El asalto al Palacio Nacional, realizado el 22 de agosto de 1978, representó un golpe inesperado a la dictadura somocista, letal por el impacto político, que incentivó la participación de la población en las tareas revolucionarias y se convirtió en el preludio de la gloriosa insurrección de septiembre.
“¡Última hora!… ¡urgente!… ¡urgente!… ¡se toman el Palacio Nacional!… ¡Asaltan el Palacio Nacional de Nicaragua!...”
Las radios de Managua sonaban distintas aquel 22 de agosto de 1978. Las voces emocionadas y entrecortadas de los locutores informaban que un comando sandinista se había tomado por asalto el Palacio Nacional, que era entonces la sede de la Cámara de Diputados y de distintos despachos ministeriales. Ese día, la sesión del congreso, presidida por el vicepresidente de la Cámara, Luis Pallais Debayle, primo del General Anastasio Somoza Debayle, empezó a las 11:45 de la mañana.
La primera intervención estuvo a cargo del diputado Cristobal Genie Valle, del partido conservador. Luego pidió la palabra el diputado somocista Antonio Coronado Torres. Media hora duraron los debates, porque cuando eran las 12:15 el portero principal de la Cámara, Gilberto Jarquín, se dirigió a los periodistas agitado para decirles que la Guardia Nacional venía en carrera hacía allí, que algo estaba pasando.
No era la Guardia Nacional, era el comando sandinista que se había posicionado en la puerta principal y la trasera del palacio. Se trataba de la operación de mayor audacia en la historia de la guerrilla urbana de Latinoamérica, la Operación “Muerte al Somocismo”, llevada a cabo por 25 combatientes del Comando “Rigoberto López Pérez”. Operación que popularmente es conocida como “Operación Chanchera”.
La idea de tomarse el Palacio Nacional, en el corazón de Managua, venía dando vueltas desde hace mucho tiempo en la cabeza de Edén Pastora Gómez, el Odiseo de esta hazaña militar. La batalla entre aqueos y troyanos, según relata Homero, se decidió por el ingenio más que la fuerza.
El asalto al Palacio Nacional, fue una obra maestra de ingenio, creatividad, paciencia, trabajo de equipo, valor y audacia. Un golpe a la dictadura somocista inesperado, letal por el impacto político, que incentivó la participación de la población en las tareas revolucionarias y generó las condiciones para las gloriosas insurrecciones de septiembre.
La toma del Palacio fue expuesta por Edén Pastora en una reunión en San José, Costa Rica, en los inicios del año 1978. El punto era tomar una decisión sobre dar un golpe fuerte a la dictadura, que fuera espectacular, para que contribuyera a desencadenar las acciones insurreccionales. Después de mucha reflexión, considerando lo arriesgado de la acción, se decidió aprobar la toma del Palacio y se designó a Edén Pastora como jefe del comando.
Los preparativos empezaron de inmediato. El comando pasó una etapa de entrenamiento en una finca ubicada en El Boquete, en el Km. 16 de la carretera vieja a León. Simulaban estar celebrando un retiro espiritual que era dirigido por Edén Pastora que hacía de cura y hasta bautizó algunos niños en la comunidad. Se concentraron el viernes 11, sábado 12 y domingo13, pero en esa ocasión se pospuso la operación porque no tenían todos los uniformes y faltaban algunas armas. Los comandos volvieron a sus casas y se quedó la jefatura junta. El lunes 21 el comando se dividió en dos grupos, uno se fue para Tipitapa y otro se quedó en Managua. El martes 22 se encontraron en un lugar previamente fijado, intercambiaron información y se volvieron a encontrar ya adentro del Palacio.
En la crónica del Asalto al Palacio, escrita por Gabriel García Márquez, publicada en ABC, del 5 al 8 de septiembre de 1978, con base en testimonios de participantes en la acción, se destacó la genialidad del mismo. Compartimos algunos fragmentos de la crónica escrita por Gabo:
“En horas hábiles, entre empleados y público, hay en los sótanos, las oficinas y los corredores, no menos de tres mil personas. Sin embargo, la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) no consideró que el asalto de aquel mercado burocrático fuera una locura demasiado simple, sino todo lo contrario: un disparate magistral […]”.
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“El día escogido para la acción fue el martes 22 de agosto, porque la discusión del Presupuesto Nacional aseguraba una asistencia más numerosa. A las 9:30 de la mañana de ese día, cuando los servicios de vigilancia confirmaron que habría una reunión de la Cámara de Diputados, los veintitrés muchachos fueron informados de todos los secretos del plan y se les asignó a cada uno una misión precisa […]”
“El ingenio de la acción consistía en hacerse pasar por una patrulla de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería de la Guardia Nacional. De modo que se uniformaron de verde olivo, con uniformes hechos por costureras clandestinas en tallas medianas, y se pusieron botas militares compradas el sábado anterior en tiendas distintas. A cada uno le dieron un bolso de campaña con el pañuelo rojo y negro del FSLN, dos pañuelos de bolsillo por si sufrían heridas, un foco de mano, máscaras y anteojos contra gases, bolsas plásticas para almacenar el agua en caso de urgencias y bicarbonato para afrontar los gases lacrimógenos”.
“En la dotación general del comando había, además diez cuerdas de nylon de metro y medio para amarrar rehenes y tres cadenas con candados para cerrar por dentro todas las puertas del Palacio Nacional. No llevaban equipo médico porque sabían que en el Salón Azul había servicios y medicinas de urgencia. Por último, se les repartieron las armas que de ningún modo podían ser distintas a las que la Guardia Nacional, porque casi todas habían sido capturadas en combate. El parque completo eran dos subametralladoras UZI, un G3, un M2, veinte fusiles Garand, una pistolal Browning y cincuenta granadas. Cada uno disponía de trescientos tiros”.
Muchas personas participaron en la preparación de esta acción inédita, desde José Figueres, el expresidente de Costa Rica que proporcionó dinero para la compra de los vehículos y otros materiales, las costureras clandestinas, los encargados de la logística y los que desde adentro del Palacio prepararon los planos del edificio. Un auditor que trabajaba en el palacio, Pablo Pichardo (q.e.p.d.) y su esposa Mary Adhelma Ramírez, que tenían a su hijo Douglas en la cárcel. Ellos conocían muy bien la arquitectura y la distribución de los espacios dentro del Palacio. A Pablo le decían “La Espinita”, porque era un infiltrado del FSLN en las entrañas del Palacio. El Plano, que luego perfeccionó un arquitecto, mostraba cuantas gradas había en cada entrada, las puertas, las ventanas.
El 22 de agosto, salió un grupo de 13 guerrilleros de un lado y otro de 12 de otro, todos con uniformes idénticos a los que usaban los oficiales de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería que mandaba el Mayor Anastasio Somoza Portocarrero, el Chigüín. Convergieron en el centro de la Vieja Managua y marcharon juntos hacia el Palacio. Iban en dos camionetas viejas, que habían comprado en la carretera norte y que pintaron en un tono similar al verde olivo, con toldos verdes adquiridos en el Mercado Oriental.
Los dos comandos tenían que encontrarse antes de llegar al Palacio, sincronizados. Si se atrasaban, podía suceder que la gente saliera a comer. La sincronización fue perfecta, hicieron la señal que era hacer tres cambios de luces y se fueron rumbo al Palacio.
Edén Pastora Gómez, “Comandante Cero”, jefe del comando, bajó de un vehículo parqueado frente al edificio, con rostro y traje impecable, botas bien lustradas y dando órdenes militares. Como era costumbre que cuando Somoza llegaba a algún lugar se desarmaba a los guardias que hacían posta, Pastora dio órdenes a los guardias de la entrada principal: “Apártate jodido, quítense no estorben que viene ´el hombre para´ acá”. Años después se recreó este momento genial:
Edén avanza hacia la puerta principal, con paso y voz firme. El guardia se vuelve hacia Edén y pregunta: “¿Qué ocurre, oficial?”, “Llega el jefe”, no puede quedarse con el arma, démela; dócil, el guardia le tiende su arma. Mientras la toma con un gesto solemne, Edén le dice al oído: “Lárgate si querés vivir”. El guardia lo mira y de pronto entiende lo que está pasando y sale corriendo rápidamente. Segundo guardia: “¿Qué pasa, oficial?” – Llega el jefe, no puede quedarse con el arma. – Bien, oficial. Con ese truco desarma a otros guardias y despeja el camino. Detrás de Edén Pastora iba el resto del comando, subieron las escalinatas hasta el segundo piso donde sesionaban los diputados en el Salón Azul. Otros guerrilleros se encargaron de resguardar las puertas y ventanas principales.
Otro grupo de guerrilleros entró por el costado este y subieron al segundo piso por las escaleras laterales. Ya estaban adentro y la puerta principal estaba cerrada, la señal del éxito de la operación. Todo esto sucedió en apenas tres minutos. Hubo intercambios de disparos en la puerta principal y en el bar. Después atacó un helicóptero. Edén entró por la puerta principal del Salón Azul, gritando: “¡Todos al suelo, todos al suelo, hijueputas, chanchos”! Tiró un par de disparos al aire y todos se metieron debajo de los escritorios. Empezó la sesión que presidió Edén Pastora.
Todo Nicaragua estaba en vilo. Se esperaba que la Guardia Nacional asaltara el Palacio por la noche con sus tropas élite y sus tanques Sherman. Había tanquetas, camiones, cientos de guardias, sitiando el Palacio. Anastasio Somoza asumió personalmente las negociaciones desde su búnker, resistió las presiones de los militares que querían una solución violenta, y prefirió proteger la vida de sus allegados y principalmente de Luis Pallais, presidente del Congreso, y de José Somoza Abrego, sus familiares cercanos, principales rehenes del comando sandinista. El día 23 fue importante para las negociaciones entre Somoza y los sandinistas, con la mediación del obispo Miguel Obando y Bravo. Los sandinistas demandaban la liberación de los presos políticos, cuadros importantes para ese momento de la lucha por la liberación de la dictadura somocista; la publicación de un comunicado y una importante cantidad de dinero.
El día 23 terminó sin acuerdos, pero a la media noche y al amanecer del jueves 24, Somoza aceptó las condiciones del FSLN. A las 7:30 Edén Pastora hace un discurso triunfante en el Salón Principal. A las 9 de la mañana en varios autobuses del Instituto Primero de Febrero se traslada el grupo guerrillero junto a algunos rehenes hasta el Aeropuerto Las Mercedes, hoy Augusto C. Sandino. En el trayecto, sobre la carretera norte, la población saludaba jubilosamente a los combatientes. Los diputados y los periodistas se fueron a sus casas, al mediodía fueron liberados los presos políticos y los guerrilleros fueron trasportados, vía aérea, a distintos países.
En la historia contemporánea de Latinoamérica, tiene un lugar especial esta Odisea. Una proeza del ingenio y la voluntad revolucionaria de pequeño grupo de guerrilleros, con precisión en la planificación y ejecución, perfectamente sincronizados.
Presos liberados:
Tomás Borge Martínez, René Núñez Téllez, Javier Carrión, Marcio Jáenz, Iván Montenegro, Javier Pichardo, Luis Guzmán, Francisco Cuadra, Edgard Lang, Juan José Úbeda, Roberto Calderón, Francisco Guzmán, Álvaro González Cerrato, Martha Cranshaw, Rosa Argentina Ortiz, Gloria Campos, Charlotte Baltodano, Felipe Peña, Margine Gutiérrez. Gustavo y Víctor Moreno, Yadira Baltodano, Apolonio Martínez, Leopoldo Rivas, Eddy González, Rodolfo Amador, Lucas Cortez, Maximiliano Martínez, Roberto McEwans, Amílcar Lorente, Doris María Tijerino, Fernando Chamorro R., Jorge Guerrero y José Armando Bolaños.
Otros que estaban en la lista no fueron localizados, al haber sido asesinados por el régimen de Somoza: Donald Guevara, Elvis Chavarría, Pedro Antonio Jiménez, Gregorio Montoya, J. Francisco Tijerino, Azucena Suárez Meza, Marcos Silva Molina, José Jarquín y Antonio Mairena Lugo.