Los que duermen se van de fiesta
¿Quién hará de ellos un triángulo de dudas?
Si nos dejan soplando la taza y acabando pláticas.
En otras trincheras un caudal de lágrimas saltan en paz
desde sus pañuelos. Las madres entonan agravios de parto.
Murmullo de un miedoso
Me siembro en el piso arraigado en una noche
de guillotinas haciéndome desflorado jarro, y si es tu voz la
que llega con ella, yo hoja seca guardado en este
tétrico piso, dejo pasar el mansamente a los que vienen.
Los siento pasar pero no me ven, los veo;
escucho gemir y gemir poema tras poema.
Desde aquí todo tiene en sus labios la muerte
ahorcados soñadores se explayan en las púas.
Cuando llueve la tristeza del pecado se deshiela y
Por mis veredas pasan las horas ocultas,
seductoras de libros con sus apresadas
crepitaciones, sonando a hueco en el silencio.
Rugen los muros en sus húmedas lamentaciones.
Me hago el amor a solas y sin parpadear, mientras los
Caínes nos condenan a lo oscuro, juego a besarte y es
lo más parecido a la esperanza.
Tus manos
Tus manos que se extienden como arcoíris
y forman una trinchera de cariño, llegando
a mi rostro frío y tenue. Se deslizan sutilmente
para besarme con sus yemas.
Van a mi boca a navegar en mis enramados dientes.
Presagios de besos goteando sobre mis labios
tus manos son lino y armonía.
Me llevan por senderos, por sueños de febrero asaltando
con sus deditos el placer que nos deja caminar en
ese puente de tu meñique con mi pulgar, como
un ser extraño bailando sobre el hilo fino.
Son equilibristas de ese ritmo perfecto que es tu perfume
ellas exactas para la bofetada, exclusivas para mi sexo,
tus manos son mis ojos mi letra y mi tinta.
En tu palma mi morada con tus cinco puntos cardinales
que me orientan en este hechizo, pues son tus manos
describiendo esto.
Fundida Furia
Galopan los mastodontes por el potrero de la norte,
razas únicas estremecen cual pista en fatigoso
pavimento.
Arde en todo horario y en todo rincón.
Se ve la furia fundida en acantilados de polvo, chapoteando
ruletas de malabaristas desquiciados con sus semáforos
aburridos y serios.
En chinela Jesucristo cruza el Oriental jalando un carretón,
hace sus estaciones en capillezcas cantinas buscando
santificado guaro, hasta arrodillarse en la caimana viendo
arder su hoguera.
Las roconolas curan penas a los capellanes del mercado,
asoleando sus resacas en los techos curtidos y pajizos de los
barrios periféricos. Los zanates se chiflan entre sí, y bajan a
ver los espejos del Xolotlán.
En alguna esquina, con un cigarro entre los labios, apagándose
la luna, se escucha nuevamente el galope de los mastodontes,
estremeciendo su fundida furia.
Conspiración breve al pie del escritorio
En estos días en que las oficinas saben a ciudades olvidadas, como si una plaga se apodera de la bulla y esta se
cristalizara, como rastros de granizo. Los tecleteos de las máquinas se insurreccionan destinados a presagios del fin
de una batalla campal, entre los hechos nupciales de la rutina y lo cotidiano.
Siempre queda un testigo atento y discreto;
El que cuenta los lápices que perecieron y las tintas que se gastaron, alguna hoja blanca hace cuentas o guarda
números innecesarios. Todo lleva un ritmo, los tacones con sus pasos y los gritos del jefe en nota mayor, la oficina
aun así se prepara para envolverse en su capullo de polvo y tiempo muerto, absuelta de culpa, las lámparas bostezan
y sabrá Dios qué relajo perpetrarán las sillas. En donde carajos terminan fornicando las tazas y el café, el silencio no
solo es cómplice de la oficina y su bohemia.
Garvel
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