Barricada

Moisés Absalón Pastora: El miedo

Cualquiera que dice no saber lo que es el miedo únicamente puede ser parte de ese selecto y especial grupo de “héroes y valientes” norteamericanos que se enfrentan a cualquier amenaza y si acaso salen renqueando o despeinados es mucho.

Por supuesto que esos “héroes y valientes” norteamericanos son los que el séptimo arte, Hollywood, ha creado para alienar desde la pantalla grande a una humanidad que desde hace rato reacciona con una gran carcajada a esos personajes creados por Marvel como Superman, Batman, Hulk, Iron Man, Flahs, El Capitán América, Linterna Verde, El Hombre Araña, Rambo, La Mujer Maravilla, Batichica, la hormiga atómica, Súper Ratón, Popeye y un montón de locuras súper poderosas que solas pueden contra cualquier ejército y juntas contra cualquier amenaza alienígena por muy depredadora que sea y por supuesto, ya ni se diga sobre los chinos, rusos, norcoreanos o musulmanes que siempre resultan ser los malos.

Estados Unidos desde su centro de decisión ha diseñado con la colaboración de los más geniales guionistas del cine aventuras ficticias, para inocular en la mente de sus ciudadanos que ellos son siempre los buenos y los salvadores del mundo, que los demás son los malos y con ese cuento, desde los más diversos géneros del cine, son los más grande manipuladores del miedo y de ello ni las pestes escapan porque ahí vemos películas que bajo títulos como Pandemia, Virus, Epidemia, El ébola, Contagio, fueron producidas por los enemigos de los Estados Unidos, siendo por supuesto el imperio, poniendo al frente la bandera de la barra y las estrellas, los que como terminan salvando a la humanidad porque en esas ilusiones ellos siempre dan el paso al frente con la vacuna salvadora.

Si estas películas dan miedo, porque su objetivo es lograr el terror colectivo, entonces cómo negar que en su momento nos aterrorizó el Covid 19, que gracias a Dios ya no es pandemia y que, por explotar en una ciudad China, en Wuhan, nos quisieron meter en la cabeza, que aquello fue producto de experimentos y que el productor fue el tigre asiático.

De esta peste no nos escapamos nosotros, pero supimos cuidarnos de ella porque logramos evitar, gracias a nuestro personal médico, a nuestro robusto sistema de salud y a los métodos que empleamos para lograrlo, que el impacto fuera lo menos dañino y doloroso posible porque además ya veníamos de ser parte de intensas jornadas de vacunación que permitió que el coronavirus, como dicen, nos agarrara confesados, con un sistema inmunológico alto y por eso en gran medida los contagiados y muertos fueron pocos y los recuperados muchos.

Por aquellos días tan traumáticos a mí me causó una estruendosa carcajada leer un Twitter de Kevin Sullivan, ahora exembajador de los Estados Unidos en Nicaragua, cuando el Covid 19 golpeaba más a Norteamérica, opinar sobre lo que los nicaragüenses debíamos hacer para enfrentar la pandemia como que si él, tuviera la autoridad moral para para decirnos cómo enfrentar la peste porque ni el mismo, ni su familia movieron las de andar para irse Washington a ponerse a salvo porque en su país los muertos superaron el millón.

Claro el embajador Sullivan, que al final terminó yéndose recientemente sin pena ni gloria y en el más absoluto fracaso, porque él se fue y Daniel se quedó, hablaba locuritas para quedar bien con su jefe en la Casa Blanca, pero con los pies bien puestos en la tierra siempre Mister Sullivan prefirió quedarse aquí en Nicaragua, comiendo gallo pinto, sin encierro de ninguna naturaleza, y donde hay un sistema de salud mejor -con todas las distancias económicas que puedan haber entre su país y el nuestro- porque hay que recordar que en el imperio, donde ni los ricos lograron salvarse cuando fueron contagiados por esta pandemia, porque jamás tuvieron un solo protocolo de atención que evitara aquellas imágenes dantescas de tantos cadáveres metido en congeladores.

Lo fundamental de todo esto es tomar conciencia de lo que esta pandemia significó. Nadie estuvo a salvo de ella porque afectó a recién nacidos y viejos, a ricos y pobres, a católicos y evangélicos, a Gordos y Flacos, a atletas y sedentarios en medio de miedo creciente que nos invadió y quien niegue que no lo tuvo simplemente no es terrícola porque un solo estornudo bastaba para considerarnos muertos.

Gracias a Dios la Organización Mundial de la Salud ya declaró oficialmente, dado los niveles de vacunación alcanzados en el planeta, en eso Nicaragua es líder proporcionalmente, que el Covid 19 o Coronavirus, ya no es pandemia, pero para efectos de un posible repunte o de alguna otra mutación debemos de seguir guardando las elementales reglas de auto protección a fin de que nunca más volvamos a sentir el miedo de aquellos tiempos dónde nos preguntábamos cuando vendrá la vacuna y cuando esta llegó, se acuerdan, cómo llenábamos los hospitales para que nos la pusieran, aquellas eran colas y colas desde la madrugada, esperando a las enfermeras y enfermeras que eran recibidos por sonoros aplausos, porque además, como ahora, teníamos una gran confianza en nuestro sistema de salud y vea hoy cómo están las cosas por si acaso a alguien se le olvidó por cualquier razón vacunarse el Ministerio de Salud anda casa a casa poniéndola con el riguroso control que amerita y eso hay que reconocerlo porque el modelo de atención de salubridad que tenemos aunque lo quieran tener otros, por mucho dinero que tengan, no pueden, porque no tienen las condiciones políticas para implementarlo.

Recuerdo y muy presentemente cómo aquella peste nos obligó a la deshumanización el miedo era una pared contra el contacto físico, hasta esposos y esposas evitaban el abrazo, tomarse de las manos, que más un beso. Los que por decisión propia se encerraron pasaron meses sin ver a sus familiares, a sus padres, madres, abuelos, tíos y hasta los mismos hijos y toda comunicación era telefónica porque todos teníamos miedo.

Era tal el terror generado por la peste que un estornudo era un factor de dispersión. Si a alguien le sonaba la nariz cualquiera a su alrededor desaparecía más rápido que veloz y desde larguito era invitado a irse a su casa y por esta razón muchas amistades se perdieron en los centros de trabajo, que además por la caída de la economía que aparejó el COVID-19 se tuvo que recortar en muchas empresas hasta la mitad de su recurso humano o mandarlo a trabajar desde su hogar si este dependía en sus funciones estrictamente de una computadora, como este servidor que por muchos meses tuvo que hacer Detalles del Momento a través de internet, siendo esta una modalidad fría y totalmente impersonal.

Siempre fue interesante en el análisis de aquella coyuntura observar cómo, mientras las economías del primer mundo reaccionaban encarcelando a sus sociedades y a su fuerza laboral en sus casas, algunos con programas atrevidos como financiar ese encierro y hasta pagar los servicios básicos, lo q ue no prosperó mucho porque muchas economías quebraron, aquí en Nicaragua se hizo todo lo contrario, porque una economía frágil como la nuestra, no hubiese soportado ni el arrancón del confinamiento porque aquí no se le podía decir al que dependía del día a día que no trabajara porque eso, desde la sabia deducción del presidente Daniel Ortega, era igual a matar al país y tuvo razón ayer y la tendrá siempre, aun y cuando, hayamos ganado la guerra a la pobreza que siempre será nuestro enemigo a vencer.

Cínicamente por razones específicamente politiqueras quienes fustigaban al presidente Ortega por no confinar al pueblo en sus casas, eran los del gran capital, los empresarios de maletín, como si alguno de ellos se iba a sacar de sus pesados bolsillos, aunque sea un centavo para ayudar a cualquier pobre que se quedara encerrado.

Estos empresarios que por politiquería criticaban a Daniel Ortega lo que aplaudían a los Salvadoreños, a los Ticos, panameños y hondureños que llegaron a cerrar sus fronteras, se la pasaron bien encerrados en sus mansiones, pero ellos lo hicieron por la sin remedio de ver que nadie les compraba nada y entonces se salvaguardaron en sus mansiones en las que nunca faltó el buen vino, el buen whisky, el buen filete, la visita de sus amigos de la misma élite con los que disfrutaban en sus piscinas pensando en qué hacer para matar el tiempo todos los días y para ellos entonces sí era fácil encerrarse porque en medio de la pandemia su vida era un carnaval.

A pesar de las campañas de canallas interesados solo en politizar aquel asunto de la pandemia y culpar al gobierno por la irresponsabilidad de algunos individuos que en la práctica fueron más letales que el virus porque se convirtieron en contribuyentes del contagio y del miedo que esto generó la gente, aunque por menos tiempo, jamás dejó de salir a la calles específicamente a lo que tenía que hacer y lo hizo con su mascarilla, guardando las distancias del caso y cada quien con sus mascarillas.

Hay algunas cosas, creo yo, a pesar de que la pandemia ya no tiene la misma condición de alerta, que no deberíamos de apartar de lo que por cultura nos dejó la peste porque noto que en algunas instituciones públicas y en algunas empresas privadas las medidas de prevención ya no son tan severas y es perceptible en ellas que se están relajando, que están olvidando que nuestro éxito frente a las epidemias ha sido la filosofía de prevención.

Hay cosas que podemos preservar por ejemplo pasar la suela de los zapatos por agua clorada; lavarnos las manos, y andar siempre una botellita de alcohol gel o puro. Hemos vencido la incomodidad de las mascarillas y sobre todo el negocio que estas se volvieron en algún momento y que bueno que aún las exijan en las clínicas y hospitales, pero no nos engañemos, existen otras amenazas y como ya fuimos pasados por un fuego terrible, pues entonces no bajemos la guardia no echemos a la basura la reeducación que nos impuso el COVID 19 aunque paulatinamente hayamos recuperado parte de la vida que teníamos y que claro sirva para ser mejores personas y mejores cristianos.

Frente a letalidades como el coronavirus o cualquier otra peste es natural tener miedo, pero debemos saber identificar a qué le tenemos miedo porque el miedo a no hacer lo que te corresponde es irresponsabilidad y muchos que se las dan de fuertes y valientitos creen que su temeridad los hace inmunes cuando la verdad es que son los que más se exponen y los que más contagian.

No dejemos que nuestras esperanzas sean devoradas por el miedo ni por ninguna peste, ni por ninguna otra circunstancia que puede ser también política como la del 2018. Ahora vivimos tiempos en los que tenemos que ser más claros y específicos para saber lo que responsablemente corresponde, pero también para decir no a los que cercanamente nos quieran afectar con la inmadurez de sus actos.

No callemos ante quien potencialmente pueda representar un contagio que no debe quedar en el temario de la salud, sino en el contagio del odio porque la letalidad de este es aún más alta y muchas veces encontrar la vacuna contra el contagio de la perversidad y la maldad es algo que toma años en lograr.

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