Barricada

Sigiloso monólogo enjaulado

Me estoy domesticando, como un animal que recibe agua y pan en una jaula, tengo una hora precisa para el baño, no paso de mediodía; no sé si tiene un ritmo aburrido e insípido pero soy un escupitajo de enjaulado, me asomo a la ventana y contemplo como un condenado las láminas de zinc y las piedras bronceadas, son tan esculturales las perfectas puntas desiguales. Se asemejan a cristales en bruto.

Quisiera yo conocer que dolor pueden provocar esas piedras de mediodía en mi mano blanda, me gusta ver las láminas de zinc viejo, tienen bordones que sostiene el cielo y el tiempo.

Cuando llueve de costado el coro celestial que entonan es más sonoro, las parejas de las otras jaulas aprovechan y se masturban y se besan y se matan, ¡se siente tan rico! uno empieza a confundir la lluvia con los quejidos del otro lado, entonces cuando el olor a cigarro se presenta vestido de azul, es cuando los amantes acabaron su encuentro.

El calor no es problema para ellos, el problema es quedar al descubierto en ese apareamiento animal. Es preciso tener una hora discreta para ellos, a como yo sé guardar el sigilo, aquí me doy ciertos placeres ignorados por mis boludas ganas de descubrir. A menudo, uno tiene muchas ganas de desganas.

Quedarse reposando en blandas sábanas es lo más confiable y seguro, camino sin perder el tiempo sobre el algodón, cruzo valles y cañadas, atravieso campos que no padecen de fronteras, platico con duendes y juego naipes con peregrinos gigantes que ocultan sus libros; siempre que camino demasiado, los ojos se me hinchan orientados hacia el oeste, sin ver a Sirius, pero sigo por el sendero que ya conocemos.

Existe una parte complicada y es saber llegar a este lugar, no salgo de la jaula, más bien me adentro en mí para hacer este viaje, todo está en dependencia de los sedosos algodones frotando mi espalda con calma.

Cuando regreso a la jaula y me levanto, pienso en el agua, no en una cantidad inmensa y clara del agua, simplemente en un trago breve y apaciguador de sed y de calor, el agua en el vaso es como yo en la jaula, no es posible que esto que no tiene ni sabor, ni color, ni gracia, sea tan indispensable. 

 ¿Acaso seré eso que menciono del agua? Coincidimos en ser indispensables seres inocuos, en ser enteramente traslúcidos vidrios, el agua me lleva a recordar que me puedo apoderar de todo siendo nada, señor de este mundo que es mi jaula, de reojo me ve la cafetera.

Quizás hemos cometido violaciones contínuas con susodicha víctima, la expongo al fuego y la humillo con excesos de café en su estómago, pero déjeme decirle que no soy tan mal verdugo, la contento con una cucharada de azúcar y luego la acurruco entre mis dedos y juntos disfrutamos de las bellas reconciliaciones que nos puede ofrecer la soledad.

En el único espacio que no entramos en discusión, es en el inodoro, creo que es nuestra mesa de diálogo, en algún momento me pongo a pensar si en ese breve e indiscreto lugar podríamos compartir una cena, bueno… es solo una idea para pensar en una excusa para no ser tan fríos, a veces la rutina no es tan desgraciada como presume ser, ya ve que uno de tanto repetir las mismas cosas tiende a convertirse en un pequeño animal mecánico, y entre la jaula, la rutina y yo, hemos comprendido  nuestras intimidades;  jamás tenemos contradicciones políticas, pero siento en estas paredes, ese misticismo desconsolante que penetra en ella  esa poquedad de afecto.

Llego a pensar que es por esta razón tan opaca pero sincera que no me suelta y me mantiene aquí condenado  a su  grillete del alma, como si su naturaleza fría y desolada fuera un refugio para invivibles fantasmas que no lucen aromáticas colonias, ni sensuales medias. Pues a ella no la siente;  comprendo entonces que un poco de compañía no le vendría mal, a mí jaula y a este afortunado prisionero.

Escrito por Garvel