Barricada

Rigoberto López Pérez, en el corazón de toda Nicaragua

El 21 de septiembre de 1956, hace 63 años, el poeta Rigoberto López Pérez ajustició al dictador Anastasio Somoza García en la Casa del Obrero, de la ciudad de León, dando inicio, como él mismo afirmó “al principio del fin de la dictadura”.

Adivinanza

Dos muertos:

uno, a la vista de todos

en el corazón de nadie.

Otro, a la vista de nadie

en el corazón de todos.

Fernando Gordillo

Managua del 62

 El análisis de la carta testamento que Rigoberto López Pérez dejó a su madre, que hizo el Comandante Carlos Fonseca Amador en 1972, inicia con este retrato del poeta que decidió iniciar el principio del fin de la dictadura somocista: ¿Quién es Rigoberto López Pérez? Es un nicaragüense.  ¿Quién es el nicaragüense Rigoberto López Pérez? Es el héroe y poeta de veintiséis años que dio su vida para ajusticiar en 1956, al sicario que, a sueldo de la embajada norteamericana, crucificó a Augusto César Sandino.

Según su biografía, Pascual Rigoberto López Pérez, nació en el Barrio El Calvario de la ciudad de León el 13 de mayo de 1929, hijo de doña Soledad López Calero y don Francisco Pérez.  Fue bautizado en la Catedral de León y en su niñez estuvo interno en el Hospicio San Juan de Dios, a instancias de su padrino de bautismo reverendo Agustín Hernández, allí cursó la primaria y aprendió el oficio de sastrería.  Trabajando como sastre aportó a la economía de su humilde familia y se pagó sus estudios de Redacción y Taquimecanografía en la Escuela de Comercio “Silvano Matamoros”.

Este muchacho moreno, de buena estatura, afable, lleno de misterios, fue también poeta, músico violinista del grupo “Buenos Aires”, colaborador de los diarios “El Cronista” y “El Centroamericano”.

Nunca militó en ningún partido político, pero conocía muy bien lo que representaba la dictadura somocista para su patria.  Fue amigo de los hermanos Luis y Adolfo Báez Bone, asesinados el 4 de abril de 1954 por la Guardia Nacional. Fue madurando en la idea de prender un fuego libertario, aunque fuera a costa de su vida.  Una decisión profundamente personal, que lo llevó a relacionarse con los exiliados anti somocistas que residían en El Salvador para buscar apoyo para su acción.

Entre los años de 1950 y 1956 realizó varios viajes a El Salvador, donde se relacionó con exiliados nicaragüenses antisomocistas, entre ellos, el ex Capitán de la Guardia Nacional Adolfo Alfaro, participante de la conspiración militar para ejecutar a Anastasio Somoza García en abril de 1954.

Era septiembre de 1956 y Rigoberto estaba tras las huellas de Somoza, planificando su acción.  Había estado en la Hacienda San Jacinto el sábado 15 de septiembre, cuando el cínico dictador estuvo allí para celebrar el centenario de la Batalla de San Jacinto.  Estuvo en los alrededores del Teatro González, mientras los liberales somocistas tenían su convención.  El domingo 16, llegó solo a la Casa del Obrero a hacer un reconocimiento del espacio, se paseó por el lugar, lo recorrió de esquina a esquina, se puso a bailar con la música de la orquesta que tocaba en ese momento, igual que todos los fines de semana. Hacía gestos, como practicando, como si estuviera midiendo el piso, después dijo adiós levantando la mano y se marchó.  El 19 de septiembre Rigoberto, Edwin Castro y Ausberto Narváez hicieron una práctica en la Casa del Obrero.

El viernes 21 de septiembre el titular del diario somocista “Novedades”anunciaba en su portada que Somoza García llegaba ese día a la ciudad de León.  Por la mañana en el Teatro González se realizó la Convención del Partido Liberal Nacionalista en el que se ratificó la candidatura del General Anastasio Somoza García para las próximas elecciones presidenciales.  Rigoberto intentó entrar a la convención, pero no lo logró.    Por la tarde los convencionalesse preparaban para celebrar la postulación de Somoza en la Casa del Obrero.

Entre siete y ocho de la noche llegó Somoza García repartiendo saludos y sonrisas, encabezando un nutrido séquito.  Para él estaba preparada una mesa, la principal, al frente de la sala central de piso ajedrezado, bajo un techo de bajareque sostenido por dos sólidas columnas de madera.  La mesa principal fue rodeada por guardias de uniforme y de civil, y alrededor las mesas de las personas allegadas al “hombre”.   Al rato, Somoza que se consideraba un buen bailarín, pidió bailar a la Novia de la Casa del Obrero, Miriam Pérez, al ritmo de un mambo interpretado por la banda musical.  Después se sentó y empezó la romería de gente para saludarlo o para pedir algo.

A eso de las nueve de la noche, cuando la orquesta Occidental Jazz interpretaba la pieza Hotel Santa Bárbara y el dictador leía un periódico que le mostraba el periodista Rafael Corrales, sonaron cinco disparos. Rigoberto, vestido de pantalón azul y guayabera blanca, mientas bailaba con una muchacha se había acercado a la mesa de Somoza, bailando por el centro de la pista hasta quedar a unos 5 metros.  Sacó el arma con la mano derecha y disparó cinco veces sobre la mesa tratando de acertar las partes bajas del abdomen de Somoza, donde no estuviera protegido por el chaleco antibalas.  La escolta presidencial no reaccionó a tiempo cuando Rigoberto en posición de tiro disparó las cinco balas del revólver calibre 38 Smith and Wesson, con el que se había entrenado en El Salvador y en Nicaragua.   Somoza García exclamó: ¡Ay Dios! y cayó a un costado de la mesa.  El primero en auxiliarlo fue el Coronel Lisandro Delgadillo, jefe militar de León, el mismo que cuando era Capitán dirigió el pelotón de soldados que asesinó al General Augusto C. Sandino.

Se acabó la fiesta y los participantes de la misma fueron llevados al Parque Jerez mientras llegaban los interrogadores de la Oficina de Seguridad Nacional.   Fueron detenidas más de 500 personas por órdenes del Coronel Anastasio Somoza Debayle, empezando por los opositores de León, los que participaron en la conspiración y por último todos los opositores del país, todos trasladados a la cárcel de La Aviación en Managua; 21 personas que fueron puestas a disposición de una Corte de Investigación y Consejo de Guerra; 16 fueron condenados. Edwin Castro Rodríguez, Ausberto Narváez, Cornelio Silva, que participaron en la conspiración junto a Rigoberto, fueron capturados y posteriormente asesinados cuando les aplicaron la “Ley Fuga” el 18 de mayo de 1960; otros 12 detenidos murieron a causa de las torturas.  La madre del poeta, doña Soledad, su hermano Salvador y su hermana quinceañera Emelina fueron encarcelados por 41 días.

El dictador, Somoza García, con tres balas alojadas, una en la cadera, otra que le perforó el brazo y pasó rozando el pulmón derecho y se alojó en la espalda, debajo de la piel, y la tercera dentro del conducto raquídeo, en la parte lumbar, fue llevado en una limusina blindada al Hospital San Vicente, de León.   Después de recibir los primeros auxilios fue trasladado en helicóptero a Casa Presidencial en Managua, siendo atendido de emergencia en el Hospital General.

El 22 de septiembre el presidente de los Estados Unidos, general Dwight Eisenhower, envió un avión ambulancia Constellation que llevó a Somoza García al Hospital Militar Gorgas, en la Zona del Canal de Panamá.  Fue ingresado al quirófano el 24 de septiembre y en la preparación para iniciar la cirugía le aplicaron anestesia intravenosa en el brazo izquierdo que le provocó un infarto cardíaco del que no logró recuperarse.

El 29 de septiembre Anastasio Somoza García murió oficialmente.  El día 30 sus restos fueron llevados a Managua en un avión de la empresa LANICA (Líneas Aéreas de Nicaragua), otra de sus tantas propiedades; el ataúd  fue puesto en la antigua Catedral de Managua para celebrar un responso, luego a la Academia Militar, después al Palacio Nacional (el mismo que se tomó el Comando “Rigoberto López Pérez” en 1978 y que hoy es el Palacio de Cultura), lo regresaron a la Catedral para una misa pontifical, después al Palacio del Ayuntamiento, al Club de Clases de la Guardia Nacional, este peregrinaje terminó en la Casa Presidencial y el Palacio del Ayuntamiento. El 2 de octubre, al fin, fue enterrado en el Cementerio General con honores de Príncipe de la Iglesia Católica.¡Un muerto a la vista de todos, en el corazón de nadie!

El héroe, el poeta nicaragüense que realizó los disparos justicieros fue abatido de inmediato.  Un Cabo de apellido Lindo le propinó un brutal culatazo entre la nuca y la quijada; el Sargento Pedro Gutiérrez, de servicio en la Casa Presidencial le disparó al rostro con su arma de reglamento.  Ya muerto se ensañaron con el cadáver del poeta, le hicieron 54 disparos a boca de jarro con armas de todo tipo, con odio.  Entre sus verdugos estaban Eduardo Argüello Cervantes y el Coronel Camilo González, amigo de Somoza desde la niñez.   Arrastraron el cadáver a la calle y en un jeep lo llevaron al Comando de la Guardia Nacional en León, después lo llevaron a Managua donde se presume que lo enterraron en un lugar cercano al Recinto “Rubén Darío” de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, UNAN-Managua.  El rastro de su cuerpo se perdió, nunca se supo donde quedó, igual que el del General Augusto C. Sandino.  ¡A la vista de nadie, en el corazón de todos!

En 1959, su nombre fue honrado por la Columna “Rigoberto López Pérez” que combatió en El Chaparraly en la que participaron Aldo Díaz Lacayo y Carlos Fonseca Amador, que es herido de gravedad en el ataque combinado de los ejércitos de Honduras y Nicaragua.

Era el año 1978 y el 22 de agosto el “Comando Rigoberto López Pérez realizó la espectacular toma del Palacio Nacional y durante la insurrección final, en 1978-1979, el Frente Occidental “Rigoberto López Pérez” mantuvo en alto el nombre y las ideas del héroe.   Rigoberto abrió un flujo revolucionario que no se ha detenido desde su martirio, porque la sangre de los buenos no se derrama en vano.