Barricada

Estaremos siempre contra el coloniaje, la explotación y la guerra

El 26 de septiembre de 1960, hace 59 años, el Comandante Fidel Castro realizó su primera intervención ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para denunciar la política agresiva del imperialismo norteamericano hacia Cuba.

Ese histórico discurso es de gran actualidad en el contexto actual, frente a la nueva agresión que la actual administración estadounidense está librando en contra de la Isla y su proyecto político.

El Equipo de Barricada/Historia les propone los extractos más significativos de esa intervención.

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la sede de las Naciones Unidas, Estados Unidos, el 26 de septiembre de 1960

Fecha: 

26/09/1960

Señor Presidente;

Señores delegados:

Aunque nos han dado fama de que hablamos extensamente, no deben preocuparse.  Vamos a hacer lo posible por ser breves y exponer lo que entendemos nuestro deber exponer aquí.  Vamos a hablar también despacio, para colaborar con los intérpretes.

Algunos pensarán que estamos muy disgustados por el trato que ha recibido la delegación cubana.  No es así.  Nosotros comprendemos perfectamente el porqué de las cosas.  Por eso no estamos irritados ni nadie debe preocuparse de que Cuba pueda dejar de poner también su granito de arena en el esfuerzo para que el mundo se entienda.

Eso sí, nosotros vamos a hablar claro.

Cuesta recursos el envío de una delegación a las Naciones Unidas.  Nosotros, los países subdesarrollados, no tenemos muchos recursos para gastarlos, si no es para hablar claro en esta reunión de representativos de casi todos los países del mundo.

Los oradores que nos han precedido en el uso de la palabra han expresado aquí su preocupación por problemas que interesan a todo el mundo.  A nosotros nos interesan esos problemas, pero, además, en el caso de Cuba existe una circunstancia especial, y es que Cuba debe ser para el mundo en este momento una preocupación, porque con razón han expuesto aquí distintos delegados, entre los distintos problemas que hay actualmente en el mundo, el problema de Cuba.  Además de los problemas que hoy preocupan a todo el mundo, Cuba tiene problemas que le preocupan a ella, que le preocupan a nuestro pueblo.

Se habla del deseo universal de paz, que es el deseo de todos los pueblos y, por tanto, el deseo también de nuestro pueblo, pero esa paz, que el mundo desea preservar, es la paz con que nosotros los cubanos no contamos desde hace rato.  Los peligros que otros pueblos del mundo pueden considerar más o menos lejanos son problemas y preocupaciones que para nosotros están muy próximos.  Y no ha sido fácil venir a exponer aquí en esta asamblea los problemas de Cuba.  No ha sido fácil para nosotros llegar aquí.
[…]

El problema de Cuba.  Quizás algunos de ustedes estén bien informados, quizás algunos no.  Todo depende de las fuentes de información, pero, sin duda que para el mundo el problema de Cuba, surgido en el transcurso de los últimos dos años, es un problema nuevo.  El mundo no había tenido muchas razones para saber que Cuba existía.  Para muchos era algo así como un apéndice de Estados Unidos.  Incluso para muchos ciudadanos de este país Cuba era una colonia de Estados Unidos.  En el mapa no lo era; en el mapa nosotros aparecíamos con un color distinto al color de Estados Unidos.  En la realidad sí lo era.

¿Y cómo llegó a ser nuestro país una colonia de Estados Unidos?  No fue precisamente por sus orígenes.  No fueron los mismos hombres los que colonizaron a Estados Unidos y a Cuba.  Cuba tiene una raíz étnica y cultural muy distinta, y esa raíz se afianzó durante siglos.  Cuba fue el último país de América en librarse del coloniaje español, del yugo colonial español, con perdón de su señoría, el representante del gobierno español.  Y por ser el último, tuvo que luchar también más duramente.

A España solo le quedaba una posesión en América, y la defendió con tozudez y ahínco.  Nuestro pueblo pequeño, de escasamente algo más de un millón de habitantes en aquel entonces, tuvo que enfrentarse solo, durante casi treinta años, con uno de los ejércitos considerados de los más fuertes de Europa.  Contra la pequeña población nacional, el gobierno español llegó a movilizar un número de fuerzas tan grande como todas las fuerzas que habían combatido la independencia de América del Sur juntas.  Hasta medio millón de soldados españoles llegaron a combatir contra el heroico e indoblegable propósito de nuestro pueblo de ser libre.

Treinta años lucharon los cubanos solos, por su independencia.  Treinta años que también constituyen sedimento del amor a la libertad y a la independencia de nuestra patria.  Pero Cuba era una fruta —según la opinión de un presidente de Estados Unidos a principios del siglo pasado, John Adams—, era como una manzana pendiente del árbol español, llamada a caer, tan pronto madurara, en manos de Estados Unidos.  Y el poder español se había desgastado en nuestra patria.  España no tenía ya ni hombres ni recursos económicos para mantener la guerra en Cuba; España estaba derrotada.  La manzana estaba aparentemente madura, y el gobierno de Estados Unidos extendió las manos.

No cayó una manzana, cayeron varias manzanas en sus manos.  Cayó Puerto Rico, el heroico Puerto Rico que había iniciado su lucha por la independencia junto con los cubanos; cayeron las Islas Filipinas, y cayeron varias posesiones más.  Sin embargo, el expediente para dominar nuestro país no podía ser el mismo.  Nuestro país había sostenido una tremenda lucha y a su favor existía la opinión del mundo.  El expediente debía ser distinto.

Los cubanos que lucharon por nuestra independencia, los cubanos que en aquellos instantes estaban dando su sangre y su vida, llegaron a creer de buena fe en aquella Resolución Conjunta del Congreso de Estados Unidos, del 20 de abril de 1898, que declaraba que Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente.

El pueblo de Estados Unidos simpatizaba con la lucha cubana.  Aquella Declaración Conjunta era una ley del Congreso de esta nación, en virtud de la cual declaraba la guerra a España.  Mas aquella ilusión concluyó en un cruel engaño.  Después de dos años de ocupación militar de nuestra patria, surge lo inesperado:  en el mismo instante en que el pueblo de Cuba, a través de una Asamblea Constituyente estaba redactando la Ley Fundamental de la República, de nuevo surge una ley en el Congreso de Estados Unidos, una ley propuesta por el senador Platt, de triste recordación para Cuba.  Y en aquella ley se establecía que la Asamblea Constituyente de Cuba debía llevar un apéndice, en virtud del cual, le concedía al gobierno de Estados Unidos, el derecho a intervenir en los problemas políticos de Cuba y, además, el derecho de arrendar determinados espacios de su territorio para estaciones navales o carboneras.

Es decir que mediante una ley emanada de la autoridad legislativa de un país extranjero, la Constitución de nuestra patria debía contener esa disposición, y bien claramente se les indicaba a nuestros constituyentistas que si no había Enmienda no habría retirada de las fuerzas de ocupación.  Es decir que se le impuso a nuestra patria por el órgano legislativo de un país extranjero, se le impuso por la fuerza, el derecho a intervenir y el derecho a arrendar bases o estaciones navales.

Es bueno que los pueblos recién ingresados a esta organización, los pueblos que inician ahora su vida independiente, tengan muy presente la historia de nuestra patria, por las similitudes que puedan encontrar en su camino.  Y si no ellos, los que vengan después de ellos, o sus hijos, o sus nietos, aunque nos parece que no vamos a llegar tan lejos.

Entonces comenzó la nueva colonización de nuestra patria, la adquisición de las mejores tierras de cultivo por las compañías norteamericanas; concesiones de sus recursos naturales, sus minas; concesiones de los servicios públicos, para la explotación de los servicios públicos; concesiones comerciales, concesiones de todo tipo, que unidas al derecho constitucional —constitucional a la fuerza— de intervenir en nuestro país, convirtieron a nuestra patria, de colonia española en colonia norteamericana.

Las colonias no hablan, a las colonias no se les conoce en el mundo hasta que tienen oportunidad de expresarse.  Por eso nuestra colonia no la conocía el mundo, y los problemas de nuestra colonia no los conocía el mundo.  En los libros de geografía aparecía una bandera más, un escudo más; en los mapas geográficos aparecía un color más, pero allí no existía una república independiente.  Nadie se engañe, que con engañarnos no hacemos más que el ridículo; nadie se engañe, allí no había una república independiente, allí había una colonia, donde el que mandaba era el embajador de Estados Unidos.

No nos da vergüenza tener que proclamarlo, porque frente a esa vergüenza está el orgullo de poder decir, ¡que hoy ninguna embajada gobierna nuestro pueblo, que a nuestro pueblo lo gobierna el pueblo!  (APLAUSOS.)

Nuevamente tiene que recurrir la nación cubana a la lucha para arribar a esa independencia.  La logró después de siete años de sangrienta tiranía.  ¿Tiranizada por quién?  Tiranizada por quienes en nuestro país no eran más que los instrumentos de los que dominaban económicamente a nuestra patria.

¿Cómo puede sostenerse ningún régimen impopular y enemigo de los intereses del pueblo como no sea por la fuerza?  ¿Tendremos que explicarles aquí nosotros a los representantes de nuestros pueblos hermanos de América Latina lo que son las tiranías militares?  ¿Tendremos que explicarles cómo se han sostenido?  ¿Tendremos que explicarles la historia de varias de esas tiranías que son ya clásicas?  ¿Tendremos que explicarles en qué fuerzas se apoyan, en qué intereses nacionales e internacionales se apoyan?

El grupo militar que tiranizó a nuestro país, se apoyaba en los sectores más reaccionarios de la nación y se apoyaba sobre todo en los intereses económicos extranjeros que dominaban la economía de nuestra patria.  Todos saben y entendemos que hasta el propio gobierno de Estados Unidos lo reconoce así, todos saben que ese era el tipo de gobierno preferido por los monopolios.  ¿Por qué?  Porque mediante la fuerza se reprime toda la demanda del pueblo, mediante la fuerza se reprimían las huelgas por mejores condiciones de vida, mediante la fuerza se reprimían los movimientos campesinos por poseer las tierras, mediante la fuerza se reprimían las más caras aspiraciones de la nación.

Por eso, los gobiernos de fuerza eran los gobiernos preferidos por los que dirigen la política de Estados Unidos.  Por eso, gobiernos de fuerza se mantuvieron durante mucho tiempo en el poder y gobiernos de fuerza se mantienen todavía en el poder en América.  Claro que todo depende de las circunstancias para contar o no contar con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.

Por ejemplo, ahora dicen que están contra uno de esos gobiernos de fuerza: el gobierno de Trujillo, pero no dicen que están contra otro de esos gobiernos de fuerza, el de Nicaragua, o el de Paraguay, por ejemplo.  El de  Nicaragua ya no es un gobierno de fuerza, es una monarquía casi tan constitucional como la de Inglaterra, en que el poder se sucede de padres a hijos y también habría sucedido otro tanto en nuestra patria.  Era el tipo de gobierno de fuerza el gobierno de Fulgencio Batista, el gobierno que convenía a los monopolios norteamericanos en Cuba, pero no era por supuesto el tipo de gobierno que convenía al pueblo cubano y el pueblo cubano con un gran derroche de vidas y de sacrificios, lo lanzó del poder.

¿Qué encontró la Revolución al llegar al poder en Cuba?  ¿Qué maravillas encontró la Revolución al llegar al poder en Cuba?  Encontró en primer lugar que 600 000 cubanos con aptitudes para el trabajo, no tenían empleo; un número igual en proporción al número de desempleados que había en Estados Unidos cuando la gran crisis que sacudió a este país, eso que a poco produce una catástrofe en Estados Unidos, era el desempleo permanente en nuestra patria.  Tres millones de personas de una población total de algo más de 6 millones, no disfrutaban de luz eléctrica ni de ninguno de los beneficios y comodidades de la electricidad; 3 500 000 personas de un total de algo más de 6 millones, vivían en cabañas, barracones y tugurios, sin las menores condiciones de habitabilidad.  En las ciudades los alquileres absorbían hasta una tercera parte de los ingresos familiares.  Tanto el servicio eléctrico como los alquileres eran de los más caros del mundo.  Treinta y siete y medio por ciento de nuestra población era analfabeta, no sabía leer ni escribir; el 70% de nuestra población infantil rural no tenía maestros; el 2% de nuestra población estaba padeciendo de tuberculosis; es decir, 100 000 personas en un total de algo más de 6 millones.  El 95% de nuestra población rural infantil estaba afectada de parasitismo; la mortandad infantil por tanto era muy alta, el promedio de vida era muy bajo.  Por otro lado, el 85% de los pequeños agricultores pagaban rentas por la posesión de sus tierras, que ascendían hasta un 30% de sus ingresos en bruto, mientras que el uno y medio del total de propietarios controlaba el 46% del área total de la nación.  Por supuesto que las comparaciones del número de camas de hospitales por el número determinado de habitantes del país era ridículo, cuando se le compara con los países donde la asistencia médica está medianamente atendida.

Los servicios públicos, compañías eléctricas, compañías telefónicas, eran propiedades de monopolios norteamericanos.

Una gran parte de la banca, una gran parte del comercio de importación, las refinerías de petróleo, la mayor parte de la producción azucarera, las mejores tierras de Cuba y las industrias más importantes en todos los órdenes, eran propiedades de compañías norteamericanas.  La balanza de pagos en los últimos 10 años, desde 1950 hasta 1960, había sido favorable a Estados Unidos con respecto a Cuba en 1 000 millones de dólares.

Esto sin contar con los millones y cientos de millones de dólares sustraídos del tesoro público por los gobernantes corrompidos de la tiranía que fueron depositados en los bancos de Estados Unidos o en bancos europeos.

Mil millones de dólares en 10 años.  El país pobre y subdesarrollado del Caribe, que tenía 600 000 desempleados contribuyendo al desarrollo económico del país más industrializado del mundo.

Esa fue la situación que encontramos nosotros y esa situación no ha de ser extraña a muchos de los países representados en esta asamblea, porque, al fin y al cabo, lo que hemos dicho de Cuba no es sino como una radiografía de diagnóstico general aplicable a la mayor parte de los países aquí representados.

¿Cuál era la alternativa del Gobierno Revolucionario?  ¿Traicionar al pueblo?  Desde luego que para el señor Presidente de Estados Unidos lo que nosotros hemos hecho por nuestro pueblo, es traición a nuestro pueblo; y no lo sería con toda seguridad si en vez de ser nosotros leales a nuestro pueblo hubiésemos sido leales a los grandes monopolios norteamericanos que explotaban la economía de nuestro país.  Al menos, ¡quede constancia de las «maravillas» que encontró la Revolución al llegar al poder, que son, ni más ni menos, que las maravillas del imperialismo, que son, ni más ni menos, que las “maravillas” del «mundo libre» para nosotros los países colonizados!

Nadie podrá culparnos a nosotros de que en Cuba hubiese 600 000 desempleados, 37,5% de población analfabeta, 2% de tuberculosos, 95% de parasitados.  ¡No!  Hasta ese minuto ninguno de nosotros contábamos en los destinos de nuestra patria; hasta ese minuto en los destinos de nuestra patria contaban los gobernantes que servían a los intereses de los monopolios, hasta ese minuto contaban en nuestra patria los monopolios.  ¿Los estorbó alguien?  ¡No!  Nadie los estorbó.  ¿Los perturbó alguien?  ¡No!  Nadie los perturbó.  Ellos pudieron realizar su tarea y allí encontramos nosotros los frutos de los monopolios.

¿Cómo estaban las reservas de la nación?  Cuando el tirano Batista llegó al poder había 500 millones de dólares en la reserva nacional, buena suma para haberla invertido en el desarrollo industrial del país.  Cuando la Revolución llega al poder quedaban en nuestras reservas 70 millones.

¿Preocupación por el desarrollo industrial de nuestra patria?  ¡No!  ¡Nunca!  Por eso nos asombramos tanto y todavía no salimos de nuestro asombro cuando oímos decir aquí de las extraordinarias preocupaciones del gobierno de Estados Unidos por la suerte de los países de América Latina, de los países de Africa y de los países de Asia.  Y no salimos de nuestro asombro, porque nosotros después de 50 años teníamos ahí los frutos.

¿Qué ha hecho el Gobierno Revolucionario?  ¿Cuál es el delito cometido por el Gobierno Revolucionario para que recibamos el  trato que hemos recibido aquí, para que tengamos enemigos tan poderosos como lo que se ha demostrado que tenemos aquí?

¿Surgieron desde el primer instante los problemas con el gobierno de Estados Unidos?  ¡No!  ¿Es que nosotros al llegar al poder estábamos poseídos del propósito de buscarnos problemas internacionales?  ¡No!  Ningún gobierno revolucionario que llega al poder quiere problemas internacionales.  Lo que quiere es invertir su esfuerzo en resolver sus problemas propios, lo que quiere es llevar adelante un programa, como lo quieren los gobiernos que realmente están interesados en el progreso de su país.

La primera circunstancia que por nuestra parte fue considerada como un acto inamistoso fue el hecho de que se le abrieran de par en par las puertas de este país a toda una pandilla de criminales que habían dejado ensangrentada a nuestra patria; hombres que habían llegado a asesinar a cientos de campesinos indefensos, que no se cansaron de torturar a prisioneros durante muchos años, que mataron a diestro y siniestro, fueron recibidos aquí con los brazos abiertos.  Y a nosotros aquello nos extrañaba.  ¿Por qué ese acto inamistoso por parte de las autoridades de Estados Unidos hacia Cuba?  ¿Por qué ese acto de hostilidad?  En aquel momento no lo comprendíamos perfectamente; ahora, nos damos cuenta cabal de las razones.  ¿Correspondía esa política a un tratamiento correcto, con respecto a Cuba, de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba?  No, porque los agraviados éramos nosotros, y los agraviados éramos nosotros por cuanto el régimen de Batista se mantuvo en el poder con la ayuda del gobierno de Estados Unidos; el régimen de Batista se mantuvo en el poder con la ayuda de tanques, de aviones y de armas proporcionadas por el gobierno de Estados Unidos; el régimen de Batista se mantuvo en el poder gracias al empleo de un ejército cuyos oficiales eran instruidos por una misión militar del gobierno de Estados Unidos; y nosotros esperamos que no se le ocurrirá a ningún funcionario de Estados Unidos negar esa verdad.
[…]

El Gobierno Revolucionario comienza a dar los primeros pasos.  Lo primero que hace es rebajar los alquileres que pagaban las familias, en un 50%, medida muy justa, puesto que como decíamos anteriormente, había familias que pagaban hasta la tercera parte de sus ingresos.  Y el pueblo había sido víctima de una gran especulación con la vivienda, y las tierras urbanas habían sido objeto de tremendas especulaciones a costa de la economía del pueblo.  Mas, cuando el Gobierno Revolucionario rebaja los alquileres en un 50%, hubo disgustados, sí, unos pocos que eran los dueños de aquellos edificios de apartamentos, pero el pueblo se lanzó a la calle lleno de alegría, como ocurriría en cualquier país, aquí mismo en Nueva York, si les rebajan un 50% los alquileres a todas las familias.  Mas no significó ningún problema con los monopolios.  Algunas compañías norteamericanas tenían grandes construcciones, pero eran relativamente pocas.

Después vino otra ley.  Vino una ley anulando las concesiones que el gobierno tiránico de Fulgencio Batista le había hecho a la Compañía de Teléfonos que era un monopolio norteamericano.  Al amparo de la indefensión del pueblo habían obtenido provechosas concesiones.  El Gobierno Revolucionario anula esas concesiones y restablece los precios de los servicios telefónicos al nivel que tenían anteriormente.  Comienza el primer conflicto con los monopolios norteamericanos.

La tercera medida fue rebajar las tarifas eléctricas, que eran de las más altas del mundo.  Surge el segundo conflicto con los monopolios norteamericanos.  Ya nosotros empezábamos a parecer comunistas; ya empezaban a embadurnarnos de rojo, porque habíamos chocado, sencillamente, con los intereses de los monopolios norteamericanos.

Pero viene la tercera ley, ley imprescindible, ley inevitable, inevitable para nuestra patria, e inevitable, más tarde o más temprano, para todos los pueblos del mundo…  al menos para todos los pueblos del mundo que no lo hayan hecho todavía:  la Ley de Reforma Agraria.  Claro está que en teoría, todo el mundo está de acuerdo con la reforma agraria.  Nadie se atreve a negarlo, nadie que no sea un ignorante, se atreve a negar que la reforma agraria es, en los países subdesarrollados del mundo, una condición esencial para el desarrollo económico.  En Cuba también hasta los latifundistas estaban de acuerdo con la reforma agraria, solo que una reforma agraria a su manera, como la reforma agraria que defienden muchos teóricos: una reforma agraria a su manera, y sobre todo, ¡que ni a su manera ni de ninguna manera se llegue a realizar mientras pueda evitarse!   Es algo reconocido por los organismos económicos de las Naciones Unidas, es algo sobre lo cual ya nadie discute.  En nuestro país era imprescindible: más de 200 000 familias de campesinos moraban en los campos de nuestra patria, sin tierra donde sembrar los alimentos esenciales.

Sin reforma agraria, nuestro país no habría podido dar el primer paso hacia el desarrollo.  Y, efectivamente, dimos ese paso: hicimos una reforma agraria.  ¿Era radical?  Era una reforma agraria radical.  ¿Era muy radical?  No era una reforma agraria muy radical.  Hicimos una reforma agraria ajustada a las necesidades de nuestro desarrollo, ajustada a nuestras posibilidades de desarrollo agrícola.  Es decir, una reforma agraria que resolviera el problema de los campesinos sin tierra, que resolviera el problema de los abastecimientos de aquellos alimentos indispensables, que resolviera el tremendo desempleo en el campo, que pusiera fin a aquella miseria espantosa que habíamos encontrado en los campos de nuestro país.

[…]
Todavía no éramos comunistas 150 por 100 (RISAS).  Estábamos luciendo un poco más matizados de rojo.  Nosotros no confiscábamos las tierras; nosotros, simplemente, proponíamos pagarlas en 20 años, y de la única manera en que podíamos pagarlas: en bonos, que habrían de vencer a los 20 años; que cobraban el cuatro y medio por ciento de intereses y que se irían amortizando año por año.

¿Cómo íbamos nosotros a poder pagar en dólares las tierras, y cómo las íbamos a pagar de inmediato, y cómo íbamos a pagar lo que pidieran por ellas?  Era absurdo.  Cualquiera comprende que, en esas circunstancias, teníamos que optar entre hacer la reforma agraria y no hacerla.  Si no la hacíamos, perduraría indefinidamente la espantosa situación económica de nuestro país.  De hacerla, estábamos exponiéndonos a ganarnos la enemistad del gobierno del poderoso vecino del Norte.

Hicimos la reforma agraria.  Claro que, por ejemplo, para un representante de Holanda, o de cualquier país de Europa, los límites nuestros establecidos a las fincas, casi asombrarían.  Asombrarían por lo extenso.  El límite máximo que establecía nuestra ley agraria era el de unas 400 hectáreas.  En Europa 400 hectáreas constituyen un verdadero latifundio; en Cuba, donde había compañías monopolistas norteamericanas que tenían hasta cerca de 200 000 hectáreas  —¡doscientas mil hectáreas!, por si alguno cree que no ha oído bien—, allí, en Cuba, una reforma agraria que redujera el límite máximo a 400 hectáreas era para esos monopolios una ley inadmisible.

Pero es que en nuestro país no solo las tierras eran propiedad de los monopolios norteamericanos.  Las minas principales también eran propiedad de esos monopolios.

[…]  El problema consistía, en que esos mismos intereses eran poseedores de la riqueza y de los recursos naturales de la mayor parte de los pueblos del mundo.  Y la actitud de la Revolución Cubana tenía que ser castigada.  Acciones punitivas de todo orden, hasta la destrucción de aquellos atrevidos, tenían que seguir a la audacia del Gobierno Revolucionario.

Por nuestro honor juramos que todavía no habíamos tenido la oportunidad ni de cambiarnos una carta con el distinguido primer ministro de la Unión Soviética, Nikita Jruschov.  Es decir que cuando ya para la prensa norteamericana y para las agencias internacionales que informan al mundo, Cuba era un gobierno rojo, un peligro rojo a 90 millas de Estados Unidos, un gobierno dominado por los comunistas, ni siquiera el Gobierno Revolucionario había tenido oportunidad de establecer relaciones diplomáticas o comerciales con la Unión Soviética.

Pero la histeria es capaz de todo.  La histeria es capaz de hacer las afirmaciones más inverosímiles y más absurdas.  Por supuesto, nadie crea que vamos a entonar aquí un «mea culpa».  Ningún «mea culpa».  Nosotros no le tenemos que pedir perdón a nadie.  Lo que hemos hecho, lo hemos hecho muy conscientes, y sobre todo muy convencidos de nuestros derechos a hacerlo (APLAUSOS PROLONGADOS).

Comenzaron las amenazas contra nuestra cuota azucarera, comenzó la filosofía, la filosofía barata del imperialismo, a demostrar su nobleza, su nobleza egoísta y explotadora, a demostrar su bondad con Cuba, que nos pagaban un precio privilegiado por el azúcar, y que era como un subsidio al azúcar cubano, que no era un azúcar tan dulce para los cubanos, por cuanto los cubanos no éramos los dueños de las mejores tierras azucareras, ni éramos los dueños de los mayores centrales azucareros, y que, además, en esa afirmación, se ocultaba la verdadera historia del azúcar cubano, de los sacrificios que se le habían impuesto a Cuba, de las veces que Cuba había sido agredida económicamente.  Antes no era una cuestión de cuota, era una cuestión de tarifas arancelarias; en virtud de una de esas leyes o de esos pactos que se producen entre el «tiburón» y la «sardina», Estados Unidos, mediante un convenio que llamaron de «reciprocidad», obtuvo una serie de concesiones para sus productos, a fin de que pudiesen competir holgadamente, y desalojar del mercado cubano a los productos de sus «amigos» los ingleses o los franceses, como ocurre muchas veces entre «amigos».  Y a cambio de eso, ciertas concesiones arancelarias a nuestra azúcar, que por otra parte podían ser variadas unilateralmente, a voluntad del Congreso o del gobierno de Estados Unidos.  Y así ocurrió.

Cuando lo estimaban más conveniente a sus intereses elevaban las tarifas, y nuestra azúcar no podía entrar, o entraba en condiciones desventajosas en el mercado norteamericano.  Cuando se aproximaba una etapa de guerra reducían las tarifas.  Claro que como Cuba era la fuente de abastecimiento de azúcar más próxima, había que garantizar esa fuente de abastecimiento.  Las tarifas eran reducidas, la producción era estimulada y en los años de guerra, cuando el precio del azúcar era estratosférico en todo el mundo, nosotros vendíamos nuestra azúcar barato a Estados Unidos, a pesar de que éramos la única fuente de abastecimiento.

Finalizaba la guerra, y al finalizar la guerra venían los colapsos de nuestra economía.  Los errores que aquí se cometían en la distribución de esa materia prima, los pagábamos nosotros.  Precios que ascendieron extraordinariamente al finalizar la guerra mundial primera; enorme estímulo a la producción, baja brusca de los precios que produce la ruina de los centrales azucareros cubanos, que por cierto pasaron tranquilamente a manos, ¿saben de quién?  Pues a manos de los bancos norteamericanos, porque cuando los nacionales cubanos arruinaban, los bancos norteamericanos en Cuba se enriquecían.

Y así prosiguió esa situación, hasta la década del 30 y el gobierno de Estados Unidos, tratando de encontrar una fórmula que conciliara sus intereses de abastecimiento con los intereses de sus productores internos, establece un régimen de cuotas, esa cuota se suponía que tendría por base la participación histórica que hubiesen tenido en el mercado las distintas fuentes de abastecimiento y en que nuestro país había tenido una participación histórica de casi un 50% en el abastecimiento del mercado norteamericano.  Sin embargo, cuando se establecieron las cuotas, nuestra participación quedó reducida a un 28% y las ventajas que nos había concedido aquella ley, las pocas ventajas que nos había concedido aquella ley, fueron sucesivamente en nuevas legislaciones suprimidas, y claro, la colonia dependía de la metrópoli; la economía de la colonia había sido organizada por la metrópoli.  La colonia tenía que estar sometida a la metrópoli y si la colonia tomaba medidas para liberarse, la metrópoli tomaría medidas para aplastarla.  Consciente de la dependencia de nuestra economía a su mercado, el gobierno de Estados Unidos inicia su serie de advertencias de que se nos arrebataría nuestra cuota azucarera y paralelamente otras actividades tenían lugar en Estados Unidos, las actividades de los contrarrevolucionarios.

Una tarde un avión procedente de los mares del norte vuela sobre uno de nuestros centrales azucareros y deja caer una bomba.  Aquello era un hecho extraño, un hecho insólito, pero desde luego, nosotros sabíamos de dónde procedían esos aviones.

Otro avión, otra tarde, vuela sobre nuestros cañaverales y deja caer ciertas bombitas incendiarias.  Y aquello que comenzaba esporádicamente, continuaba sistemáticamente.

Una tarde, cuando, por cierto, estaban de visita en Cuba, gran número de agentes de turismo de este país, en un esfuerzo que realizaba el Gobierno Revolucionario, por promover el turismo como una de las fuentes de ingreso nacional, un avión de fabricación norteamericana, de los que se usaron en la guerra pasada, vuela sobre nuestra capital lanzando panfletos y algunas granadas de mano.  Naturalmente, que algunas piezas de defensas antiaéreas entraron en acción.  El resultado fue más de 40 víctimas, entre las granadas lanzadas por el avión y el fuego antiaéreo, puesto que algunos de los proyectiles —como ustedes saben— estallan al hacer contacto con algún objeto resistente.  Resultado:  más de 40 víctimas.  Niñas con las entrañas desgarradas, ancianos y ancianas.  ¿Era para nosotros la primera vez?  No.  Niñas y niños, ancianos y ancianas, hombres y mujeres, muchas veces habían sido destrozados en nuestras aldeas de Cuba por bombas de fabricación norteamericana, suministradas al tirano Batista.

En una ocasión, 80 obreros perecieron al estallar misteriosamente, demasiado misteriosamente, un barco cargado de armas belgas que había llegado a nuestro país, después de grandes esfuerzos por parte del gobierno de Estados Unidos, a fin de evitar que el gobierno de Bélgica nos vendiera armas.  Docenas de víctimas en la guerra, 80 familias que se quedaron huérfanas con la explosión.  Cuarenta víctimas por un avión que vuela tranquilamente sobre nuestro territorio.  ¡Ah!, las autoridades del gobierno de Estados Unidos negaban que de Estados Unidos partiesen esos aviones, mas el avión estaba tranquilamente posado en un hangar y cuando una revista nuestra publica la fotografía del avión, entonces es cuando las autoridades de Estados Unidos ocupan el avión y desde luego, la versión de que aquello no tenía importancia, de que las víctimas no eran víctimas como consecuencia de las bombas, sino del fuego antiaéreo y los autores de aquellas fechorías, los autores de aquel crimen paseándose tranquilamente por Estados Unidos, donde, ni siquiera, se les perturbó en la continuación de aquellos actos de agresión.

Su señoría, a su señoría el delegado de Estados Unidos, aprovecho la oportunidad para decirle, que hay muchas madres en los campos de Cuba y muchas madres en Cuba, esperando todavía sus telegramas de condolencia por los hijos que les asesinaron las bombas de Estados Unidos (APLAUSOS).

Los aviones iban y venían.  No había pruebas.  Bueno, no se sabe qué se entienda por pruebas.  Allí estaba aquel avión retratado y capturado, pero bueno, decían que el avión no tiró bombas.  No se sabe por qué estarían tan bien informadas las autoridades de Estados Unidos.  Continuaban volando aviones piratas sobre nuestro territorio lanzando bombas incendiarias.  Millones y millones de pesos se perdieron en los cañaverales incendiados, muchas personas del pueblo, ¡sí!, del pueblo humilde, que veían destruida una riqueza que ahora sí era suya, sufrieron quemaduras y sufrieron lesiones en la lucha contra aquel persistente y tenaz bombardeo por aviones piratas.

Hasta que un día al lanzar una bomba sobre uno de nuestros centrales azucareros, estalla la bomba, estalla el avión, y el Gobierno Revolucionario tiene oportunidad de recoger los fragmentos del piloto, que era por cierto un piloto norteamericano, cuyos papeles fueron ocupados, y un avión norteamericano y todas las pruebas del sitio de donde había salido.  Aquel avión había pasado entre dos bases de Estados Unidos.  Ya era una cuestión que no negarse, que los aviones estaban saliendo de Estados Unidos.  ¡Ah!, ¡entonces sí, ante la prueba irrefutable, el gobierno de Estados Unidos dio una explicación al gobierno de Cuba!  Su conducta no fue igual a la del caso del U-2; cuando se demostró que los aviones salían de Estados Unidos, el gobierno de Estados Unidos no proclamó su derecho a quemar nuestros campos de caña, en esa ocasión dijo que nos daba excusas y que lo sentía mucho.  ¡Suerte para nosotros después de todo!, porque cuando ocurrió el incidente del U-2, el gobierno de Estados Unidos, entonces, no dio excusas.  ¡Proclamó su derecho a volar sobre el territorio soviético!  ¡Mala suerte que tienen los soviéticos!  (APLAUSOS.)

Pero nosotros no tenemos muchas defensas antiaéreas y los aviones siguieron volando, hasta que pasó la zafra.  Ya no había más caña y cesaron los bombardeos.  Nosotros éramos el único país del mundo, que soportaba ese hostigamiento, aunque bien recuerdo que en ocasión de la visita del presidente Sukarno a Cuba, nos dijo que no, que no creyéramos que nosotros éramos los únicos, que ellos también habían tenido ciertos problemas con ciertos aviones norteamericanos que estaban volando también sobre su territorio.  No sé si habré cometido alguna indiscreción, pero no lo espero (RISAS Y APLAUSOS).

Lo cierto es que al menos en este pacífico hemisferio nosotros éramos un país que sin estar en guerra con nadie, teníamos que estar soportando el incesante hostigamiento de los aviones piratas.  ¿Y aquellos aviones podían entrar y salir impunemente del territorio de Estados Unidos?  A ver:  invitamos a los delegados a que mediten un poco y también invitamos al pueblo de Estados Unidos, si el pueblo de Estados Unidos tiene, por casualidad, la oportunidad de informarse de las cosas que aquí se hablan, a que medite sobre el hecho de que, según las propias afirmaciones del gobierno de Estados Unidos, el territorio de Estados Unidos está perfectamente vigilado y protegido contra cualquier incursión aérea, que las medidas de defensa del territorio de Estados Unidos son infalibles.  Que las medidas de defensa del mundo que ellos llaman «libre» —porque por lo menos para nosotros no lo ha sido hasta el día primero de enero de 1959—, son infalibles, que ese territorio está perfectamente defendido.  Si eso es así, ¿cómo se explica que, no ya aviones supersónicos, sino simples avionetas, con una velocidad de apenas 150 millas, puedan entrar y salir tranquilamente del territorio nacional norteamericano, pasar de ida junto a dos bases y regresar de vuelta junto a dos bases, sin que el gobierno de Estados Unidos siquiera se entere de que esos aviones están entrando y saliendo del territorio nacional?  Eso quiere decir dos cosas:  o bien que el gobierno de Estados Unidos miente al pueblo de Estados Unidos y Estados Unidos está indefenso frente a incursiones aéreas, o el gobierno de Estados Unidos era cómplice de esas incursiones aéreas (APLAUSOS).

Se acabaron las incursiones aéreas y vino entonces la agresión económica.  ¿Cuál era uno de los argumentos que esgrimían los enemigos de la reforma agraria?  Decían que la reforma agraria traería el caos en la producción agrícola, que la producción disminuiría considerablemente, que el gobierno de Estados Unidos se preocupaba de que Cuba no pudiera cumplir sus compromisos de abastecimiento del mercado norteamericano.  Primer argumento, y es bueno que por lo menos las nuevas delegaciones aquí presentes se vayan familiarizando con algunos argumentos, porque quizás algún día tengan que responder a argumentos similares: Que la reforma agraria era la ruina del país.  No resultó así.  Si la reforma agraria hubiese sido la ruina del país, si la producción agrícola hubiese descendido, entonces no habría tenido necesidad el gobierno norteamericano de llevar adelante su agresión económica.

¿Creían sinceramente en lo que decían, cuando afirmaban que la reforma agraria iba a producir un descenso de la producción?  ¡Tal vez lo creían!  Es lógico que cada cual crea según como haya preparado su mente para creer.  Es posible que se imaginaran que sin las todopoderosas compañías monopolistas, los cubanos éramos incapaces de producir azúcar.  ¡Es posible!  Tal vez hasta confiaron en que nosotros arruinaríamos el país.  Y, claro, si la Revolución hubiese arruinado al país, Estados Unidos no habría tenido necesidad de agredirnos, nos habrían dejado solos, habría quedado el gobierno de Estados Unidos como un gobierno muy noble y muy bueno, y nosotros como unos señores que arruinábamos a la nación y como un gran ejemplo de que no se puede hacer revoluciones, porque las revoluciones arruinan a los países.  ¡No fue así!  Hay una prueba de que las revoluciones no arruinan a los países, y la prueba la acaba de dar el gobierno de Estados Unidos.  ¡Ha probado muchas cosas, pero entre otras cosas, ha probado que las revoluciones no arruinan a los países y que los gobiernos imperialistas sí son capaces de tratar de arruinar a los países!

Cuba no se había arruinado, había que arruinarla.  Cuba necesitaba de nuevos mercados para sus productos, y nosotros honradamente pudiéramos preguntarle a cualquier delegación de las aquí presentes, ¿cuál de ellas no quiere que su país venda los artículos que produce, cuál de ellas no quiere que sus exportaciones aumenten?  Nosotros queríamos que nuestras exportaciones aumentasen.  Eso es lo que quieren todos los países, esa debe ser una ley universal.

Solamente el interés egoísta puede estar en oposición al interés universal del intercambio comercial, que es una de las más viejas aspiraciones y necesidades de la humanidad.

Y nosotros quisimos vender nuestros productos, y fuimos en busca de nuevos mercados, y concertamos un convenio comercial con la Unión Soviética en virtud del cual vendíamos un millón de toneladas y comprábamos determinadas cantidades de artículos o productos soviéticos.  ¡Claro!, nadie dirá que eso es incorrecto.  Habrá quienes no lo hagan, porque disguste a determinados intereses.  Nosotros no teníamos, realmente, que pedirle permiso al Departamento de Estado para hacer un convenio comercial con la Unión Soviética, porque nosotros nos considerábamos, y nos consideramos, y nos seguiremos considerando para siempre, un país verdaderamente libre.

Cuando las existencias de azúcar comenzaban a disminuir, en beneficio de nuestra economía, recibimos entonces el zarpazo:  a petición del ejecutivo de Estados Unidos, el Congreso aprueba una ley en virtud de la cual el presidente o poder ejecutivo quedaba facultado para reducir a los límites que estimase pertinente las importaciones de azúcar de Cuba.  Se esgrimía el arma económica contra nuestra Revolución.  La justificación de esa actitud ya se habían encargado de estarla preparando los publicistas; la campaña hacía mucho rato que se venía haciendo, porque ustedes saben perfectamente bien que aquí monopolio y publicidad son dos cosas absolutamente identificadas.  Se esgrime el arma económica, se reduce de un tajo nuestra cuota azucarera en casi un millón de toneladas —azúcar que ya estaba producida con destino al mercado norteamericano—, para privar a nuestro país de los recursos de su desarrollo, para reducir a nuestro país a la impotencia, para obtener resultados de tipo político.  Esa medida estaba expresamente proscripta por el Derecho Internacional Regional.  La agresión económica, como lo saben todos los delegados aquí de América Latina, está expresamente condenada por el Derecho Internacional Regional.  Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos viola ese derecho, esgrime el arma económica, nos arrebata de nuestra cuota azucarera casi un millón de toneladas, y nada más.  Ellos lo podían hacer.

¿Qué defensa le quedaba a Cuba frente a esa realidad?  Acudir a la ONU, acudir a la ONU para denunciar las agresiones políticas y las agresiones económicas, para denunciar las incursiones aéreas de aviones piratas y para denunciar la agresión económica, amén de la interferencia constante del gobierno de Estados Unidos en la política de nuestro país, de las campañas subversivas que realiza contra el Gobierno Revolucionario de Cuba.

Acudimos a la ONU.  La ONU tiene facultades para conocer esas cuestiones; la ONU es, dentro de la jerarquía de las organizaciones internacionales, la máxima autoridad; la ONU tiene autoridad, incluso, por encima de la OEA.  Y además, a nosotros nos interesaba que el problema estuviera en la ONU, porque nosotros comprendemos la situación en que se encuentra la economía de los pueblos de América Latina, la situación de dependencia de Estados Unidos en que se encuentra la economía de los pueblos de América Latina.  La ONU conoce la cuestión, pide una investigación a la OEA; la OEA se reúne.  Muy bien.  ¿Qué era de esperarse?  Que la OEA protegiera al país agredido; que la OEA pudiese condenar las agresiones políticas a Cuba; y, sobre todo, que la OEA pudiese condenar las agresiones económicas a nuestro país.  Eso era de esperarse.  Nosotros, al fin y al cabo, éramos nada más que un pueblo pequeño de la comunidad latinoamericana; nosotros, al fin y al cabo, éramos un pueblo más, agredido; ni el primero ni el último, porque México había sido ya agredido más de una vez, y agredido militarmente.  En una guerra le arrancaron una gran parte de su territorio, y en aquella ocasión los hijos heroicos de México supieron lanzarse del Castillo de Chapultepec, envueltos en la bandera mexicana, antes de rendirse, ¡esos son los niños héroes de México!  (APLAUSOS.)

Y no fue la única agresión, no fue la única vez en que fuerzas de infantería norteamericanas hollaron el territorio mexicano.  Nicaragua fue intervenida, y durante siete años resistió heroicamente Augusto César Sandino.  Cuba más de una vez fue intervenida, así como Haití, y Santo Domingo.  Guatemala fue intervenida.  ¿Quién es el que honestamente aquí sería capaz de negar la intervención de la United Fruit Company y la del Departamento de Estado norteamericano en el derrocamiento del gobierno legítimo de Guatemala?  Yo comprendo que haya quienes entiendan su deber oficial ser discretos sobre esta cuestión, y hasta sean capaces de venir aquí y negarlo, pero en lo hondo de sus conciencias saben que, sencillamente, estamos diciendo la verdad.

Cuba no era el primer país agredido; Cuba no era el primer país en peligro de ser agredido.  En este hemisferio todo el mundo sabe que el gobierno de Estados Unidos siempre impuso su ley: la ley del más fuerte; ¡esa ley del más fuerte en virtud de la cual ha estado destruyendo la nacionalidad puertorriqueña y ha mantenido allí su dominio sobre esa isla hermana!, esa ley en virtud de la cual se apoderó del Canal de Panamá y mantiene el Canal de Panamá.

No era nada nuevo.  Nuestra patria debió haber sido defendida, mas, nuestra patria no fue defendida.  ¿Por qué?  Y aquí lo que hay es que ir al fondo de la cuestión y no a las formas.  Si nos atenemos a la letra muerta, estamos garantizados; si nos atenemos a la realidad, no estamos garantizados en absoluto, porque la realidad se impone por encima del derecho establecido en los códigos internacionales, y esa realidad es que un país pequeño, agredido por un gobierno poderoso, no tuvo defensa, no pudo ser defendido.

[…]

Estas son las circunstancias en que se ha desenvuelto el proceso revolucionario cubano; cómo encontramos el país, por qué han surgido las dificultades.  Y, sin embargo, sin embargo, la Revolución Cubana está cambiando lo que ayer fue un país sin esperanzas, un país de miseria, un país de analfabetos en parte, lo está convirtiendo en lo que pronto será uno de los pueblos más avanzados y más desarrollados en este continente.

El Gobierno Revolucionario, en solo 20 meses, ha creado 10 000 nuevas escuelas, es decir, en tan breve período de tiempo se ha duplicado el número de escuelas rurales que se habían creado en 50 años.  Y Cuba es hoy ya el primer país de América que tiene satisfechas todas sus necesidades escolares, que tiene un maestro hasta en el último rincón de las montañas.

El Gobierno Revolucionario ha construido, en ese breve período de tiempo, 25 000 viviendas en las zonas rurales y urbanas; 50 nuevos pueblos están surgiendo en este momento en nuestro país; las fortalezas militares más importantes albergan hoy decenas de miles de estudiantes, y, en el próximo año, nuestro pueblo se propone librar su gran batalla contra el analfabetismo, con la meta ambiciosa de enseñar a leer y escribir hasta el último analfabeto en el próximo año, y, con ese fin, organizaciones de maestros, de estudiantes, de trabajadores, es decir, todo el pueblo, están preparándose para una intensa campaña y Cuba será el primer país de América que a la vuelta de algunos meses pueda decir que no tiene un solo analfabeto.

Nuestro pueblo está recibiendo hoy la asistencia de cientos de médicos, que han sido enviados a los campos para luchar contra las enfermedades, contra el parasitismo, y para mejorar las condiciones higiénicas de la nación.

En otro aspecto, que es en el de la conservación de los recursos naturales, podemos también afirmar aquí que en un solo año, en el más ambicioso plan de preservación de recursos naturales que se esté efectuando en este continente, incluyendo Estados Unidos y Canadá, ha sembrado cerca de 50 millones de árboles maderables.

Los jóvenes que estaban sin trabajo, que estaban sin escuela, organizados por el Gobierno Revolucionario están hoy prestándole trabajos útiles al país, al mismo tiempo que están siendo preparados para el trabajo productivo.

La producción agrícola en nuestro país ha registrado un hecho casi único, que es el aumento de la producción desde el primer instante.  Desde el principio se logró un aumento en la producción agrícola.  ¿Por qué?  Porque el Gobierno Revolucionario, en primer lugar, convirtió en propietarios de sus tierras a más de 100 000 pequeños agricultores, que pagaban rentas, al mismo tiempo, preservó la producción en gran escala, por medio de cooperativas agrícolas de producción, es decir que la producción de gran empresa se mantuvo a través de cooperativas, gracias a lo cual se han podido aplicar los procedimientos técnicos más modernos a nuestra producción agrícola, y se ha registrado, desde el primer instante, un aumento en la producción.

Y toda esta obra de beneficio social, de maestros, de viviendas y de hospitales, la hemos llevado adelante sin sacrificar los recursos para el desarrollo, ya que el Gobierno Revolucionario, en este momento, está llevando adelante un programa de industrialización del país, cuyas primeras fábricas ya se están montando en Cuba.

Hemos empleado racionalmente los recursos de nuestro país.  Antes, por ejemplo, en Cuba se importaban 35 millones de dólares en automóviles, 5 millones de dólares en tractores.  Un país eminentemente agrícola, importaba siete veces más automóviles que tractores.  Nosotros hemos invertido los términos, y estamos importando siete veces más tractores que automóviles.

Cerca de 500 millones de dólares fueron recuperados a los políticos que se habían enriquecido durante la tiranía.  Cerca de 500 millones de dólares, en bienes y en efectivo, es el valor total de lo recuperado a los políticos corrompidos que durante siete años habían estado saqueando nuestro país.  La inversión correcta de esos productos, de esas riquezas y de esos recursos, es lo que permite al Gobierno Revolucionario, que al mismo tiempo que desarrolla un plan de industrialización y de incrementación de nuestra agricultura, puede construir viviendas, construir escuelas, llevar los maestros hasta los últimos rincones de nuestro país y brindarles asistencia médica, es decir, llevar adelante un programa de desarrollo social.

[…] Después de todo, aunque algunos compañeros de América Latina crean que su deber es ser discretos aquí, ¡bienvenida sea una revolución como la Revolución Cubana, que al menos ha hecho preocuparse a los monopolios de devolver aunque sea una parte pequeña de lo que han estado sustrayendo de los recursos naturales y del sudor de los pueblos de América Latina!  (APLAUSOS.)

[…]

Y, después de todo, nosotros podemos invitar, lo mismo a cualquier periodista, que a cualquier miembro de la delegación, a que visite a Cuba y vea lo que un pueblo es capaz de hacer con sus propios recursos, cuando los invierte honestamente y racionalmente.

Pero nosotros no estamos resolviendo solo nuestros problemas de vivienda y de escuela, sino nuestros problemas de desarrollo, porque sin resolver el problema del desarrollo, no habrá jamás soluciones a los problemas sociales.

Pero, ¿qué ocurre?  ¿Por qué el gobierno de Estados Unidos no quiere hablar del desarrollo?  Muy sencillo, porque el gobierno de Estados Unidos no quiere pelearse con los monopolios, y los monopolios exigen recursos naturales y mercados de inversión para sus capitales.  He ahí la gran contradicción, por eso no se va a la verdadera solución del problema, por eso no se va a la programación con inversiones públicas del desarrollo de los países subdesarrollados.

[…] Por nuestra parte, con todo respeto, debemos decirle que los problemas del mundo no se resuelven amenazando ni sembrando miedo; y que nuestro humilde y pequeño pueblo, ¡qué le vamos a hacer!…  Estamos ahí, mal que le pese, y la Revolución seguirá adelante, mal que le pese:  y que, además, nuestro humilde y pequeño pueblo tiene que resignarse a su suerte, y que no siente ningún miedo por sus amenazas de uso de armas atómicas.

¿Qué quiere decir eso?  Que por ahí hay muchos países que tienen bases norteamericanas, pero al menos las tienen allí situadas no contra los propios gobiernos que les hicieron esas concesiones, al menos que nosotros tengamos información.  El caso de nosotros es el caso más trágico; el caso de nosotros es una base en nuestro territorio insular, contra Cuba y contra el Gobierno Revolucionario de Cuba.  Es decir, en manos de quienes se declaran enemigos de nuestra patria, enemigos de nuestra Revolución y enemigos de nuestro pueblo.  De toda la historia de las bases situadas hoy en todo el mundo, el caso más trágico es el de Cuba:  una base a la fuerza, en nuestro territorio inconfundible, que está a buena distancia de las costas de Estados Unidos, contra Cuba, contra el pueblo, impuesta por la fuerza, y como una amenaza y una preocupación para nuestro pueblo.

[…]
Hasta aquí hemos expuesto el problema de nuestro país, deber fundamental nuestro al acudir a las Naciones Unidas, pero comprendemos perfectamente que sería un poco egoísta de nuestra parte si nuestra preocupación se limitara a nuestro caso concreto.  También es cierto que nosotros hemos consumido la mayor parte de nuestro tiempo en informar a esta Asamblea sobre el caso de Cuba, y no es mucho el espacio que disponemos para las demás cuestiones, sobre las cuales solo queremos referirnos someramente.

Sin embargo, el caso de Cuba no es un caso aislado.  Sería un error pensar en el caso de Cuba.  El caso de Cuba es el caso de todos los pueblos subdesarrollados.
  El caso de Cuba es como el caso del Congo, como el caso de Egipto, como el caso de Argelia, como el caso de Irán occidental (APLAUSOS), y, en fin, como el caso de Panamá, que quiere su canal; como el caso de Puerto Rico, al que le destruyen su espíritu nacional; como el caso de Honduras, que ve segregado un pedazo de su territorio; y, en fin, aunque nuestra atención no haya recaído específicamente sobre otros países, el caso de Cuba es el caso de todos los países subdesarrollados y colonizados.

Los problemas que describíamos sobre Cuba pueden aplicarse perfectamente a toda la América Latina.  El control de los recursos económicos de América Latina por los monopolios, que cuando no son dueños directamente de las minas y se encargan de la extracción, como en el caso del cobre de Chile, de Perú o de México, el caso del zinc de Perú y de México, el caso del petróleo de Venezuela, es porque son dueños de los servicios públicos, de las compañías de servicios públicos, como ocurre en Argentina, en Brasil, en Chile, en Perú, en Ecuador, en Colombia, o dueños de los servicios telefónicos, como ocurre en Chile, en Brasil, en Perú, en Venezuela, en Paraguay, en Bolivia, o porque si no comercializan nuestros productos, como ocurre con el café de Brasil, de Colombia, de El Salvador, de Costa Rica, de Guatemala, o con el banano, explotado y comercializado, además de transportado por la United Fruit Company, en Guatemala, en Costa Rica, en Honduras, o como con el algodón de México, o el algodón de Brasil ejercitan el monopolio en las más importantes industrias del país.

Economías dependientes por completo de los monopolios.  ¡Ay del día en que quieran hacer también una reforma agraria!  Les pedirán pago pronto, eficiente y justo.  Y si, a pesar de todo, hacen una reforma agraria, al delegado del país hermano que venga a la ONU lo confinarán a Manhattan, no le alquilarán hotel, lloverán infamias sobre él, y hasta es posible que sea maltratado de obra por la policía.

El problema de Cuba no es más que un ejemplo de lo que es la América Latina.  Y, ¿hasta cuándo estará esperando la América Latina para su desarrollo?  Pues, tendrá que esperar, de acuerdo con el criterio de los monopolios, hasta las calendas griegas.

¿Quién va a industrializar la América Latina?  ¿Los monopolios?  No.  Hay un informe de la secretaría económica de las Naciones Unidas que explica cómo, incluso, el capital privado de inversión en vez de ir hacia los países donde más se le necesita para establecer industrias básicas, para contribuir al desarrollo, van preferiblemente a los países más industrializados, porque encuentran allí, según dicen o según creen, más seguridad.  Y, por supuesto, que hasta la secretaría de economía de las Naciones Unidas ha reconocido que no hay posibilidad de desarrollo a través del capital privado de inversión, es decir, a través de los monopolios.

El desarrollo de América Latina tiene que ser por medio de inversiones públicas, programadas y concebidas sin condiciones políticas, porque, naturalmente, a todos nos gusta representar a un país libre y a ninguno nos gusta representar a un país que no se sienta libre.  A ninguno nos gusta que la independencia de nuestro país esté supeditada a intereses que no sean del país.  Por eso, la ayuda debe ser sin condiciones políticas.

¿Que a nosotros no nos brinden ayuda?  No importa.  Nosotros no la hemos pedido.  Pero sí, en interés de los pueblos de América Latina, nos sentimos en el deber de solidaridad de plantear que la ayuda debe ser sin supeditación a condiciones políticas.  Inversiones públicas para el desarrollo económico, no para el «desarrollo social», que es lo último que se ha inventado para ocultar la verdadera necesidad del desarrollo económico.

Los problemas de América Latina son como los problemas del mundo, del resto del mundo, Africa y Asia.  El mundo está repartido entre los monopolios.  Esos mismos monopolios que vemos en América Latina también los vemos en el Oriente Medio.  Allí el petróleo está en manos de compañías monopolistas que controlan intereses financieros de Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Francia…  En Irán, en Iraq, en la Arabia Saudita.  En fin, en cualquier rincón de la Tierra.  Es lo mismo que pasa, por ejemplo, en Filipinas.  Es lo mismo que pasa en el Africa.  El mundo está dividido entre intereses monopolistas.  ¿Quién se atrevería a negar esa verdad histórica?  Y los intereses monopolistas no quieren el desarrollo de los pueblos.  Lo que quieren es explotar los recursos naturales de los pueblos y explotar a los pueblos.  Y mientras más pronto recuperen o amorticen el capital invertido, mejor.

Los problemas que ha tenido el pueblo de Cuba con el gobierno imperialista de Estados Unidos son los mismos problemas que tendría la Arabia Saudita si nacionalizara su petróleo, o el Irán, o el Iraq.  Los mismos problemas que tuvo Egipto cuando nacionalizó, bien nacionalizado, el canal de Suez, los mismos problemas que tuvo Oceanía cuando quiso ser independiente, es decir, Indonesia, cuando quiso ser independiente.  La misma invasión sorpresiva de Egipto, la misma invasión sorpresiva del Congo.

¿Alguna vez les ha faltado pretexto a los colonialistas o a los imperialistas para invadir?  ¡Nunca!  Siempre han echado mano de algún pretexto.  ¿Y quiénes son los países colonialistas, quiénes son los países imperialistas?  Cuatro o cinco países son los poseedores.  No cuatro o cinco países, sino cuatro o cinco grupos de monopolios son los poseedores de la riqueza del mundo.

Si aquí a esta Asamblea llegara un personaje interplanetario que no hubiera leído ni el Manifiesto Comunista de Carlos Marx, ni los cables de la UPI o de la AP, o de las demás publicaciones monopolistas, y preguntara cómo anda repartido el mundo, cómo está distribuido el mundo, y en un mapa viera que las riquezas están divididas entre los monopolios de cuatro o cinco países, sin ninguna otra consideración, diría:   «El mundo está mal repartido, el mundo está explotado.»

Y aquí, donde hay una gran mayoría de países subdesarrollados, podría decir: «Una gran mayoría de los pueblos que ustedes representan están explotados, han estado explotándolos desde hace mucho tiempo.  Han variado la forma de explotación, pero no han dejado de ser explotados.”  Ese sería el veredicto.

En el discurso del premier Jruschov hay una afirmación que nos llamó poderosamente la atención, por el valor que encierra, y fue cuando dijo que «la Unión Soviética no tenía colonias, ni tenía inversiones en ningún país».

¡Ah!, qué formidable sería nuestro mundo, nuestro mundo hoy amenazado de cataclismos, si los delegados de todas las naciones pudieran decir igual: «¡Nuestro país no tiene ninguna colonia, ni tiene ninguna inversión en ningún país extranjero!»  (APLAUSOS.)

Para qué darle más vuelta a la cuestión.  Este es el quid de la cosa, incluso, el quid de la paz y de la guerra, el quid de la carrera armamentista o del desarme.  Las guerras, desde el principio de la humanidad, han surgido, fundamentalmente, por una razón: el deseo de unos de despojar a otros de sus riquezas.  ¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra!  (APLAUSOS.)  ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso!

[…]
Estamos, pues, al lado del pueblo argelino, como estamos al lado de los pueblos sometidos al coloniaje que quedan todavía en Africa y al lado de los negros discriminados de la Unión Sudafricana y estamos al lado de los pueblos que desean ser libres, no solo políticamente, porque es muy fácil poner una bandera, un escudo, un himno y un color en el mapa, sino libres económicamente.  Porque hay una verdad que debiéramos sabérnosla todos como la primera, y es que no hay independencia política si no hay independencia económica, que la independencia política es una mentira, si no hay independencia económica.  Y que, por tanto, la aspiración de ser libres política y económicamente la respaldamos nosotros, no solo a tener una bandera y un escudo y una representación en la ONU.  Nosotros queremos plantear aquí otro derecho, un derecho que ha sido proclamado por nuestro pueblo en reunión multitudinaria en días recientes: el derecho de los países subdesarrollados a nacionalizar sin indemnización los recursos naturales y las inversiones de los monopolios en sus respectivos países.  Es decir que nosotros propugnamos la nacionalización de los recursos naturales y de las inversiones extranjeras en los países subdesarrollados.

Y si los altamente industrializados lo desean hacer también no nos oponemos (APLAUSOS).

Para que los países puedan ser verdaderamente libres en lo político, deben ser verdaderamente libres en lo económico, y entonces ayudarlos.  Nos preguntarán por el valor de las inversiones y nosotros preguntamos por el valor de las ganancias, las ganancias que han estado extrayendo de los pueblos sometidos al coloniaje y subdesarrollados durante décadas cuando no, ¡durante siglos!

[…]
En definitiva, vamos a confiar en el razonamiento, y vamos a confiar en la honestidad de todos.  Hay cosas, sobre estos problemas del mundo con lo cual nosotros queremos resumir nuestro pensamiento, sobre lo que no cabe duda.  Nuestro problema lo hemos expuesto aquí.  Forma parte de los problemas del mundo.  Quienes hoy nos agreden a nosotros son los que ayudan a agredir a otros en otras partes del mundo.

El gobierno de Estados Unidos no puede estar con el pueblo argelino, porque es aliado de la metrópoli, Francia.  No puede estar con el pueblo congolés, porque es aliado de Bélgica.  No puede estar con el pueblo español, porque es aliado de Franco.  No puede estar con el pueblo puertorriqueño, cuya nacionalidad han estado destruyendo durante 50 años.  No puede estar con los panameños, que reclaman el Canal.  No puede estar con el auge del poder civil ni en América Latina, ni en Alemania, ni en Japón.  No puede estar con los campesinos que quieren tierra, porque son aliados de los latifundistas.  No puede estar con los obreros que reclaman mejores condiciones de vida, en cualquier lugar del mundo, porque son aliados de los monopolios.  No pueden estar con las colonias que quieren liberarse, porque son aliados de los colonizadores.

Es decir que están con Franco, con la colonización de Argelia, con la colonización del Congo, están con el mantenimiento de sus privilegios e intereses en el Canal, con el coloniaje en todo el mundo.  Están con el militarismo alemán y el resurgimiento del militarismo alemán.  Están con el militarismo japonés y el resurgimiento del militarismo japonés.

El gobierno de Estados Unidos se olvida de los millones de hebreos que fueron asesinados en los campos de concentración de Europa por los nazis que hoy recuperan su influencia en el ejército alemán.  Se olvidan de los franceses que fueron asesinados allí en su heroica lucha contra la ocupación.  Se olvidan de los soldados norteamericanos que murieron en la línea de Sigfrido, en el Ruhr, o en el Rhin, o en los frentes de Asia.  No pueden estar con la integridad y la soberanía de los pueblos.  ¿Por qué?  Porque necesitan cercenar la soberanía de los pueblos para mantener sus bases militares, y cada base es un puñal clavado en la soberanía, cada base es una soberanía cercenada.

Por eso tiene que estar contra la soberanía de los pueblos, porque necesita estar cercenando la soberanía para mantener su política de bases alrededor de la Unión Soviética, y entendemos que al pueblo norteamericano no se le explica bien estos problemas, porque basta que el pueblo norteamericano se imagine qué sería de su tranquilidad si en Cuba, en México, o en Canadá, la Unión Soviética comienza a establecer un cordón de bases atómicas.   La población no se sentiría segura, no se sentiría tranquila.

Hay que enseñarle a la opinión mundial, que incluye, por tanto, a la opinión norteamericana, a comprender los problemas desde otro ángulo, desde el ángulo de los demás.  No presentarnos siempre a los pueblos subdesarrollados como agresores, a los revolucionarios como agresores, como enemigos del pueblo norteamericano.  Nosotros no podemos ser enemigos del pueblo norteamericano, porque hemos visto norteamericanos como Carleton Beals, o como Waldo Frank, a ilustres y distinguidos intelectuales como ellos, salírseles las lágrimas pensando en los errores que se cometen, en la falta de hospitalidad que particularmente se cometió con nosotros.  En muchos norteamericanos, los más humanos de los escritores, los más progresistas de sus escritores, los más valiosos de sus escritores, veo la nobleza de los primeros dirigentes de este país:  de los Washington, de los Jefferson, y de los Lincoln.  Lo digo sin demagogia, con la sincera admiración que sentimos por aquellos que un día supieron liberar a su pueblo de su colonia y luchar, no para que hoy su país fuese el aliado de todos los reaccionarios del mundo, el aliado de todos los gangsters del mundo, el aliado de los latifundistas, de los monopolios, de los explotadores, de los militaristas, de los fascistas.  Es decir, el aliado de los más retrógrados y de los más reaccionarios, sino para que su país fuese siempre defensor de nobles y de justos ideales.

Sabemos, por cierto, lo que le dirán hoy y mañana y siempre de nosotros al pueblo norteamericano para engañarlo.  Pero no importa.  Cumplimos nuestro deber con expresar estos sentimientos en esta histórica Asamblea.  Proclamamos el derecho de los pueblos a su integridad, el derecho de los pueblos a su nacionalidad, y conspiran contra el nacionalismo, los que saben que el nacionalismo significa afán de recuperar lo suyo, sus riquezas, sus recursos naturales.

Estamos, en fin, con todas las nobles aspiraciones de todos los pueblos.  Esa es nuestra posición.  Con todo lo justo estamos y estaremos siempre: contra el coloniaje, contra la explotación, contra los monopolios, contra el militarismo, contra la carrera armamentista, contra el juego a la guerra.  Contra eso estaremos siempre.  Esa será nuestra posición.

Y, para finalizar, cumpliendo lo que entendemos como un deber nuestro, traer al seno de esta Asamblea la parte esencial de la Declaración de La Habana.  Ustedes saben que la Declaración de La Habana fue la respuesta del pueblo de Cuba a la Carta de Costa Rica.  No se reunieron 10, ni 100, ni 100 000, se reunieron más de un millón de cubanos.  Quienes duden, pueden ir a contarlos en la próxima concentración o asamblea general que demos en Cuba, en la seguridad de que van a ver un espectáculo de pueblo ferviente y de pueblo consciente, que difícilmente hayan tenido oportunidad de ver, y que solo se ve cuando los pueblos están defendiendo ardorosamente sus intereses más sagrados.

En aquella asamblea de respuesta a la Carta de Costa Rica, en consulta con el pueblo y por aclamación del pueblo, se proclamaron estos principios, como los principios de la Revolución Cubana:

«La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, condena el latifundio, fuente de miseria para el campesino y sistema de producción agrícola retrógrado e inhumano; condena los salarios de hambre y la explotación inicua del trabajo humano por bastardos y privilegiados intereses; condena el analfabetismo, la ausencia de maestros, de escuelas, de médicos y de hospitales; la falta de protección a la vejez que impera en los países de América; condena la discriminación del negro y del indio; condena la desigualdad y la explotación de la mujer; condena las oligarquías militares y políticas que mantienen a nuestros pueblos en la miseria, impiden su desarrollo democrático y el pleno ejercicio de su soberanía; condena las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos; condena a los gobiernos que desoyen el sentimiento de sus pueblos para acatar mandatos extranjeros; condena el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor; condena el monopolio de las noticias por agencias monopolistas, instrumentos de los trusts monopolistas y agentes de esos intereses; condena las leyes represivas que impiden a los obreros, campesinos, estudiantes y a los intelectuales, a las grandes mayorías de cada país, organizarse y luchar por sus reivindicaciones sociales y patrióticas; condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.

«La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista.

«En consecuencia, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, proclama ante América» —y lo proclama aquí ante el mundo:

«El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre’; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía, el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y armar a sus obreros» —porque en esto nosotros tenemos que ser armamentistas, en armar a nuestro pueblo para defendernos de los ataques imperialistas—, «campesinos, estudiantes, intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por sí mismos, sus derechos y sus destinos.»

Algunos querían conocer cuál era la línea del Gobierno Revolucionario de Cuba.  Pues bien, ¡esta es nuestra línea!

(OVACION)

Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado

Fuente:

Fidel, Soldado de las Ideas