Barricada

Discurso del Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, en el Consejo de Seguridad de la ONU

Discurso de Sergey Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, en el Debate Abierto del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Multilateralismo Eficaz mediante la Protección de los Principios de la Carta de la ONU.

Señor Secretario General

Estimados colegas,

Es simbólico que celebremos nuestra reunión en el Día Internacional del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz, introducido en el calendario de fechas emblemáticas por una resolución de la Asamblea General de la ONU el 12 de diciembre de 2018.

Dentro de quince días celebraremos el 78º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. La derrota de la Alemania nazi, a la que mi país contribuyó decisivamente con el apoyo de los Aliados, sentó las bases del orden internacional de posguerra. La base jurídica de este orden es la Carta de las Naciones Unidas, y nuestra organización, encarnación del verdadero multilateralismo, asumió un papel central de coordinación en la política mundial.

Durante sus casi 80 años de existencia, la ONU ha cumplido la misión crucial que le encomendaron sus padres fundadores. Durante décadas, el entendimiento básico de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad sobre la primacía de los propósitos y principios de la Carta ha garantizado la seguridad mundial. Y al hacerlo, ha creado las condiciones para una cooperación verdaderamente multilateral regida por normas de derecho internacional universalmente reconocidas.

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El sistema multipolar se encuentra ahora en una profunda crisis. La causa fundamental es el deseo de algunos miembros de nuestra organización de sustituir el derecho internacional y la Carta de la ONU por una especie de «orden basado en normas». Estas «normas» no se han visto, no han sido objeto de negociaciones internacionales transparentes. Se inventan y se aplican para contrarrestar los procesos naturales de formación de nuevos polos de desarrollo independientes, que es la manifestación objetiva del multilateralismo. Se intentan contener estos procesos con medidas unilaterales ilegítimas, como el corte del acceso a la tecnología moderna y a los servicios financieros, el desplazamiento de las cadenas de suministro, la confiscación de propiedades, la destrucción de infraestructuras críticas de los competidores, la manipulación de normas y procedimientos acordados universalmente. El resultado es la fragmentación del comercio mundial, el colapso de los mecanismos de mercado, la parálisis de la OMC y la transformación definitiva y desenmascarada del FMI en una herramienta para alcanzar los objetivos de Estados Unidos y sus aliados, incluidos los de carácter militar.

En un intento desesperado de afirmar su supremacía castigando a los desobedientes, Estados Unidos se ha dedicado a destruir el multilateralismo, al servicio de un sistema que favorezca a su economía. Washington y el resto de Occidente, subyugados a ellos, aplican sus «normas» cada vez que necesitan justificar medidas ilegítimas contra quienes alinean sus políticas con el derecho internacional y se niegan a seguir los intereses creados de los «mil millones de oro». Los disidentes están en la lista negra según el principio de que «el que no está con nosotros está contra nosotros».

Hace tiempo que a los colegas occidentales les resulta «inconveniente» ponerse de acuerdo en formatos multilaterales, como la ONU. El tema de las «democracias» unidas contra las «autocracias» se introdujo para proporcionar una justificación ideológica que socavara el multilateralismo. Además de las «cumbres para la democracia», cuya composición viene determinada por un autoproclamado hegemón, se crean otros «clubes de elegidos» que eluden a la ONU.

«Cumbres para la Democracia», «Alianza para el Multilateralismo», «Asociación Global sobre Inteligencia Artificial», «Coalición Global para la Libertad de los Medios de Comunicación», «Llamamiento de París para la Confianza y la Seguridad en el Ciberespacio» – todos estos y otros proyectos no inclusivos están diseñados para socavar las negociaciones sobre temas relevantes bajo la égida de la ONU, para imponer conceptos y soluciones no consensuados que beneficien a Occidente. Primero acuerdan algo en privado, en un círculo reducido, y luego presentan estos acuerdos como «la posición de la comunidad internacional». Llamemos a las cosas por su nombre: nadie permitió que la minoría occidental hable en nombre de toda la humanidad. Debemos comportarnos con decencia y respetar a todos los miembros de la comunidad internacional.

Al imponer un «orden basado en normas», sus autores rechazan con arrogancia, el principio clave de la Carta de la ONU: la igualdad soberana de los Estados. La quintaesencia del «complejo de exclusividad» fue la «orgullosa» declaración del jefe de la diplomacia de la UE, J.Borrell, de que «Europa es un Jardín del Edén y el resto del mundo es una jungla». Permítanme citar también la declaración conjunta de la OTAN y la UE del 10 de enero, que dice: «Occidente Unido utilizará todos los instrumentos económicos, financieros, políticos y, llamo especialmente la atención, militares de que disponen la OTAN y la UE para garantizar los intereses de «nuestros mil millones».

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«De manera arrogante, el «Occidente colectivo» también se ha propuesto remodelar el multilateralismo a escala regional. No hace mucho, Estados Unidos pedía la recuperación de la «Doctrina Monroe» y exigía a los países latinoamericanos que limitaran sus vínculos con la Federación Rusa y la República Popular China. Esta línea, sin embargo, ha chocado con la determinación de los países de la región de fortalecer sus propias estructuras multilaterales, sobre todo la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), defendiendo su legítimo derecho a erigirse en uno de los pilares de un mundo multipolar. Rusia apoya plenamente tan justas aspiraciones.

Estados Unidos y sus aliados dedican ahora considerables esfuerzos a socavar el multilateralismo en Asia-Pacífico, donde se ha desarrollado durante décadas un exitoso sistema abierto de cooperación económica y de seguridad en torno a la ASEAN. Este sistema ha producido enfoques consensuados que satisfacen tanto a los Diez de la ASEAN como a sus socios de diálogo, entre los que se encuentran Rusia, la Republica de Corea, EEUU, India, Japón, Australia y la República de Corea, proporcionando un verdadero multilateralismo inclusivo. Con las Estrategias Indo-Pacíficas, Washington se ha propuesto desmantelar esta arquitectura bien establecida.

En la cumbre de Madrid del año pasado, la OTAN, que siempre había convencido a todo el mundo de su «carácter pacífico» y de la naturaleza exclusivamente defensiva de sus programas militares, declaró la «responsabilidad global», la «indivisibilidad de la seguridad» en la región euroatlántica y en la llamada región indo pacífica. Es decir, la «línea de defensa» de la OTAN (como Alianza defensiva) se desplaza ahora hacia las costas occidentales del Pacífico. Los enfoques basados en bloques que socavan el multilateralismo aseanocéntrico quedan patentes en la creación de la alianza militar AUKUS, a la que se está empujando a Tokio, Seúl y varios países de la ASEAN. Se están estableciendo mecanismos bajo la égida de Estados Unidos para interferir en cuestiones de seguridad marítima con vistas a garantizar los intereses unilaterales de Occidente en las aguas del Mar de China Meridional. Ayer J.Borrell, a quien he citado antes, prometió enviar fuerzas navales de la Unión Europea a esta región. No se oculta que las Estrategias Indo-Pacíficas están diseñadas para contener a China y aislar a Rusia. Así es como entienden los colegas occidentales el «multilateralismo efectivo» en la región Asia-Pacífico.

Tras la disolución de la Organización del Pacto de Varsovia y la salida de la Unión Soviética de la escena política, comenzó a nacer la esperanza de la implantación de un auténtico multilateralismo sin líneas divisorias en el área euroatlántica. Pero en lugar de dar rienda suelta al potencial de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) sobre una base colectiva igualitaria, los países occidentales no sólo conservaron la OTAN, sino que, en contra de sus promesas juradas, se embarcaron en una impúdica toma de control del espacio colindante, incluyendo zonas en las que siempre habían existido y seguirían existiendo intereses vitales rusos. Como informó el entonces Secretario de Estado norteamericano J. Baker al Presidente Bush padre: «La principal amenaza para la OTAN es la OSCE». Yo añadiría que en la actualidad tanto la ONU como los requisitos de su Carta suponen también una amenaza para las ambiciones globales de Washington.

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Rusia ha intentado pacientemente alcanzar acuerdos multilaterales mutuamente beneficiosos basados en el principio de la indivisibilidad de la seguridad, proclamado solemnemente al más alto nivel en los documentos de las cumbres de la OSCE de 1999 y 2010. En él se afirma claramente y sin ambigüedades que nadie debe reforzar su seguridad a expensas de la seguridad de los demás y que no se puede atribuir a ningún Estado, grupo de Estados u organización la responsabilidad principal de mantener la paz en el área de la OSCE ni considerar ninguna parte de dicha área como su esfera de influencia.

La OTAN ignoró estos compromisos de los presidentes y primeros ministros de sus Estados miembros y actuó exactamente al contrario, proclamando su «derecho» a hacer lo que le viniera en gana. Un ejemplo flagrante es el bombardeo anárquico de Yugoslavia en 1999, que incluyó el uso de municiones de uranio empobrecido, lo que posteriormente provocó un aumento del cáncer entre los ciudadanos serbios y las tropas de la OTAN por igual. J.Biden era senador entonces y con orgullo dijo ante las cámaras que él personalmente pidió el bombardeo de Belgrado y la destrucción de todos los puentes sobre el río Drina. Ahora, el embajador estadounidense en Belgrado, K. Hill, pide a los serbios a través de los medios de comunicación que «pasen página» y «dejen de ofenderse». Estados Unidos ha acumulado una rica experiencia en «dejar de ofenderse». Japón lleva mucho tiempo guardando un tímido silencio sobre quién bombardeó Hiroshima y Nagasaki. Ni una palabra al respecto en los libros de texto escolares. Recientemente, en la reunión del G-7, el Secretario de Estado estadounidense Blinken lamentó con suficiencia el sufrimiento de las víctimas de aquellos bombardeos, pero no llegó a mencionar quién los organizó. Estas son las «reglas». Y nadie se atreve a contradecirlas.

Desde la Segunda Guerra Mundial, ha habido docenas de aventuras militares criminales por parte de Washington, sin ningún intento de asegurar la legitimidad multilateral. ¿Por qué, si existen «reglas» que nadie conoce?

La vergonzosa invasión de Irak por la coalición liderada por Estados Unidos en 2003 se llevó a cabo violando la Carta de la ONU, al igual que la agresión contra Libia en 2011. El resultado fue la destrucción de un Estado, cientos de miles de muertos y un terrorismo rampante.

La injerencia estadounidense en los asuntos de los Estados postsoviéticos fue una flagrante violación de la Carta de la ONU. Se organizaron las «revoluciones de colores» de Georgia y Kirguistán y el sangriento golpe de Estado de Kiev en febrero de 2014. Esto incluye también los intentos de tomar el poder por la fuerza en Bielorrusia en 2020.

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Los anglosajones, que lideran con confianza todo Occidente, no sólo justifican todas estas aventuras criminales, sino que también se jactan de su línea de «promoción de la democracia». Pero de nuevo de acuerdo con sus «reglas»: En Kosovo se reconoció la independencia sin ningún referéndum; Pero en Crimea no se reconoce la independencia pese a que hubo un referéndum; Esto es doble rasero.

Para rechazar el doble rasero, pedimos a todos que se guíen por los acuerdos consensuados en virtud de la Declaración de la ONU sobre los Principios del Derecho Internacional de 1970, que sigue vigente. En ella se afirma claramente la necesidad de respetar la soberanía y la integridad territorial de los Estados que «respetan el principio de igualdad de derechos y de autodeterminación de los pueblos y tienen gobiernos que representan a todas las personas que viven en el territorio». Es obvio para cualquier observador imparcial que el régimen nazi de Kiev no puede considerarse en modo alguno representante de los habitantes de los territorios que se negaron a aceptar los resultados del sangriento golpe de Estado de febrero de 2014 y como resultado de esto, los golpistas hicieron la guerra. Del mismo modo que Pristina no puede pretender representar los intereses de los serbios de Kosovo, a los que la UE prometió autonomía, al igual que Berlín y París prometieron un estatus especial al Donbass. El resultado de estas promesas es bien conocido.

Nuestro Secretario General, A. Guterres, en su discurso ante la «Segunda Cumbre para la Democracia» el 29 de marzo de este año, lo dijo perfectamente: «La democracia deriva de la Carta de las Naciones Unidas. Sus primeras palabras -Nosotros los Pueblos- reflejan la fuente fundamental del poder legítimo: el consentimiento de los gobernantes». Consentimiento. Permítanme subrayarlo de nuevo.

Para detener la guerra desatada por el golpe de Estado en el este de Ucrania, se hicieron esfuerzos multilaterales para lograr una solución pacífica, traducidos en una resolución del Consejo de Seguridad que respaldó unánimemente los acuerdos de Minsk. Estos acuerdos han sido pisoteados por Kiev y sus amos occidentales, que ellos mismos han admitido recientemente, con cinismo e incluso orgullo, que nunca tuvieron intención de aplicarlos, sino que sólo querían ganar tiempo para abastecer a Ucrania de armas contra Rusia. Esto proclamó públicamente una violación de la obligación multilateral de todos los miembros de la ONU, consagrada en la Carta de las Naciones Unidas, que exige a todos los países cumplir las resoluciones del Consejo de Seguridad.

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Nuestras constantes acciones para evitar la confrontación, incluida la propuesta del presidente ruso Vladimir Putin de diciembre de 2021 de acordar garantías de seguridad mutuas multilaterales, fueron desestimadas con arrogancia. Nadie, nos dicen, puede impedir que la OTAN acoja a Ucrania en su «abrazo».

En todos los años transcurridos desde el golpe de Estado, a pesar de nuestras insistentes demandas, ninguno de los amos occidentales del régimen de Kiev ha estallado contra Poroshenko, Zelensky o la Rada Suprema de Ucrania cuando la lengua rusa, la educación, los medios de comunicación y, en general, las tradiciones culturales y religiosas rusas fueron destruidas legislativa y sucesivamente, en violación directa de la Constitución ucraniana y de las convenciones universales sobre los derechos de las minorías nacionales. Al mismo tiempo, el régimen de Kiev introdujo legislativamente y en la vida cotidiana la teoría y la práctica del nazismo. No dudó en organizar fastuosas procesiones con antorchas bajo los estandartes de las divisiones de las SS en el centro de Kiev y otras ciudades. Occidente guardó silencio y «se frotó las manos». Lo que estaba ocurriendo se ajustaba plenamente a los planes de Estados Unidos de utilizar el régimen descaradamente racista que habían alimentado con la esperanza de debilitar a Rusia a fondo en consonancia con su política estratégica de eliminar competidores y socavar cualquier escenario que supusiera la afirmación de un multilateralismo justo en los asuntos mundiales.

Ahora está claro para todos, aunque no todos hablen de ello en voz alta: no se trata de Ucrania en absoluto, sino de cómo se desarrollarán las relaciones internacionales: mediante la formación de un consenso sostenible basado en un equilibrio de intereses – o mediante una promoción agresiva y explosiva de la hegemonía. La «cuestión ucraniana» no puede considerarse aislada del contexto geopolítico. El multilateralismo presupone el respeto de la Carta de las Naciones Unidas en todos sus principios interrelacionados, como ya se ha mencionado. Rusia ha explicado claramente los objetivos de su operación militar especial: eliminar las amenazas a nuestra seguridad que la OTAN plantea desde hace años directamente en nuestras fronteras y proteger a las personas que han sido privadas de sus derechos en virtud de los convenios multilaterales, protegerlas de las amenazas directas de exterminio y expulsión declaradas públicamente por el régimen de Kiev de los territorios en los que sus antepasados han vivido durante siglos. Hemos sido honestos sobre por qué y por quién luchamos.

En el contexto de la histeria provocada por Estados Unidos y la Unión Europea, me gustaría preguntar, por el contrario: ¿qué estaban haciendo Washington y la OTAN en Yugoslavia, Irak y Libia? ¿Existían amenazas a su seguridad, cultura, religión e idiomas? ¿Qué normas multilaterales les guiaron para declarar la independencia de Kosovo desafiando los principios de la OSCE, para destruir los Estados económicamente estables y ricos de Irak y Libia a diez mil millas de las costas estadounidenses?

El sistema multilateral se ha visto amenazado por los descarados intentos de los Estados occidentales de subyugar las secretarías de la ONU y otras instituciones internacionales. Siempre ha habido un desequilibrio cuantitativo a favor de Occidente, pero hasta hace poco la secretaría intentaba mantenerse neutral. En la actualidad, este desequilibrio se ha hecho crónico, y el personal de la secretaría incurre cada vez más en comportamientos políticamente motivados impropios de funcionarios internacionales. Pedimos al estimado Secretario General Guterres que se asegure de que todo su personal cumple los requisitos de imparcialidad de acuerdo con el artículo 100 de la Carta de la ONU. También pedimos a la dirección de la Secretaría que, a la hora de preparar los documentos de iniciativa sobre la mencionada «agenda común» y «una nueva agenda para la paz», se guíe por la necesidad de sugerir a los países miembros cómo encontrar un consenso y un equilibrio de intereses, en lugar de seguir el juego a los conceptos neoliberales. De lo contrario, en lugar de una agenda multilateral, se profundizará la división entre los «mil millones de oro» y la mayoría global.

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Hablar de multilateralismo no puede limitarse al contexto internacional: del mismo modo que hablar de democracia no puede ignorar este contexto internacional. No debe haber un doble rasero. Tanto el multilateralismo como la democracia deben respetarse dentro de los Estados y en sus relaciones mutuas. Todo el mundo sabe que Occidente, imponiendo a los demás su forma de entender la democracia, no quiere una democratización de las relaciones internacionales basada en el respeto de la igualdad soberana de los Estados. Pero ahora, al tiempo que promueve sus «reglas» en el ámbito internacional, también está «ahogando» el multilateralismo y la democracia en casa, utilizando instrumentos cada vez más represivos para suprimir cualquier disidencia, tal y como está haciendo el régimen criminal de Kiev, apoyado por sus «maestros», Estados Unidos y sus aliados.

Estimados colegas, una vez más, como durante la Guerra Fría, hemos llegado a una línea peligrosa, y quizás aún más peligrosa. La situación se agrava por la pérdida de fe en el multilateralismo, cuando la agresión financiera y económica de Occidente está destruyendo los beneficios de la globalización, cuando Washington y sus aliados abandonan la diplomacia y exigen una clarificación de las relaciones «en el campo de batalla». Todo ello dentro de los muros de la ONU, creada para evitar los horrores de la guerra. Las voces de las fuerzas responsables y sensatas, las llamadas a la sensatez política, al renacimiento de la cultura del diálogo, están siendo ahogadas por quienes se proponen socavar los principios fundamentales de la comunicación interestatal. Todos debemos volver a los orígenes, a la adhesión a los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas en toda su diversidad y en toda su interconexión.

Un auténtico multilateralismo exige hoy la adaptación de la ONU a las tendencias objetivas hacia una arquitectura multipolar de las relaciones internacionales. La reforma del Consejo de Seguridad debe acelerarse mediante una mayor representación de Asia, África y América Latina. La excesiva representación actual de Occidente en este órgano principal de la ONU socava el principio del multilateralismo.

Por iniciativa de Venezuela, se creó el Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de las Naciones Unidas. Hacemos un llamamiento a todos los Estados que respetan la Carta para que se adhieran a él. También es importante utilizar el potencial constructivo de los BRICS y de la OCS. La CEEA, la CEI y la OTSC están dispuestas a aportar su contribución. Estamos a favor de utilizar la iniciativa de las asociaciones regionales de países del Sur Global. El G20 también puede desempeñar un papel útil en el mantenimiento del multilateralismo si los participantes occidentales dejan de distraer a sus colegas de las cuestiones acuciantes de su agenda con la esperanza de ahogar su responsabilidad en la acumulación de fenómenos de crisis en la economía mundial.

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Es nuestra responsabilidad compartida preservar las Naciones Unidas como modelo forjado de multilateralismo y coordinación política mundial. La clave del éxito es trabajar juntos, abstenerse de reivindicar exclusividades y -repito- respetar la igualdad soberana de los Estados. Esto es lo que todos firmamos cuando ratificamos la Carta de las Naciones Unidas.

En 2021, el presidente ruso Vladimir Putin propuso convocar una cumbre de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Los líderes de China y Francia apoyaron esta iniciativa, pero lamentablemente aún no se ha llevado a cabo. Este tema está directamente relacionado con el multilateralismo: no porque las cinco potencias tengan algún tipo de privilegio sobre el resto, sino precisamente por su especial responsabilidad, según la Carta de la ONU, en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Esto es lo que exigen ahora los imperativos del sistema de Naciones Unidas, que se está desmoronando ante nuestros ojos como consecuencia de las sanciones de Occidente.

La preocupación por este estado de cosas se hace cada vez más patente en las numerosas iniciativas e ideas de los países del Sur Global, desde Asia Oriental y Sudoriental, el mundo árabe y el mundo musulmán en general, hasta África y América Latina. Apreciamos su sincero deseo de alcanzar una solución a cualquier problema contemporáneo mediante un trabajo colectivo honesto encaminado a armonizar el equilibrio de intereses sobre la base de la igualdad soberana de los Estados y la indivisibilidad de la seguridad.

Para concluir, quisiera dirigirme a todos los periodistas que ahora cubren nuestra reunión. A sus colegas de los medios de comunicación rusos no se les ha permitido la entrada. La Embajada de Estados Unidos en Moscú les informó burlonamente de que estaban preparados para expedirles pasaportes con visados en el momento en que despegara nuestro avión. Así que os hago una enorme petición: suplid la ausencia de los periodistas rusos. Intenten realizar sus reportajes de manera que transmitan a una audiencia mundial toda la diversidad de juicios y valoraciones.

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