Barricada

Cobrando conciencia de la histórica lucha antiimperialista: Sandino en México

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Hoy se cumplen 124 años del Natalicio del General de Hombres y Mujeres Libres, quien nació un 18 de mayo 1895 en Niquinohomo.

El Equipo de Barricada/Historia comparte un texto del Dr. Aldo Díaz Lacayo que nos permite comprender cómo la estancia de Sandino en México fue determinante para el General, ya que la revolución mexicana le permitió cobrar conciencia de la lucha antiimperialista. Como afirma el profesor Aldo Díaz, “la verdadera universidad político-ideológica” de Augusto C. Sandino fue México. Y como la revolución mexicana fue sitiada desde el principio por las potencias imperialistas, fue también “la primera escuela de la confrontación sin cuartel imperialismo–revolución en el Continente. Para ambas partes”.

Estadía en México

Tomando en cuenta el tiempo estimado de sus estadías en Bluefields y La Ceiba, y su tránsito por Quiriguá, probablemente Augusto C. Sandino llega a México en el segundo semestre de 1923, para permanecer ahí hasta mediados de mayo de 1926, tres años. Sin documentos de ninguna especie como se estilaba en la época y sin controles migratorios. Un período histórico relevante para la revolución mexicana y para el propio Augusto C. Sandino, tomando en cuenta su sensibilidad y su limitada pero intensa formación previa en El Caribe centroamericano.

Una formación político–ideológica de oposición, de lucha permanente y militante contra gobiernos y partidos políticos entregados a las bananeras y al imperio norteamericano, y en consecuencia subyacentemente contra Estados Unidos. Una lucha cimentada entonces en la defensa de la identidad grupal de los oprimidos reprimidos desposeídos, pero también de la soberanía nacional consignada en la Constitución de cada país. Todas en el espíritu y la letra liberales progresistas, flagrantemente violadas por las compañías extranjeras en connivencia con los gobiernos.

Luchas políticamente formativas per se. Y si bien Augusto C. Sandino no participó militantemente en ellas sí fue privilegiado testigo de calidad, con vivencias de reflejo magnificadas por el espejo de la violencia institucional –frecuentes, y a veces cotidiana por períodos prolongados. Situación suficiente para alimentar su espíritu liberacionista mediante la reflexión, calidad humana que se acrecentaría constantemente a lo largo de su cortísima vida. Con ese espíritu llegó a México.

Al solo llegar a su nuevo destino, Augusto C. Sandino se percató que México vivía una etapa histórica radicalmente diferente a la de Centroamérica. Más allá de todo lo que se había imaginado por las discusiones habidas en La Ceiba del nuevo proyecto político liberal y por el ambiente postrevolucionario vivido en Quiriguá. En México la lucha era por defender al gobierno revolucionario de los poderes fácticos imperiales extranjeros y de la oligarquía interna de reminiscencia feudal. Ambos como siempre haciendo causa común entre sí. Resistiéndose a perder su posición socioeconómica dominante, dependiente a su vez del control integral del imperio sobre el país.

Muy pronto Augusto C. Sandino empezó a cobrar conciencia acerca de los fundamentos de la lucha revolucionaria contra el imperialismo norteamericano– europeo y la oligarquía local. Ahí sí deliberadamente, abiertamente, participando en términos de estudio de la realidad nacional –que era la norma entre sindicatos y organizaciones populares. Entonces cobró conciencia de que esta lucha giraba alrededor de la permanencia histórica de la revolución en el marco de la Constitución de 1917, la Constitución de Querétaro, expresión jurídico–política de todas las conquistas revolucionarias. Proyecto político–ideológico de la revolución.

Ebullición revolucionaria

Igualmente, muy pronto Augusto C. Sandino asumió que esas conquistas eran inéditas para México y para la región –y para el mundo de inicios del siglo veinte, porque la revolución mexicana es siete años anterior a la rusa. Conquistas verdaderamente radicales plasmadas en una Constitución que por primera vez en la historia política occidental consigna, además de los derechos civiles y políticos, los derechos socioeconómicos de los ciudadanos, el derecho al trabajo y el derecho de los trabajadores. Reivindicando además la propiedad del Estado sobre la tierra y sus recursos, y proclamando el derecho a la educación pública gratuita absolutamente laica, hasta entonces mayormente diseñada por la iglesia católica. Un hallazgo político–ideológico que lo arrobaría para siempre, a pesar de la inmensa decepción que sufriría pocos años después.

Pronto en efecto Augusto C. Sandino se aprendió de memoria los artículos 3, 27, y 123 constitucionales, y desde luego los argumentos revolucionarios en su defensa. Porque desde su llegada se dio cuenta que las luchas sindicales, gremiales y de todos los sectores sociales organizados giraban alrededor de la defensa vehemente de esos artículos. Atacados con la misma vehemencia por el imperio porque le arrebataba la propiedad del suelo y del subsuelo, por la oligarquía que perdía la propiedad del latifundio y de la tierra en general, por los empresarios que debían someterse las nuevas leyes laborales, y por la iglesia que sabía que le arrebataban el control ideológico de las clases superiores. Es decir, por el establecimiento político desplazado. Cimiento de la superación de la contradicción social principal.

Por cierto la reivindicación del laicismo fue la primera reforma de la Reforma, como llaman en México a la revolución liberal presidida por Benito Juárez, primer presidente indígena de América y Benemérito de las Américas. Una reivindicación radicalizada al extremo por la revolución, sobre todo después de la llamada Rebelión Cristera (1926–29) cuando el gobierno decretó la expulsión de doscientos religiosos extranjeros y cerró colegios, capillas, y hospitales regenteados por clérigos, retirándoles a más de dos mil sacerdotes el permiso para oficiar. Disposiciones que quedaron vigentes aún después de la amnistía decretada por el gobierno revolucionario con la mediación de algunos obispos y del embajador norteamericano.

Porque entre los grandes temas político–ideológicos en la agenda de la revolución mexicana se encontraba en primer lugar la soberanía nacional. El pueblo estaba harto de fuerzas imperiales externas y de oligarquías internas que las validaban, que incluían la iglesia católica. Harto de los Hernán Cortés, de los Iturbide, de los Maximiliano, de los Porfirio Díaz, de los norteamericanos y europeos disfrazados de inversionistas, de Washington, que entonces había sustituidos a los otros imperios extranjeros y los dirigía. La revolución mexicana erradicó para siempre el culto a los invasores en la monumentaria nacional y en cualquier otra expresión cultural. Por el contrario, todas las expresiones culturales se volcaron a reivindicar la historia y la cultura originarias, a plasmar la influencia originaria en el devenir histórico nacional, hasta cobrar conciencia del Esplendor de treinta siglos de la cultura mexicana.

El segundo lugar de esa agenda lo ocupaba el desarrollo económico autónomo, fuera de los controles del imperio, basado en la tierra, los recursos naturales, la organización social. Todo lo demás no era secundario aunque lo pareciera, porque en una revolución profunda lo secundario no puede desligarse jamás de lo primario. Porque la revolución mexicana recogió todas las demandas populares y las potenció para que el pueblo a su vez las asumiera como conquista y las repotenciara, y así sucesivamente. Un círculo virtuoso de toda revolución social.

Conciencia deslumbrada

No pudo, pues, Augusto C. Sandino dejar de comparar la situación del México que lo recibía con la Centroamérica que recién había dejado atrás. En un abrir y cerrar de ojos pasó de la lucha sin esperanzas por conquistar derechos fundamentales, violentamente conculcados, a lucha por preservar los ya conquistados, enfrentando la violencia en todas sus formas y magnitudes. Un deslumbramiento de conciencia tan grande como el que lo asaltó en Nicaragua en 1912 cuando presenció la vejación imperial del cadáver de Benjamín Zeledón, aunque con mayor madurez.

Un gigantesco salto de calidad cívica que le permitió asumir con nitidez las diferencias entre las luchas centroamericanas y la de la revolución mexicana: de la lucha por el nacionalismo a ultranza encerrada en las fronteras de cada país, al nacionalismo antimperialista, antesala inevitable del internacionalismo. De la lucha subversiva para reivindicar la ley a la lucha abierta en defensa de la ley, de la lucha aislada del resto del mundo a la lucha colmada por la solidaridad popular mundial, particularmente de los pueblos de la región. Asumir en consecuencia que la lucha de los pueblos de América Latina y el Caribe trasciende sus fronteras porque el objetivo fundamental de esa lucha es la liberación del dominio imperialista. Pasar del vasallaje colonial a la autonomía de la nación–región como tantas veces lo diría después el General Sandino en cartas, entrevistas–reportajes, en sólidos documentos históricos.

Porque, como toda revolución la mexicana nació sitiada por el imperialismo y sus socios europeos. Fatalmente enfrentada al imperialismo. Ahí nacieron los sistemas de agresión aplicados posteriormente contra los movimientos revolucionarios latinoamericanos y caribeños. Partiendo de la agresión–presión diplomática directa y frente al resto del Mundo, de las campañas desinformativas (actualmente integradas a la guerra de cuarta generación), y de los apoyos directos de toda naturaleza a las fuerzas contrarrevolucionarias, incluso en armas y logística militar y política. La revolución mexicana es la primera escuela de la confrontación sin cuartel imperialismo–revolución en el Continente. Para ambas partes.

Por primera vez en la historia regional, en México se visibiliza plenamente la hipocresía y el cinismo de la política exterior de Washington hacia América Latina y El Caribe, hasta entonces solamente presentida. Es cierto, Cuba y Puerto Rico ya habían sido víctimas de esa política. Y antes más brutalmente Haití, y toda la América en la etapa independentista aunque en menor proporción. El imperio norteamericano apenas empezaba a ascender. La llamada Doctrina Monroe data de diciembre de 1823. Por otra parte la primera independencia luchaba por implantar el nuevo modelo de organización social basado en el liberalismo, el mismo que ya había triunfado en Estados Unidos. En aquel momento entonces la contradicción revolución–monarquía favorecía al naciente imperio norteamericano, esperando al acecho la independencia de América para empezar a actuar sin confrontar a los reinos europeos –excepto Inglaterra que también acechaba. Esperando el fracaso de España y los imperios europeos pretendidamente restaurados, sin importarle el costo social de la guerra independentista contra España.

Desinformación mediática

En México, pues, se visibiliza plenamente la contrarrevolucionaria política exterior imperialista basada en la eficiente coordinación diplomático–militar con múltiples sectores y gobiernos, desde Washington, y en el uso de los medios de comunicación como poder funcional. La primera gran campaña de desinformación mediática nace en México. El embajador norteamericano, dizque trabajando por su cuenta y hasta desafiando a Washington, manejando todos los hilos de la conspiración que terminaría con el asesinato del presidente Francisco I. Madero y su Vicepresidente José María Pino Suárez, actuando en franca coordinación con los embajadores de Alemania e Inglaterra, alegando que solo acompañaba al inglés porque éste tenía instrucciones precisas de su gobierno para contrarrestar el cambio revolucionario.

Inmediatamente después ese mismo embajador dirigió la conspiración contra Venustiano Carranza (1915–20), casi diez años de conspiración “por su cuenta”. Acompañado además por el director de la Unión Panamericana (antecedente de la OEA), quién propuso la mediación de los países del ABC (Argentina Brasil Chile) entre los países imperiales y la desplazada oligarquía nacional, y el gobierno revolucionario. Mediación cínicamente desautorizada por Washington pero dejando en el aire la propuesta. Una idea esta última cuya discusión sin duda trascendió a la época de la estadía en México de Augusto C. Sandino, pues la misma propuesta sería presentada años después para Nicaragua durante la guerra de liberación, denunciada y repudiada públicamente por el General Sandino cuando se enteró de ese plan.

Desde luego, a la conspiración diplomática seguían pasos concretos de aislamiento de la revolución. El primer paso fue bloquear la compra de armas y municiones por parte de México en Estados Unidos y en el resto del Mundo. No solo por las razones de Seguridad Nacional alegadas por Washington, porque muchas batallas revolucionarias tenían lugar en la frontera entre ambos países, sino también para favorecer a las fuerzas contrarrevolucionarias, dándoles una ventaja militar apreciable –las llamadas tropas federales para distinguirlas de las fuerzas revolucionarias, estigmatizadas y penalizadas por el imperio. Y el segundo paso, coordinando acciones contrarrevolucionarias políticas, armadas, mediáticas con las compañías petroleras extranjeras y con la oligarquía local.

En otras palabras, el ambiente revolucionario mexicano era de radical confrontación cotidiana con el imperialismo, determinante de la profundización de la revolución y de la organización–estudio de los sectores populares, potenciado por las también inéditas acciones contrarrevolucionarias, que se dieron justamente durante la estadía de Augusto C. Sandino en México (1923–26). El necesario látigo contrarrevolucionario que menciona Trotsky.

Por ejemplo, el asesinato del General Francisco Pancho Villa el 20 de julio de 1923, que conmocionó al país y repotenció la discusión pública acerca del anterior magnicidio contra el General Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919 –una práctica contrarrevolucionaria iniciada con el asesinato de Francisco I. Madero. Zapata y Villa los dos líderes fundamentales de la revolución mexicana, con reconocidas corrientes propias, identificadas popularmente como zapatismo y villismo. El primero, líder indiscutible de la revolución agraria, recogida textualmente en la Constitución de 1917, y el segundo actuando con marcada intención antiimperialista, recogida solo en el espíritu de esa Constitución.

Socialismo en Yucatán

También entonces se dio el primer gobierno socialista de América encabezado por Felipe Carrillo Puerto, que gobernó el Estado de Yucatán desde noviembre de 1921 hasta su asesinato en enero de 1924 –otro magnicidio. Un gobierno rechazado y violentamente atacado por las fuerzas contrarrevolucionarias, e igualmente apoyado por las organizaciones revolucionarias, en ambos casos con amplia trascendencia nacional, principalmente en la zona de la Huasteca, donde se había afincado Augusto C. Sandino, quien tuvo que concienciar esa realidad. Carrillo Puerto fue fundador del Partido Socialista de Yucatán, pronto transformado en Partido Socialista del Sudeste, y con esa bandera gobernó. Incrementó el reparto de tierras, virtualmente paralizado antes de su llegada al Gobierno del Estado, e instauró la educación racionalista. Fue defensor de los indígenas, llevando esa defensa hasta traducir al idioma Maya la Constitución de 1917, idioma que él dominaba hasta el grado de pronunciar en esa lengua su discurso inaugural como Gobernador. En ese mismo período se dieron también las reformas educativas de la revolución mexicana propuestas e implantadas por José Vasconcelos, de enorme trascendencia regional, tanto que marcaron la orientación y organización del sistema educativo en casi todos los países de América. Vasconcelos impuso la educación popular, introdujo el muralismo en la cultura mexicana, apoyando a pintores desde entonces destacados como Diego Rivera, José Clemente Orozco, y David Alfaro Siqueiros, organizó la primera campaña de alfabetización, editó e impuso la lectura de los clásicos mexicanos y de la literatura universal, reorganizó la biblioteca nacional y creó muchas nuevas bibliotecas. Vasconcelos pues llevó a cabo una trascendental revolución educativa con énfasis nacionalista–originario, nacionalismo de arraigo originario. Es creador del lema de la Universidad Nacional Autónoma de México, por mi raza hablará el espíritu, que tanta influencia ha tenido en el resto de las universidades públicas regionales y que fue reivindicado por el General Sandino en su Plan de realización del supremo sueño de Bolívar (punto 43).

México vivía entonces un ambiente revolucionario integral que impregnaba todos los ámbitos nacionales, de ambos lados ideológicos –y la mayoría de los regionales. Todas las instituciones. Todos los partidos políticos y organizaciones sindicales, gremiales, populares. Todos los sectores académicos y escolares. Un ambiente que era objeto de discusión pública y de análisis en círculos de estudios revolucionarios o afines pero críticos a la revolución –así como en los partidos políticos y organizaciones regionales revolucionarias y progresistas. Un ambiente paradójicamente enriquecido por los ataques armados de la contrarrevolución. Una escuela revolucionaria permanente. Augusto C. Sandino participaba en esos movimientos sindicales y en esos círculos de estudio, algo que deliberadamente evitó en su periplo caribe–centroamericano. Ni siquiera lo hizo en Bluefields, su propio país.

Y es que Augusto C. Sandino inicia su estadía en México radicándose en el límite de los Estados de Tamaulipas y Veracruz donde se concentraba la mayor parte de la industria petrolera en manos de compañías extranjeras (norteamericanas y europeas) que apoyaban y hasta dirigían la contrarrevolución política–diplomática y armada, literalmente. Un sitio en consecuencia de alta concentración obrera y por lo mismo de gran activismo revolucionario. Augusto C. Sandino llega allí apenas nueve años después del alevoso ataque armado de la marina norteamericana al puerto de Veracruz el 21 de abril de 1914. Un hecho reciente en términos revolucionarios, ya no se diga históricos, parte de la discusión ideológica cotidiana. Motivación permanente para la lucha antimperialista. Primer aldabonazo mexicano a la conciencia del joven obrero nicaragüense.

El anarquismo mexicano

Un sitio en consecuencia también propicio para la penetración natural de todas las ideas revolucionarias de la época, que se afincaron ahí a partir del triunfo de la revolución. Ideas que lograron posicionarse en distinta proporción en el movimiento revolucionario, enriqueciéndose empíricamente, ajustando la teoría a la realidad. Desde el bolchevismo (después comunismo) hasta el anarquismo, de donde proviene la bandera rojinegra del General Sandino, pasando por el liberalismo libertario.

El anarquismo mexicano tuvo su máxima expresión en los hermanos Flores Magón, con un destacado liderazgo que se prolongó por mucho tiempo. Por ejemplo, durante la primera convención obrera mexicana (1921) participaron muchos sindicatos de orientación anarquista y fueron ellos los que influenciaron a la Confederación General de Trabajadores para que rompiera sus vínculos con la Internacional Sindical Roja, dirigida por Moscú, y con los comunistas mexicanos –sin duda de ahí viene el escrúpulo del General Sandino de mantener distancia con el Partido Comunista, profundizado durante su estadía en México de junio de 1929 hasta el mismo mes de 1930.

La llegada de Augusto C. Sandino a la Huasteca no fue casual. Fue una decisión que tomó con base a lo que había escuchado en Quiriguá, y tal vez desde La Ceiba. Ese sitio fue literalmente la sede del movimiento obrero petrolero. Hubo tres importantísimos movimientos previos a la organización del primer sindicato: en 1913, en 1915, y en 1918. Todos en Veracruz. Así, entre persecuciones y asesinatos se gestó el movimiento petrolero, primero en Minatitlán, luego en Las Choapas, Cerro Azul, El Ébano, Mata Redonda, Poza Rica, y Tampico. Y también obviamente en esa zona se iniciaron las huelgas petroleras: las primeras en Minatitlán, Veracruz, y la más grande y exitosa en Tampico, en 1923, que terminó con la firma del primer convenio colectivo. Y al año siguiente, en septiembre de 1924, hubo una huelga general de trabajadores (electricistas, ferrocarrileros, y obreros portuarios) en Tampico, gestada con anterioridad. Todos ellos en la región y la época de estadía de Augusto C. Sandino. Cómo no asimilarlos. Parte fundamental de su educación superior no formal, aunque más sistematizada por los círculos de estudio.

Pero hubo en México un aspecto ideológico que poco o casi nada se menciona y que por lo mismo es necesario subrayar. Francisco I. Madero, el asesinado primer presidente de la etapa revolucionaria, era maestro teósofo. Desde mucho antes de llegar a la Presidencia de México Madero hacía doctrina junto a otros maestros teósofos internacionales y probablemente dirigía su propia escuela teosófica. Su imagen de mártir potenció el movimiento teosófico mexicano en un momento en que la teosofía se encontraba en auge en occidente, presente en México a través de distintas escuelas. Augusto C. Sandino participaba activamente en una de ellas, y es más que probable que esa escuela estuviera altamente influenciada por la personalidad y las acciones del presidente Madero, incluso pudo haber sido de la misma escuela de Madero. Como se explicará más adelante el General Sandino repetiría en sus negociaciones de paz en Nicaragua (1933) los mismos patrones que guiaron a Madero al momento de negociar los Pactos de Ciudad Juárez del 21 de mayo de 1911, que finalmente lo llevaron a la muerte.

En este contexto, hay otro elemento ideológico que conviene destacar y al mismo tiempo aclarar. La revolución liberal de Reforma en México (1857) estuvo dirigida por liberales guiados por la filosofía positivista, de largo aliento en los movimientos liberales de América Latina, principalmente en aquellos países donde triunfó la revolución liberal a mediados del siglo diecinueve. En México el pensamiento positivista fue pues ideología de Estado y terminó con el triunfo de la revolución en 1910, aunque ya había degenerado con la larguísima dictadura de Porfirio Díaz. Sin embargo, si bien el teosofismo fue la doctrina del primer presidente de la revolución, de Francisco I. Madero, nunca fue fundamento ideológico de la revolución mexicana.

Síntesis de ideologías

Como ha quedado expuesto, la ideología de la revolución mexicana fue una mezcla sui generis de muchas corrientes ideológicas con énfasis socialista. Fue, como se aclara al principio de este otro aporte a la biografía del General Sandino, la solución propia que encontró el pueblo mexicano a la demanda mundial de cambios sociales que estalló a caballo de los siglos diecinueve y veinte, bien definido este cambio en la Constitución de Querétaro de 1917. Cambios que casi simultáneamente encontrarían una forma político–jurídica mucho más avanzada en la revolución rusa –después ésta los superaría con creces en la Constitución Política de la URSS.

La revolución mexicana fue pues la verdadera universidad político–ideológica de Augusto C. Sandino. Su vida mesoamericana le permitió a Augusto C. Sandino tomar algunos postgrados de hecho en casi todas las especialidades. Un desarrollo académico–cultural jamás imaginado por Augusto Nicolás Calderón ni por ninguno de quienes le conocieron hasta 1920 o 1921. Fue la revolución mexicana la que le permitió cobrar conciencia de la histórica lucha antimperialista del pueblo de Nicaragua. Un proceso sostenido. Ya en 1925, dos años después de su llegada a México, Augusto C. Sandino reflexionaba con sus contertulios cotidianos, por cierto de la escuela espiritualista a la que él pertenecía, el tema de la sumisión de nuestros pueblos de la América Latina ante el avance hipócrita, o por la fuerza, del asesino imperio yanki.

Pero no eran teóricas estas reflexiones. Eran reflexiones sobre el imperialismo real, que arrancaban de la brutalidad de su comportamiento con respecto a México: el robo de la mitad del territorio nacional, la invasión de 1847, y desde luego el asesinato de Francisco I. Madero y todas las agresiones, incluso militares, a la revolución mexicana, empezando por el ataque armado a Veracruz en 1914. Pero esas reflexiones necesariamente incluían a Nicaragua y también a Centroamérica, encontrando a través de ellas como factor común, que los unía, a William Walker, quien también había pretendido hacer su propia república en el Estado mexicano de Sonora antes de lograrlo en Nicaragua.

Augusto C. Sandino, en consecuencia, tenía un bagaje particular acerca del comportamiento del imperialismo en la región, hipócrita o por la fuerza, como lo calificó después el General Sandino. Leiv motiv de la guerra de liberación que condujo el General Sandino en Nicaragua. Porque esas reflexiones lo llevaron a él y a sus contertulios mexicanos, de manera natural, a la historia y a la cultura, sustrato de la discusión nacional en la época de la revolución mexicana en todos los ámbitos –principalmente en los primeros años de la revolución, que se extienden hasta el inicio de su institucionalización en 1929. Porque la historia y la cultura son los pilares de la identidad nacional y en consecuencia elementos sustantivos de toda revolución social. No existe revolución que no haya partido de reivindicar profundamente la historia y la cultura propias (originaria en el caso de la América anteriormente española), y tampoco existe una revolución que subsista si se aleja de su propia identidad nacional. Entonces sucumbe y regresa la dominación imperial con ropaje neocolonial. Esta es la razón por la cual la transculturización temprana y permanente es el objetivo imperial prioritario.

Sin embargo, nunca una revolución muere del todo, ni la propia ni la de la humanidad. Queda incrustada en el inconsciente colectivo. Tarde o temprano volverá a estallar. En su lucha por la liberación humana, el hombre avanza hasta cuando retrocede. O dicho de otra manera, con independencia de la duración del reflujo, de la restauración conservadora, siempre el último avance revolucionario es el punto de partida de la nueva explosión social, del nuevo avance revolucionario, potenciado desde luego por los logros revolucionarios de otros pueblos que se dieron mientras el propio aparecía adormecido.

Por su cuenta entonces, primero inconscientemente y cobrando conciencia a medida que el tiempo pasaba, Augusto C. Sandino fue asumiendo las similitudes y diferencias entre la historia y la cultura nicaragüense con las de México. Ambas muy ricas y en no pocos casos de origen común, pero también con diferencias estructurales. Nicaragua es frontera étnico–cultural, así como de la flora y la fauna, entre las poblaciones originarias del Norte y del Sur de América fundacional, ambas incrustadas en el inconsciente colectivo nacional.

Orientado por este inconsciente actuó el General Sandino, sin trasplantes mecánicos de ninguna de las distintas realidades que vivió en su periplo mesoamericano, sin calco ni copia al decir de Mariátegui. Es decir, a pesar del gran salto formativo mexicano, su formación superior previa ligada al inconsciente colectivo nacional, lo convirtieron en paradigma nacional y regional.

Escrito por: Dr. Aldo Díaz Lacayo
Publicado en la Revista Correo, mayo-junio2014, pp. 55-60

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