Barricada

El Repliegue Táctico a Masaya: una decisión audaz

El 27 de junio de 1979, hace 40 años, se realizó el Histórico Repliegue Táctico a Masaya. Una de las últimas estrategias tomadas por la Dirección Nacional y el Frente Interno “Camilo Ortega” al mando del Comandante Carlos Núñez, Comandante Joaquín Cuadra y el Comandante William Ramírez. Alrededor de 6000 personas participaron en la histórica gesta, entre, niños, mujeres, hombres y ancianos. El día de hoy, el Equipo de Barricada/Historia les presenta una breve reseña histórica, para comprender mejor el contexto en el cual se desarrolla el Repliegue Táctico y las razones por las cuales se decidió asumir esta decisión táctica y audaz.

El siete de marzo de 1979, en La Habana, seis comandantes firmaron la unidad de las tres tendencias en las cuales se había dividido el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) desde octubre de 1975. Para muchos, ese fue el evento político definitivo para emprender la ofensiva final contra la Dictadura Somocista que culminó con su derrocamiento el 19 de julio de aquél año.

Cuenta el Comandante Daniel Ortega que en esa oportunidad, durante una conversación con Fidel Castro, el líder cubano le preguntó: “si no logran el objetivo (de la ofensiva final), ¿dónde se van a replegar? La montaña está lejísima, no hay forma”. El Comandante Daniel le respondió: “No, hemos aprendido a replegarnos en las ciudades”.

El Comandante Daniel recuerda que ya para entonces “se salía a atacar de noche, en ocasiones de día, y luego, las fuerzas se replegaban en las mismas ciudades, en las barriadas; la misma gente servía de cobertura. Cuanto más población teníamos a nuestro favor, ¡más cobertura! Y por lo tanto, la Guardia se lanzaba a unas operaciones donde tenía que afectar a toda la gente en los diferentes barrios de las ciudades”.

En Managua, a finales de marzo de ese año, Carlos Núñez Téllez (Roque) y Bayardo Arce Castaño (Clemente), dos de los tres miembros de la nueva Dirección Nacional Conjunta que no estuvieron presentes en la firma de la unidad (el tercero fue Luis Carrión Cruz) estaban reunidos en Managua, en la casa del médico Gonzalo Ramírez, con Joaquín Cuadra Lacayo (Simón) y William Ramírez Solórzano (Aureliano). En su libro «Un pueblo en armas», Núñez Téllez relata que cada uno de ellos llevaba una copia del documento unitario. La reunión clandestina se realizaba “en un marco político tremendamente difícil, con las masas lanzadas a las calles en acciones relámpago, ya bien fuera para atacar o protestar”.

Durante la reunión, los máximos dirigentes sandinistas en la capital conocieron un informe mediante el cual se advertía que, tras el fracaso de la mediación entre la dictadura y el FSLN, “seguían las maniobras de la reacción de los círculos del imperialismo, por encontrarle una salida a la situación de crisis aguda” del régimen. “El golpe de estado para implantar «un somocismo sin Somoza», comenzó a revolotear en las mentes siniestras de aquellos que aún persistían en seguir detentando el poder”.

Los cuatro dirigentes dispusieron organizar una conferencia de prensa, secuestrando a varios periodistas, para denunciar la maniobra del golpe de estado y anunciar la unidad. En 48 horas se ejecutó la acción y los periodistas Oscar Leonardo Montalván y Filadelfo Martínez hicieron circular ambas noticias por todo el país y por el mundo. Finalmente la maniobra fue frustrada.

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A partir de ese momento, el Frente Interno, cuyo mando lo encabezaba Núñez, preparó todas las condiciones para desatar la insurrección en Managua. “Roque” escribió que el plan para la capital tenía como objetivos entorpecer el abastecimiento de las tropas de la Guardia Nacional (GN) en las otras ciudades y mantener la resistencia armada a la espera de que las fuerzas de los diferentes frentes de guerra avanzaran hacia Managua para tomarla.

Los jefes del Frente Interno (en el cual ya no estaba Arce, pues había sido trasladado al norte del país) tenían claro que no existían condiciones para tomar la ciudad y decidieron “batir al enemigo, dispersarlo mediante la implementación de una táctica audaz que permitiera recuperar armas, integrar a nuevos combatientes, a la vez que se estancaba al enemigo sin dejarlo moverse libremente por todo el territorio de la capital”.

Con aproximadamente 125 armas de guerra, con una docena de ametralladoras livianas y bazukas, el 9 de junio de 1979 estalló la insurrección en Managua, la que estaba supuesta a durar tres días. “En los primeros momentos, en la capital se generalizó la lucha armada y se expresó en el levantamiento (…) de Ciudad Sandino, (las colonias) Américas uno, tres y cuatro, Acahualinca, Monseñor Lezcano (…), Nicarao, Centroamérica, hasta culminar en el levantamiento generalizado de la población, mediante las tomas y el levantamiento de barricadas”.

La dictadura lanza su contraofensiva, mediante el bombardeo aéreo indiscriminado en los barrios San Judas y Ciudad Sandino, masacrando a la población civil. Los jefes sandinistas se inspiraron en el “Batallón Invencible” creado por el ejército vietnamita durante la guerra contra Estados Unidos, y respondieron con la formación de una unidad de combate especial llamada “La Liebre”, luego bautizada Oscar Pérezcassar (dirigente asesinado en León en abril de 1979), con el objetivo de lanzar pequeñas maniobras ofensivas en los puntos de mayor concentración de la guardia somocista.

Núñez describe a “La Liebre” como una “unidad de combate integrada por combatientes selectos, de carácter móvil, con un alto espíritu ofensivo, dotada del mejor armamento”. Su jefe era el comandante Walter Ferretti (Chombo) y como segundo, Carlos Salgado.

“El jueves 14 de junio, la GN comienza a incrementar su ofensiva (…) comienzan a superarse los cálculos de lo que podía durar la insurrección en Managua y urgimos a los miembros de la Dirección Nacional Conjunta para que presionen a los otros frentes de guerra para que avancen. (…). Más de seis días llevamos de estar resistiendo al máximo la acción de la guardia genocida por distintos puntos (…). Comenzábamos a preocuparnos; tal ritmo de lucha no podía resistirse indefinidamente, solamente con la moral combativa. Se hacía necesaria la presencia de otros frentes, de armas, de hombres experimentados, máxime que la resistencia en los barrios occidentales comenzaba a declinar, doblada por la ofensiva criminal del ejército somocista”.

(…) “Al observar el vencimiento de los tres días y notando el empuje decidido de la guarda somocista que se apoyaba en la infantería y en los blindados, el Estado Mayor del Frente Interno comienza hacer llamados a los distintos frentes de guerra para que intensifiquen la lucha (…). Esta espera a veces se volvía bastante desesperante (…)”.

La situación se agrava tras la caída de las barricadas construidas en el barrio Riguero, problemas de indisciplina entre los milicianos y los combatientes, y la brutal “operación limpieza” lanzada por la GN en todos aquellos barrios que se habían insurreccionado, asesinando o capturando a todos los varones mayores de 15 años. Tras la masacre de los combatientes de la zona occidental de Managua en Batahola, la guardia logra aplicar un cerco a los barrios orientales, corazón de la insurrección. El domingo 17 de junio, inicia un intenso bombardeo de dos días sobre El Dorado, en donde estaba ubicado el Estado Mayor de los insurgentes, hasta obligarlos a salir de la zona e instalarse en la Iglesia Sagrada Familia, en el barrio Ducualí, unos tres kilómetros al norte.

Tras una inspección por casi todas las zonas de combate y una evaluación con cada uno de sus mandos, los jefes de la insurrección constatan que “al agotamiento de las fuerzas, se sumaba la debilidad real de la falta de municiones” y se le pide al Comandante Humberto Ortega el envío inmediato de pertrechos de guerra para continuar la resistencia en Managua. La madrugada del 19 de junio, los combatientes encienden enormes fogatas en diversos puntos de la zona oriental; a las seis de la mañana, un avión Navajo en vuelos rasantes logra lanzar docenas de sacos con municiones y otros pertrechos. Dos días después, las unidades guerrilleras pasan a la ofensiva, lo cual les permite, además de causar numerosas bajas a la GN, recuperar gran cantidad de armas, incluyendo una ametralladora calibre 30 y otra de calibre 50.

El sábado 23, la guardia lanza una contraofensiva con helicópteros que dejan caer bombas de 100 a 500 libras sobre las posiciones sandinistas y las viviendas de la población civil, pero no logran el objetivo de reducir la capacidad ofensiva de los guerrilleros. Pero “los días siguientes serían como una pesadilla. Todos los días, partiendo de las primeras horas de la tarde, previo ablandamiento de la fuerza aérea y de los morteros, tendríamos con nosotros la presencia del helicóptero haciendo estragos sobre la población. Los efectos de los bombardeos fueron terribles. Las casas en hileras saltaban hechas pedazos por la explosión y los charneles a una velocidad increíble pasaban al rojo vivo las ramas de los árboles (…). Desde el punto de vista político, los efectos de los bombardeos se hicieron sentir inmediatamente. El terror cundió entre la población, el éxodo comenzó a volverse masivo (…). La población salía de la zona cada día por decenas, ansiosa de trasladarse a la zona occidental, para poner a salvo a los niños y ancianos. Era evidente que estábamos llegando al límite de nuestras fuerzas y de nuestras posibilidades”.

Tomado de: Revista Correo, junio-julio 2010, pp.13-15