20 años tenías cuando agarraste la vida en serio.
20 años tenías cuando trascendiste a lo eterno.
20 años tenías cuando dejaste de escribir prosas y te convertiste en ellas.
20 años tenías cuando dejaste de buscar su rostro en cada autobús.
20 años tenías cuando junto a Sandino, al Che, a Miguel Ángel Ortez, a Jorge Navarro y a Selim Shible, te convertiste en un santo.
20 años tenías cuando, junto al pueblo, hiciste tuya la luna.
20 años tenías cuando descubriste que Jesucristo no está en el altar sino en el amor a la humanidad hasta darse a uno mismo en sacrificio.
20 años tenías cuando resolviste que la matemática más básica del humano es la del amor, que multiplica todo lo bueno.
20 años tenías cuando le hiciste jaque mate al tirano, sacrificando tu única pieza para garantizar la derrota definitiva al enemigo.
20 años tenías cuando, por el Periférico, el Edén, Don Bosco, la Salvadorita y Bello Horizonte, se escuchó la bala que nunca escuchaste.
20 años tenías cuando un batallón de esbirros con tanques y ametralladoras lucharon contra 3 muchachos armados con unos rifles viejos y revolución.
20 años tenías cuando tu sangre y cuerpo se hicieron uno con el futuro,
futuro de cantos de niños,
futuro de victorias,
futuro de Nicaragua libre,
futuro de escuelas, parques y hospitales,
futuro de amor,
futuro de un pueblo libre.
20 años tenías cuando te convertiste en todos los pueblos,
los poetas, los héroes y los mártires que luchan por la verdad y la justicia con fuego, sangre y palabra.
20 años tenías cuando le gritaste al traidor, genocida, al vende patria: ¡QUE SE RINDA TU MADRE! y lo sigue escuchando hasta el día de hoy.
Escrito por: Julio César Padilla
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