Barricada

General Sandino: Nuestras selvas segovianas, a despecho de la Casa Blanca, se inmortalizaron

El 9 de enero de 1930, hace 93 años, el General Augusto C. Sandino hizo público un comunicado dirigido a los pueblos del mundo. Hoy, el Equipo de Barricada/Historia comparte con sus lectores este documento histórico.

Con el texto «Nuestras selvas segovianas, a despecho de la Casa Blanca, se inmortalizaron», el General se dirige a los distintos medios de comunicación, que, dentro y fuera del país, desprestigiaban la imagen del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua

Sandino estaba consciente del papel que jugaba la prensa: la campaña mediática en su contra era funcional a los intereses del imperio. Por lo cual, decidió ofrecer un recorrido histórico de los primeros cuatro de años de lucha (1926-1930), explicando las razones por las cuales había decidido levantarse en armas para liberar el país de la ocupación yanqui, en la que él mismo definió “guerra libertadora”.

Para el General Sandino, la defensa de la soberanía nacional no era una prioridad solo para Nicaragua. Debía empezar a serlo en toda América Latina. Se proponía difundir sus ideas nacionalistas y antiimperialistas y, al mismo tiempo, tejer alianzas para “defender a nuestra América […] de la voracidad de la piratería yankee”. Palabras que, una vez más, mantienen toda su vigencia, a la luz de la actual coyuntura nacional e internacional.

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Comunicado

Con la intención de desvirtuar ataques que por la prensa se han hecho de la idealidad del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, me propongo publicar documentos que comprueban la moralidad de nuestros actos y la fidelidad a nuestros principios de fraternidad latinoamericana, publicando asimismo documentos procedentes de las personas que han pretendido exhibirnos ante nuestros pueblos como incapaces de sustentar principios, y en defensa de nuestro propio Ejército contra los despechados que nos atacan sin justificación.

       Nadie se atreverá a decir lo contrario, de que solamente el reconocimiento de mis deberes de ciudadano nicaragüense y el amor a mi Patria, me inspiraron a poner mi renuncia, el día 6 de mayo de 1926, ante la Hausteca Petroleum Company, del cargo que en los campos petroleros de Cerro Azul, Veracruz, México desempeñaba cuando la prensa mundial dio la noticia de un levantamiento de armas de la Costa Atlántica de Nicaragua, encabezado por Luis Beltrán Sandoval, contra los usurpadores del poder nacional, Emiliano Chamorro y Adolfo Díaz.

       El 26 de octubre de aquel mismo año 1926, logré levantarme en armas en las Segovias.

       Aceptada que fue mi renuncia el 15 del mismo mes, me dirigí a Nicaragua, adonde llegué el 1° de junio, y no obstante que dicho movimiento revolucionario había sido sofocado por los vende-Patria Díaz y Chamorro, no perdí las esperanzas de cooperar al sostenimiento de la independencia de mi Patria, seriamente amenazada, ayer como hoy, por los banquero de Wall Street, contra los vende-Patria nicaragüenses y formé, con la ayuda moral y monetaria de algunos liberales segovianos, una poderosa columna que más tarde llegó a ser la salvación de un seguro fracaso que se auguraba al resto del Ejército Constitucionalista que había organizado el doctor Juan Bautista Sacasa en Puerto Cabezas, Nicaragua, y que se encontraba sitiado, al mando de José María Moncada, en Chontales. Pues bien, para la verdad histórica y apoyado en documentos firmados por el mismo José María Moncada, que me fueron dirigidos por él y que conservo en mi poder, pruebo la importancia que tuvo la columna a mis órdenes para colocar a Moncada en un ambiente de prestigio, que le permitió que sólo su voz fuera suficiente para resolver el triunfo o la derrota del Partido Liberal. El 4 de mayo de 1927, en efecto, estuvo en la voluntad de José María Moncada el triunfo del pueblo nicaragüense o el triunfo de las ambiciones personales del mismo Moncada; mas, con una actitud abominable, olvidando sus sagrados deberes de ciudadano nicaragüense y de militar y los de sostener la soberanía nacional de mi Patria, decidió por su bienestar personal, entregando por inerme al pueblo nicaragüense para que éste fuera aniquilado a balazos por la piratería norteamericana.

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       Hasta entonces los inmorales gobiernos de los Estados Unidos de Norte América habían conseguido mantener en Nicaragua su propia política cubierta con máscara de hipocresía, que les permitía presentarla ante el mundo, al simple golpe de vista, con un aspecto de legalidad, encubriendo así su intromisión en nuestros asuntos internos.

       También en Nicaragua creíamos la famosa democracia del pueblo yankee, como todavía hay quien cree, y que lo abusos que cometían los gobiernos de la Casa Blanca no eran vistos con agrado por el pueblo norteamericano, pero más tarde nos convencimos de lo contrario, y por ello se verá en el primer Manifiesto que lancé en las Segovias, el 1° de julio de 1927, en la parte que se refería a la construcción del Canal de Nicaragua, admitiéndole todavía un resto de pudor a la avalancha de descendientes de Walker, dije que podían aceptárseles como acciones en la construcción de dicha obra, los tres millones de dólares por los cuales pretendían y aún pretenden –contra moral internacional- tener derecho de intervenir en nuestros asuntos internos y externos.

       Aunque mi declaración anterior, atribuyéndole al pueblo norteamericano la misma actitud imperialista que a sus dirigentes, provocó explicaciones en oposición a lo que sostengo, estoy completamente convencido que el pueblo norteamericano apoya y apoyará siempre la política expansionista de sus inmorales gobiernos.

       Cuando escribí el Manifiesto que me refiero, Nicaragua, mi adorada Patria, estaba en vísperas de una de las más grandes epopeyas de su historia, que tendría al mundo en expectación.

       ¿Quién le hubiera dicho a Mr. Colidge, en la fecha que escribí ese Manifiesto, que por el abuso cometido por él, las selvas segovianas tendrían que ser testigo de la muerte de miles de piratas norteamericanos, esbirros de los banqueros de Wall Street? Las Segovias están tristes, desoladas, enlutadas y llenas de dolor, porque esto es a lo que nos llevó la política estúpida de Mr. Colidge; pero nuestras selvas segovianas, a despecho de la Casa Blanca, se inmortalizaron, y han dado a nuestros pueblos hermanos la oportunidad de ver una vez más repetirse allí un gesto patriótico tan natural en nuestra raza.

       Indudablemente que también a mí me han dado más experiencias los cuatro años de guerra libertadora, como también la oportunidad de comprender mejor la necesidad que tenemos en nuestros pueblos de América hispana, de expulsar por completo del suelo patrio a ciudadanos y capital norteamericanos, los que en realidad no son otra cosa que un inminente peligro para la nacionalidad, que cándidamente los acoge en su seno; como también la necesidad de fomentar nuestras industrias y nuestro comercio, esforzándonos por conseguir la alianza entre nuestros hermanos de Hispanoamérica, debiéndose exigir para nuestra América, en forma unánime, que las obras de construcción del Canal de Nicaragua y de establecimiento de una base naval en el Golfo de Fonseca, proyectadas por los banqueros de Wall Street, sean prioridad exclusiva de la nacional indohispana, porque sólo así podremos defender a nuestra América racial de la voracidad de la piratería yankee.

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       Con ese fin, ya nuestro Ejército propuso a los gobiernos de las Américas, con fecha 20 de marzo del año[i] en curso, la celebración de un conferencia en la ciudad capital de la República de Argentina, a efecto de que, ante esa representación de las Américas, sea presentado por mí, en representación de nuestro Ejército, un proyecto original suyo, que tiene como base fundamental el mantenimiento de la soberanía nacional de los estados hispanoamericanos.

       Fue en el Mineral de San Albino, Nueva Segovia, Nicaragua, Centro América, cuando aún nadie sospechaba la sorpresa que Nicaragua proporcionaría al mundo, que marqué el derrotero de nuestra idealidad, a la que hemos sido y pertenecemos fieles, mientras nuestro corazón palpite, habiendo escrito con el mismo ardor y entusiasmo que lo hemos hecho en todo lo que de nuestra lucha se conoce, este primer Manifiesto.

9 de enero 1930.

Patria y Libertad

A. C. Sandino