Déjeme le cuento… resulta que en esos viernes de marzo que son tan arrogantes, esos mismos con sus tonalidades de sudor bien espesos, resbalosos como brochas sobre paredes de cuellos arenosos, pero sobretodo melosos de tanto bochorno; uno logra concebir el camino al sueño, como un martirio, como un tránsito santo recibiendo latigazos de coyundas forradas de sal.
¿Y usted sabe lo que es querer dormir enfrentándose a ciegas a los zancudos? Ellos llevan las de ganar, estamos en su campo, tienen buena línea de ofensiva y uno está expuesto al dardo, caen en picada sobre nuestros empobrecidos muslos o la espalda. Cortan el silencio con su zumbido y de repente uno ardiendo en las llamas de las sabanas mojadas, sucias y asquerosamente insoportables.
¿Qué le voy a decir de ese pequeño molino eléctrico de viento? – Maldito traidor- él nos dijo que pasado el conticinio de la noche todo sería más fácil y acogedor, cada uno llegaría a tener paz y regocijo.
¡Pero que mierda más insoportable! ¡Era mentiraaaa!
De pronto a cada graznido del infinito vals del reloj me volvía tétrico, todo se venía encima los zancudos, el molino, los hierros de las ventanas, el espejo no dejaba de verme, mis pies corrían sobre las líneas divisoras del piso, yo era amenazado por mis hermanos de cueva.
¿Sabe quien dirigía todo? En su éter, en su esencia escandalosa, usando todo lo posible para convencerme de no tener ningún reconcilio con el sueño. Un momento fue lo básico para hacerme sentir que algo en mí estaba de más y estorbaba, la comezón y los aullidos retumbando en mi cerebro, viendo pálidamente cómo el brazo izquierdo no tenía ninguna empatía, ni conmigo, ni con el derecho,entonces me vi obligado a separar toda relación con él… pensé sigiloso y cabizbajo en un pedazo de nylon, ¡si! un pedazo no muy largo pero que diera lo suficiente para ahorcar al zurdo brazo necio y alejarlo de mí.
¡Y así fue! Se me ocurrió la genial idea en complicidad con el derecho de inyectarle un tantito de anestesia para relajar el hombro y tratar de quitarlo de mi cuerpo.
¡No resultó!
Tuve que ser más arriesgado pero también fue más doloroso. Ya firme en mi decisión y con todas las incomodidades encima, con los zancudos yendo y viniendo, con aquel molino de viento eléctrico agitado y gargajoso y con la ciudad en llamas, procedí sin tanta melancolía a quitarlo y arrojarlo debajo de la mesa que fue la única testigo silenciosa de aquel acto de satisfacción. Debo admitirlo que dolió.
En un instante pensé que el hueso blanco que se exponía envuelto en carne, podría ser un buen recuerdo, pero no olvido que era peor sentir el pedregoso estorbo de un brazo que me hacía perder el sueño. Tal fue mi regocijo y encanto que traicioné a mi colaborador (me da risa) pero él mismo al verse con la misma suerte de su vecino y sorprendido por mis dientes desordenados, pegados exactamente en la yugular de su hombro, cerró su puño como único acto de resistencia. Yo veía clarito cómo se separaba mi hombro de ese otro brazo engañado por confiado. Me recordaba aquella imagen cuando uno parte el pan a la mitad y lo comparte.
Ya más relajado, con ciertos rasgos de dolor pero en comodidad, vino a mi mente el querer guindarlos sobre una percha y guardarlos en el ropero.
Fue una gran lastima ya no poder hacerlo ¿Contradictorio no?
Insisto son delirios, ideas de primer momento que antes estaban ocultas y ahora se han llevado mis brazos.
Pero padeciendo de insomnio y siendo el calor manipulador el culpable con lo incandescente de esta ciudad, con los mismos zancudos jodiendo, la mesa tonta y el piso chicloso, pienso en lo interesante que sería escribir estas alucinaciones que me han llevado a la torpeza de lo extremo.
No puedo arrepentirme.
Pero ahora le digo a usted, para que tome nota y deje que sus brazo a través de su mano cuente esta historia.
…Inicio preguntándole:
¿Alguna vez se ha arrancado los brazos a medianoche?
Escrito por: Garvel