Barricada

EL CUENTO DEL PUNCHE DE ORO

En las noches de Semana Santa, casi todo mundo esta en sus casas buscando como dormir temprano, ya que el andar muy de noche puede traerle problemas sino guarda familiarmente esos días. En esos días la Luisa y su marido no hallaban que hacer para que sus hijitos fueran a las procesiones.

No tenían que ponerles de vestidos a niños para que fueran decentemente a los recorridos religiosos. La Luisa y su marido eran bien pobres, vivían allá cerca del tamarindón, buscando para el fortín de Acosasco. Los pobres con costo ganaban para el pinol.

Había que ver a sus pobres hijos, todos panzones por lombricientos.

Su ranchito, hecho de ripios de mangle con unas pocas palmeras robadas de otros ranchos cercanos; ni excusado tenían, los niños defecaban en el patiecito; corrían las aguas putrefactas por cualquier lado, los niños chapoteaban en el lodo, por allá un chancho los acompañaba, todo era mugre; pero la Luisa estaba acostumbrada a estar panzona y cada vez que lo estaba se enfermaba de muchas cosas, entre otras de anemia profunda, de tal manera que solo vivía adormilada.

Las pocas ropas que tenían ni se lavaban porque no había jabón, total, la Luisa parecía escopeta de finca, solo cargada y en reposo vivía.

Sus niños, como siete eran, jugaban a cualquier cosa todo el día, y cuando tenían hambre se iban a cualquier solar y de allí robaban cualquier cosa que pudieran comer, mientras la Luisa dormía.

Su marido iba de vez en cuando al mar, a la ñanga a buscar conchas para vender, pero siempre que iba y agarraba conchas, punches o camarones  los vendía para beber guaro, y así, llegaba en las noches sin nada.

Los niños lloraban y la Luisa gritaba improperios a su marido. Nada se arreglaba, todo era inmundicia y malos hábitos, ninguno de los dos padres quería hacer nada por salir de la crisis permanente.

Una vez el marido de la Luisa, puesto en la ñanga platicando con sus amigos, platicaba de sus desgracias.

-Chocho, que hubiera algo mágico para dejar esta pobreza, decía uno de ellos.

-Bueno, dijo, el esposo de la Luisa: dicen los Sutiaba que para todas  las Semanas Santas

sale un punche de oro que viaja desde aquí hasta León, pero solo los jueves santos sale.

-No te creo, dijo Antonio que también estaba en la lipidia.

-Sabes cual es el clavo, dijo el marido de la Luisa: es ese punche, dicen que solo se puede

agarrar bien por la noche. Dicen que viaja toda la noche desde el mar y que va llegando

como a las doce a la plaza de Sutiaba, y que ahí entra en el pozo comunal y se pierde.

Quiere decir, que hay que estar esperándolo escondido por algún lado hasta que llegue y

de allí tirársele y agarrarlo… Sería bonito, porque así saldrías de pobre… lo vendes y

después a  comprar todo lo que vos querrás.

-Que tal? Idiay, hay que desvelarse para poderlo agarrar? Ese si es clavo, a esa hora

estoy durmiendo con mi vieja.

-Ya está pues, dijo el esposo de la Luisa; el clavo mío es la Luisa que está panzona otra

vez y todos los cipotes están chiquitos; que tal y me voy a buscarlo y en ese momento se

le ocurre parir a la mujer.

Total, no había forma de que esos hombres se decidieran a hacer algo por sus vidas. Todos ellos eran tremendos pirucas y solo trabajaban ya en las últimas, cuando se les escaseaban los recursos para comprar guaro.

El hombre de la Luisa ni se preocupó mucho y dijo para si: con tal que lleve algo para la cena, con eso basta, mañana veré que hago…Ah! Allí tengo el chancho flaco ese, tal vez lo puedo vender en algo, le doy un poco a la Luisa y el resto me lo voy a pachanguear.

Ya se acercaba el día grande y la palmazón era mayúscula, ni para comprar unos peleros para ir a las procesiones tenían.

Una noche durmiendo la goma el hombre de la Luisa soñó con el punche. Ya le parecía que lo agarraba y que iba a vender y le daban un cachimbo de riales. Reía en su sueño y miraba bien vestida a la Luisa y todos los chavalos, y él se había comprado unos burros para que le duraran tres años. Tan salado estaba el pobre que un zancudo le pico y lo despertó, de un brinco saltó de la tijera donde dormía y se quedó de pie viendo su presente pobreza, su presente miseria.

-De todos modos ni Dios me quiere, dijo para si mismo el hombre de la Luisa, como para consolarse después de la despertada que le causó el zancudo.

En los días siguiente el marido de la Luisa siguió pensando en el punche, eso, parecía, era su única alternativa, porque ni había estudiado nada el hombre. Nunca se preocupó por aprender nada el hombre, de tal manera que no miraba nada más que seguir bebiendo guaro hasta morirse.

Una vez bolo le contó a la Luisa lo del punche y le propuso que fueran a agarrarlo. La Luisa le dijo que eso era puro cuento, que no fuera baboso y que no pensara más en el asunto.

-Bueno pues, le dijo a su mujer, no queda otra cosa que hacer, que tantear, de todos modos no se pierde nada con intentarlo, tal vez niña, ¿que sabemos?

El jueves santo había llegado, ese era el día, se alistó, escondido de la Luisa, preparó un morral y dentro puso un puñal, el puñal con que alguna vez asaltó a alguien. Esperó que todo mundo se durmiera y como a las once y cuarenta se fue a buscar un lugarcito escondido para que no lo viera la gente y para esperar al animal.

Estuvo ahí hasta que llegó la hora, ya casi eran las doce de la noche y había que estar bien despierto para agarrarlo, lo vio venir desde las ruinas de Veracruz, caminando lentamente resplandecía la calle con aquel brillo que despedía el animal. Al hombre de la Luisa se le iban los ojos, se frotaba las manos, abría el bolso que había llevado, ya le parecía que lo tenía en sus manos y cerraba la boca del saco. Se acercó cada vez más al rápido punche, corría como loco detrás del animal; la plaza era grande  y tuvo que dar muchas vueltas; el punche se estaba cansando, él miraba que se estaba cansando;  cada vez estaba más cerca  y ya casi lo agarra, casi lo agarraba de una de las tenazas del punche, el animal se avispo y le mordió el dedo índice, el pegó un grito desgarrador… y se llevó el dedo a la boca para chupárselo y calmar la sangre, se llevaba en cámara lenta su dedo a la boca, la sangre se derramaba a borbotones, en eso estaba cuando el punche lo volvió a morder, volvió a gritar y de repente se vio de pie junto a su tijera, se quedó impávido pues había despertado de un nuevo sueño, de nuevo un zancudo la había picado.

Versión de Leonel Uriarte Narváez

León, Nicaragua,C.A.

12 de Diciembre,2003