Barricada

Sandino, el mito real de la patria libre y soberana

Niquinohomo era en las postrimerías del siglo XIX un pueblito dejado de la mano de dios en la Nicaragua rural. La pobreza característica de entonces y el trazado urbano alrededor de la iglesia de Santa Ana, convertían a la localidad en una más de la nación centroamericana.

Pero los caprichos de la vida quisieron que en ese olvidado lugar naciera un hombre que cambiaría la historia del país, y lo hizo de manera tan profunda que Niquinohomo nunca más sería un pueblito típico nicaragüense.

El 18 de mayo de 1895, casualmente un día antes de que el prócer cubano José Martí cayera en Dos Ríos luchando por la independencia de su patria nació en Villa Victoria (Niquinohomo), Augusto C. Sandino, hijo de Gregorio Sandino, comerciante, y Margarita Calderón, una indígena descendiente de aquellas a las que el empeño conquistador español no les pudo quebrar el espíritu.

Según el acta de nacimiento ‘nació sin señas particulares el niño Augusto Nicolás, hijo natural de Margarita Calderón’.

No figuró en el documento su apellido paterno, Sandino, aunque años después su progenitor lo reconocería y cobijaría bajo su propio techo, una casona solariega ubicada en el centro de Niquinohomo a la que fue a vivir a los 11 años de edad.

La infancia de Sandino no fue diferente a la del resto de sus contemporáneos de la Nicaragua rural de principios del siglo XX. Trabajó recolectando café junto a su madre en las grandes plantaciones del Pacífico, erró por aquellas tierras siempre en busca de salario, también fue obrero mecánico y cooperativista.

Ya adolescente Sandino fue testigo de la primera gran intervención militar del imperialismo yanqui en su tierra, que culminó con el asesinato del general Benjamín Zeledón el 4 de octubre de 1912.

Aquel acontecimiento lo marcaría para siempre, así quedaron recogidas sus impresiones: ‘Era yo un muchacho de 17 años y presencié el destace de nicaragüenses en Masaya y otros lugares de la República, por las fuerzas filibusteras norteamericanas. Personalmente miré el cadáver de Benjamín Zeledón, quien fue sepultado en Catarina, pueblo vecino al mío. La muerte de Zeledón me dio la clave de nuestra situación nacional frente al filibusterismo norteamericano; por esa razón, la guerra en que hemos estado empeñados, la consideramos una continuación de aquella’.

Coinciden los historiadores en que el asesinato de Zeledón sería el origen del sentimiento nacionalista del joven, que cristalizaría tras su estancia en varios países del continente donde conoció que su Nicaragua querida no fue la única agraviada por las intervenciones militares estadounidenses.

En agosto de 1925, tras más de una década de ocupación, Estados Unidos retiró sus tropas de Nicaragua, pero quedó presencia militar y una situación interna muy delicada.

Poco más de un mes después el general Emiliano Chamorro derrocó al presidente Carlos José Solórzano, y en mayo de año siguiente aconteció el levantamiento liberal contra el golpista, situación a la que Washington respondió enviando tropas de nuevo. Comenzó así la Guerra Constitucionalista en la que Sandino destacó como patriota.

Sandino, entonces en México, volvió a su país natal, ‘…en vista de los abusos de Norteamérica en Nicaragua, partí de Tampico, México, el 18 de mayo de 1926 -en donde me encontraba prestando mis servicios materiales a la compañía yanqui- para ingresar al Ejército Constitucionalista de Nicaragua, que combatía contra el régimen impuesto por los banqueros yanquis en nuestra república’.

En noviembre de 1927 Sandino creó el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua y protagonizó la guerra nacional que logró echar del país a las tropas estadounidenses.

Franklin Delano Roosevelt llegó a la presidencia de Estados Unidos y comenzaron las negociaciones para la paz definitiva, y el nuevo presidente de Nicaragua, Juan Bautista Sacasa, aceptó la propuesta de Sandino; la guerra terminaría oficialmente el 2 de febrero de 1933.

Pero la historia del conocido como ‘General de Hombres libres’ no terminó entonces. Sandino, para la mayoría de sus compatriotas, era un símbolo de los más altos valores nacionales, para otros un obstáculo que impediría, sobre todo, alianzas con el capital estadounidense, del que el héroe receló toda su vida.

‘La paz se firmó para evitar el regreso de la intervención armada que apenas estaba detrás de la puerta, esperando regresar antes de un año… Ese es el secreto por el cual no salgo del Norte, para estar pendiente de todos los momentos en que se presente la oportunidad de restaurar también nuestra independencia política-económica’, dijo entonces.

Un año después de firmada la paz, Sandino, en compañía de sus lugartenientes, los generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, asistió a una cena en La Loma, residencia del presidente de la República Juan Bautista Sacasa.

Cuando se retiraban fueron detenidos por la Guardia Nacional, que poco después los asesinaron y enterraron en una fosa común sin marcar para que sus restos no fueran recuperados. Era el 21 de febrero de 1934.

Dos años después, Anastasio Somoza dio un golpe de estado a Sacasa, dando inicio a una de las dictaduras familiares más sangrientas de la historia de América Latina. El nuevo dictador afirmó en una ocasión que recibió las órdenes de ejecutar a Sandino del embajador estadounidense Arthur Bliss Lane.

El asesinato de Sandino no hizo si no convertirlo en mito, llevar su simbolismo patriótico y libertario a límites jamás imaginados por sus captores.

Las ideas de Sandino son banderas de la soberanía nicaragüense, sus preceptos acerca de la defensa de la dignidad nacional fueron la semilla germinal del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que hoy, como entonces, libra batallas por la paz y estabilidad internas, y contra las presiones y chantajes extranjeros.

Alain Valdés Sierra |  Corresponsal de Prensa Latina en Nicaragua.