“La Celeste Esperanza, las Grandes Esperanzas que reinan en esta Nicaragua Bendita, Digna, Soberana, Siempre llena de Fuerza, de Espíritu, de Fe, de Cantos, de Amor.
Aquí estamos, honrando a nuestro Rubén y honrando en él a todas las Familias nicaragüenses, a todas las Personas, Mujeres y Varones, Nicaragüenses por Gracia de Dios, que nos sentimos y nos sabemos llenas de Fuerza, de Fortaleza, de Luz, de Verdad, de Esperanza Invicta”.
Cra. Rosario Murillo
17 de enero de 2025
Una extraña belleza iluminaba su rostro iluminado por una tenue sonrisa. Era domingo 6 de febrero de 1916 y el sencillo reloj de marca Ingersoll que le regalara su amigo Amado Nervo, marcaba las 10:18 de la noche. El 10 de enero se había confesado con el sacerdote Félix Pereira y el 31 del mismo mes había recibido el sacramento de la unción de los enfermos o extremaunción, que le fue suministrada por el Obispo de León Simón Pereira y Castellón.
Dolor y silencio
Cuarenta y nueve años, con veinte días, de la dramática vida del poeta Rubén Darío, llegaban a su fin. Era la hora del dolor, del ocaso, del descanso, después de navegar todos los mares. Era la hora del dolor ante la triste muerte del poeta, anunciada por los toques fúnebres de las campanas de los templos de León. El silencio en la ciudad era tenso, emotivo, desde hace días se esperaba el desenlace funesto, y la población se sobresaltó conmovida cuando escucharon los toques y los clamores de aviso, que rezaban y rogaban por el alma del hijo prodigo que volvió a su tierra para descansar. Se unieron a las campanas de las iglesias los cañonazos de El Fortín, lo que hizo más emotivo el momento.
Los telégrafos transmitieron la infausta noticia y pronto en Nicaragua y el mundo se supo que había terminado la agonía del poeta. Lo Fatal, la angustia de la llegada de la muerte, el espanto seguro que el poeta había percibido con su alma visionaria, se hizo una certeza. Sobre su pecho abrazaba el crucifijo, también regalo de su entrañable amigo Juan Crisóstomo Ruíz de Nervo, conocido como Amado Nervo, el poeta mexicano. Lo acompañaban en el triste aposento su esposa Rosario Emelina Murillo Rivas, el doctor Luis Henry Debayle y Francisco Huezo, su amigo cercano.
En la vida y en la inmortalidad
Cuando Alejandro Torrealba, uno de los presentes, rompió la cuerda del reloj, ascendió el poeta a la eternidad, y aquí sigue entre nosotros, en su tierra natal, porque su poesía y su prosa, no terminaron con su muerte. Se cumplió el augurio de su muerte y resurrección, el que a finales de diciembre dijera a la multitud de compatriotas que lo esperaban en León, cuando regresaba gravemente enfermo de Guatemala: “Queridos leoneses; si la vez pasada os dije hasta luego, ahora os digo, para siempre… Siempre viviréis en mi corazón, si vivo aquí en la vida, y si no, en la inmortalidad”.
Ya cerca de la muerte, en un gesto de inmensa ternura se entregó a sí mismo: “Quiero que mis despojos sean para Nicaragua. Ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”. Esta fue su dote a toda Nicaragua. Rubén Darío, pertenece a todas y todos los nicaragüenses que lo conservan mas allá de la muerte, por siempre, en lo más profundo del alma, porque Darío, junto al General Augusto Nicolás Calderón Sandino, son la savia de la identidad nacional.
Ya viene el cortejo
El 7 de febrero se declaró duelo nacional y a la vez se autorizó la inhumación del cuerpo de Darío en la Santa Iglesia Catedral de León y otorgarle honras de ministro de la Guerra y Marina.
En todo el mundo hubo expresiones de condolencias y el día de su exhumación fue acompañado por una multitud de sus personas que llegaron en tren, que traía un vagón lleno de flores acuáticas de la laguna de Tisma, en Masaya, la ciudad que Rubén Darío visitó varias veces y que septiembre de 1884, llamó la “Ciudad de las Flores”.
Las honras fúnebres fueron encabezadas por el presidente conservador Adolfo Díaz y el Obispo Pereira y Castellón. En ellas participaron gente humilde del pueblo, ministros de estado, el clero, cuerpo diplomático acreditado en Nicaragua.
La Marcha Triunfal
A las tres de la tarde del domingo 13 de febrero salió el cortejo fúnebre que recorrió los lugares emblemáticos de León hasta la Insigne Real Basílica Catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, la Catedral de León, donde por órdenes de Monseñor Pereira y Castellón, ser realizarían los funerales eclesiásticos del señor don Rubén Darío, con la magnificencia propia del ceremonial establecido para los funerales de los Príncipes y Nobles. Iba el cuerpo del poeta envuelto en un sudario blanco y la cabeza ornada con una corona de laurel, como símbolo de gloria.
En el atrio de Catedral, ofreció un elocuente discurso el Padre Azarías H. Pallais, paisano de Rubén Darío, poeta, orador sagrado, sacerdote, uno de los que iniciaron el movimiento de vanguardia en la literatura nicaragüense. Cuando avanzaba el solemne cortejo por la nave central el templo, la Banda de los Supremos Poderes, interpretó la Marcha Triunfal, musicalizada para esta magna ocasión por el excelso musico Luis Abraham Delgadillo. Siendo ya noche se depositó el cuerpo de Rubén Darío al pie de la columna de San Pablo, resguardado por un león sufriente esculpido por el granadino Jorge Navas Cordonero, tal como había prometido al poeta. A las 9 y 30 de la noche, cuando culminaron los funerales, hubo cañonazos, toque de campanas.
En la vida y en la muerte Félix Rubén Darío Sarmiento, en el ayer, en el hoy y en el mañana, en la palabra que trasciende la muerte, siempre en el corazón de su Nicaragua amada, la “patria pequeña” que él engrandeció como poeta, escritor, periodista, diplomático.
Fuentes:
Darío Zúñiga Pallais (1916. Homenaje de Nicaragua a Rubén Darío. León, Nicaragua C.A. 1916.
Sánchez Ramírez, Roberto. Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
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