Barricada

Poeta de Poetas

El 18 de enero de 1867, ciento cincuenta años ha, nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, Nicaragua, uno de los personajes más entrañables que han visto la luz en nuestra América morena. Bien vale hacer un alto en el comentario político para rememorar su paso por la tierra. No propiamente un alto, pues tanto en su obra como en su circunstancia vibra, a veces oculto entre frialdades marmóreas, un hondo latido de calidez humana y pasión de justicia, capaz de hacer frente a los bárbaros fieros con su verbo de dimensión universal.

Félix Rubén García Sarmiento, quien elevó a la condición de príncipe de la belleza literaria el nombre de Rubén Darío, fue un mestizo que respondió a los conquistadores hispanos convirtiéndose en conquistador y reflorecedor de la lengua en decadencia y del secreto de la poesía. España se le rindió y los mejores escritores y poetas de la Península acataron su magisterio, aunque a ello era renuente, pues proclamaba una “estética acrática”, por lo que no pretendía ”marcar el rumbo de los demás”.

El Romanticismo devenido en sensiblería impotente, el verso rutinario y la palabra acartonada vieron nacer desde el más humilde fondo del continente que una vez formó el imperio donde no se ponía el sol, un deslumbrante río de música, color, armonía, luz y fuerza vivificante, cuyo raudal barrió los detritos de un idioma y un arte que habían perdido los contactos raigales con los Cervantes, los Quevedos y los Góngoras. Nacía en América para todo el ámbito hispánico el Modernismo, en cuyo alumbramiento había también la impronta de otra voz mayor nuestra, la del grandioso cubano José Martí, así como la de otros precursores.

Azul fue su toque de inicio: una selección de cuentos frescos y poemas con versos, estrofas y vocablos renovados; Prosas Profanas lo llevó a su mayor esplendor sonoro y plástico, recreando un mundo aristocrático y sensual en el que el poeta refugiaba su desdén por el tiempo sombrío y sin valores que le tocó vivir, y Cantos de vida y esperanza le dio un vuelco hacia el interior profundo, mostrando al hombre de “carne viva”, su alma “sensible y sensitiva” y su toma de conciencia sobre la realidad circundante y sobre “el futuro invasor”. Otros libros potenciaron su encanto.

De Azul: Es algo formidable que vio la vieja raza; / robusto tronco de árbol al hombro de un campeón / salvaje y aguerrido, cuya fornida maza / blandiera el brazo de Hércules / o el brazo de Sansón. // Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, / pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, / lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, / desjarretar un toro o estrangular un león.

O: De pronto, y como atraídos por una fuerza secreta, en un momento inexplicable nos besamos la boca, todos trémulos, con un beso para mí sacratísimo y supremo: el primer beso recibido de labios de mujer. ¡Oh, Salomón, bíblico y real poeta, tú lo dijiste como nadie: Mel et lac sub lingua tua! (Del cuento Palomas blancas y garzas morenas).

De Prosas Profanas: La marquesa Eulalia, risas y desvíos / daba a un tiempo mismo para dos rivales: / el vizconde rubio de los desafíos / y el abate joven de los madrigales (…) ¡Ay de quien sus mieles y frases recoja! / ¡Ay de quien del canto de su amor se fíe! / Con sus ojos lindos y su boca roja, / la divina Eulalia ríe, ríe, ríe. O: La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa, / que ha perdido la risa, que ha perdido el color. / La princesa está pálida en su silla de oro, / está mudo el teclado de su clave sonoro / y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. O: Amor en fin que todo diga y cante. O: El olímpico cisne de nieve. O: Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa. O: Y esto pasó en el reinado de Hugo. O: El cisne antes cantaba sólo para morir. O: Escrita en viejo dialecto eolio. O: Rodrigo de Vivar pasa meditabundo. O: Amo tu delicioso alejandrino. O: Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo. O: Tus labios escarlata de púrpura maldita / sorbían el champaña del fino baccarat… O: El sol, como un vidrio redondo y opaco, / con paso de enfermo camina al cenit… O: Padre y maestro mágico, liróforo celeste…

De Cantos de vida y esperanza: Yo soy aquel que ayer nomás decía / el verso azul y la canción profana, / en cuya noche un ruiseñor había / que era alondra de luz por la mañana (…) En mi jardín se vio una estatua bella, / se juzgó mármol y era carne viva; / un alma joven habitaba en ella, / sentimental, sensible, sensitiva. O: Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver… / Cuando quiero llorar no lloro, / y a veces lloro sin querer (…) En vano busqué a la princesa / que estaba triste de esperar. / La vida es dura. Amarga y pesa. / ¡Ya no hay princesas que cantar! O: Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora / con aquella locura armoniosa de antaño?/ Ésos no ven la obra profunda de la hora, / la labor del minuto y el prodigio del año. / Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa, / cuando empecé a crecer, un vago y dulce son. / Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa: / ¡dejad al huracán mover mi corazón! O: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente. / Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por / lo que no conocemos y apenas sospechamos, / y la carne que tienta con sus frescos racimos / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, / ¡y no saber a dónde vamos, / ni de dónde venimos…! O: De tantas tristezas, de dolores tantos, / de los superhombres de Nietzsche, de cantos / áfonos, recetas que firma un doctor, / de las epidemias / de horribles blasfemias, / de las Academias, / ¡líbranos, señor! O: ¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda! O: Los que auscultasteis el corazón de la noche…  O: Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor / de la América ingenua que aún tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. O: ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? / ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? / ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? / ¿Callaremos ahora para llorar después?

De otros: Este era un rey que tenía… O: Que más valiera el jefe rudo y bizarro… O: Románticos somos… ¿Quién que Es no es romántico? O: Labios rojos de sangre divina… O: El varón que tiene corazón de lis…

Con ese deslumbrante modo de crear y decir, la poesía rubendariana paseó como una reina por los caminos de América y Europa. Dondequiera que el poeta ponía su planta era idolatrado, acaso como se ve hoy con los astros del cine y el deporte. Salvo las persecuciones que su nueva etapa de consciente humanismo le deparaba. Por ejemplo, en México 1910, centenario del Grito de Dolores, gran fiesta patria, Darío no fue admitido en la capital por presiones imperiales sobre Porfirio Díaz. En vano protestaron las muchedumbres. Hubo de quedarse en el interior, en la costa, aclamado por multitudes en Veracruz, Jalapa y Teocelo, pero desairado –para fortuna suya, en realidad– por el dictador acobardado y próximo a ser barrido por la revolución, el mismo que había dicho: ¡Pobrecito México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!

La muerte del eximio compatriota de Sandino, 6 de febrero de 1916, fue un doloroso golpe tanto para los cultores de la palabra poética como para las personas más sencillas de dos mundos. Citemos del gran Antonio Machado:

Que en esta lengua madre su clara historia quede. / Corazones de todas las Españas, llorad. / Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro; / esta nueva nos vino atravesando el mar. / Pongamos, españoles, en un severo mármol / su nombre, flauta y lira y una inscripción no más: / nadie esta lira taña si no es el mismo Apolo, / nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan.

Y mi modesto homenaje en verso:

 La canción reflorecida

De la encina templada por los vientos

que fuera casa de águila y paloma,

con polvo enamorado y sin carcoma,

con Cid, Quijote y grávidos momentos,

iban quedando mustios, somnolientos

la luz de las palabras y su aroma,

en dilución la sangre del idioma,

sin nervios el poema y sin acentos.

 

Y entonces fue el azul de la revancha…

Con voz profana de esperanza y vida

pusiste el sol de América en la cancha.

Algo de Francia y Grecia, mas la esencia

fue, Rubén, la canción reflorecida

y el alma nueva en carne y en conciencia.

Rubén Darío, gloria de Nicaragua y Nuestra América, poeta de poetas, debe ser conocido por los pueblos revolucionarios de hoy.

Freddy J. Melo

Intelectual de Venezuela