“Aquí estamos honrando a nuestro Rubén y honrando en él a todas las familias nicaragüenses, a todas las personas, mujeres y varones nicaragüenses por gracia de Dios, que nos sentimos y nos sabemos llenas de fuerza, de fortaleza, de luz, de vida, de verdad, de esperanza invicta”.
Cra. Rosario Murillo, 17 de enero de 2015
El 18 de enero de 1867, bajo el nicaragüense sol de encendidos oros, un niño nació con el destino de recorrer el mundo esparciendo versos. Como la luz aparece en los lugares menos esperados, este pequeño príncipe vino al mundo en un pequeño pueblo que ese entonces era conocido como Metapan o Metapa, toponimia de la lengua nahuatl que significa metate o sabanas de piedra, en el norteño departamento de Matagalpa. Este pueblo ahora es llamado Ciudad Darío, en honor al poeta universal, Príncipe de las Letras Castellanas, Rubén Darío.
En enero, cuando se abren las puertas a un nuevo año, Nicaragua se viste de poesía; días y noches de versos liricos y épicos, para decirle al entrañable Rubén, que la patria vive, vibra y que edifica su destino sin olvidar sus raíces indígenas, afrodescendientes. En Ciudad Darío, que tuvo la dicha de ser su cuna natal, las musas darianas desfilan ornadas de flores sobre sus túnicas griegas, mientras los poetas recitan sus palabras bellas. Igual en León, que guarda en sus viejas calles los pasos de la infancia y la primera juventud del poeta, se rinde homenaje al mayor de sus hijos. Fue en León, en la casa de la Tía Bernarda Sarmiento y el coronel Félix Ramírez Madregil, sus padres adoptivos, que el niño prodigio se nutrió de los mitos y leyendas populares que encendieron su imaginación y sentido de lo propio. Los árboles, las flores, las frutas, los pájaros, los animales del trópico nicaragüense viven en la obra de Rubén Darío; los recuerda y los cita con su nombre, los guarda en su memoria poética. En uno de sus poemas en prosa hace un inventario frutal nicaragüense:
“Y yo tuve en mis manos, como la más margarita de las margaritas, tu corazón. El trascendía a fruta de trópico y al mismo tiempo a flor tropical, de modo que se dijera ¡una flor viva y con olor a níspero moreno, a la piña rubia, al jocote de sangre, al melón de miel y a la pulpa de sandía”.
Conoció primero su propia cultura y después todas las culturas, centrípeto y centrifugo, iniciado por los jesuitas de la Recolección en León, que lo adentraron en las letras y cultura humanística. En La Biblioteca Nacional, conoció los clásicos españoles, griegos y latinos. Un aprendizaje precoz del poeta niño se hizo más profundo con la investigación metódica, hasta convertirse en un poeta cultivado y sabio. Madurez poética que emerge luminosa en sus primeros libros publicados en Chile, el primer libro de poemas titulado “Abrojos” (1887) y el segundo, “Azul”, que anuncian vientos nuevos para renovar la estética decimonónica, el modernismo del que fue Rubén Darío, el más insigne precursor.
En su primer viaje fuera de Nicaragua, en El Salvador, se encuentra con el vate salvadoreño Francisco Gavidia, con quien leyó los alejandrinos del gran Víctor Hugo, lo que lo incentivó a emprender la renovación métrica del castellano. En junio de 1886, se embarca en el Uarda y llega a Valparaíso el día 24. Lleva en sus recuerdos a León, a sus padres, amigos, mentores y llora en la noche callada, sentado en la popa del raudo navío, solo, contemplando el cielo y el mar, lejos del hogar, con frío en el alma y fuego en la cabeza, en busca del horizonte, como él mismo narró en su poema Ondas y nubes. Empezaba la gran aventura literaria del poeta y su canto errante.
En la poesía de Rubén Darío, hay espiritualidad, misticismo, épica y política. No fue ajeno a su tiempo y clamó por la justicia y la paz, entre los individuos y entre las naciones. Supo escuchar el clamor de los pueblos, no fue un poeta enclaustrado y siempre estuvo atento a los acontecimientos políticos. Abordó en sus escritos sucesos históricos centroamericanos, entre los que se puede mencionar: la muerte en El Salvador del presidente Menéndez, a quien le tenía especial aprecio, y la traición (siempre hubo traidores) del General Carlos Ezeta, la caída del presidente José Santos Zelaya vinculada a la cuestión canalera en Nicaragua, la muerte del General Barrundia, en Guatemala. También le debemos la esplendida crónica de España Contemporánea, que describe el estado de ánimo de España luego de la derrota ante los Estados Unidos, el pesimismo y decadencia. Su poema político cumbre es el dedicado al presidente Teodoro Rossevelt, el iniciador del imperialismo estadounidense y su presencia militar, aplicando la política conocida como del “Gran garrote”, utilizada para legitimar el uso de la fuerza para la defensa de los intereses de los Estados Unidos, lo que devino en intervenciones políticas, propiciando golpes de estado o interviniendo directamente en diversos países de Latinoamérica y el Caribe. En otro escrito dijo Rubén:
“¡No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata! Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros… Enemigos de toda idealidad…”Y frente al modelo imperialista, Rubén Darío, nuestro paisano inevitable, nos recuerda que la “América nuestra que tenía poetas de los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, vive de luz, de fuego, de perfume, de amor”.
Fuente: Julio Ycaza Tigerino y Eduardo Zepeda Henríquez. Estudio de la poética de Rubén Darío. Comisión Nacional del Centenario de Rubén Darío. 1967. Managua, Nicaragua.