La ficción principal en base a que las élites gobernantes norteamericanos y europeos justifican la agresión de la política exterior intervencionista de sus países es la supuesta autoridad moral de sus instituciones y sistemas de gobierno. Estas supuestamente se basan en la democracia, las libertades fundamentales (de la propiedad, del pensamiento, de expresión) y el respeto por los derechos humanos. Por arte de magia, hacen desaparecer los imperdonables, monstruosos crímenes que les permitieron acumular su fabulosa riqueza por medio de la conquista genocida y la imposición de la esclavitud a decenas de millones de seres humanos.
Este truco de ilusión es un componente esencial de la constante e interminable guerra psicológica de las élite occidentales contra las poblaciones del mundo mayoritario y sus propias poblaciones también. Lo más que van a admitir es que sí, pasaron terribles acontecimientos y sufrimiento, pero todo eso queda en el pasado. Ahora las y los ideólogos del Occidente insisten que Estados Unidos y sus países aliados se han rehabilitado a tal punto que tienen el derecho de juzgar quien es bueno, quien es malo y asignar los premios y castigos apropiados en cada caso.
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Los países occidentales han logrado mantener esta ilusión ideológica en gran parte porque jugaron un papel importante durante la Segunda Guerra Mundial para vencer al nazismo en Europa y al imperio japonés en Asia. Aun en ese respecto, se ha manipulado la verdad para ningunear el papel decisivo en esas victorias de la Unión Soviética y de China. Sin embargo, los crímenes acumulados de los países occidentales y sus aliados desde 1945, y más todavía desde la disolución de la Unión Soviética en 1990, han llegado al punto en que la ficción de su autoridad moral es imposible sostener.
Vale la pena notar que cuando hablamos del Occidente se trata no solamente de Estados Unidos y sus países aliados de la OTAN, sino también de países como Australia y Nueva Zelandia. Estos países también, aunque se ubican en la parte sur-oeste del Océano Pacífico comparten la terrible historia del colonialismo. Igual como pasó en Estados Unidos y Canadá, en Australia y Nueva Zelandia los colonizadores aplicaron políticas genocidas contra los pueblos originales.
Actualmente, sirven como policías regionales para ayudar a Estados Unidos hostigar a China. Se vio esto claramente en la reciente controversia en que Estados Unidos incitó disturbios en las Islas Salomón por motivo de las relaciones del gobierno de ese país insular con la República Popular China. En los últimos treinta años Estados Unidos y sus aliados han adoptados muchos diferentes métodos y técnicas para encubrir la naturaleza criminal de sus agresiones alrededor del mundo. Durante su ataque a Serbia en 1999 acusaron falsamente al gobierno de Serbia de haber asesinado a civiles en Kosovo como pretexto para justificar matar a miles de civiles serbios y destruir infraestructura esencial.
En base a esa experiencia los países occidentales desarrollaron la espuria doctrina de “la Responsabilidad de Proteger” para así poder justificar sus agresiones e intervenciones. Muchas veces, bajo esta doctrina, han aprovechado su dominio del aparato de las Naciones Unidas para organizar fuerzas de intervención para promover sus fines geopolíticos. A menudo, estas fuerzas no cumplen debidamente con su misión de proteger a civiles y mantener la paz, pero se mantienen para promover los intereses de los países occidentales en mantener acceso privilegiado a los materia primas. Este ha sido el caso en la República Democrática del Congo desde 1999 donde las guerras han matado a más de 5 millones de personas e involucrado las fuerzas armadas de nueve países.
En el caso de las agresiones de Rwanda y Uganda en el Congo, se han presentado reportajes de la manera en que las fuerzas militares operando desde estos países han sido patrocinados por los poderes imperialistas para garantizar su control de recursos minerales. Igual que las noticias del terrible conflicto en el Congo casi nunca salen en los titulares de los medios internacionales, tampoco se reporta otro terrible conflicto, en Yemen. Países aliados de Estados Unidos y la Unión Europea como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos han atacado a Yemen para intervenir en la guerra civil de ese país. La ONU ha estimado que desde 2015 alrededor de 17 millones de personas en Yemen han sufrido las secuelas de hambruna en el país por motivo de la agresión extranjera.
Un elemento clave de la guerra psicológica del Occidente para sostener el falso mito de su superioridad moral, por lo menos entre las poblaciones de sus propios países, ha sido la represión y la censura. Los medios de comunicación y entretenimiento y las fuentes principales de la información más formal como el sector académico o las organizaciones no gubernamentales, generalmente colaboran para mantener una narrativa que promueve el imagen de un Occidente benévolo y bueno. Sin embargo, muchas personas han sido encarceladas por haber reportado fielmente sobre los hechos de una manera que revela la verdad de los crímenes occidentales. El caso más notorio, entre muchos otros, ha sido lo de Julian Assange, quien reveló detalles incontrovertibles de los crímenes de Estado Unidos en Irak a Afganistán.
Los gobiernos de Reino Unido y Suecia colaboraron para ingeniar falsas acusaciones para mantener preso a Julian Assange y dar tiempo a Estados Unidos para confeccionar un caso pseudo-legal que podría permitir la extradición de Assange, quien no es ciudadano estadounidense, a Estados Unidos. El significado del caso es que advierte a todo el mundo de lo que les puede pasar si siguen el ejemplo de Assange y reportan la verdad de los crímenes del Imperio. Este no ha impedido reporteros valientes de reportar la verdad de la agresión de Estados Unidos y sus aliados desde Siria hasta Venezuela y hasta Donbass. Y esto ha llevado las autoridades occidentales de censurar a medios rusos e iraníes y muchos medios independientes para así suprimir la verdad, demostrando su hipocresía sobre la libertad de expresión.
Y esta represión se extiende también a las poblaciones norteamericanos y europeos en relación directa al declive del poder económico e influencia internacional de sus respectivos países, especialmente ahora en el caso de los países de la Unión Europea. Desde 2018, el movimiento de los chalecos amarillos en
Francia ha movilizado a cientos de miles de personas para denunciar la injusticia de las políticas económicas del gobierno. Miles de personas han sido seriamente heridos por la represión policial. Más de siete mil personas se han metido preso por motivo de su participación en las protestas, siendo ellas y ellos verdaderos presos políticos. Pero a nivel internacional nadie habla de ellos como presos políticos.
De la misma manera, en Estados Unidos casi nadie denuncia la situación de más de mil personas encarceladas por haber participado en las protestas de enero 2021 en el Congreso en Washington. Como comentó nuestro Presidente Comandante Daniel el día del vuelo que devolvió los 222 puchos a sus dueños yanquis, “Ahí en los Estados Unidos en estos momentos, hoy, cuando no queda un solo terrorista en prisión aquí en Nicaragua, allá en los Estados Unidos hay más de 1,200 de los que asaltaron el Congreso que son calificados de terroristas, son acusados y algunos de ellos ya han sido condenados a 20, 30 años de prisión.”
Y en Estados Unidos hay docenas de personas que se pueden calificar con toda justicia como presos políticos. El compañero Mumia Abu Jamal activista afrodescendiente y el compañero Leonard Peltier activista de los pueblos originarios, ambos han pasado 40 años en prisión acusado de asesinatos que no cometieron. Todavía presos por haber facilitado información sobre crímenes por las fuerzas armadas estadounidenses son Daniel Hale y Joshua Schulte quienes enfrentan largos años en la cárcel. También están presos Alex Saab por haber garantizado alimentos al pueblo venezolano contra el bloqueo yanqui y Simón Trinidad por haber defendido su pueblo contra la intervención terrorista estadounidense en su país, Colombia. Otros casos incluyen héroes afrodescendientes e indígenas de la lucha contra el racismo en Estados Unidos, musulmanes y árabes víctimas de la injusta represión policial, los 36 presos todavía detenidos ilegalmente en el centro de tortura de Guantanamo, y activistas feministas y ambientalistas también injustamente acusados y encarcelados.
Hay muchos ejemplos más de cómo Estados Unidos y sus aliados encubren las injusticias en sus propios países y los criminales resultados de su política extranjera de agresión e intervención de los últimos 20 años. También son innumerables los ejemplos de como aplican la censura para suprimir el reportaje de sus crímenes. En relación a esta realidad, el Canciller de la Federación Rusa, el compañero Sergio Lavrov ha comentado, “Los crímenes de los colonizadores no tienen límite de tiempo y privan para siempre a las élites occidentales del derecho a reclamar cualquier liderazgo moral. Especialmente porque sus instintos coloniales no han desaparecido…»