Estimado Wilmor López:
Eres un consumado experto en la nicaraguanidad. Y, para que mantengas esas alturas que nos benefician a todos, aunque haya quienes desprecian nuestras raíces, la música nacional, la composición vernácula, las armonías típicas y el folklore, aparte de las bellas artes, la artesanía y toda la cultura generada por el maíz, motivo de tu rico y ameno ensayo, te hago este recordatorio.
Se te admira, y lo que digas tiene un gran peso en la conformación del nicaragüense.
Vos sos la voz de lo nuestro (con énfasis, ahora que en WhatsAPP a no pocos usuarios les da pena escribir vos, sos y con vos, y, muy “refinados”, prefieren “tu”, “eres”, “a ti” y “contigo”).
No hay otro, en esta era, que esté tan entregado a descifrar los misterios del ser nicaragüense. Y, por ende, conocernos y reconocernos como tales.
Asombrosos misterios nativos como los sonidos que no nacen tanto en las teclas de la marimba de arco como del latido de nuestros corazones ancestrales que percuten la inmemorial Nicaragua, y nos saca la música que llevamos siglos adentro, aunque algunos altivos no lo quieran, por falta de oído nacional: La Danza Negra.
Gracias por dar su lugar al Ballet Folklórico Haydée Palacios, toda una Facultad de la Nacionalidad puesta en escena, porque atesora las formas puras de lo que de veras somos, con todo el contenido del esplendor nicaraguano.
Gracias a Dios está la señora Palacios, una dama del arte mayor que no deforma los bailes, y que en las coreografías conserva la majestad de lo que nos distingue del resto del continente.
Y, por eso mismo, muy agradecidos que haya un canal para la nación, el 6, que cultiva su lema “Nicaragüense por gracia de Dios”.
No sería posible con gobiernos vergonzantes que actuaron más como fuerza de ocupación —afines a otros confines— que como administraciones públicas de nuestro país.
Es, pues, necesario, admitir que por fin hay un Gobierno de alta legitimidad histórica que, como el del General José Santos Zelaya, pertenece enteramente a la República de Nicaragua.
Leí en tu valioso ensayo: “…tatapinol es una especie de pinol quemado, del que bebió el Güegüense, nuestro primer personaje de la literatura nicaragüense”.
Por eso, te solicitaría que cuando escribas, menciones, hables divulgues, anotes y te refieras a El GüegüenCe, conserves su originalidad, que es ahí donde nos entendemos los nicaragüenses que no somos copia ni mala traducción de otras realidades.
El enorme lingüista, investigador del náhuatl y del mangue, Juan Eligio de la Rocha, prácticamente fue el autor de la insigne construcción multidisciplinaria, como bien dijo el doctor Fernando Silva al cineasta Marcio Vargas, en su impresionante entrevista (Lado Oscuro I y II, https://www.youtube.com/watch?v=DZISB02Gle4 y https://www.youtube.com/watch?v=72KLFJAVmL4).
El granadino, culto y profesor de gramática conformó, confirmó y firmó el estatus de El Güegüence.
“¿Por qué le vas a inventar otro (autor)? ¡Qué es eso de ser matamama!”, defendió “el más nicaragüense de los poetas y el más poeta de los nicaragüenses”, como lo aquilató nada menos que José Coronel Urtecho.
Carl Herman Berendt, Daniel Garrison Briton, José Martí, Emilio Álvarez Lejarza, Pablo Antonio Cuadra, Fernando Silva, es decir, grandes hombres, siempre alabaron y escribieron El Güegüence, con la letra C porque no es gentilicio ni debe confundirse con «nicaragüense».
PAC y el autor de Tierra y Agua son dos insignes escritores que honraron la palabra, al punto de inspirarse en El Güegüence para escribir sendas creaciones.
El primero, la noveleta ¡Vuelva, Güegüence, vuelva!, fechada 1956-1969 (Pablo Antonio Cuadra, Crítica Literaria I, Colección Cultural Centroamérica, 2004).
El segundo, El Güegüence o Macho Ratón, Teatro Popular Callejero, que llamó una versión “tomada del escrito original de Juan Eligio de la Rocha” (La historia natural de El Güegüence, pp 24-27, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2002).
En Filadelfia, en el año 1883, Brinton edita:
The Güegüence;
A comedy Ballet
In the
Náhuatl-Spanish dialect of Nicaragua.
Nótese la escritura genuina de El Güegüence.
Nuestra danza, nuestro teatro, nuestro arte, nuestra artesanía, nuestra plástica y nuestra música a la vez, pierde la C por desidia estatal, comodidad de algunos o ignorancia de otros, marcados por las fuerzas ciegas del mercado en los años 90 del siglo XX.
Se empujó a la gente a repetir el error, por carencia de autoridades culturales, por ausencia de gobiernos verdaderamente nacionales, y por pura complacencia con el Cabildo Real, cuando se perdió el respeto a lo nuestro, a lo original, a lo propio.
Y se oficializó con la rotonda mal llamada Güegüense.
Fue la época cuando era mal visto ingerir pinolillo. La venta de gaseosas terminó con aquellas muchachas que en El Oriental u otros mercados iban pregonando nuestras bebidas nacionales, hasta quedar reducidas a algunos puestos fijos.
Años cuando nuestra riquísima Revuelta fue casi sustituida por la “pupusa” salvadoreña. Por si fuera poco, en los súper se ofertaban “tamales” de otras latitudes.
Unos calendarios más de esta prolongada canícula oficial y terminamos importando de Costa Rica el Gallopinto, que es parte de la identidad del Centro de las Américas. (No estaría de más una Declaratoria de la Asamblea Nacional, reivindicando nuestro infaltable plato de los tres tiempos).
Esto no quiere decir que derrapemos en ultranacionalismos. Se trata de mantener con claridad lo que somos.
El yerro con el fierro del gobierno Chamorro traspasó las fronteras y ahora Google hasta se atreve a “corregir” el nombre auténtico, cuando buscas Güegüence: «Quizás quisiste decir: El güegüense«.
Es el colmo.
Lamentablemente, algunos intelectuales dieron curso ilegal al abuso, para no quedar mal con el poder. Así, el error llegó a Francia de la mano de Bolaños, que es cuando la Unesco, a pesar de, la eleva a Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero con “s”, cuando lo honesto, correcto, patriótico y nicaragüense es El Güegüence.
En 1977 circuló un modesto impreso, denominado “El Güegüence, Comedia bailete de la época colonial”, Ediciones Distribuidora Cultural S.A.
El escritor, doctor Jorge Eduardo Arellano, consigna en la Introducción:
“En la década de los cuarenta, cuando se publicó por primera vez en Nicaragua, EL GÜEGÜENCE, era todavía una curiosidad literaria, enteramente folklórica, casi muerta. Pero hoy, en virtud de los esfuerzos de unos pocos estudiosos y difusores -entre los cuales quiso el destino incorporarnos-, ya constituye una consolidada realidad cultural…”.
El asunto es que a pesar del inequívoco título de El Güegüence, la edición de los parlamentos en sí lleva ya la errata de “El Güegüense”, seguramente por falta de rigor en el levantado de texto.
PAC, en El Nicaragüense, al hacer sus anotaciones sobre El habla, la risa y la burla del nicaragüense, menciona: “Burla es también el Güegüence con su sordera maliciosa, y burlescos la mayor parte de nuestros refranes típicos”.
En lo más recio del neoliberalismo se conmina a los estudiantes a leer el librito El Güegüense o Macho Ratón, programa Textos Escolares Nacionales, 1997.
Por supuesto, se insiste en el empleo de la “s”, hasta con el visto bueno del doctor Enrique Peña Hernández. Su explicación o, mejor dicho, justificación de la inexactitud, prácticamente nos dinamitaría también lo que aún nos queda de nuestras queridas toponimias.
No se respetaron los escritos de autores citados como Pablo Antonio Cuadra, “corrigiendo” sin compasión alguna Güegüence por Güegüense.
Ejemplo del original:
“El Güegüence parece llegar a su obra como un ser con existencia anterior a ella, como un tipo que viene del pasado y del pueblo —probablemente un viejo personaje creado por el antiguo y desaparecido teatro aborigen—…” (El primer personaje de la literatura Nicaragüense: El Güegüence, El Nicaragüense, p 65, editorial Libro libre, San José, Costa Rica, 1987).
Ejemplo de copia defectuosa, de lo que llamó el maestro Silva, “serviles de la lengua”:
“El Güegüense parece llegar a su obra…” (Algunos comentarios sobre El Güegüense, p VII, del librito mencionado del 97).
Ante la facturación comercial de la joya nacional en la bisagra de los siglos, que suplantó la C de la pronunciación náhuatl, por la S del saqueo cultural, el doctor Fernando Silva restituyó el autóctono y auténtico nombre de El Güegüence, deformado por el facilismo, la confusión (“nicaragüense”) y el inconcebible desconocimiento de las fuentes prístinas.
De él, esta declaración sobre el Güegüentzin, de donde procede Güegüence:
“Al vocablo huehue, güegüe, ueue, se le junta la partícula tzin, que es un ‘adjetivo sustantivo’, que determina o identifica a la persona de la manera que se quiera, resultando que el vocablo tzintli, pierde tli, dejando precisamente la partícula léxica TZIN que corresponde fonéticamente con el sonido ‘ce’-, siendo un sufijo agregado al vocablo que lo determina, no sólo como un término “reverencial”, como se ha dicho, sino, además, como equivalente a condición, o característica diversa y variable, adaptable como corresponda o se quiera designar al sustantivo que se adhiere. En Güegüe – tzin = Güegüence – se tratade identificar a ese personaje casualmente como un ‘hombre viejo’; ‘que es a ese viejo al que se refiere’. Así que las cualidades que se determinan en el Güegüence, son las de ser escogido como un personaje que hace una función expresa, el papel de ‘demandante’” (Op. cit.)
No sé hasta dónde es permisible que el comercio y los dueños de negocios, y aun los que se precian de versados, sigan en su tergiversado empeño, escribiendo mal el término, siendo la inaugural obra literaria de Nicaragua.
Si no consideramos nuestras esencias, ¿qué otra nación lo hará?
Los nombres son definitorios. Enunciados. Títulos de la vida. Y por mucho que se “popularice” lo incorrecto, siempre estaremos ungiendo un disparate, hundiendo lo verdadero y asumiendo lo falso.
Y, en el caso de El Güegüence, a propósito del próximo 12 de octubre, es doble el mal, pues no solo es semántico.
Es rechazar el idioma náhuatl con las variantes de la región; es avergonzarnos. Es creer que provenimos de un “dialecto” de pueblos atrasados.
Evitemos que en una próxima generación, los que entonces vean el Mapa de Nicaragua, lean Solotlán y Cosibolca, con el noneco cuento de es-que-así-se-oye.
Ya perdimos el sonoro y poético Xilotepetl, por Jinotepe.
De los hermanos mayores de Norteamérica hispana deberíamos aprender, estimado Wilmor, porque sabes de primera mano cómo los mexicanos aman lo suyo, comenzando con su querido país: México es México (aunque no se pronuncie Méksico).
¡Nunca Méjico!
Para mayor confirmación nacional, su abreviatura internacional es MX.
¡El GüegüenCe es El Güegüence!