Barricada

Edwin Sánchez: Proclama Nacional por la Paz en voz alta

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. Jesús
Edwin Sánchez
I
Que los votos hablen y no las balas, eso es Paz.
Que las Urnas de la Patria disuelvan las promovidas trincheras de la muerte desde el exterior, eso es Vida.
Que las palomas blancas prevalezcan en las alturas sobre la bajeza de los buitres de la confrontación, eso es Magisterio Cívico.
Que el pueblo con su boleta electoral afine su estupenda puntería por el desarrollo económico social inclusivo, eso es Democracia.
En Madrid, Managua o Medellín.
Que en unas elecciones no generales concurra más del 57%, eso es una demostración de fuerza y credibilidad en las instituciones, y en especial del profesionalismo del árbitro electoral. Y es lo que aconteció en Nicaragua, en los recientes comicios municipales.
De hecho, por una costumbre arraigada en Latinoamérica, elegir alcaldes y concejales no es tan atractivo como cuando el soberano concurre a depositar el voto por su candidato presidencial. A pesar de ello, movilizar a más de la mitad del padrón electoral para respaldar autoridades locales es una Proclama Nacional por la Paz en voz alta.
Es un contundente No a la Guerra, un rechazo a los Golpes de Estados, un repudio al terrorismo y una condena moral a los que glorificaron los tranques donde torturaron y mataron a ciudadanos nicaragüenses.
Es un voto por la Construcción y el Progreso, y un veredicto inapelable contra el atraso, el horror y la destrucción causados en 2018.
Un Nocaut a la inquina y a los ególatras, sociópatas y sicópatas, “divinos” o mundanos, enfundados en liderazgos prefabricados.
Claro, siempre saldrán los politiqueros mantenidos (con presupuestos de otros países) para decir cualquier sandez.
La misma prensa desinformativa se sintió golpeada por el poder de convocatoria de la jornada cívica.
Para darle cuerda a los calumniosos detractores de la República, e ignorando la amplia participación ciudadana, difundieron fotografías bajo el vetusto modelo de la Guerra Fría.

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Eran las hojas del padrón electoral pegadas en una vieja pared, y apenas un niño al que seguramente llamaron para hacerle una toma y urdir así una falsa imagen-país: desierto, pobreza, tristeza. Lo que sí retrataba era la Edad de Piedra del Neoliberalismo, solo que ofertada ahora como “primicia”.
Y obviaron que en las Juntas Receptoras de Votos se instalaron toldos con personal especializado provisto de ordenadores, donde en un santiamén los electores podían ubicar su JRV y proceder, sin más trámites, a ejercer su derecho.
Está claro que los adictos al engaño y la distorsión impulsan la sesgada agenda “periodística”, encomendada por sus patrones, que en nada se aproxima al dato, los hechos, la objetividad y el ¿por qué? de los fidedignos servicios noticiosos.
Según sea el tamaño del negocio, la prensa vende ya sea “estabilidad” o “la crisis política que vive el país…”.
Tanta atención a unos sufragios vecinales solo se explica en que sobre esos basamentos territoriales de la ciudadanía se alza la nueva Historia. La Historia de la cercanía que nos libera de la funesta historieta de la lejanía, del abandono y el descarte de las mayorías.
Sin embargo, la Comisión Incubadora de Derrocamientos Hemisféricos, CIDH por sus siglas de infamia, añora esos terribles días que ofrecían “condiciones mínimas” para “la realización de elecciones libres” en Nicaragua.
Y estas eran las “condiciones mínimas” que no fueron “respetadas” para que ese fatídico instrumento de la Organización de Golpes de Estados Americanos, “legitimara” los comicios municipales:
Faltó el animalito preferido de la oligarquía: la Guatusa.
Faltó la polarización para sacar literalmente partido.
Faltó la campaña sucia.
Faltó la manipulación grotesca de los medios de comunicación nacionales.
Faltó el endoso de la prosapia y el fierro impreso a sus candi-hatos.
Faltó maldecir a los que más bien querían bendecir a la nación.
Faltó la “tradicional” unción de la fórmula electoral por parte de plenipotenciarios violadores del artículo 41 de la Convención de Viena, que mandata a los embajadores o agentes diplomáticos a “respetar las leyes y reglamentos del Estado receptor. También están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado”.
Faltó el lavado de dinero foráneo en candidaturas pactadas.
Faltó el pool de oenegés herederas de las elecciones supervigiladas del siglo XX, y sus operadores del descrédito embozados de “observadores electorales”.
Faltó desbaratar al candidato “insoportable”.
Faltó el odio y faltó el rencor, porque sobró la concordia.
Faltaron los azuzadores profesionales de la discordia.
Faltó la violencia.
Faltó el desorden, la incapacidad y la desastrosa gestión “democrática” del Consejo Supremo Neoliberal.
Y, lo más “lamentable”, faltaron los muertos…

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II
Un tono tienen las elecciones municipales o estatales y otras las generales.
En Estados Unidos hay una muestra.
Nadie pone en duda la democracia de la Gran Manzana, libre de sanciones económicas.
No hay editoriales que la injurie y la ponga como el lugar más violento e inhóspito del mundo para vivir.
Es la sede de los Yankees. Y sobre todo, de los sentimientos de Woody Allen.
Es el Madison Square Garden, es la Quinta Avenida, es Manhattan. Es el emblemático Empire State. Es la neogótica Iglesia de San Patricio. Es el modelo de Ciudad Gótica.
Es Hudson Yards.
Y Queen, el Bronx, Harlem…
Y también donde el colofón de las elecciones, como toda Nueva York, es espectacular.
Se trata nada menos de una ciudad de 8 millones 468 mil habitantes, gobernada por un edil electo con 676 mil 481 votos.
Y eso es Democracia. Democracia neoyorkina.
Por supuesto, la prensa en sus reportes actuó con decencia. No se fijó, “extrañamente”, en el talle de los detalles como lo hacen con los procesos electivos de Nicaragua, donde “de un pelo fabrican una peluca”, como diría el pastor Rodolfo Gómez.
No estaba “orientada” a esculcar ni descalificar nada.
Los periodistas se portaron “profesionales”, “neutrales”, “veraces”: simplemente informaron que en la metrópolis ganó uno y perdió el otro.
Punto.
Sin embargo, el reporte de hace un año de El Listín fue ecuánime: “Con más de un 75% de abstención, el demócrata Eric Adams se convirtió el pasado martes en el primer ex capitán policial electo a la alcaldía neoyorquina.
“De 5.6 millones de neoyorquinos registrados para votar, aproximadamente 1.2 millón votó, para una abstención de un 79%. Con el 78% de los escrutinios computados, Adams obtuvo 676,481 votos para un 67% mientras su oponente republicano Curtis Sliwa obtuvo 293,127 para un 29%.”
También da cuenta que “La abstención aumentó en cuatro años. En las elecciones municipales del 2017, votó poco más de un millón, poco menos del 25% de los 5 millones de votantes registrados, el 75% se abstuvo”.
Pero no salió ningún babieco de alquiler, desconociendo al triunfador, con el cuento aún más dundeco de que “ganó el abstencionismo”.
Y en cualquier caso, si hay que armar o no una tragedia griega del abstencionismo, ese es un asunto estrictamente neoyorkino. Para una puesta en escena ahí están Broadway o The New York Time, que para todos los efectos, son lo mismo.
Pero, ¿y a quién le interesa?
No es tema de la OEA o de otros “observatorios” más inmorales que electorales.
El alcalde es Eric Adams. Y eso no está en discusión.

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III
En Costa Rica, el Tribunal Supremo de Elecciones, como en Nicaragua o Nueva York, no le teme a los datos duros de la democracia.
Vengan como vengan.
Porque son los que votan los autorizados para hablar, participar y defender su Democracia.
El mes anterior publicaron las estadísticas de dos décadas “con el afán de mostrar los datos relevantes de participación y abstencionismo”… “para el estudio de la participación política…”.
Eugenia María Zamora Chavarría, Magistrada Presidenta, presentó el documento Participación y Abstencionismo en Elecciones Municipales: Serie Histórica 2002-2020.
Así está el fenómeno electoral del sistema democrático, para los que gustan “rasgarse las vestiduras” ante los reflectores:
2002: los votos municipales arrojaron un 22.8%. La abstención fue del 72%.
2006: el 72.6% del pueblo costarricense no votó. Así que el 23.8% eligió a las autoridades municipales.
2010: el 72.1% de los ticos no quiso sufragar, por lo que los alcaldes recibieron el respaldo del 27.9% de la población.
2016: el 64.6% prefirió ignorar las elecciones, dejando que el 35.4% del pueblo escogiera a sus candidatos.
2020: el 63.7% tampoco fue a las urnas, por lo que solamente el 36.3% cumplió su deber democrático.
En Nicaragua, la presidenta del Consejo Supremo Electoral, Brenda Rocha, divulgó que el padrón electoral fue de 3 millones 692 mil 733. Los votos totales sumaron el 57.09%.
Los resultados de estos sistemas políticos, sea en Nueva York o Costa Rica, son comportamientos locales o nacionales. Responden a sus historias. Que las urnas decidan, sean gordas o flacas, eso es Democracia.
Si los procesos electorales ticos son o no anoréxicos, es un asunto de Costa Rica.
Que si desconfían del sistema, es problema que solo incumbe a su pueblo.
Que si se sienten defraudados por los gobiernos, es tema interno, no continental, ni mucho menos europeo.
Que si la democracia es tan oscura que ya no la ven las mayorías, será pregunta que deben contestar Oscar Arias, doña Laura Chinchilla y Luis Guillermo Solís, en vez de andar alquilándose como patéticos candiles callejeros.
Ahora, de eso a elevar al país vecino a paradigma de la Democracia en América solo es el iceberg de una baja autoestima profunda, más que “política”, de los mengalos de siempre y sus relevos.
Porque en Nicaragua el pueblo votó por los magníficos puentes y carreteras de primer mundo.
Votó por la unión colosal, por primera vez en la Historia, del Caribe con el Pacífico.
Votó por los hospitales que son realmente Palacios de la Vida.
Votó por un auténtico Monumento a los Derechos Humanos: la Democracia de la Salud. No solo la élite tiene el privilegio de contar con hospitales exclusivos, equipos sofisticados y especialistas para seguir viviendo en este mundo. También son seres humanos, y de primera categoría, los otrora desposeídos, los marginados. Vale decir, los que eran indocumentados en su propio país.
Votó por una nación alumbrada casi al 100%.
Votó por una Democracia tan sólida y resistente como el concreto hidráulico: “Vean, dijo el Presidente Constitucional, Daniel Ortega, aquí no debemos seguir construyendo ni con adoquines, ni con asfalto, aunque sea más caro…”.
Votó, pues, por los cimientos perdurables del Porvenir.
Solo un envenado podría salir con la “interpretación” de que las elecciones no fueron un éxito.
Y es que no hubo trifulcas y fallecidos.

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Solo urnas y votos.
Ni una sola bala.
Y ni una gota de sangre.
El único derramamiento fue de tinta. Y mucha, por cierto, en los dedos sin más arma que el bolígrafo empuñado con el alma de la soberanía nacional.
Qué más Democracia que el derecho de la sociedad de poder cantar, y acatar, al pie de la letra como nunca antes, el Himno Nacional de Nicaragua, puesto que “en tu suelo/ ya no ruge la voz del cañón, / ni se tiñe con sangre de hermanos/ tu glorioso pendón bicolor”.
Es una victoria en toda la línea de los bienaventurados pacificadores.
¿Quién dudaría en llamar a los nicaragüenses de buena voluntad, hijos de Paz, hijas de Dios?