sabiduría y luz que solo nos da la grandeza del Crucificado.
En Nicaragua y el mundo miles de millones de personas en ésta Semana Santa sabremos reflexionar en toda su dimensión el calvario de las últimas horas del Señor como pasajero de éste mundo por el cual murió y hacerlo con intensidad porque estamos conscientes que Dios siempre mitiga que nos guarda de las amenazas de guerra, tendremos que hablar del antes y nos conduce a una nueva forma de comportamiento para que el mundo sea diferente porque todos podemos cambiar, porque podemos ser diferentes para dar el paso de seres vivos a humanos porque entre un y otro estado hay una enorme y visible diferencia.
Dios es tan misericordioso, que ahí, en el retiro o confinamiento obligado en el que usted y su familia decidan estar o ahí en el centro vacacional que parece estarán más concurridos que en años anteriores, ahí también estará Él, esperando que lo invoquen, para que en unidad de propósitos sustituya la angustia por lo incierto y el placer, la playa o el trago por la oración, por el mea culpa y el reconocimiento de que la suma de todos nuestros errores es el resultado de lo que hoy podamos estar estamos sufriendo.
Que Dios Todopoderoso ponga en la humanidad una vez más la semilla de su misericordia para que volvamos a nacer, para que seamos cristianos de verdad, para que desde la fraternidad seamos mejores padres, hijos, hermanos, esposos y ciudadanos.
Que Jesús de Nazaret que murió por el perdón de nuestros pecados resucite en nosotros y nos dé el Don de cuidar y honrar cada una de las bendiciones que todos los días nos da.
Te puede interesar: EL EXILIO DORADO Y EXILIO DE COBRE