La reciente visita del Presidente chino Xi Jnping a Arabia Saudí para asistir a la primera edición de dos cumbres multilaterales -una entre China y los países árabes y otra entre China y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG)- ha abierto un nuevo rumbo en las relaciones internacionales. La visita, que Pekín calificó de «histórica», se tradujo de hecho en un aumento significativo de la cooperación entre ambos Estados: Xi y el príncipe heredero Mohamed bin Salman Al Saud (MbS) formalizaron también una asociación estratégica sobre las nuevas Rutas de la Seda y Visión 2030, los respectivos programas de desarrollo a largo plazo ideados por ambos dirigentes.
Por supuesto, las relaciones entre Pekín y Riad se basan en el petróleo: Arabia Saudí es el principal proveedor de crudo de China y China es el principal socio comercial del reino. Pero en los últimos años, las relaciones han ido más allá del petróleo, especialmente en lo que se refiere a la tecnología. Según los datos de Janes IntelTrak, Arabia Saudí encabezó la lista de destinos de la inversión extranjera china anunciada en la región del Golfo en los últimos 20 años, con un total de 106.500 millones de dólares, por delante de Kuwait, con 97.600 millones, y Emiratos Árabes Unidos, con 46.000 millones.
Con la visita de Xi se firmaron 34 acuerdos por valor de al menos 30.000 millones de dólares, incluido un memorando de entendimiento entre Huawei y el ministro saudí de Comunicaciones para establecer una conexión a Internet móvil de 10 Gbps y una instalación de computación en nube y sistemas de alta tecnología. A continuación, construcción y automoción: construcción de 300.000 viviendas, y el fabricante chino de vehículos eléctricos Enovate Motors firmó un memorando de entendimiento con un holding saudí para construir en el país una fábrica de vehículos que producirá 100.000 automóviles al año.
No fue casualidad que Xi subrayara el carácter «histórico» de la visita y el valor estratégico de la cooperación entre ambos países. En términos políticos, la firma de un acuerdo de asociación estratégica en virtud del cual los dirigentes de ambos países se reunirán cada dos años reviste gran importancia.
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Los temores de Washington
El aumento de los lazos políticos, tanto bilaterales como multilaterales, con iniciativas estratégicas conjuntas, y los votos compartidos en organizaciones internacionales como la ONU, preocupan a Estados Unidos, que ve riesgos para sus intereses a largo plazo.
En algunos aspectos, temores justificados. Los acuerdos alcanzados constituyen un marco que rompe significativamente la exclusividad de la relación entre los países del Golfo Pérsico y Estados Unidos. Por su papel estratégico, su peso político y económico, así como por el volumen de los acuerdos alcanzados y la reiterada voluntad de ampliarlos aún más, el entendimiento entre Pekín y Ryad adquiere un valor general en el escenario geopolítico mundial.
A la luz del nuevo marco internacional determinado por las sanciones estadounidenses y europeas contra Rusia y las inevitables repercusiones sobre el coste de la energía, así como para el posicionamiento chino y ruso en el tablero oriental, en Asia y en África, los acuerdos entre Pekín y Ryad, asumen un mayor valor tanto directo como indirecto sobre el equilibrio internacional.
No es casualidad que la preocupación de la Casa Blanca siga a los reveses políticos y diplomáticos ya sufridos primero con la negativa de los países del Golfo a adherirse a las sanciones contra Rusia, y después con la negativa de la Opec+ (es decir, la Opec más Rusia) a aumentar la producción de crudo en el Golfo para cubrir las necesidades occidentales ahora privadas de la cuota rusa de hidrocarburos debido a las sanciones suicidas contra el Kremlin.
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Reversiones que parecen cambiar parcialmente la estructura de la relación entre Estados Unidos y el Golfo Pérsico, con este último en el papel de productor de petróleo y aliado militar leal a Washington y con aquél en el de garante internacional del dominio de las casas reales sobre la zona más rica del planeta. Una relación compleja no exenta de contradicciones y verdades inconfesables, pero que desde el punto de vista de Ryad ha permitido a las monarquías del Golfo crecer militarmente y en términos de influencia en las últimas décadas, lo que también ha resultado rentable en la lucha contra el Irán chií. A cambio, la alianza con Arabia Saudí, Kuwait, Qatar, Bahréin y Omán ha dado a Estados Unidos el control militar del estrecho de Hormutz, por donde pasan 21 millones de barriles diarios, el 40% del comercio mundial de petróleo.
Como siempre, la pérdida de influencia estadounidense en cualquier zona del planeta se presenta como un problema de seguridad nacional de Estados Unidos, y el Golfo no es obviamente una excepción. Democracia, derechos humanos y demás, pero esta es la cara propagandística del asunto; la real es la superioridad tecnológica de China en el campo de las telecomunicaciones y la Red: la cooperación de Ryad con China en la tecnología 5G de Huawei es lo que preocupa en perspectiva a la administración estadounidense.
Pekín trabaja ahora con la 6G mientras Estados Unidos sigue lidiando con los problemas de eficiencia de la 5G, y en el delicado campo de la inteligencia artificial la supremacía china está consolidada. La posibilidad de que el Golfo Pérsico forme parte de la ruta de la nueva Ruta de la Seda implica una presencia china ya no circunstancial sino permanente, ya no relativa sino decisiva. Evidentemente, si la punta de lanza de la tecnología encontrara acuerdos de crecimiento con la punta de lanza de la producción de hidrocarburos, se establecería un equilibrio en el que Estados Unidos quedaría al margen.
Por supuesto, el plan de cooperación militar tiene sus propias especificidades, y ya el año pasado los EAU tuvieron que cerrar una supuesta instalación militar china en el país tras las presiones de Estados Unidos. Arabia Saudí y los EAU dependen de Washington como proveedor de material militar y protección y, a corto y medio plazo, el material estadounidense sería casi imposible de sustituir por el que ofrece China. Sin embargo, esto no ha impedido que Arabia Saudí y el resto del Golfo se acerquen a Pekín para cooperar en comercio, tecnología e incluso tecnología de misiles balísticos y drones armados.
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El mundo está cambiando
Por otra parte, el declive progresivo de Estados Unidos plantea a todos sus aliados la utilidad o no de una relación que se basa en la subordinación total y que pretende que cada socio de Estados Unidos se vea privado de cualquier atisbo de autonomía estratégica. Un lazo de cuero que aprieta la garganta y que, si en una fase expansiva del papel de EEUU podría tener su conveniencia, en una de retirada no tiene ninguna. De Turquía a las monarquías del Golfo, de Pakistán a la India, de Centroamérica a Sudamérica, el reposicionamiento es general.
La visita de XI a Ryad supuso un nuevo escenario internacional para las posiciones que expresa Pekín sobre la necesidad de un nuevo impulso al sistema de Relaciones Internacionales, que según China debe ver el fin de la dominación unipolar occidental para apoyarse en el multipolarismo. Esto significa una gestión de los equilibrios planetarios y de la gobernanza mundial compartida entre países que, en términos de influencia política, riqueza producida, extensión territorial y volúmenes demográficos, pueden contribuir significativamente a afrontar los retos que el desequilibrio socioeconómico, las crisis político-militares, el cambio climático y la crisis de acceso a los alimentos y al agua plantean al progreso mundial.
Las organizaciones regionales de carácter estratégico, como la OCS, los BRICS, el Consejo de Cooperación del Golfo y muchas otras, nacidas y consolidadas en al menos cuatro de los cinco continentes, representan hoy el apoyo – cuando no el acuerdo – a las posiciones de Pekín y Moscú, bien resumidas en un documento del 2021 que, ilustrando las motivaciones y perspectivas de la alianza estratégica y la cooperación político-militar entre Rusia y China, esbozaba un nuevo orden mundial basado en la inclusión y no en la exclusión, proponiendo el respeto mutuo de los dos modelos antagónicos.
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Por eso, las hipótesis de una crisis entre los dos gigantes por la operación militar especial en Ucrania parecen infundadas. Pekín es consciente de que la acción de la OTAN es también un ensayo general del ataque a Taiwán. La neutralidad formal china en el asunto ucraniano no significa equidistancia entre la OTAN y Rusia, sino no querer tomar parte activa en el conflicto, en línea con la política exterior china que siempre ha estado marcada por el rechazo al uso de la fuerza para tareas no defensivas. Que se puede hacer política, ampliar la propia influencia y ganar mediante inversiones y asociaciones basadas en el beneficio mutuo y no con armas que afirman el dominio de uno sobre todos, parece imposible de entender para los vaqueros más brutos del otro lado del Río Bravo.