Qué marcado está en nuestra mente el fin de Alberto Uriel Romero, de 48 años, conductor que fue arrastrado con toda y camioneta Prado 4×4 en el sector de Las Jagüitas por las fuertes corrientes que ocasionaron las lluvias en Managua y quien horas más tarde fue encontrado sin vida a varios kilómetros de donde saltó según él para evitar lo que resultó inevitable.
Los que vimos una y otra vez aquellas imágenes nos percatamos, seguramente confiado por el poder de la máquina que conducía, que quien iba al timón nunca tuvo la intensión de detenerse, a lo mejor pasaba por primera vez por el lugar, no sabía que el paso era en realidad un cauce natural y creyó que la correntada era solo un charco para aquella 4×4 de la que con solo verla uno cree que ante ella no hay terreno ni condición que la doblegue cuando la verdad eso es motivo de carcajada para la naturaleza.
Aquella Toyotona que se vende con el pegador y atractivo slogan de “No la use, maltrátela”, una vez que pasó la lluvia y disminuyó el poder de aquella violenta torrentada fue encontrada kilómetros después reducida a una masa metálica, efectivamente maltratada o mejor dicho tan desbaratada, que no se distinguía dónde estaba la trompa y dónde había quedado la cola y más lejos aún el cadáver del temerario conductor visiblemente golpeado y al que de poco le sirvió en vida la contextura atlética que mostraba en fotos.
Este suceso fue indudablemente impactante por lo osado y temerario de una decisión que dejó finalmente a una familia devastada y aunque muchos pensamos que de la tragedia algo podía quedar, para la reflexión posterior, que frustrante fue saber, que horas más tarde, después que las imágenes habían sido luidas de tanto pasar por los medios de comunicación y las redes sociales, saber que un grandísimo animal, a bordo de una doble cabina de tracción sencilla, se atrevió a hacer lo mismo y en el mismo lugar, aunque con la suerte delante de que la correntada aunque movió la camioneta, ya no era tan fuerte.
Para efectos prácticos ya estamos en invierno y en esta estación climatológica particularmente es cuando más debemos conferir a la naturaleza el respeto que merece. Debemos tomar conciencia que la naturaleza, desde cualquier ángulo, es algo con lo que nadie puede jugar porque él único poder que está sobre ella es Dios y que cuando nosotros los seres humanos por ignorancia, brutalidad, estupidez, temeridad, osadía o lo que sea la retamos vamos a pagar las consecuencias y las vamos a pagar con creces, con dolor y hasta seguramente sin que al final alguien sepa dónde quedamos.
La naturaleza ofendida está reaccionando contra la especie humana con todo su furor. No podemos resistirnos a tan palpable realidad y menos ahora que recién vivimos en carne propia una pandemia que, aunque pasó y está bajo otra modalidad, detrás de ella, vienen otras y de tamaños tan grandes que deprimen al mundo y el que trate de decir lo contrario simplemente está loco o es marciano porque las generaciones de los últimos cien u ochenta años nunca llegaron ha conocer algo como lo que fue esta peste.
Los fenómenos que azotan son tantos y con características tan diversas que debe ponernos a pensar sobre lo que hicimos, sobre que seguimos haciendo y sobre lo que a partir del COVID-19 no podemos volver a hacer porque estamos exponiendo nuestra especie a la extinción y lo estamos haciendo de una manera tal que no faltaron las opiniones chocantes de un político norteamericano que con eso del COVID-19 llegó a sugerir que los abuelos debían disponerse a sacrificarse por sus nietos, pero sin dar él un paso al frete.
No lo queremos aceptar porque somos demasiado engreídos y atorrantes, pero el mayor tiempo de nuestra vida nos la hemos pasado actuamos contra el mundo y así nos hemos convertido en conspiradores contra el hogar planetario que el Creador nos dio para habitar.
Los terrícolas nos llamamos también homosapien, somos “evolutivos”, pero somos en realidad la especie más salvaje y cavernaria de esto que equivocadamente hemos llamado civilización porque la verdad es que la civilización auténtica está en la selva, en la montaña, en los bosques donde habitan los animales, los que verdaderamente son más sabios que nosotros y que sinceramente respetan la naturaleza porque habitan en ella y porque viven en ella no la destruyen.
Seguramente esto que expreso no gustará a algunos, pero créanme es la pura verdad. Hemos perdido de vista la conducta correcta y que solo somos transeúntes, aves pasajeras y jamás dueños del mundo. No queremos identificar el origen del desorden, el caos, el crimen, la falsedad, la aberración y la violencia que prevalecen hoy en nuestro mundo. Esos efectos devastadores, que son la causa del mal causado, están en la conducta de la gente que es opuesta a la dignidad de la naturaleza de la misión que Dios dispuso para nosotros para que cuidáramos y respetáramos nuestro habitad.
La educación que hemos recibido y seguimos recibiendo más allá de las aulas escolares y universitarias, lamentablemente no está relacionada con los valores humanos y por eso todo lo que nos concierne, tanto en la esfera de la política, la conducta social, la actividad económica, la búsqueda espiritual y la responsabilidad con la naturaleza, son cosas que en nuestra “cultura” tienen un espacio muy reducido y en consecuencia en nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu y tristemente será siempre un problema, en tanto no hagamos cambios en las acciones y conductas de nuestra manera de vivir.
Los hombres hemos cambiado al mundo. Nos hemos olvidado de quien lo hizo para nosotros y en nombre de la modernidad y la tecnología hacemos cosas divorciadas con el sentido común como si El Creador no nos observara. Dios está presente en nosotros y mira con miles de ojos todo lo que hacemos. Por eso cuando sucede cada cosa en el planeta; terremotos, tsunamis, huracanes, tornados, erupciones, grandes heladas, calores infernales, inundaciones, quemas de bosques, sequias, crisis económicas, actos terroristas como los que vivimos aquí hace más de cinco años, la pandemia del COVID-19, la viruela del mono etcétera, lo que realmente está pasando es el anuncio de nuestro destino final como producto de lo que nuestra propia mano ha hecho en línea de acción con la perversión de la mente humana que nos caracteriza y que no reflexiona.
Hemos cubierto nuestra mente con un manto de ignorancia, hemos tapado nuestros ojos con el egoísmo y cerrado el corazón con el orgullo. Despreciamos la decencia y no nos queremos dar cuenta que la vida y todo aquello que tanto decimos cuidar puede irse de un momento para otro, en un segundo. Estamos sumergidos en la brutalidad de la ignorancia malgastando la vida en la búsqueda de cosas transitorias y guardando silencio ante tanta inmoralidad.
El mundo está padeciendo innumerables problemas porque la gente no pone límites a sus deseos. Las guerras, los conflictos ideológicos, las distancias entre las naciones ricas y las naciones pobres, la demencia por el poder por el poder mismo, la sed de figuración, el terrorismo, las dictaduras, la depravación en algunos religiosos, el lesbianismo y el homosexualismo, los crímenes atroces, el incesto, la pedofilia, la infidelidad, la traición, el narcotráfico, la prepotencia, el fraude y la corrupción son elementos que en su conjunto han hecho desaparecer los valores morales y lo peor es que hay quienes los patrocinan y los promueven.
Hay quienes matan en nombre de Dios y dicen que sus guerras son santas. Hay profesionales de la fe que desde sus sotanas proclaman el odio y cambiaron el evangelio por la politiquería. Van contra la naturaleza y las leyes del Creador y de la misma manera gobiernos que se prestan para realizar matrimonios, supuestamente legales, entre homosexuales o entre lesbianas.
Ahora los “predicadores” de la modernidad nos ven como trogloditas porque hay quienes rechazamos la idea de que nuestros menores realicen el sexo en las etapas tiernas de su vida. Por negarnos a darles permiso para ir a una fiesta para que regresen “temprano” a las cuatro de la mañana. Es decir, vivimos al revés. Dañamos lo que debemos amar. Traicionamos lo que más nos vale y después pretendemos sorprendernos por lo que nos pasa cuando todo es consecuencia de esos nuevos conceptos que sustituyeron la disciplina por el libertinaje.
La humanidad va en retroceso porque hay quienes te hablan de paz con el garrote en la mano. Se dicen honorables, decentes y honrados, pero te quitan el calcetín sin quitarte el zapato. Por eso el mundo está padeciendo innumerables problemas porque la gente no entendemos que, aunque se aspire a la riqueza, uno debe procurar sólo lo que le corresponde, pero desgraciadamente somos depredadores de nuestra propia especie y lamentablemente no estamos haciendo nada por cambiar nuestras actitudes, al contrario en nuestro inmenso egoísmo teniendo la boca llena le queremos quitar el bocado a quien no lo tiene.
No pocas personas, que ya no se extrañan de tantos inverosímiles en el mundo, concluyen que el planeta ha dado un mensaje a la humanidad con esto del COVID-19 porque ya la pelotita del mundo no nos aguantaba, requería aislar en una cuarentena a sus depredadores para poder respirar porque si no lo han notado los niveles de contaminación atmosférica bajaron desde que las industrias cerraron en tanto duró la pandemia; uno de los enormes huecos que tenía la capa de ozono cerró porque la contaminación ambiental ahora y solo por ahora es menor; los océanos, los ríos y lagunas tienen aguas más cristalinas y lo más importante la pandemia nos enseñó que somos sumamente vulnerables, que en estos casos no valen los imperios económicos sino el alto interés social por dar salud gratuita a la humanidad y no ver en la medicina ni en los hospitales oportunidades de negocios a costo de las vidas de las personas y otra cosa no menos importante, que debemos ser aseados, que no tiremos basura por donde se nos antoje, que elementalmente nos lavemos las manos, que mantengamos limpio todo espacio que ocupemos y lo más fundamental que amemos a los seres que tenemos cerca porque un día, sin sospecharlo, pueden iniciar el viaje sin retorno, pueden irse en un segundo y no seremos capaces de evitarlo y menos de despedirlo y eso en el contexto de la peste sucedía por millones porque la vacuna tardó en circular en tanto los acaparadores y las grandes potencias lo impidieron.
Meditemos bien sobre todo esto y pensemos qué haremos cuando no tengamos a esta Nicaragua, qué haremos cuando no tengamos patria. Para entonces estaremos prefiriendo morir porque la purga de nuestros errores, el dolor de los que aún puedan ser purificados, será tan terrible como los daños que nuestra mano ha causado a la naturaleza y a nuestra propia humanidad a la que hemos visto como cualquier cosa.
En lo que respecta propiamente a los nicaragüenses hay entre nosotros gente realmente malvada que nos quiere conducir a la destrucción del país porque esas son las órdenes que reciben de quienes les pagan. En ellos no hay valores, no hay principios, no hay decencia. La ley la quieren para violarla y mientras tanto las llamadas redes sociales transmiten abiertamente pornografía sin padres que se interesen en controlar a sus hijos porque han llegado a tenerles miedo; Difunden noticias rojas todos los días donde la muerte te cobra la vida por un pinche trago de guaro; Pleitos de cuartería donde las familias se sacan las tripas o simplemente llaman a la sedición porque se creen intocables, porque piensan que la democracia es permitirles asesinarnos y esclavizarnos sin derecho a defendernos.
Observen bien y se darán cuenta que la vulgaridad ahora es tan frecuente que los mismos periodistas o presentadores de programas las usan como si estuviesen hablando con un pandillero fuera de micrófono. Ojalá que, en nuestro medio, donde abunda cada ignorante que cree que en la televisión o la radio se puede decir todo tipo de cochinada, de palabrotas y hasta de obscenidades, se comprenda que el sentido común es decente, que aún existe y que la naturaleza te pasa facturas tarde o temprano, porque ese sentido común del que hablo no gusta ni de odios ni de violencia y hoy se expresa abiertamente contra aquellos que después de todo lo hecho insisten en desbaratar el país.
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