“…el yanqui no esperó lo que pasaba:
se vestía muy bien para la guerra
brillaban sus zapatos y sus armas
pero por experiencia supo pronto
quiénes eran Sandino y Nicaragua…”
(Pablo Neruda, Canción de Gesta, 1960)
El 23 de septiembre de 1973, hace 49 años, falleció en Chile el Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, poeta y comunista militante. Doce días después del golpe de Estado de Pinochet y la muerte de su amigo, el Presidente socialista Salvador Allende en el Palacio de la Moneda. Una semana después del atroz asesinato del cantautor Víctor Jara.
Fue enterrado, rodeado de soldados, para imponer silencio al pueblo chileno, que gritó al mundo su dolor. Su casa fue saqueada y sus libros quemados.
Falleció en una clínica de Santiago, justo un día antes de viajar a México, donde iba a liderar y organizar desde ese país la oposición a Pinochet. La versión oficialista atribuyó su fallecimiento a un cáncer de próstata, sin embargo, los descendientes del poeta tienen razones para sospechar que esta no fue la causa de su muerte.
Te puede interesar: El mundo nuevo que surgirá del seno de nuestra lucha
De hecho, Neruda había sido Embajador de Chile en Francia y había decidido tomar cartas en el asunto, habiendo visto las atrocidades y asesinatos cometidos por el régimen de Pinochet en los primeros días del golpe de estado.
Neruda fue enterrado, rodeado de soldados con el silencio del pueblo chileno, que gritó al mundo su dolor. Su casa fue saqueada y sus libros quemados.
Neruda es considerado el poeta más grande del siglo XX. Sus versos dejaron una huella imborrable en América Latina y el mundo.
Hoy, desde el espacio de Barricada/Historia, lo recordamos con el célebre poema dedicado a nuestro General Augusto C. Sandino.
AQUEL AMIGO
Después Sandino atravesó la selva y despeñó su pólvora sagrada contra marinerías bandoleras
en Nueva York crecidas y pagadas: ardió
la tierra, resonó el follaje:
el yanqui no esperó lo que pasaba: se
vestía muy bien para la guerra brillaban
sus zapatos y sus armas pero por
experiencia supo pronto quiénes eran
Sandino y Nicaragua: todo era tumba de
ladrones rubios: el aire, el árbol, el
camino, el agua, surgían guerrilleros de
Sandino hasta del whisky que se
destapaban y enfermaban de muerte
repentina los gloriosos guerreros de
Luisiana acostumbrados a colgar los
negros mostrando valentía sobrehumana:
dos mil encapuchados ocupados
en un negro, una soga y una rama. Aquí
eran diferentes los negocios:
Sandino acometía y esperaba,
Sandino era la noche que venía
y era la luz del mar que los mataba,
Sandino era una torre con banderas,
Sandino era un fusil con esperanzas.
Eran muy diferentes las lecciones,
en West Point era limpia la enseñanza:
nunca les enseñaron en la escuela
que podía morir el que mataba:
los norteamericanos no aprendieron
que amamos nuestra pobre tierra amada
y que defenderemos las banderas
que con dolor y amor fueron creadas.
Si no aprendieron esto en Filadelfia
lo supieron con sangre en Nicaragua:
allí esperaba el capitán del pueblo:
Augusto C. Sandino se llamaba.
Y en este canto quedará su nombre
estupendo como una llamarada
para que nos dé luz y nos dé fuego
en la continuación de sus batallas.
Pablo Neruda. Canción de Gesta. 1960