El más universal de los cubanos. Un misterio que nos acompaña,- dice el gran poeta cubano José Lezama Lino-, uno de los mayores pensadores de Nuestramérica. Martí en nosotros, con nosotros como nuestro Rubén, como nuestro general de hombres y mujeres libres, porque aquí nos ilumina un sol que no declina.
Compañera Rosario Murillo, 28 de enero de 2020.
Con motivo del 172 aniversario del natalicio de José Martí, Poeta, Maestro, Héroe y Apóstol de la Independencia Cubana, nacido el 28 de enero de 1853 en La Habana, Cuba, Diario Barricada invita a sus lectores a explorar la grandeza de este insigne hombre de elevados principios, inquebrantable vocación patriótica y profundo compromiso latinoamericano e internacionalista, a través de la mirada de Rubén Darío, Prócer de la Independencia Cultural de Nicaragua y Héroe Nacional. Ambos poetas latinoamericanos, unidos por una admiración mutua y una influencia recíproca, representan un vínculo que trasciende fronteras y épocas, exaltando los valores de nuestra identidad latinoamericana.
El encuentro de los poetas
Fue una noche de 1893, en una luminosa habitación del Hardman Hall en la ciudad de Nueva York, cuando y donde se cruzaron por única vez los caminos de los dos poetas, que cambiaron para siempre la visión de América Latina. Rubén Darío, en su autobiografía expresa:
Fue puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo y que me decía esta única palabra: “Hijo”.
Para 1893, Rubén Darío ya había publicado su célebre obra Azul… en 1888, considerada la piedra angular del modernismo literario, mientras que José Martí había escrito su influyente ensayo Nuestra América, ambos textos fundamentales para la literatura y el pensamiento latinoamericano. Aunque no se conocían personalmente antes de su encuentro en el Hardman Hall, sus obras ya los habían conectado en el plano intelectual y espiritual.
De hecho, en su autobiografía, Rubén Darío recuerda con admiración a Martí y expresa acerca de su obra:
Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables y líricos correspondencias que enviaba a diarios hispano-americanos… Escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos español, y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, y un espíritu de alto y maravilloso poeta.
Los detalles sobre los temas que discutieron o las impresiones que compartieron en ese trascendental encuentro han quedado en el misterio. Sin embargo, lo que sí ha perdurado es la profunda admiración mutua que quedó reflejada en su breve intercambio. Rubén Darío se refirió a José Martí como “Padre y Maestro”, reconociendo su sabiduría y liderazgo, mientras que Martí, conmovido por el joven poeta nicaragüense, le respondió afectuosamente: “Hijo mío”. Estas palabras, cargadas de respeto y afecto, simbolizan el vínculo intelectual y humano entre dos de las figuras más emblemáticas de la literatura y el pensamiento latinoamericano.
Y esa apreciación de Darío por Martí la reafirmó en los años siguientes con la caída en combate en Dos Ríos del autor de los Versos Sencillos, el 19 de mayo de 1895:
Quien murió allá en Cuba, era de lo mejor, de lo poco que tenemos nosotros los pobres, era millonario y dadivoso: vaciaba su riqueza a cada instante, y como por la magia del cuento, siempre quedaba rico.
Y subrayaba: antes que nadie, Martí hizo admirar el secreto de las fuentes luminosas. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías.
Sobre la estadía de Martí en el extranjero
Martí, el gran Martí, andaba de tierra, aquí en tristezas, allá en los abominables cuidados de las pequeñas miserias de la falta de oro en suelo extranjero; ya triunfando, porque a la postre, la guerra es la guerra y se impone, ya padeciendo las consecuencias de su antagonismo con la imbecilidad humana; periodista, profesor, orador, gastando el cuerpo y sangrando el alma.
Anduvo, pues, de país en país, y por fin, después de una permanencia en Centro América, partió a radicarse a Nueva York. Allá, a aquella ciclópea ciudad, fue aquel caballero del pensamiento a trabajar y a bregar más que nunca.
‘Tenía que vivir, tenía que trabajar, entonces, eran aquellas cascadas literarias’, añadía en alusión a los escritos martianos que publicaban el diario La Nación, de Buenos Aires, y otros periódicos de México y Venezuela.
‘Allí aparecía Martí pensador, Martí filósofo, Martí pintor, músico, poeta siempre. Con una magia incomparable’, precisó Darío, quien no solo bebió de la influencia estética martiana, sino también de su ideario latinoamericanista como bien refleja el poema A Roosevelt de Cantos de vida y esperanza.
Martí, antiimperialista
Y, cuando el famoso Congreso Panamericano, sus cartas fueron sencillamente un libro. En aquellas correspondencias hablaba de los peligros del yanquee, de los ojos cuidadosos que debía tener la América Latina respecto de la Hermana mayor; y del fondo de aquella frase que una boca argentina opuso a la frase de Monroe.
Martí, gran orador
Era Martí de temperamento nervioso, delgado, de ojos vivaces y bondadosos. Su palabra suave y delicada en el trato familiar, cambiaba de raso y blandura en la tribuna, por los violentos cobres oratorios. Era orador, y orador de grande influencia. Arrastraba muchedumbres. Su vida fue un combate. Era blandílocuo y cortesísimo con las damas; las cubanas teníanle un justo aprecio y cariño, y una sociedad femenina había, que llevaba su nombre.
Su cultura era proverbial, su honra intacta y cristalina; quien se acercó a él, se retiró queriéndole. Y era poeta; y hacía versos.
Reflexión final de Darío
Y, ahora, maestro y autor y amigo, perdona que te guardemos rencor, los que te amábamos y admirábamos, por haber ido a exponer y a perder el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que tú eras, pues la justicia de Dios es infinita y señala a cada cual su legítima gloria. La juventud americana te saluda y te llora; pero ¡oh Maestro! ¿Qué has hecho…?
En un curioso paralelismo, ambos poetas nacieron en el mes de enero (Martí en 1853 y Darío catorce años después), y aunque ninguno logró alcanzar el medio siglo de vida, ambos dispusieron del tiempo necesario para legar a la humanidad una obra y un pensamiento que han dejado una huella imborrable en la historia y la cultura de América Latina.
Fuentes:
Rubén Darío (2019) Autobiografía. Edinter. Managua, Nicaragua.
Rubén Darío, (2015) Los Raros. Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivo y Museos, Santiago de Chile.
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