Nuestra América, territorio ancestral de 520 pueblos originarios que han resistido los atropellos de los invasores europeos desde aquel 12 de octubre de 1492, cuando el desgraciado almirante se encontró con nuevas tierras, exuberantes de riquezas naturales y los minerales que tanto codiciaba el decadente imperio español y todo la vieja Europa.
Colón, entusiasmado, informó en sus cartas de relación a sus santas majestades católicas, patrocinadoras de sus viajes exploratorios, que había encontrado un paraíso repleto de oro y población a la que se podía someter.
Primero fueron la Pinta, la Niña y la Santa María, la nave capitana, después fueron incontables los galeones españoles que transportaban hacia las cortes europeas los recursos de lo que ellos llamaron el nuevo continente.
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Asaltaron las ciudades de las grandes civilizaciones indígenas, destruyeron Tenochtitlán, Iximché y muchas ciudades, fundando sobre sus ruinas las ciudades coloniales.
Una conquista hecha a espada, con la bendición de la cruz. Tomando posesión de las tierras, ríos, lagos, mares en nombre de los reyes españoles autorizados por bulas papales. Leían el requerimiento en una lengua extraña: “O se someten o les haremos la guerra”. Impusieron su modelo económico basado en la ganadería, minería y agricultura, empezando la historia de acumulación primitiva. Acumulación de las riquezas, fruto de la servidumbre indígena. Tratando de minimizar al indígena para justificar la opresión.
Luego de doscientos años de sujeción a la metrópoli, los criollos hicieron su independencia para asegurar sus privilegios. Antes de 1821, hubo alzamientos indígenas y populares contra las leyes que los obligaban a trabajar para los terratenientes. En la época republicana, las oligarquías dominantes, liberales y conservadores, continuaron el despojo de las tierras, desconociendo los títulos de propiedad colectiva para el cultivo del café, primer producto de exportación desde el siglo XIX y la crianza de ganado. Las grandes haciendas ganaderas y cafetaleras fueron el modelo de poder económico y político, mientras que indígenas, campesinos mestizos, seguían sirviendo como mano de obra barata.
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En la parte que España no logró controlar, la antigua Moskitia (hoy regiones autónomas de la Costa Caribe nicaragüense), los colonialistas ingleses en guerra con España por el control del Mar Caribe, estableció un protectorado. Desde el siglo XVII, se establecieron compañías madereras, y posteriormente llegaron los estadounidenses para explotar el caucho, madera, banano, y oro. Indígenas y afrodescendientes (creoles y garífunas) trabajaron en los enclaves, un estado dentro de otro estado.
Los movimientos contra la colonialidad, que es lo impuesto por los imperialistas en la manera de pensar, de ser, de saber tomaron fuerza en las últimas décadas del siglo XX y maduraron con las conmemoraciones del Cuarto aniversario del mal llamado descubrimiento de América, que desde 1992 se denomina justamente como el “Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular”.
Nuestra América resiste ahora el neoliberalismo, la forma más criminal y voraz de la acumulación capitalista, que está destruyendo los medios de vida de los pueblos y comunidades. Contra la explotación de la naturaleza y de la humanidad, emerge la alternativa del Buen Vivir. Una manera de vivir en armonía con la naturaleza y con los demás, en convivencia comunitaria.
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En Nicaragua, avanza la Autonomía multicultural y multiétnica, experiencia pionera en Latinoamérica, que se edifica desde el año 1986, cuando la Revolución Popular Sandinista promulgó una nueva Constitución y el Estatuto de Autonomía, más conocido como Ley 28.