Barricada

Moisés Absalón Pastora: La dictadura imperial

Desde que fui joven y desperté políticamente, aún en la inmadurez de mis días de pubertad, porque empecé muy temprano en esto, la palabra que siempre me llamó la atención para debatir y defender, más que cualquier otra, fue “democracia”. Siempre la idealicé como la madre de la libertad y de la justicia enfrentada a cualquier expresión de absolutismo, represión o dictadura como la somocista que nos tocó sufrir a los chavalos de toda nuestra generación, los imberbes nacidos en años 60s.

La democracia era para nosotros, y sigue siendo ahora con mucha mayor razón, el estado ideal de la sociedad dónde la mayoría, auto determinada por su voluntad y apropiada de su destino, construyera el mundo ideal de convivencia para todos desde una estructura básica, simple y elemental, un gobierno nacido en elecciones libres y desde la voluntad popular de los electores que son quienes tienen la última palabra.

Esta percepción de lo que supone es la definición de la palabra “democracia” es universal en cuanto a su comprensión política y aunque en sí misma es mucho más amplia si consideramos que su verdadero efecto es más social que cualquier otra cosa, lo cierto es que hay intereses planetarios poderosos que se la han robado para proclamarse como sus adalides, para manipularla, darle su propia definición y usarla como arma para agredir a los que somos enemigos, naturalmente, de la dictadura imperial.

Estados Unidos en primer lugar y después sus corifeos, los peleles, son quienes se impusieron no solo como los únicos “demócratas” en el mundo, sino que además desde la representatividad “democrática” que se arrogan, también se les ocurrió que son los que califican quienes pueden o no pueden ser considerados “democráticos”.

Traigo este tema de la democracia real, contra puesta a la dictadura imperial, porque no ha terminado Gustavo Petro de asumir la presidencia en Colombia y ya el fascismo norteamericano lanza en su contra las primeras descargas de profundidad.

Para empezar debo decir que esas izquierdas light que emergen en américa latina para mí en lo personal, en lo que al fondo respecta, ni fu ni fa, pero las respeto porque al margen de sus formas, son el producto de la voluntad popular en Argentina, Chile, Perú, Honduras y ahora Colombia y que tienen un campo de acción limitado porque hay esferas de poder en cada uno de esos países que impiden la profundización de soluciones sociales a los pueblos que solo son posibles en revoluciones como la cubana, nicaragüense y venezolana.

Pero bueno, al margen de todo eso, lo que me llama la atención es que una hora después que Gustavo Petro ganara las elecciones en Colombia las voces más fascistas del nazismo norteamericano en el Congreso y en el Senado imperial ya lo estaban fusilando con llamados al capitalismo salvaje para que se estrangule a los colombianos, que hartos de una historia ensangrentada por la dictadura ejercida por la narco democracia o el narcoestado que los redujo a la violencia y a la zozobra, decidieron darse una oportunidad, romper los esquemas y conferir confianza a quien comenzó a predicar por los intereses de Colombia y no de los Estados Unidos.

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¿Quién confirió a Estados Unidos la potestad de determinar quien es o no un líder o un país democrático?

¿Sobre la base de qué autoridad moral el imperio se erigió en policía del mundo para sancionar, intervenir, agredir o invadir como en tantas ocasiones hizo contra naciones a las que saqueó y destruyó con el cuento de que no se gobernaban bajo los parámetros de la democracia que creen solo ellos tienen?

¿Quién le dijo a Estados Unidos que el poder de sus bayonetas son las que determinan quienes puede ser gobernantes legítimos de cualquier país como lo fue aquí en Nicaragua Willian Walker o como lo fue Juan Guaidó en Venezuela?

¿Por qué la dictadura imperial de Estados Unidos no le reclama a Rusia, a China, a Irán, a Corea del Norte la democracia que dice no existe en esos países con la misma soberbia y prepotencia que lo hace con naciones pequeñas como la nuestra que a pesar de sus limitaciones y empobrecimiento al que nos han sometido, está en pie porque estamos revestidos por una gran autoridad moral?

¿Cómo es eso que para la dictadura imperial solo son demócratas aquellos peleles o aquellos gobiernos que ponen a disposición de la secretaria del tesoro sus riquezas a cambio de la aprobación de préstamos que se liberan a través del Fondo Monetario Internacional para posteriormente terminar embargando las economías de aquellos ilusos que creyeron en la amistad franca y sincera del Tío Sam?

¿Cómo es eso que para la dictadura imperial solo son demócratas aquellos peleles o gobiernos títeres que se regalan por dádivas al Departamento de Estado a cambio de que sus soberanías sean violadas por el establecimiento de bases militares norteamericanas que se usan para tener a tiro de misiles a naciones que ni nos vendemos ni nos rendimos y que orgullosamente construimos con nuestros propios sabores y colores la democracia que nos convenga para crecer como individuos y como naciones?

¿Cómo se atreve a pesar el yanque o el gringo que su “democracia” es la más conveniente cuando el capitalismo salvaje desde el cual se erige mantiene a gran parte del “sueño americano” viviendo bajo los puentes?

Las preguntas abundan y las respuestas también porque tenemos suficientes elementos de juicio para detestar el deshumanizado capitalismo salvaje que disfrazado de “democracia” hoy tiene al imperio al borde del colapso total y de ahí que desesperadamente lance globos de aire por doquier para que el ciudadano norteamericano vea hacia otro lado y no concentre su atención en problemas tan reales que lo tienen cerca, pero muy cerca, de una guerra civil.

Estados Unidos es cualquier cosa menos una democracia porque todos esos inquilinos que han pasado por la Casa Blanca ni siquiera han sido electos por el pueblo norteamericano sino por un tal colegio electoral que directamente decide quien es el de turno, aunque el designado por el establishment haya sacado mucho menos votos en una elección popular que lógicamente ya en varias ocasiones ha dejado el ambiente impregnado de fraude electoral.

No puede llamarse democracia aquella dónde las minorías deciden por las mayorías, dónde las élites son argollas impenetrables que desde la confección de todo un sistema de control aplastan cualquier amago de rebelión.

Estados Unidos es una dictadura imperial que rebasó los límites de la locura y se dedicó a torpedear de tal manera la paz del planeta que creo en su contra frentes poderosos que lo adversan y a los que teme tanto que prefiere enfrentar indirectamente usando a sus perros de pelea desde la llamada OTAN de manera que se llevó por delante a lo que en algún momento llegamos a conocer como “democracia occidental europea” desde la cual se quisieron acuñar moldes para naciones pequeñas cuyos pueblos terminaron abriendo los ojos y hoy emergen con el deseo de abrazar su propia identidad y su propia democracia porque se saben absolutamente ciertas de que la unipolaridad mundial llegó a su fin y con ella la dictadura imperial.

Esa falsa democracia norteamericana pretendió venderse como defensora de los derechos humanos y es la nación que más los viola para adentro y para afuera. Desde adentro empobreciendo y colapsando la economía de sus ciudadanos al destinar trillonarios presupuestos para la guerra que tiene contra el mundo y desde afuera a través de sus organismos adláteres despedazando el derecho internacional.

A esa falsa democracia norteamericana, pintada con la sangre de los pueblos que asesinó nunca supo decir qué había perdido aquí en Nicaragua, en Corea, en Vietnam, en Cambodia, Panamá, Afganistán, Irak, en Siria y en otros tantos países que han sido aplastados por la soberbia y prepotencia de los gorilas militaristas de la dictadura imperial.

A esa falsa democracia norteamericana hay que decirle que lo único que le sobra es el odio de saberse ignorada y detestada por pueblos que reaccionan votando por candidatos que seguramente se disfrazan de izquierdas, pero por el solo hecho de ofrecer la esperanza de recuperar el nacionalismo y la dignidad son aceptados por pueblos que saben, en el último de los casos, que la ilusión por algo diferente al imperio es mejor que continuar bajo el dominio de los peleles de siempre, sus propios lacayos.

No nos vengan entonces los dictadores imperialistas a hablar de democracia porque nunca la conocieron, jamás la practicaron y nunca tendrán ni un cesé de autoridad moral para demandarla de otros.

Particularmente los nicaragüenses sabemos de los efectos “democráticos” que dejaron aquí las intervenciones e invasiones imperiales en nuestro país. 30 años de gobiernos conservadores donde la sangre azul hizo sus capitales sangrando el lomo de los peones a quienes trataban como esclavos desde sus respectivos feudos; Haciendo y financiando la contrarrevolución a la transformación iniciada por el General José Santos Zelaya, asesinando a Zeledón, a Sandino, imponiendo a Adolfo Díaz, creando a la GN como la guardia pretoriana de Somoza García y después de Luis y de Tacho que fueron la dinastía que se mantuvo desde la osamenta de 50 mil muertos; empujándonos a una guerra fratricida en los 80s; designando gobiernos neo liberales en los 90s y desde el 2007 en una guerra abiertamente descarada contra Daniel Ortega y el Sandinismo que a pesar de todo la criminalidad del Tío Sam ha hecho de la actual Nicaragua la mejor de toda nuestra historia.

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Por supuesto esa es la marca ensangrentada de la “dictadura imperial” en Nicaragua, pero es el mismo fierro estampado sobre la inocencia de otros pueblos a los que quieren hablar de “democracia” desde la Casa Blanca o desde cualquier foro donde el derecho internacional es cero a la izquierda gracias a medios de comunicación que obedecen al interés por el cual paga el Tío Sam que además se viste estrafalariamente como “salvador y libertador” de un mundo que abiertamente o desde la clandestinidad lo acorrala para reducirlo a la nada.